Las huelgas de estudiantes son ilegales. Peor aún, las huelgas de estudiantes son absurdas. Cuando los alumnos faltan a clase no sólo están tomándose un derecho que no poseen, el de huelga, sino que encima, como pretendemos explicar a continuación, están haciéndole el juego a aquellas condiciones de dominación, la sociedad tal y como está establecida, que pretendidamente critican con esa actividad de paro.
Comencemos analizando, brevemente pues consideramos que no es el tema principal, el problema de la legalidad o no de la huelga estudiantil. Según el artículo 28.2 de la Constitución los trabajadores tienen derecho a la huelga. Pero, los estudiantes no son trabajadores. Tampoco se les reconoce el derecho a la huelga en ninguno de los decretos sobre sus derechos y deberes (ni en el RD 732/1995, del Ministerio de Educación, ni, dentro del ámbito de las comunidades y como ejemplo, en el Decreto 136/2002 de la Comunidad de Madrid). Así pues, los alumnos no tienen derecho legal a la huelga.
Pero, ahora bien, alguien podría aducir que la ley puede ser ilegítima y que, por tanto, los estudiantes tienen el deber moral de hacer huelga para luchar contra un mundo injusto aunque esta actividad acabe resultando ilegal. Y aquí se entra en otro problema: por un lado, si una huelga de estudiantes es eficaz como forma de protesta; por otro, si es moralmente aceptable.
Las huelgas de estudiantes no son eficaces en absoluto. La finalidad última de la huelga es una postura de fuerza frente al empresario: el trabajador pierde, pues se le retira salario, pero el empresario también. Así, la huelga funciona como medida de presión: la parada de la producción amenaza con causar un perjuicio tan grande a la empresa que se debe proceder a negociar. De esta forma, la clave de la huelga es la de causar el máximo perjuicio posible a la otra parte, con el cuidado a su vez de que dicho perjuicio no recaiga sobre los propios trabajadores, y toda huelga que no lo cause está destinada a fracasar (pues el empresario no se verá obligado a negociar). Ahora bien, ¿a quién perjudica una huelga de estudiantes? Exclusivamente a los propios huelguistas: sólo ellos pierden. Ni los profesores, que seguimos lógicamente cobrando aunque los alumnos no vengan y encima ese día no trabajamos en el aula, ni la administración, que no sufre perjuicio alguno. Se trata así de una medida de presión donde curiosamente el único daño lo reciben los mismos huelguistas que pierden clase y, con ello, minimizan su formación. Y, por consiguiente, la única forma de protesta aparentemente efectiva, tomada a su vez como juego o pequeña gamberrada, se reduce así en la huelga estudiantil a la algarada callejera, cantar consignas ridículas y hacer ruido en lugar de aprender. Progresismo puro, indudablemente.
Pero, hay todavía algo más. El hecho de que los alumnos puedan hacer huelga sin recibir la más mínima sanción por esa falta injustificada, ¿qué instituto se atreve o se preocupa de sancionar?, va creando en ellos la idea perversa de que los derechos, y la huelga es un derecho pero es a su vez, en muchas ocasiones, un deber, son algo gratuito y que sirven no para el progreso social sino para el beneficio individual en su vertiente más rastrera. La huelga se convierte en no ir a clase, estar de peyas y, con ello, los alumnos aprenden algo terrible: que el derecho a la huelga es un juego. Así, paradójicamente, uno de los derechos que más sangre le ha costado al movimiento obrero se transforma en broma. Y poco a poco los alumnos van aprendiendo que todo es broma, que uno puede actuar como le dé la gana, que la acción política es puro cachondeo y, como conclusión, que la democracia no es nada.
