jueves, septiembre 24, 2015

LA MORALEJA, osssssssea, ES UNA NACIÓN (O Catalunya és una nació explicado a los niños)

Me han contado que La Moraleja, una lujosa urbanización de Madrid, se quiere independizar. Los pijos no están de acuerdo con que su dinero se distribuya a la chusma de los alrededores. 

Ahora se están inventado una historia milenaria.
Y una cultura propia.
Que son un pueblo, vaya.
Una nación o algo así.

Lo votan el domingo, creo.

Y como son tan singulares la papeleta no pone sí.
Pone Osssssssea.
O igual pone Junt pel si.
O tal vez CUP.
No me he enterado bien.
Pero si pones Osssssssea creo que vale.

En fin, cosas de pijos.
No de izquierdas.

domingo, septiembre 20, 2015

PROCESO, CATALUÑA Y CLASE SOCIAL (o El dieciocho brumario de Artur Mas)

Dice Marx en alguna parte que dice Hegel en alguna otra que los grandes hechos y personajes de la historia universal se repiten como si dijéramos dos veces. Pero, puntualiza Marx que Hegel se olvidó de añadir que lo hacían una vez como tragedia y, la otra, como farsa. Marx olvidó la tercera: como butifarra.

Resulta curioso observar cómo de forma casi unánime la autoproclamado izquierda ha gestionado  el debate sobre el tema de Cataluña  desde la perspectiva del pueblo catalán como una entidad esencial. Así, según esta ridícula y reaccionaria visión, existe un sujeto tal que es el pueblo de Cataluña cuya existencia implica que posee derechos como es la autodeterminación. Nosotros no somos  de esa autodenominada izquierda, somos sin duda menos rebeldes, y por ello nuestro análisis no puede ir en esa dirección. Pero como pretendemos hacer un análisis de izquierda, vamos a ver que tal nos sale realizándolo desde la perspectiva de la clase social: por probar que no quede. Es decir, vamos a intentar explicar, como ya hicimos aquí en cierta medida, eso que se llama rimbombante el proceso catalán desde una explicación de interés de clase.

Al hablar de clase social nos referimos básicamente a una forma de estratificación  social en diversos grupos que implica a su vez el reparto desigual del poder, el prestigio y la riqueza.  Por tanto ahora habrá que buscar dentro de los distintos grupos sociales de esa región –o país, o nación o universo todo, no enfademos a la gente- quiénes ganarían, o creen que ganarían, fundamentalmente con todo el proceso. Es decir, aquello que se denominaba interés de clase.

Lo primero será entonces preguntarse a quién beneficiaría el proceso. Analicemos.

Primero, la clase política catalana, al ejercer como tal,  tiene un techo de cristal en su aspiración de poder: no puede conquistar un poder más allá del meramente regional por su propio discurso. Efectivamente, la élite política de Cataluña no puede asumir el asalto a un poder estatal español y, como consecuencia, tampoco europeo. De esta forma existe una limitación en su ascenso social. Y esta  imposibilidad solo puede superarse cambiando no el contenido, entendiendo como tal el discurso esencialista y paleto pues eso implicaría la posible perdida de incluso el poder regional y perder su propia especificidad como catalana, sino que se debe cambiar el continente pasando de región a nación: de clase dirigente de provincias a clase nacional e incluso, en sus sueños más húmedos, continental. Para ello, lógicamente, Cataluña debe ser una nación: su puesto, su interés de clase, lo exige.

Segundo, la pequeña burguesía catalana –que incluye a los trabajadores de la administración pública, profesiones liberales y pequeños empresarios- . Secularmente la burguesía catalana ha sido proteccionista. Esta teoría comercial consiste en la defensa de aranceles comerciales que graven los productos de fuera protegiendo así a la oligarquía local. Pero el problema ahora surge con la globalización. Efectivamente, en un mundo globalizado resulta ingenuo hacer una política proteccionista a la  antigua usanza, con excesivos aranceles fronterizos,  así que hay que generar una novedosa estrategia para preservar como oligarquía. Y para ello nada mejor que copiar el proteccionismo hacia la competencia nacional que la propia administración pública catalana ha estado utilizando en los últimos treinta años.

¿Cual ha sido este? En un proyecto a largo plazo, la administración catalana decidió hacer una política de pureza de sangre. Como queda feo pedir análisis genéticos para ser funcionario, la solución estuvo cargada de ingenio: pedir para incluso poder opositar, y no luego, la otra pieza propia de la doctrina de la sangre y la tierra: la lengua. Efectivamente, para poder opositar en Cataluña se exigirá el catalán, no una vez sea usted funcionario y dándole un plazo razonable de tiempo para aprenderlo, sino a priori. Como lógicamente nadie de fuera va a aprender un idioma irrelevante internacionalmente, a pesar de que descubramos ahora que un catalán escribiera el Quijote y más cosas, el proteccionismo en la administración esta servido: la administración catalana será exclusivamente para los auténticos arios, …perdón, catalanes –a veces, me lío-.

Se trata así de un modelo exitoso que había que exportar a la producción económica. El español lo hablan unos quinientos millones de personas, el catalán unos seis. Si se genera un país con un idioma pequeño, se genera una economía pequeña pues el idioma es un  producto económico que va desde el etiquetado hasta la consecución de un puesto socialmente relevante de trabajo. Así, el mercado se achica y con el la burguesía provinciana gana  en un doble sentido. Primero, porque el comercio se reduce pues el negocio en catalán –el etiquetado o la acción física- habría que estudiarlo muy bien para ver si resulta rentable para una instalación foránea en un mercado tan reducido. Segundo, en el mercado laboral, pues la competencia se reduce al igual que ya se hizo con éxito en la administración: los obreros podrán ser sudamericanos, pero los capataces serán catalanes.  Por ello, del mismo modo que el tendero de la esquina sueña con cerrar El Corte Inglés no en aras de la lucha contra el capitalismo explotador sino por su negocio, la pequeña burguesía catalana sueña con un país que limite en los cuatro puntos cardinales con su propio interés de provincia. Porque ellos ya poseen las provincias.

