domingo, septiembre 29, 2013

CONSULTA CIUDADANA POR LA EDUCACIÓN

Siempre puede haber diferencias, pero cuando el tamaño de la agresión es tal que lo que se pretende es acabar con la idea de una educación pública que pueda poner en aprietos un modelo social precarizado y al servicio de una oligarquía -nota: aquí (1, 2 y 3) se lo explicamos, no me diga usted que son consignas huecas- ponerse de acuerdo en la lucha debe ser fácil.

Por todo ello, nosotros ya hemos expresado nuestra opinión que, nos parece,está clara. 
Por todo ello,esperamos la suya que, por supuesto,es libre.  

Consulta ciudadana por la educación.




jueves, septiembre 26, 2013

ALGO MUY INTERESANTE

Como hemos dicho otras veces, cuando alguien lo dice mejor lo lógico es darle a él la palabra para que lo explique. 

Muchas veces nos hemos metido con la autoproclamada izquierda por sus afirmaciones. Cuando estas afirmaciones son no solo correctas sino muy acertadas es justo señalarlo. Por eso, les traemos aquí el enlace a un documento sobre pensiones que consideramos imprescindible. Es algo largo, por eso no lo copiamos, pero les aseguramos que su lectura puede despejar muchas dudas sobre las falsedades que rodean a este tema.

Y no diré a disfrutarlo, porque cuando se dice la la verdad no es para eso, sino a descubrir nuevas cosas. Y si quieren,como ya he hecho yo, adherirse.


domingo, septiembre 22, 2013

DERECHO A DECIDIR Y TOTALITARISMO

Parece una cosa muy simple. Si vivimos en una democracia, Cataluña –siempre triunfant, por supuesto- debe tener derecho a decidir. El pueblo catalán tiene el derecho, al parecer sin duda, de poder votar si desean o no seguir siendo parte de España –perdón, del estado español- pues lo contrario iría contra las más elementales normas de una democracia.
¡Negar la voz al pueblo catalán nunca!
La idea es sencilla.

Parece muy simple. En el firmamento el sol se mueve cada día, desplazándose de este a oeste. Por tanto,  al parecer sin duda, el sol gira alrededor de la tierra pues de lo contrario iría contra las más elementales normas del sentido común.
¡Ir contra el sentido común nunca!
El lema se expresa con sencillez.

Pero, a veces lo más sencillo no lo es. Si algo nos demuestra la Filosofía es que el pensamiento sencillo la mayoría de las veces está cargado de errores: demasiado simple. De hecho, este texto pretende -porque yo soy un tío muy complejo- intentar desmontar el primer párrafo escrito y demostrar que el llamado derecho a decidir no es democrático. Y no solo eso -¿ven mi complejidad?- sino que es antidemocrático. O sea, que eso que se llama el pueblo catalán, y como tal pueblo catalán, no debe tener voz en una democracia: complejo.

Hay dos maneras, grosso modo, de definir pueblo. Una procede del pensamiento ilustrado y otra, la nacionalista, del romanticismo.

La primera, la ilustrada, sería la unión de los ciudadanos. Ciudadano es aquel que vive en un estado democrático y lo forma teniendo, a su vez, los derechos de una democracia. Por ejemplo, yo soy ciudadano español porque vivo en España y tengo DNI español. Aquí, lo único que se pide para ser ciudadano es ese hecho: tener el DNI. Puedo creer en lo que quiera, comer lo que quiera o ser como quiera: mi forma de ser no implica mi unión o separación del pueblo. Es decir, en la idea de ciudadano ilustrada no se pide homogeneidad, puedo ser como quiera: mi autonomía está salvada. Pero hay más. Este estado no es nunca, por ejemplo, una unidad de destino en lo universal sino solo la unión de los ciudadanos en una entidad jurídica concreta. Es decir, su fundamento, en el sentido incluso ontológico –lo sé, qué complejo soy- son los propios ciudadanos. Por eso, la soberanía reside en el pueblo: en el conjunto de los ciudadanos.  Y en el conjunto de ellos quiere decir de todos ellos.