Pero es que además las huelgas de estudiantes carecen de sentido. La escuela, que sería el lugar de aprender, de llegar a la cultura, se toma por parte de los propios alumnos como lugar de producción del cual hay que faltar para protestar. Es ahí donde se observa qué bien socializados, en cuanto a serviciales hacia la dominación social, están los alumnos. Estos asumen, de forma implícita, a través de la propia acción de la huelga, la división social del trabajo que les señala que estudiar forma parte de la misma. Es decir, nuestros alumnos sitúan la enseñanza como una parte de su vida dentro del engranaje social, algo que sirve, a través de su posterior uso, para disfrutar de la auténtica vida que identifican con el ocio, y no como algo propio e irrenunciable de su existencia. La enseñanza, como el trabajo alienado, se vive como impuesto y ajeno y por lo tanto se puede prescindir de ella para protestar. O dicho de otro modo: del mismo modo que el trabajador puede dejar de trabajar para adquirir mejoras en sus condiciones de vida, que de forma ideológica ve como la causa ultima que explica el porqué de su acción laboral, así el alumno puede dejar de aprender para adquirir otras cosas. La vida, o eso que llaman vida y que, en su forma de dominación actual, se identifica con el ocio, se impone sobre la educación y se acaba viendo a ésta sólo como un medio para conseguir un mejor puesto social.
Y es por este hecho por el que los alumnos, cuando protestan, no piden más horas de clase o que el instituto se comprometa a ser mejor. Tampoco piden que se les mejore el temario para saber más y buscar así no ser engañados por el sistema. Ni, mucho menos, un mayor compromiso de su propio centro escolar, es decir: de ellos mismos y sus profesores, con la Ilustración. De esta forma, lo que más daño haría, que cada joven fuera culto y capaz de hacer y hacerse preguntas comprometedoras, se desecha y se transforma todo en una masa aborregada predispuesta a repetir consignas que, por el sólo hecho de serlos, niegan su carácter progresista. Así, la cultura, como la base de la emancipación humana, se convierte en algo anecdótico, algo a lo que se puede dejar de lado para protestar porque en realidad los conocimientos sólo deben servir para conseguir un buen trabajo y luego un chalé, un perro, dos coches y uno, o dos, niños. Las protestas se transforman en un ritual social absurdo, en el cual los institutos se vacían para que la “juventud progresista y comprometida”, como dicen ahora los que recaudan votos, se vaya de peyas directamente, la mayoría, y la minoría, los manifestantes, se vaya de peyas progresistas.
¿Seguirá habiendo huelgas de estudiantes? Claro que sí. Y los institutos se vaciarán de alumnos, con la nueva y pseudoprogresista LOE ya casi de forma legal, mientras que los propios estudiantes se fuman las clases amparándose en el sufrimiento humano, los padres los miran de forma comprensiva porque su hijo es un idealista (¿sabría lo que significa eso un alumno hoy?¿pensarían lo mismo los padres si sus hijos escogieran sus estudios no investigando las estadísticas del paro sino siguiendo sus propios intereses? ) y el profesorado da gracias porque no hay “clientes” y así no tiene que dar clase.
Y en esto, y las huelgas son un síntoma más de ello, se ha convertido la educación: un inmenso entramado de intereses personales que en realidad responde a esa misma dominación que todos, siendo en verdad cómplices autosatisfechos de ella, dicen detestar.
Comencemos analizando, brevemente pues consideramos que no es el tema principal, el problema de la legalidad o no de la huelga estudiantil. Según el artículo 28.2 de la Constitución los trabajadores tienen derecho a la huelga. Pero, los estudiantes no son trabajadores. Tampoco se les reconoce el derecho a la huelga en ninguno de los decretos sobre sus derechos y deberes (ni en el RD 732/1995, del Ministerio de Educación, ni, dentro del ámbito de las comunidades y como ejemplo, en el Decreto 136/2002 de la Comunidad de Madrid). Así pues, los alumnos no tienen derecho legal a la huelga.
Pero, ahora bien, alguien podría aducir que la ley puede ser ilegítima y que, por tanto, los estudiantes tienen el deber moral de hacer huelga para luchar contra un mundo injusto aunque esta actividad acabe resultando ilegal. Y aquí se entra en otro problema: por un lado, si una huelga de estudiantes es eficaz como forma de protesta; por otro, si es moralmente aceptable.