¿Y la clase trabajadora? Del mismo modo que la pequeña burguesía, la clase trabajadora se hace nacionalista por considerar que esto limitará la competencia y, con ello, estará en condiciones de conseguir una mejora. Efectivamente, el discurso implica que una vez librados de los vagos españoles que les roban -y aunque esto no se diga todos piensan que además así se librarán de la inmigración hispanoamericana que no vendrá pudiendo quedarse en España cuyo idioma ya hablan-, Cataluña solo recibirá a suizos, luxemburgueses y estadounidenses, concretamente de Silicon Valley,  en busca de una vida mejor. Así, los trabajadores independentistas creen en el paraíso catalán en la tierra porque les permitirá medrar hasta el grupo de la pequeña burguesía de forma más sencilla que en un mercado más competitivo.  

De esta forma, la triple alianza entre los administradores regionales -los políticos-; la pequeña burguesía -funcionarial , profesionales y pequeña y mediana empresa-;  y, los trabajadores, explican el auge del independentismo desde una situación de clase. Cada uno de estos colectivos cree ganar algo con la gloriosa nación independiente en su medro social. Y esto también explica, conforme la ensoñación es más difícil de creer, que el apoyo sea mayor en la clase política y pequeña burguesía que entre la clase trabajadora, más determinada por su origen.

¿Y por qué la gran empresa no es independentista? Porque, dejándose llevar igual por sus intereses propios, sin embargo sabe más de economía. Y el mercado es el mercado y al mercado ellos le llaman España. No es que tengan otros intereses más nobles sino que son incompatibles, en este caso, con lo paleto.

La idea de la gloriosa Cataluña independiente podría ser seria si estuviéramos doscientos años atrás, pero ahora es sólo ridícula. Y lo es porque la globalización y no la nación es la clave de la nueva economía. Del mismo modo que una de las razones fundamentales del surgimiento del estado-nación fue la creación capitalista de un mercado único frente a las diferencias regionales de todo tipo habidas hasta entonces -desde los pesos y medidas hasta los tributos- una de las consecuencias del Nuevo Capitalismo es la creación de un mercado mundial. Así, y como sabe cualquiera que sepa leer, la expulsión inmediata de Cataluña de la Unión Europea implicaría su salida como sujeto de la globalización. Y esta salida implicaría a su vez el hundimiento de la economía  -salvo que se transformara en paraíso fiscal, que ahí alguno de sus históricos dirigentes podría dirigir sin duda semejante proces-.

Y si todo esto es tan claro, ¿por qué insistir en la independencia? ¿Son tan tontos?

No, la oligarquía nunca es tonta porque si no, no sería oligarquía. En realidad, la oligarquía provinciana de Cataluña –políticos y pequeña burguesía- no busca esa independencia sino el concierto vasco y navarro. En España hay dos regiones que no realizan ningún tipo de distribución de la riqueza con el resto: País Vasco y Navarra. Y ese es en realidad el sueño de todo pequeño burgués catalán, y todo independentista catalán no es más que un pequeño burgués gritando alto.

Efectivamente, la clase política catalana ganaría así gobernar la región sin  competencia real, pues nadie se atreverá, como pasa ahora en Navarra o el País Vasco, a cuestionar el privilegio.
A su vez, la pequeña burguesía vivirá un proteccionismo fiscal que les permitirá vivir mejor que el resto y que se representará, ideológicamente y como falsa conciencia, como merecido.
Y la gloriosa clase trabajadora podrá ver al Barça en la liga española. Y pensar que Messi habla catalán en la intimidad.

Como los malcriados adolescentes que quieren vivir en casa de los padres para tener plato puesto y servicio de lavandería pero se rebelan ante la hora de volver a casa, los independentistas catalanes, y los defensores del concierto vasco y navarro, quieren un hotel España que defienda su privilegiada situación económica, generada bajo la sombra de la oligarquía y el  caciquismo como formas del gobierno de España. No quieren, en definitiva, que la democracia dé los mismos derechos a las regiones pobres que esas formas de gobierno nacional, a las que deben su situación de riqueza, formaron.

Y en su ensoñación romántica dicen que los pobres son españoles y ellos son ricos y catalanes.
Pero, en realidad, solo dicen que son pobres.

Primero se independizó EEUU dando paso a la Época Contemporánea.
Luego, en la farsa, África fue entregada en un pacto entre las potencias coloniales y la oligarquía local.

Y la tercera vez que la historia se repite, ahí se olvidó Marx, es como butifarra. 

martes, septiembre 15, 2015

EL TORO DE LA VEGA Y LA BARBARIE

Hay, al menos, dos formas de enfrentarse a la barbarie. Una es insultarla sin más, otra es argumentar en su contra. Sin duda, hay un sentimiento noble cuando se la insulta pero, a su vez, entramos en su dinámica. Por eso, la verdadera respuesta ante la barbarie es la argumentación. Lo que ella nunca podría hacer.

Cada 15 de septiembre, un montón de bestias persiguen a un pobre toro para matarlo en una, por lo visto primitiva localidad, llamada Tordesillas. Yo también tengo una vida vacía pero me distingo de semejantes seres por dos motivos: por un lado, no disfruto con el sufrimiento ajeno; por otro, alguna vez leí y acabé un libro.