La concepción que surge con el romanticismo es muy diferente. La pertenencia al pueblo es por una serie de características determinadas que se identifican con una entidad existente previa de carácter esencial: el pueblo y la nación. Normalmente, estas características  son la lengua, las costumbres y, guste  o no, la raza al menos en tanto que implica la existencia de un tipo determinado de ser humano que por su forma característica de ser -catalán, vasco o español- se diferencia sustancialmente de los otros seres humanos. Así, en esta visión se defiende una idiosincrasia propia de un colectivo que se presenta como unidad y que exige de suyo la homogeneidad de los individuos y su sumisión a ese sujeto colectivo que es el pueblo. De esta manera, ser español catalán o vasco  -o gallego que casi nunca les contamos, o turolense que a estos sí que nunca- implica que la forma de ser del individuo debe amoldarse, y se amolda, a esas características previas al mismo. Ser catalán –o español, vasco, turolense, gallego…- es la forma correcta, la mejor forma, de ser humano: aceptar lo que viene impuesto.

Y surge así la diferencia fundamental entre ambas concepciones. Mientras que la versión ilustrada es inductiva, la romántica es deductiva -cuánta complejidad, pienso mientras me miro en el espejo-. Pero, ¿esto qué quiere decir?

Para el pensamiento ilustrado el sujeto colectivo se debe construir, teóricamente al menos, a partir de la unión de los individuos. Es decir, el sujeto colectivo se debería constituir desde la autonomía de los sujetos particulares y son estos su fundamento. Y la clave es porque así no se pierde la autonomía propia de cada sujeto.

Sin embargo, en la idea romántica es la lógica deductiva lo que prima. Lo primero es el colectivo,  que se pierde en la historia -o, mejor aún, en el mito- y la identidad de los propios individuos viene dada por su pertenencia a dicho colectivo. La lógica deductiva aquí expuesta resulta, por tanto,  totalitaria pues es el sujeto colectivo -el pueblo- el que da sentido a los particulares –los individuos- y se convierte en su fundamento.  La identidad nacional es lo prioritario: el Visça Catalunya!, tan parecido al iArriba España!,  es la negación de la autonomía de los sujetos que allí viven.

Muy bien, muy listo -¿a que sí?-, pero todo esto ¿qué tiene que ver el derecho a decidir?. Pues ahora vamos

Cuando se nos dice que el pueblo catalán tiene derecho a decidir sobre su futuro es bueno ver que el sujeto de la frase es el pueblo catalán -sí, resulta evidente que no solo sé de Filosofía, soy un hombre del Renacimiento-. Así, lo que se nos pide de forma previa es admitir que existe a priori algo así como el pueblo catalán: el derecho a decidir es un círculo vicioso. Y como consecuencia lógica, implicita o explícitamente, se nos pide aceptar la concepcion deductiva del romanticismo y, con ella, su visión totalitaria.

Pero alguien podría decir que no y que se debe entender por pueblo catalán una mera propuesta inductiva realizada a partir de los individuos que viven en Cataluña. Sin embargo, esto se podría demostrar fácilmente como falso. Efectivamente si pensaran realmente esto quienes creen en el derecho a decidir, tendrían que admitir ese derecho para cualquier otro colectivo inductivo -desde ciudades, comunidades clubes de petanca  o cualquier otro- pues no habría diferencia entre unos y otros. Sin embargo al negarse a ello, solo tiene derecho a decidir el pueblo catalán como un todo,  están señalando implícitamente que cuando hablan de el pueblo catalán no se refieren a algo inductivo, como podría ser un mero conjunto de personas, sino a una entidad realmente existente y sustancial, la nación catalana, que es el sujeto. Es decir, se pide admitir primero la existencia de dicha nación y, con esto, la concepción totalitaria del nacionalismo.

De todo este se derivan así dos cosas.

La primera es que no se debe admitir el llamado derecho a decidir pues para admitirlo sería necesario defender ese sujeto previo que es el pueblo catalán, lo que implicaría, a su vez, la aceptación del pensamiento mítico nacionalista que es radicalmente falso. El sueño de la Razón produce monstruos, así que es mejor que aquella no duerma nunca vigilando al pensamiento mítico que incluso ahora se disfraza de izquierdista.

La segunda, más grave, es que el derecho a decidir es contrario a la democracia, y por ello al ideal emancipador de la izquierda, porque presupone, como hemos analizado, una concepción totalitaria de la sociedad y de las relaciones de los sujetos. Efectivamente, defender esta concepción implica que los individuos son secundarios frente a las llamadas patrias. Diciéndolo en plata: solo se puede defender el derecho a decidir de Cataluña si a su vez se defiende que España es una unidad destino en lo universal, que Estados Unidos tiene un destino manifiesto o que Alemania, ¡Alemania! por encima de todo. El espíritu del totalitarismo en estado puro.