Las huelgas de estudiantes no son eficaces en absoluto. La finalidad última de la huelga es una postura de fuerza frente al empresario: el trabajador pierde, pues se le retira salario, pero el empresario también. Así, la huelga funciona como medida de presión: la parada de la producción amenaza con causar un perjuicio tan grande a la empresa que se debe proceder a negociar. De esta forma, la clave de la huelga es la de causar el máximo perjuicio posible a la otra parte, con el cuidado a su vez de que dicho perjuicio no recaiga sobre los propios trabajadores, y toda huelga que no lo cause está destinada a fracasar (pues el empresario no se verá obligado a negociar). Ahora bien, ¿a quién perjudica una huelga de estudiantes? Exclusivamente a los propios huelguistas: sólo ellos pierden. Ni los profesores, que seguimos lógicamente cobrando aunque los alumnos no vengan y encima ese día no trabajamos en el aula, ni la administración, que no sufre perjuicio alguno. Se trata así de una medida de presión donde curiosamente el único daño lo reciben los mismos huelguistas que pierden clase y, con ello, minimizan su formación. Y, por consiguiente, la única forma de protesta aparentemente efectiva, tomada a su vez como juego o pequeña gamberrada, se reduce así en la huelga estudiantil a la algarada callejera, cantar consignas ridículas y hacer ruido en lugar de aprender. Progresismo puro, indudablemente.
Pero, hay todavía algo más. El hecho de que los alumnos puedan hacer huelga sin recibir la más mínima sanción por esa falta injustificada, ¿qué instituto se atreve o se preocupa de sancionar?, va creando en ellos la idea perversa de que los derechos, y la huelga es un derecho pero es a su vez, en muchas ocasiones, un deber, son algo gratuito y que sirven no para el progreso social sino para el beneficio individual en su vertiente más rastrera. La huelga se convierte en no ir a clase, estar de peyas y, con ello, los alumnos aprenden algo terrible: que el derecho a la huelga es un juego. Así, paradójicamente, uno de los derechos que más sangre le ha costado al movimiento obrero se transforma en broma. Y poco a poco los alumnos van aprendiendo que todo es broma, que uno puede actuar como le dé la gana, que la acción política es puro cachondeo y, como conclusión, que la democracia no es nada.
Pero es que además las huelgas de estudiantes carecen de sentido. La escuela, que sería el lugar de aprender, de llegar a la cultura, se toma por parte de los propios alumnos como lugar de producción del cual hay que faltar para protestar. Es ahí donde se observa qué bien socializados, en cuanto a serviciales hacia la dominación social, están los alumnos. Estos asumen, de forma implícita, a través de la propia acción de la huelga, la división social del trabajo que les señala que estudiar forma parte de la misma. Es decir, nuestros alumnos sitúan la enseñanza como una parte de su vida dentro del engranaje social, algo que sirve, a través de su posterior uso, para disfrutar de la auténtica vida que identifican con el ocio, y no como algo propio e irrenunciable de su existencia. La enseñanza, como el trabajo alienado, se vive como impuesto y ajeno y por lo tanto se puede prescindir de ella para protestar. O dicho de otro modo: del mismo modo que el trabajador puede dejar de trabajar para adquirir mejoras en sus condiciones de vida, que de forma ideológica ve como la causa ultima que explica el porqué de su acción laboral, así el alumno puede dejar de aprender para adquirir otras cosas. La vida, o eso que llaman vida y que, en su forma de dominación actual, se identifica con el ocio, se impone sobre la educación y se acaba viendo a ésta sólo como un medio para conseguir un mejor puesto social.