Pero mostrar la repulsa ante lo que ocurre entre seres elementales, a los que tal vez no quepa exigirles mayor responsabilidad moral que al mismo toro asesinado en aras de esa basura popular llamada tradición, no debe llevarnos como antes hemos señalado al insulto. Por eso, antes de topar con él, paramos aquí esta objetiva descripción antropológica de los hechos. 
Y por eso, pasamos a la argumentación.

Este artículo lo publicamos hace tiempo, sin embargo consideramos, tal vez por vagancia para no escribir otro, que conserva vigencia. El original está aquí, pero ahora, para mayor comodidad, se lo reproducimos.  

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Un proceso clave del desarrollo de la civilización y la cultura debería ser la eliminación de todo sufrimiento, pero especialmente del innecesario. Por tal, se entiende aquel que o bien puede ser eliminado de forma absoluta pues su cometido carece de sentido -por ejemplo los sacrificios rituales con la muerte de seres vivos- o bien aquellos cuyo fin puede ser útil pero pueden ser paliados, por ejemplo empleando la anestesia en las operaciones quirúrgicas o en el parto -nota: eliminar el dolor del parto es clave en la emancipación humana sin duda alguna-. Así, al juzgar algo donde existe el dolor y, con él, sufrimiento deberemos pensar, básicamente, el para qué se genera ese dolor y, luego, si es que resulta inevitable pues con él se consigue algo provechoso, si puede ser reducido o eliminado. Y por tanto, al pretender criticar algo e incluso exigir su prohibición, deberemos plantearnos si ese objeto que criticamos es o no un sufrimiento innecesario posible de eliminar. Y no solo posible, sino civilizatorio el hacerlo.

Las corridas de toros son sin duda un espectáculo cruel. En él se da el sufrimiento de un animal para el regocijo de otros. La cosa a primera vista parece clara: la exhibición pública de un ser vivo para causarle dolor cuya finalidad es la mera diversión no debería sino producir repugnancia y tristeza moral. Sin embargo, hay gente, lo cual nos despierta cierta sorpresa, que defienden dicho acto amparándose en cuatro argumentos fundamentales: primero, que se trata de un acto cultural -incluso que responde a problemas existenciales profundos, según la ministra-; segundo, que es una tradición a respetar; tercero, que aquellos que comemos carne, bien rica que está por cierto, no podríamos criticar esto pues se trataría de lo mismo; y cuarto, que su prohibición implicaría ir contra la libertad personal de las personas en poder elegir este espectáculo u otro.

¿Son los toros cultura? Para contestar a esa pregunta habría primero que responder a otra y es qué entendemos por cultura. Existen al menos dos definiciones generales de cultura que, creemos, pueden resumir cualquier otra. En la primera, de raíz antropológica, cultura es el conjunto de usos y costumbres de una sociedad determinada. En esta primera definición, sin duda alguna los toros forman parte de la cultura del mismo modo que el sacrificio humano para los aztecas o el campo de exterminio para los nazis, pues son usos y costumbres propios. Sin embargo, creemos que cuando los partidarios de matar toros hablan de esto se refieren al otro significado de cultura: algo que escapa al uso social y que se relaciona con un elemento superior de humanidad. Así, podríamos decir que en estos términos la cultura sería un elemento de distinción y enriquecimiento para los individuos, pues la idea sería que es mejor ser culto que no serlo ya que nos hace más humanos. Ahora bien, ¿enriquecen humanamente los toros? Si asistimos a su espectáculo veremos que la clave del toreo estriba en la violencia real, no ficticia, el sufrimiento también real y la humillación, otra vez real, de un animal. Así, la tortura sistemática producida hacia el toro, que comienza con la situación de estrés de verse encerrado para acabar en la muerte tras una tortura física de unos veinte minutos, solo añade más sufrimiento real al mundo y no parece enriquecerlo ni hacerlo mejor. Antes bien, la fiesta de los toros, o mejor: contra los toros que son los que fundamentalmente no disfrutan de la fiesta, no es sino la reproducción de aquello que ha sido la norma propia de la historia hasta ahora: la crueldad del fuerte sobre el débil. Es decir, si la cultura nos hiciera más humanos no parece que su camino fuera la repetición sistemática y programada de aquello que hasta ahora nos ha impedido serlo y contra lo que la misma cultura lucharía: la crueldad innecesaria. Y no vale aquí señalar que hay otros espectáculos crueles en el teatro o en las figuraciones –a través de asesinatos o violencia extrema- pues en ellos prima un hecho clave que está fuera de la llamada fiesta: la representación y fingimiento de dicha violencia. Efectivamente, en Hamlet mueren muchos personajes pero ninguna persona; en los toros mueren, y de verdad tras ser torturados, seres vivos. Por eso los toros no representan como las obras de arte sino que son el mundo: un lugar cruel y espantoso del que solo la cultura debería sacarnos. Y por eso, la cultura es ajena, por principio, al mundo de los toros –como lo es a este mundo-.

Pero, ¿no son los toros una tradición? Sí lo son. Y esto es sin duda, pero ahora la pregunta ¿y qué? Lo único que señala una tradición es que algo se ha mantenido en el tiempo con el permiso social de la clase dominante. Por ejemplo, ha sido tradición que los pobres pasaran hambre pero no se convirtió en ella seccionar limpiamente la cabeza de la aristocracia. Así, que algo sea una tradición no indica nada sobre su bondad o maldad. De hecho, el burka puede ser una tradición o la ablación y no parece, salvo distorsiones multiculturales, que representen elementos de cultura. Así, que algo cruel sea una tradición solo puede hablar mal del desarrollo histórico. Precisamente los toros son un ritual porque presentan la historia de la humanidad hasta ahora: crueldad. Además, seamos sinceros, que algo sea una tradición no quiere decir sino que ha sido una barbarie perpetuada.