Los adolescentes se creen rebeldes, pero en realidad son conformistas. Sus anhelos de rebeldía acaban en un cúmulo sentimental cuyo fin es ser arropados en la camita por mami. La autoproclamada izquierda se siente muy radical pero todo acaba ante trapos con rayitas y tonadas patrióticas -por supuesto, siempre que no sean españolas- que emocionan su corazón. Pero esas emociones paletas son la defensa de que los individuos no valen nada frente a los entes creados por la superstición y la ignorancia: los llaman patrias, también los llaman pueblos.

De 1861 a 1865 una terrible guerra civil asoló EEUU.  Los estados del Sur habían proclamado su derecho a decidir, cual buenos nacionalistas: querían tener esclavos para sus plantaciones de algodón. Frente a la dulce tierra de Dixie, con esclavos y todo pues más románticos no se puede ser, Lincoln era el presidente del Norte industrial. En Gettysburg, tras una terrible batalla, dio un discurso breve. Y curiosamente, no le dedicó gran cosa al amor patrio, su indisoluble unidad ni su glorioso pasado y futuro heroico. En vez de eso, señaló algo que siempre me intrigó: que aquellos soldados muertos defendiendo a la Unión lo habían hecho por un gobierno del pueblo, por el pueblo y para el pueblo. Murieron defendiendo la democracia.

La democracia es ese gobierno del pueblo, por el pueblo y para el pueblo. La democracia no existe para la patria o la nación sino para la sociedad. En realidad los demócratas no tenemos patria ni nación, tenemos sociedad. Y en ella, en el anhelo de una sociedad libre, queremos ingresar cada vez a más sujetos para que a su vez sean libres. La racionalidad es universal y la democracia debe ser universal: por eso no admitimos patrias o pueblos previos a esa misma racionalidad. Los totalitarios lloran con trapos, folclore y tonadillas patrias mientras los demócratas nos emocionamos con la historia universal del arte y del pensamiento.
Por fin, entiendo qué quería decir Lincoln.


jueves, septiembre 19, 2013

VIDA INTERIOR/125: A PESAR Y EN CONTRA DE LUCÍA FIGAR

¿Quién de nosotros no tiene una vida interior muy grande? ¿Y qué poeta no nos la cuenta una y otra vez? En esta sección mi alma se desnudará. Incluso he comprado una nueva para tenerla más grande. Porque, en el fondo, yo también quiero ser  feliz.

Damos clase.
A pesar y en contra de la Consejería de Educación de la Comunidad de Madrid.
Pero no nos rendimos ni nos vencen.


Lecciones inolvidables (1988). Dir: Ramón Menéndez

martes, septiembre 17, 2013

SER: RESUMEN SEMANAL

Recién terminada mi labor en Selectividad -ha sido solo por dinero- volvemos aquí.
Como dice el refrán: Nunca es tarde si la dicha es buena -por cierto, ¿se han fijado alguna vez lo que hubiera ganado el Refrán si hubiera pertenecido a la SGAE?-
En fin, de nuevo nuestro resumen.
Y salgo yo,
salgo Yo,
salgo YO,
salgo YO.

jueves, septiembre 12, 2013

IZQUIERDA IDIOTA, IZQUIERDA INTELIGENTE

1.- D. Juan Porras Blanco, concejal izquierdista de Mijas en el ayuntamiento ante la propuesta de que una calle se llame Descubrimiento (por cierto,¿de qué).



2.- D. Karl Marx, filósofo, analizando el colonialismo británico en la India.

Sin embargo, [la dominación británica de la India] por muy lamentable que  sea desde un punto de vista humano ver cómo se desorganizan y descomponen en sus unidades integrantes esas decenas de miles de organizaciones sociales laboriosas, patriarcales e inofensivas; por triste que sea verlas sumidas en un mar de dolor, contemplar cómo cada uno de sus miembros va perdiendo a la vez sus viejas formas de civilización y sus medios hereditarios de subsistencia, no debemos olvidar al mismo tiempo que esas idílicas comunidades rurales, por inofensivas que pareciesen, constituyeron siempre una sólida base para el despotismo oriental; que restringieron el intelecto humano a los límites más estrechos, convirtiéndolo en un instrumento sumiso de la superstición, sometiéndolo a la esclavitud de reglas tradicionales y privándolo de toda grandeza y de toda iniciativa histórica. No debemos olvidar el bárbaro egoísmo que, concentrado en un mísero pedazo de tierra, contemplaba tranquilamente la ruina de imperios enteros, la perpetración de crueldades indecibles, el aniquilamiento de la población de grandes ciudades, sin prestar a todo esto más atención que a los fenómenos de la naturaleza, y convirtiéndose a su vez en presa fácil para cualquier agresor que se dignase fijar en él su atención. No debemos olvidar que esa vida sin dignidad, estática y vegetativa, que esa forma pasiva de existencia despertaba, de otra parte y por oposición, unas fuerzas destructivas salvajes, ciegas y desenfrenadas que convirtieron incluso el asesinato en un rito religioso en el Indostán. No debemos olvidar que esas pequeñas comunidades estaban contaminadas por las diferencias de casta y por la esclavitud, que sometían al hombre a las circunstancias exteriores en lugar de hacerle soberano de dichas circunstancias, que convirtieron su estado social que se desarrollaba por sí solo en un destino natural e inmutable, creando así un culto embrutecedor a la naturaleza, cuya degradación salta a la vista en el hecho de que el hombre, el soberano de la naturaleza, cayese de rodillas, adorando al mono Hanumán y a la vaca Sabbala.