Y es por este hecho por el que los alumnos, cuando protestan, no piden más horas de clase o que el instituto se comprometa a ser mejor. Tampoco piden que se les mejore el temario para saber más y buscar así no ser engañados por el sistema. Ni, mucho menos, un mayor compromiso de su propio centro escolar, es decir: de ellos mismos y sus profesores, con la Ilustración. De esta forma, lo que más daño haría, que cada joven fuera culto y capaz de hacer y hacerse preguntas comprometedoras, se desecha y se transforma todo en una masa aborregada predispuesta a repetir consignas que, por el sólo hecho de serlos, niegan su carácter progresista. Así, la cultura, como la base de la emancipación humana, se convierte en algo anecdótico, algo a lo que se puede dejar de lado para protestar porque en realidad los conocimientos sólo deben servir para conseguir un buen trabajo y luego un chalé, un perro, dos coches y uno, o dos, niños. Las protestas se transforman en un ritual social absurdo, en el cual los institutos se vacían para que la “juventud progresista y comprometida”, como dicen ahora los que recaudan votos, se vaya de peyas directamente, la mayoría, y la minoría, los manifestantes, se vaya de peyas progresistas.
¿Seguirá habiendo huelgas de estudiantes? Claro que sí. Y los institutos se vaciarán de alumnos, con la nueva y pseudoprogresista LOE ya casi de forma legal, mientras que los propios estudiantes se fuman las clases amparándose en el sufrimiento humano, los padres los miran de forma comprensiva porque su hijo es un idealista (¿sabría lo que significa eso un alumno hoy?¿pensarían lo mismo los padres si sus hijos escogieran sus estudios no investigando las estadísticas del paro sino siguiendo sus propios intereses? ) y el profesorado da gracias porque no hay “clientes” y así no tiene que dar clase.
Y en esto, y las huelgas son un síntoma más de ello, se ha convertido la educación: un inmenso entramado de intereses personales que en realidad responde a esa misma dominación que todos, siendo en verdad cómplices autosatisfechos de ella, dicen detestar.
6 comentarios:
Pues tiene usted bastante razón y además, como estudiante que soy, si ahgo huelga es para quedarme en casa calentito y no para prostestar, por dos razones:
1 - No tengo ni idea de que trata la dichosa LOE.
2 - Si protesto, al Ministerio de Educación le va dar totalmente igual.
Aunque lo que no veo lógico es que aprobarla sin preguntar antes a los padres, puesto que son nuestros tutores y dependemos de ellos para la mayoría de cosas. Lo ideal hubiera sido una votación de la población con hijos estudiantes.
1.- Gracias por la sinceridad sobre la actitud ante la huelga. Ahora bien, ¿no tiene usted ni idea de la LOE prque no se le ha informdo o porque no le interesa? Porque tal vez estemos hablando de que se está instalando una conciencia satisfecha peligrosa.
2.- Lo de la votación. El problema es que la educación es un asunto de estado que afecta a toda la población y no solo a los padres o a los profesores. Precisamente, creo que hay que evitar hacer una plítica corporativa sobre el tema educativo porque si hay algo general es la educación. Además, y eso es cierto, el PSOE llevaba en su programa la derogación de la LOCE que es lo que ha hecho. Otra cosa, es que la LOE sea pésima.
Pues la verdad es que no me interesa en absoluto, voy a seguir estudiando haya el sistema que haya.
...Así lo dice Enrique P. Mesa en su blog y yo creo que tiene toda la razón. Corran, corran a leerlo y así podrán contrarrestar las ínfulas de rebeldía de sus vástagos.