¿Pero no comemos nosotros la carne? -ha quedado bíblico sin duda-. Pues evidentemente sí. Y la tomamos primero porque está muy rica. Y la tomamos también porque es sano e imprescindible. Efectivamente, no solo resultó clave en el proceso evolutivo del cerebro humano sino que además la ingesta de proteína animal resulta buena para el organismo. Es decir, la razón de que hagamos sacrificios animales para alimentarnos es que es necesario. No los matamos por placer. Y aquí surge, en relación con lo anterior, algo importante como es la distinción entre este dolor necesario y el ritual o el sacrificio de los toros o de cualquier otra fiesta de maltrato animal. En el sacrificio se consagra la forma de ser de las cosas y por eso tiene la idea de lo tradicional y acaba siendo un ritual y una tradición, sin embargo al asumir un mal necesario perpetuamente se busca la disminución del dolor y por eso hay progreso. Así, nosotros abogamos porque el animal sacrificado en el matadero lo sea de la forma menos cruel y dolorosa posible. Incluso opinamos que deberían prohibirse aquellas prácticas alimenticias, como el paté de ganso por ejemplo, que generan una relación entre el dolor del animal y la necesidad del producto desproporcionada. Sin embargo, el taurino festeja el dolor. Así no solo hay diferencia en la necesidad del hecho, entre los toros innecesarios y el matadero nutritivamente necesario, sino también en la forma. Al comer carne se lleva a cabo una necesidad donde la muerte del animal no se festeja; al hacer una corrida se celebra el dolor de la bestia –ahora nos referimos en la plaza solo al bovino-. Es la diferencia entre un anhelo de civilización y un deseo de permanencia en la barbarie.

Pero, muy bien, clama el partidario de la fiesta de -contra los- toros: ¿no tengo derecho a ejercer mi libertad? ¿No puedo ver lo que me plazca? Por supuesto, la libertad individual es fundamental en democracia y el estado no debe ser, como aquí ya hemos defendido, un padre moral. Y precisamente por ello no puede prohibir, aunque pueda determinarse como inmoral por cualquier persona, cualquier práctica admitida entre todos sus integrantes. Así, la condición para realizar libremente una acción es, precisamente, primero que sus integrantes, todos aquellos que de un modo u otro intervienen, tengan capacidad de dar su consentimiento; y, segundo, que efectivamente lo den. Por eso, por ejemplo, el estado puede y debe prohibir la tortura pero no las prácticas sadomasoquistas. Sin embargo en el mundo del toreo hay un ser al que nadie le pide opinión: al toro. Efectivamente la libertad de asistir a los toros implica, de hecho, matar a un ser que no ha hecho nada con el único motivo de divertirse. El toro es una víctima inocente que sirve para la humillación, de hecho se llama engaño, y la crueldad.

Cuando uno va, especialmente antes, a un pueblo le llama la atención el desprecio con que los lugareños tratan a los perros: el mío va a mi lado. Tal vez sea hora de volver a señalar que la verdadera humanidad no está en contacto con lo sencillo, con la naturaleza y demás porquerías sino en la sofisticación del pensamiento. Precisamente, lo humano está en ver ese documental donde por fin el león capturó a la cebra y sentir lástima de ella mientras el resto del rebaño vuelve a comer sin remordimiento alguno: solamente existe el del espectador. La cultura es sofisticación y aquella, a su vez, exige desear el fin del siempre presente sufrimiento. Es ingenuo pensar que prohibir los toros sea un gran paso pero debemos considerar también que al menos ya no habrá seis animales torturados, seis, cada domingo en cualquier lugar de España si esto se consigue. Ni más sangre ni más moscas.

domingo, septiembre 13, 2015

REFUGIADOS (desde una perspectiva de izquierdas)

La diferencia fundamental entre filosofía crítica y política es que la primera puede limitarse a exponer y argumentar mientras que la segunda, si bien igualmente puede también hacer eso, debe necesariamente aportar además soluciones. Por eso, a veces, es más fácil ser  crítico profundo que buen político.

La crisis de  los refugiados de Siria parte de un error de concepto. No se trata de una crisis sino de algo ya cotidiano. Efectivamente, la palabra crisis tiene un trasfondo de excepcionalidad que no recoge bien este fenómeno tan común. Cada año salen miles de personas de sus países de origen, especialmente en África, huyendo literalmente de ellos: todos en realidad son refugiados. Y todos lo son porque la causa de su emigración es política, pues las condiciones que les llevan a la huida no son sino la situación socioeconómica de sus países de origen cuya responsabilidad primera, no conviene olvidarlo, recae sobre sus pésimos gobiernos. Así, el primer punto para hacer un análisis de izquierda es negarse a distinguir entre refugiados y emigrantes: todos son emigrantes y todos son refugiados en estos casos concretos –y no necesariamente en todos, lo que sería otro error-. Los sirios que vienen a Europa son refugiados e inmigrantes; los subsaharianos que vienen a Europa, también.

Ahora viene el problema ¿Es una solución política prohibirles la entrada y dejarlos a su suerte? Parece claro que no ¿Es la solución política entonces que vengan todos a Europa? Tampoco parece buena solución, al menos desde una perspectiva progresista.

¿Ah, no? ¿No será que soy un malvado sin corazón? Eso es más que probable, pero ni en la filosofía ni en la política deben priorizar el corazón sino el cerebro. Y esto nos hace humanos.

