Fíjense ustedes, toda la vida pensando que era acuario y al final resultó que era cáncer. Así fue como me presenté en el trabajo tras mi baja por cáncer. A mí, personalmente, me parece harto ingeniosa. A usted, igual, le parece de muy mal gusto. Y lo importante es que los dos estamos en nuestro derecho de considerar cada opción. Y hasta ahí la cosa tendría sentido, pues el buen o el mal gusto es una percepción subjetiva.
Recientemente ha sido aprobada por el Congreso de los Diputados una Proposición
no de Ley para que no se permita el uso de la palabra cáncer con un sentido
despectivo e impedir que se use de determinada manera.
El poder legislativo en una
sociedad democrática no está para limitar la libertad de los ciudadanos, sino
precisamente para desarrollarla. La idea de que el poder legislativo, o el
poder ejecutivo, es decir: el gobierno, puedan limitar la forma en la cual se
utiliza el lenguaje es, sin duda alguna, una idea contraria a la propia
democracia. La democracia, es verdad, tampoco trata de una libertad individual ilimitada,
sino del desarrollo de una libertad personal dentro del bien común. Pero la
pretensión de dominar sobre el significado de las palabras no es sino primer síntoma
de un posible ambiente dictatorial, tal y como ya señaló Klemperer al analizar
el lenguaje del Tercer Reich.
Dejando a un lado la ñoñería que
implica creer que un grupo de diputados puedan regular efectivamente sobre el
resto de la población lo que debe querer decir una palabra u otra, lo
interesante aquí es el interés político que demuestra esta regulación. Puede
ser que la iniciativa tenga buena intención, pero el problema es que de buenas
intenciones, dice refrán antes que lo prohíban, está empedrado el infierno.
El impulso legislativo para que
la palabra cáncer, tal y como señala la Proposición no de Ley, sólo
pueda tener los significados marcados por los prohombres, y las promujeres de
la patria , dentro de ese contexto, por cierto, bastante cursi y emotivo
característico de los últimos tiempos, no hace sino advertirnos de que el
desarrollo de la sociedad actual no camina hacia la máxima libertad de los
individuos, ideal del progreso ilustrado, sino precisamente hacia su máxima
constricción: incluso señalar qué lenguaje debemos usar y cuál no: la neolengua
de 1984.
Porque efectivamente, el problema
aquí no es tanto señalarnos el significado concreto de una palabra, que podría
tener todavía cierto sentido cultural aunque nunca coercitivo si la estuviéramos
utilizando mal, como señalarnos el significado metafórico que podemos usar. En
el fondo, lo que se nos está indicando en esta Proposición no de Ley es la
prohibición de utilizar una palabra con una determinada metáfora, lo cual sin
duda alguna es un ataque directo a la libertad individual y es, además, un
ataque directo a la creación propia del lenguaje al señalar implícitamente que la
lenguale pertenece a determinadas instituciones de poder y no a su propio
desarrollo. Y, por supuesto, esto no quiere decir que cualquier significado de
una palabra valga, yo mismo corrijo a mis alumnos, pero sí quiere decir que
cualquier metáfora sobre una palabra puede tener el derecho a ser dicha y otra
cosa es que sea afortunada o no. Por lo tanto, es deseable democráticamente, en
aras de la libertad de expresión, que ningún proceso legislativo puede
determinar a priori cómo se utilizan las metáforas y mucho menos si su
significado es correcto o no de acuerdo a la sensibilidad de determinados
individuos.
Y es que aquí surge otro tema
interesante y fundamental, que es la idea de la sensibilidad individual. Hay un
montón de gente que se siente permanentemente dolida, ofendida e incluso
muestran sus lágrimas en público por cualquier cosa que ocurra en la esfera
pública. Así tenemos dos hechos: uno, la sensibilidad extrema de esta gente,
que raya en cierta medida con una concepción infantiloide y cursi; y, la
segunda, que es la sustitución progresiva de la racionalidad por discursos
emocionales puramente reaccionarios.
La idea clave de la Proposición
no de Ley es que un montón de gente, aunque no sabemos cuánta y que
probablemente no represente en absoluto a todos los que hemos sido enfermos de
cáncer, ha decidido que una palabra solo se puede utilizar en el sentido que
ellos decidan porque si no sufren mucho. Se trata de una imposición dictatorial
sobre el resto de la población. Y aquí da igual que esta gente haya sufrido o
no cáncer, porque el hecho de tener una experiencia personal no implica
necesariamente tener más conocimiento sobre dicha realidad que el hecho de no
haberla tenido: yo no tengo más razón aquí por haber tenido cáncer, sino por
mis argumentos. Nos encontramos, por lo tanto, con un proceso de dominación
social desde un colectivo que se siente legitimado para determinar lo que todo
el resto de la población debe pensar sobre determinado tema incluso en el
empleo de sus metáforas y que exige imponerlo por ley.
Y es este tema de la ingeniería
social uno de los temas fundamentales del desarrollo del Nuevo Capitalismo.
Efectivamente, hay que crear un nuevo sujeto social, y aquí volvemos a lo de
siempre, para lograr que el capitalismo se desarrolle satisfactoriamente. Y
este nuevo sujeto social tiene dos condiciones que la Proposición no de Ley
presenta, seguramente de forma involuntaria, de una manera clara. Por un lado,
tiene el tema de lo emocional como elemento fundamental: desechemos la razón y
la argumentación racional. Y, por otro, tiene el tema de la coacción social
hacia aquel que puede situar lo racional como elemento básico del discurso:
quien piensa racionalmente no tiene empatía ni bondad y debe ser perseguido. De
lo que se trata es precisamente de negar que la racionalidad deba ser la guía
de todo discurso, sino que debe ser la emoción, debe ser la experiencia
personal: haber sufrido cáncer lo que marque la característica de cómo se debe
emplear la palabra. El triunfo definitivo del Yo y su experiencia personal como
comprensión del mundo.
En 2020 fui operado de cáncer.
Desde entonces, no sé en el futuro, estoy sano. No estoy sano porque se
prohibiera la palabra ni por los buenos sentimientos de la medicina. Estoy sano
porque en occidente hubo una vez un movimiento, llamado Ilustración, que situó
la racionalidad y su libre desarrollo como clave del progreso. El Capitalismo
se aprovechó de ello para prosperar y hoy, por avatares históricos, la razón se
ha convertido en su enemigo. Por tanto, hay que acabar con ella y dejar libres
a las emociones cursis. Y ello implica, claro, limitar la libertad intelectual de
los individuos, porque en la ignorancia
se creará la idea de que si desaparece la palabra cáncer con ella, ¡chan,
no existes!, desaparecerá la
enfermedad.