www.villenerias.net
Estoy de acuerdo, yo misma falté por mero divertimento y por dar una burda salida a mi impotencia... pero verá, da la casualidad de que yo pido mejoras de temario, compromisos por parte de la direccion, profesorado y alumnado que ayuden a mejorar la patética situacion de mi instituto, pido unrespeto a mis ideas (algo que rara vez me encuentro), respeto que yo "estúpidamente" sí poseo, pido una pose de reflexión mínima tanto a unos como a otros, los unos pronunciándose copiando lo que le han oído a otros y los otros sin pronunciarse alegando respeto o mas bien sin querer mojarse en absoluto... pido mucho, demasiado dicen, y tanto es asi que los pobres que tienen que aguantarme no pueden hacer otra cosa que ignorarme... una lástima verdad? Los hay que piden alumnos con inquietudes, algunos ni eso, pero esos mismos que lo piden se escabullen cuando de hacerles un mínimo caso se trata a la hora de atender sus "idealistas" opiniones... idealista yo?? rebelde??? Probablemente,pues en el maravilloso siglo XXI la rebeldía es quedarse un sábado por la noche leyendo Madame Bovary. Pero ése no es el asunto, la palabra rebelde sólo consigue arrancarme una carcajada a estas alturas. Mi conclusión es (y tenga muy en cuenta que soy una "estudiante descontenta más") que, efectivamente, tiene casi toda la razón, pero es que, cuando un estudiante pretende arreglar las cosas tal y como usted cree que debería ser, sólo consigue indiferencia a la hora de llevar a cabo hasta el mas "normal" de los planteamientos y un absurdo y baldío temor entre determinadas partes del profesorado y dirección e incluso de alumnado (acompañado de una cortés dosis de desprecio) que de nada sirve en absoluto más que para murmurar sobre el sujeto en cuestión. Eso es todo, de eso sirve rebelarte verdaderamente contra este gran sistema de enseñanza y aprendizaje y, puesto que estamos en la era del bienestar, cree que puede haber muchos mas imbeciles como yo que aun conserven ganas de luchar? al fin y al cabo, la importancia es ni mas ni menos del número, y así queda demostrado viendo cómo una manifestación y huelga tan poco clara consigue mucha mas atención que lo que diga una vulgar alumna de 1º de bachillerato... y tales no son condiciones para pedir un mínimo de seriedad a la sociedad, aunque me y le pese... el cachondeo será la tónica de nuestro tiempo, si al menos fuera satírico... cuánto mejor le iría la suciedad actual.
Vamos por partes:
1.- Antes de nada disculparme por tardar tanto en contestar.
2.- Usted plantea dos temas distintos. Por un aldo, estaría la forma de intervenir de los alumnos en el centro escolar y, por otro, el problema de la educación.
3.- La intervención de los alumnos es efectivamente patética. Pero, y fundamentalmente, porque tampoco tienen ningún cauce. Hay una demagogia enorme en todo esto. Los alumnos deberían poder opinar libremente de lo que ocurre en el centro, y para ello se deberían habilitar medios, y sin embargo lo que nunca podrían hacer es votar decisiones, pues se supone que esto es un asusnto profesional. ¿Qué ocurre? Pues que merced a una presunta idea progresista los alumnos no pueden opinar y sin embargo, a través del Consejo Escolar que es algo que no debería existir fuera de ser un órgano de control sin capacidad resolutiva, votan resoluciones, bien que sin saber qué votan, fundamentales. Pero todo esto tiene más que ver con el desastre que es la gestión de los centros y las leyes que lo rigen, inútiles cuando no perjudiciales, que con lo que ocurre en el aula.
4.- ¿Qué ocurre en el aula? Pues en primer lugar, y cuento de lo que a mí me ocurre, que yo no tengo tres o cuatro alumnos sino, gracias a Dios, treinta y, por lo tanto, tengo que adaptar un nivel intermedio que no discrimine a ninguno. Pero, además, que los alumnos tienen que aprender ciertas cosas que son las que yo cuento, porque yo soy el profesional, y no las que ellos quieren. Así, muchas veces, se coarta el debate y se hace bien. Sin embargo, y no conozco su caso, cuando se ofrece la oportunidad de hablarlo en el recreo ningún alumno se queda para ello. Porque, como digo yo en célebre frase, "como en el perro de Pavlov las inquietudes se acaban cuando suena la campana".¿O no?
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