Generar una Europa de asilo y refugio generalizado como solución al problema es un error desde una perspectiva de izquierdas. Efectivamente el asilo universal y permanente no puede ser una solución estructural a los problemas de África, o de otras partes del mundo –por supuesto, otra cosa es la solución momentánea y puntual-. Y no lo puede ser desde una perspectiva de izquierdas y progresista por, al menos, dos motivos.

En primer lugar, desde los derechos humanos. Aunque pueda sorprender los refugiados lo  son porque no quieren abandonar su país sino porque son obligados a ellos. Por tanto, el hecho de ser refugiado ya es una violación de sus derechos y eso es algo que la izquierda no debe olvidar. Así, desde los derechos humanos el trabajo estructural de la izquierda debe ser impedir que haya refugiados, es decir: que haya la primera violación de los derechos humanos, y una acción coyuntural, y lógicamente necesaria, será crear medidas para ayudarles cuando se vean forzados a serlo. Esto implica que  la izquierda no debe centrarse políticamente en la recogida y amparo de refugiados -nota: recordemos que desde un discurso de izquierdas los inmigrantes deben ser considerados políticamente como refugiados- sino en evitar que a las persona se las convierta en refugiados –o en inmigrantes-. Porque cuando ya son refugiados, o tienen que emigrar, sus derechos humanos ya han sido violados.

 En segundo lugar,  porque la izquierda debe ser crítica efectivamente con el  colonialismo económico. La izquierda critica, y con razón,  el colonialismo económico que ejercen las grandes corporaciones y países desarrollados sobre los países no desarrollados. Sin embargo, y no de forma paradójica, inmigración y refugiados refuerzan este nuevo colonialismo.

Primero, porque los emigrantes/refugiados no suelen ser las personas menos preparadas de su país sino, al contrario, suelen pertenecer a los sectores con más preparación e iniciativa Y, por tanto, su marcha implica una descapitalización intelectual y social del propio país de origen. Y esto a su vez provoca la imposible aparición de clases sociales emergentes que puedan competir por el poder con los actuales gobernantes corruptos. Así, el ciclo refugiados/emigrantes es un círculo vicioso para el país de origen, pero un auténtico chollo para la oligarquía dominante pues ve como su posible competencia desaparece.

En segundo lugar, por el tema de las remesas, el dinero que los refugiados-emigrantes envían a sus países de origen. Efectivamente, las remesas se han convertido en una fuente permanente de ingresos para los países de origen que sin necesidad de invertir ni administrar políticas económicas eficaces reciben dinero de aquellos ciudadanos a los que previamente han expulsado. La oligarquía así comprende que la emigración resulta una inversión económica que además no genera riqueza estructural al país con lo que tampoco genera una clase emergente peligrosa para sus intereses. Mandar emigrantes/refugiados es una iniciativa emprendedora de éxito económico y social.

De esta forma, los emigrantes/refugiados –lógicamente de forma involuntaria y siendo ellos mismo víctimas- mantienen la situación de sus países de origen al reforzar la oligarquía allí dominante y el sustento de esta por el colonialismo económico.  Por lo tanto, y desde una perspectiva progresista la inmigración sí es un problema, pero no tanto para los países receptores como fundamentalmente para los países de origen, pues les impide cualquier proceso de progreso social.

¿Y entonces qué debería hacer una política de izquierdas ante este problema? A la izquierda se le llena la boca con la no intervención y es un error de base. Y lo es, a su vez, por dos motivos.

En primer lugar, porque si el análisis anterior es cierto la descapitalización social de los países de origen de refugiados/emigrantes evita cualquier posible cambio de progreso en los mismos. Efectivamente, ya lo hemos explicado, la salida de los individuos más capaces hace que la lucha por el poder sociopolítico solo se establezca entre los propias facciones ya dominantes socialmente –de forma social, económica, política o religiosa- pero impide la aparición de nuevos protagonistas que pudieran traer cambios radicales. El conservadurismo está servido.

Esto, a su vez, provoca la segunda consecuencia que es que el cambio interno se genera como imposible en estos países o, al menos, como imposible para el progreso. Por supuesto podrá haber cambio, pero lo será desde las propias facciones ya reseñadas que controlan en la actualidad el poder y cuya búsqueda absoluta del mismo desde luego no tiene una finalidad progresista. Por tanto, los países así establecidos no pueden cambiar hacia un progreso de libertades por causas internas, pero no por una incapacidad biológica de sus habitantes, como pensaría un racista, sino por la destrucción del tejido social que haría falta para ello. Esos países están configurados, desde el propio colonialismo económico y las oligarquías locales, para evitar cualquier movimiento propio de cambio y para ello se evita la creación de cualquier clase social emergente que no esté ya disfrutando –o sea, robando- del poder.

Así, si la causa endógena queda descartada solo nos puede quedar una causa externa, es decir: el cambio debe ser impulsado fundamentalmente desde fuera. Y fuera somos nosotros.

¿Nosotros? Sí, la izquierda debe ser intervencionista. Pero, ¿qué significa esto?

Una diferencia fundamental entre el pensamiento de izquierdas y de derechas es la función del estado en la economía, en particular, y en la sociedad en general. Para la derecha, el estado es subsidiario y debe ser mínimo mientras que para la izquierda el estado tiene la obligación de jugar un papel fundamental. De hecho, con esa idea de estado intervencionista se construyó el actual sistema de bienestar europeo. Así pues, y esto es importante, la izquierda no puede defender el no intervencionismo ni en lo nacional ni en lo internacional.

Un factor fundamental de la globalización actual es la separación de la economía y la política. Esto ha sido sin duda el triunfo más importante de la derecha política. Así, la acción económica ha quedado fuera de la esfera política que hasta los años 80 del pasado siglo la controlaba. Alguien podría aseverar que no es así y que actualmente la economía sigue gobernada por instituciones políticas como la Troika. Y no le faltaría razón. Pero estas instituciones escapan radicalmente de cualquier control democrático directo. Es más, imponen sus decisiones sobre los gobiernos nacionales elegidos, más o menos, democráticamente. De esta forma el Nuevo Orden Internacional, no solo político sino también económico, se está construyendo no tanto desde los intereses del malvado Capitalismo como desde los intereses de la oligarquía dominante. 0 se interviene, otra vez la palabra, por tanto en este Nuevo Orden Internacional o nos quedamos para gritar  que no nos representan mientras realmente nos gobiernan.

¿Pero cómo hacerlo? Para intervenir en algo hay que ser sujeto de la acción.  El proceso de construcción del estado de bienestar europeo se explica por la intervención de los estados nacionales en la economía. El problema hoy en día es que dicha economía ya no es nacional sino globalizada y esto conlleva que meramente un estado nacional no pueda ya intervenir eficazmente pues carece de suficiente poder. Únicamente aquellos estados transnacionales, como Rusia, China o EEUU, cuyos intereses se implican estructuralmente más allá de sus fronteras y tiene el poder suficiente para actuar, dirimen la cuestión. Y esto explica el ridículo papel que Europa juega en el escenario internacional, no siendo ya más, como mucho, que la vieja potencia colonial: les robaban, pero ya ni pinchan ni cortan excepto para defender a la oligarquía local. Por ello, si se quiere influir en la creación del Nuevo Orden Internacional, y es necesario hacerlo porque si no se construirá sin una perspectiva progresista, se debe construir un sujeto fuerte que pueda ejercer presión diplomática, económica y, no lo olvidemos tampoco, a través de la amenaza de la fuerza militar en excepcionales casos.

Resumamos.

Primero, hemos visto que el problema de los refugiados/emigrantes debe ser tratado como un único problema  desde una perspectiva progresista, pues ambos colectivos sufren la imposición del destierro. Y que este problema no debe convertirse en un tema estructural en los países de acogida sino en su origen, pues este mismo hecho se trata ya de una violación fundamental de los derechos humanos.

Segundo, analizamos como la descapitalización social de estos países, a la que cómodamente se amoldan sus regímenes corruptos y el colonialismo económico, impiden una solución interna pues las clases emergentes, que podrían disputar el poder a las establecidas, son las que se abandonan el país.

Tercero, y como consecuencia de esto, defendemos que hace falta una actuación lo suficientemente fuerte para influir en el Nuevo Orden Internacional y que para ello, a su vez, se necesita un sujeto político capaz de ejercer dicha presión.

Ahora vuelve la pregunta fundamental: ¿quién y cómo?

Un sujeto fuerte en la escena internacional implica una economía fuerte. Alguna vez ya hemos hablado aquí de que una necesidad política de izquierdas para detener el proceso de precarización es la formación de Europa como un país. Igualmente, si se quiere influir en el nuevo orden internacional desde una potencia democrática no parece probable dejarle ese nuevo papel a China (nooooo, tampoco a Venezuela). Sólo un nuevo estado construido desde, al menos, una mínima democracia puede ejercerlo. Europa como país debe ser una prioridad de la izquierda: no solo ya a nivel interno, para parar el proceso de precarización europeo, sino también a nivel exterior, para la construcción de un nuevo orden internacional democrático.

Y ahora viene lo triste: la diferencia entre el ser y el deber ser ¿Cuál es la prioridad de la izquierda? Si uno se fija en el discurso de la autoproclamada izquierda notará una ausencia absoluta de política internacional o de análisis económico riguroso. Todo es  un discurso lleno de solidaridad, lenguaje demagógico y ñoñerías semejantes. Incluso, la tendencia de la izquierda que pretende ser transformadora es la del aldeanismo, convirtiéndose en un movimiento con fundamentos nacionalistas y defensas de patrias y pueblos diversos: en fin, unos paletos. Por eso, podrán llegar hasta a colgar pancartas de bienvenida a los refugiados, además en inglés porque son superpreparados,  o autonombrarse incluso ciudadesguiónrefugio, pero no podrán salir de ese espíritu de huchita del Domund que tan bien representaron, y en algunas izquierdas muy rebeldes aún representan, las bondadosas monjitas. Mientras se construye un Nuevo Orden Internacional la izquierda mira a las tribus autosatisfecha.

Y así, seguirá gritando que ellos no nos representan.
Y así, nos gobernarán a nosotros. Porque, déjese de sentimientos tribales y supersticiosos, todos los demás somos nosotros.

sábado, septiembre 12, 2015

LA FRAGILIDAD DE LOS SÍMBOLOS/3

Ya lo hicimos una vez.
Ya lo hicimos otra.
Y aquí va la tercera...
DIADA DE CATALUNYA

La patria guía al glorioso pueblo catalán.





Pero, ¿hacia dónde?

viernes, septiembre 11, 2015

miércoles, septiembre 09, 2015

DARWIN, SIEMPRE DARWIN

Si tuviéramos que escoger un científico nos quedaríamos con Darwin. Su grandeza es haberse atrevido a descubrir algo que cualquiera debería haber descubierto antes. Sin necesidad de conocimientos matemáticos previos cualquiera hubiera podido descubrir la Evolución. Pero sólo él lo hizo.
Ahora, se subasta, como si se pudiera comprar con dinero, una carta suya.
Dice así:

Lamento tener que informarle de que no creo en la Biblia como revelación divina y por lo tanto tampoco en Jesucristo como el hijo de Dios. 
Atentamente. 
Ch. Darwin

Nosotros tampoco creemos en Darwin porque eso sería insultarle.
Nosotros buscamos pensar con Darwin, buscamos sus argumentos, nos convencen.
Es la diferencia entre la superstición y la Ilustración.
Darwin, siempre Darwin.

lunes, septiembre 07, 2015

CAPITALISMO E IDEOLOGÍA: ARTE SUBVERSIVO/1

Utilizar la palabra subversivo es cuando menos emplear un término  críticamente poderoso: ¡uf, qué subversivo! Y luego poner cara de que, primero, lo hemos entendido y, segundo, estamos de acuerdo.  Efectivamente, decir que algo resulta subversivo quiere decir que ahonda y va en contra no sólo de una idea concreta del discurso dominante sino que, además y principalmente,  ataca sus pilares: o sea, sin enrollarse, que resulta extraordinariamente crítico y rebelde.

Últimamente, este término se ha utilizado para referirse a la nueva obra de Banksy, artista que siempre ha pretendido ejercer una acción presuntamente contraria al sistema y que esta vez ha sorprendido con un Disneylandia pero en plan crítica feroz. Lo que nosotros pretendemos -de pretensiones está el mundo lleno aunque no sabemos si acabará siendo subversivo o no e incluso no sabemos por cuánto nos lo comprarán en el mercado subversivo del arte subversivo- es analizar si realmente cabe la posibilidad en el Nuevo Capitalismo de realizar obras de arte subversivas o, cuando menos, productos estéticos qué tal índole. Así pues, todo este artículo pretende analizar no si el arte de Banksy en concreto es subversivo o no, sino algo más: si el arte, e incluso cualquier actividad intelectual como la Filosofía o el discurso político por ejemplo, pueden resultar subversivos en el Nuevo Capitalismo.

Lo primero de todo es volver a la definición para definir con exactitud. Por subversivo entendemos aquello que va contra, socava, los cimientos del orden establecido, no solo alguna idea en particular, y provoca, o al menos busca provocar, una reacción entre los espectadores de rechazo, primero, y luego de reacción crítica frente a ese mismo orden. Así, un arte es subversivo, y esto es importante, porque se enfrenta en lo fundamental al discurso dominante, ridiculizándola o mostrando su falsedad. Por tanto, para ser subversivo no basta con uno sino con dos. Para que haya subversión no basta con un artista o filósofo revolucionario sino que también es necesaria una serie de ideas sociales dominantes y concretas contra las que actuar.

Pongamos un ejemplo: en la España de Franco, un arte subversivo era una película que pusiera en solfa la ideología propia del Régimen como pudiera ser, por ejemplo, El pisito –obra maestra sublime-, Calle Mayor –obra maestra sublime-  o la serie de películas de Berlanga, por ejemplo. Y lo era no solamente por el contenido de las obras en sí mismo sino también porque el régimen franquista tenía sin duda una ideología claramente perfilada.

Así, hay tres condiciones para el arte subversivo: primero, que lo presentado sea lógicamente una obra de arte; segundo, que exista una ideología concreta en el  sistema de dominación; tercero, que dicha obra vaya contra esa misma ideología.

Hasta la irrupción del Nuevo Capitalismo todos los sistemas sociales de dominación tenían una faceta de explotación y otra de dominación subalterna a la primera. Los sistemas económicos anteriores al Nuevo Capitalismo tenían su base económica en la explotación del trabajo humano,  que realizaba la mayoría de la población, por parte de una minoría que mantenía una actividad básicamente ociosa y que vivía de dicho trabajo. Por ello, era necesario el control de la sociedad para evitar la rebelión. Así, como se trataba de sustraer el producto de trabajo por parte de una minoría a una mayoría inmensa solo había dos salidas: o la pura coacción violenta o el engaño del convencimiento. Atraco o timo, y las dos se utilizaban. La forma violenta no exigía más que el uso de la fuerza bruta pero el timo exigía algo más: que esa inmensa parte de la población a la que se le robaba el producto de su trabajo no reaccionara ante el hurto y estuviera convencida, al menos asumiera, que esto era la situación normal. Y ahí, grosso modo, es donde estaba la función de la ideología que servía para conseguir que esa misma gente robada no presentara una reacción hacia la dominación.

Por todo ello, y de acuerdo a la simplificación del esquema que estamos haciendo pero que contiene en esencia la verdad, el sistema de dominación tenía unos  contenidos culturales determinados que tenían como finalidad la aceptación por parte de esa mayoría expoliada pero ahora convencida de su condición sumisa. Ideas como la religión o la patria –eso que hoy es tan de izquierdas en Cataluña- no eran, y no son, sino elementos utilizados para esa dominación. Y por ello, atacar esas creencias convertía al discurso en subversivo pues buscaba socavar los cimientos de la dominación ideológica. La subversión era posible, por tanto, no solo porque hubiera artistas rebeldes, o en cualquier otro integrante del segmento cultural en la división social del trabajo, sino porque había un discurso explícito y concreto por parte del sistema de dominación en el que mostraba sus ideas: defiendo esto y aquello. Burlarse de la patria era subversivo, burlarse de la religión era subversivo –por poner los dos ejemplos anteriores- porque el propio sistema defendía la patria y la religión para mantener la explotación de la mayoría social.              
          
Pero, ¿quiere esto decir que todo sistema de explotación debe tener a su vez y necesariamente dominación? Contestemos a esto, pues ya lo hemos tratado; aquí y acá de manera desarrollada, brevemente: no. La dominación no es un fin en sí mismo sino solo un medio para conseguir otra cosa. En este caso concreto un medio para  lograr la explotación que realmente es el auténtico fin. Del mismo modo que la violencia o el engaño no es el fin del ladrón sino el botín, si se puede explotar sin necesidad de dominar resulta un ahorro de energía.

Y ahora, vengamos a la actualidad para intentar contestar a nuestra pregunta ¿Puede ser el  arte de Banksy, o cualquier otra obra, arte subversivo? La forma más sencilla de contestar a esta cuestión es no yendo a la obra en sí misma, pues las obras con pretensiones de subversión son como los libros de pensamiento positivo: muchos, sino a su enemigo: ¿existe ideología concreta en el Nuevo Capitalismo?

Algo que llama mucho la atención es cómo en el Nuevo Capitalismo existe libertad y derechos civiles. Los sujetos pueden expresar libremente sus ideas y formar partidos políticos o asociaciones para defenderlas, hacer arte subversivo y venderlo o incluso tener este rebelde blog... Parece así que la dominación no resultaría muy efectiva ateniéndonos a este campo. Efectivamente, y siendo sincero, ¿tenemos usted o yo problemas para expresar nuestra opinión porque el sistema capitalista la coarte? Parece que no, encima, nos lo facilita.

Pero, además, no se puede identificar un pensamiento determinado y concreto como la ideología del sistema del Nuevo Capitalismo. O diciéndolo de otra manera: el sistema ya no tiene ideología en cuanto a pensamiento concreto que defienda sus intereses. Alguien podría aseverar que el pensamiento neoliberal podría ser el discurso ideológico dominante pero eso demostraría que no ha entendido el concepto de ideología y que lo confunde con los intereses intelectuales de la oligarquía. Pues podrá ser que ahora por su interés de clase sea ese el discurso - tal y como se  ve en el proceso de precarización- pero no hay   que confundir el interés de la oligarquía con el interés del sistema.

Los sistemas anteriores necesitaban engañar a la gente para que esta accediera   a dar el fruto de su trabajo a una minoría social. Sin embargo, el Nuevo Capitalismo no funciona así porque, como ya hemos analizado otras veces, en el Nuevo Capitalismo la producción económica no se reduce sólo a la producción propiamente dicha de elementos materiales en el trabajo sino que en ella entra también el consumo: consumir es producir beneficio económico capitalista. Al ocurrir esto, cualquier actividad que guarde relación con dicho consumo es una actividad que produce beneficio y por lo tanto es una actividad productiva en la explotación del sistema. Ahora, como ya hemos dicho en otras ocasiones, imagine su vida diaria y piensen si existe algún momento en el cual está usted, o yo, realizando alguna actividad sin consumir absolutamente nada ya sea activamente o de forma pasiva ¿A que no?

Pongamos otro ejemplo. Imaginen que yo estoy escribiendo este subversivo artículo para publicarlo desde mi extraordinaria y autosatisfecha conciencia marxista. El mero hecho de escribir este texto implica que estoy consumiendo desde los aparatos necesarios para hacerlo, como mi ordenador, hasta la luz y cualquier otro elemento que ya sea de forma directa o indirecta está rodeándome en estos momentos. Así, al consumir estoy produciendo beneficio capitalista y estoy generándome como mercancía y como explotación económica independientemente del contenido concreto –y mire usted que lo que yo escribo es muy rebelde- de dicha mercancía. Efectivamente, como tal mercancía  sería lo mismo si lo que estuviera escribiendo fuera un artículo defendiendo la privatización de los servicios públicos que clamando contra el (inexistente) patriarcado capitalista. Mi vida es, independiente de su contenido, es auténtica, auténtica mercancía.

Así, por primera vez en la historia de la humanidad un sistema económico de explotación ya no necesita una faceta propia de dominación pues resulta imposible escapar a la explotación totalitaria que realiza dicho sistema. La explotación capitalista es la propia vida humana. Y de esta manera, el sistema puede escapar a tener una ideología determinada y los sujetos pueden expresar libremente cualquier opinión, incluso las más subversivas y antisistema, porque de lo que no pueden escapar es de su propia vida como consumo que es la clave de toda la explotación: sus propios obras críticas, y las demás, son mercancías.

Es maravilloso observar como jamás probablemente en toda la historia de la  humanidad ha habido tanto artista autodenominado subversivo, tanto discurso anticapitalista frente al sistema, o incluso tuits cargados de espíritu revolucionario en tan solo 140 caracteres. Pero todos ello lo es por el mero hecho de que su realización ha generado un beneficio económico y ya se ha convertido en mercancía de forma independiente a su contenido, que puede ser absolutamente cierto o absolutamente falso. La mercancía es la forma social y vital de relación.

Y volvamos otra vez a Banksy ¿Puede el arte de Banksy ser subversivo? Creemos que la respuesta ya está clara. Ya hemos señalado que el arte sólo puede ser subversivo contra un discurso dominante. Sin embargo, hoy en día el nuevo sistema capitalista carece de dicho discurso dominante y carece de una ideología concreta. Por todo ello, las presuntas composiciones subversivas de cualquier autor  no están respondiendo en realidad al propio sistema sino sólo a ciertas teorías que, por cierto, carecen absolutamente de hegemonía social. El discurso subversivo ya no existe porque no existe el discurso oficial por innecesario.

¿Pero Banksy entonces no es crítico? Que un sistema de explotación no tenga ideología concreta, un discurso ideológico determinado, no quiere decir que no tenga un proceso ideología. Por supuesto, se puede aún ser crítico pero el problema es que la inmensa mayoría de eso que se presenta como subversivo en realidad es complaciente. Pero eso ya otro día.