Y ahora, cada uno decide.

martes, septiembre 10, 2013

GIBRALTAR Y LA POLÍTICA

Desde siempre, la precisión en el lenguaje ha sido un ideal del pensamiento filosófico y también, como no podía ser menos, del mío. Educado en colegio privado, en la universidad pública, doctor en Filosofía y número uno de mi promoción en las oposiciones a profesor, siempre he procurado un uso preciso del lenguaje. Así, puedo declarar desde esta característica que el hecho de que Gibraltar sea británico o español me la pela.

Pero, hay algo falso en esto y no es la opinión subjetiva: realmente es que me la pela. Lo erróneo es creer que la política es el reino del deseo personal concluyendo que si soy indiferente ante algo ese algo ya no es importante. O dicho en lenguaje propio de esta investigación: si eso me la pela eso es una gilipollez.

En la política, y esta es la diferencia con el sueño del fácil radicalismo, lo que importa no es el deseo personal sino el statu quo vigente. Es decir, en la política no se juega solo con lo que debería ser sino, y fundamentalmente, con aquello que está siendo. Y en este caso concreto, el statu quo vigente de las relaciones internacionales. Pero, al tiempo, no solo de ellas. Es otro error,  y este intencionado como veremos, pretender que el problema actual de Gibraltar es un tema que solo afecta a la política internacional española y el actual conflicto no se puede examinar desde un tema más nacional –obsérvese la ironía del comentario.-.

En primer lugar, debemos dejar claro que Gibraltar, de acuerdo al modelo internacional vigente sobre soberanías nacionales, debería ser español. Obsérvese lo que hemos dicho. No hemos señalado un deber ser universal y de contenido moral y patrio sino uno de acuerdo a unas circunstancias concretas que son las relaciones internaciones entre países en la actualidad. Así, de acuerdo a las mismas, y teniendo en cuenta además que se trata de dos democracias que respetan básicamente los derechos humanos, el Reino Unido debería devolver Gibraltar a España.

Sin embargo, el tema Gibraltar nunca debe ser un tema prioritario para España. Resulta ridículo que en un país con seis millones de parados y un proceso de precarización que busca su conversión según el modelo chino, el tema patrio no sea la pérdida de la propia soberanía nacional y la traición constitucional del gobierno a favor de una Bruselas nada democrática sino la discusión sobre un peñasco. Efectivamente, la traición a la Constitución española y vender la soberanía al proyecto de precarización europeo es el auténtico tema para la defensa España y no una roca poblada de monos –y personas también, británicos pero personas-.

En segundo lugar, está el tema de las aguas territoriales y la ley. El tema, evidentemente, es de orden jurídico internacional y solo puede tener respuesta desde ese orden. Es decir, no parece que sea algo que se pueda discutir fuera de ese estrecho y profesional círculo. Y aquí, tampoco.

En tercer lugar, y como algo de lo que curiosamente se habla poco, el tema del lanzamiento al mar de los bloques de hormigón y las obras de ampliación deberían tratarse prioritariamente como un problema de medio ambiente y de  economía sostenible y no como un tema patrio. Igual, hasta hay razones para echar esos bloques al mar.
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En cuarto, que Gibraltar no puede ser un paraíso fiscal. Pero el problema aquí es el falso escándalo que ha generado la derecha. No se trata de escandalizarse porque Gibraltar sea un paraíso fiscal, sino de hacerlo porque haya, estén donde estén, paraísos fiscales. Así, se debe apoyar toda acción en contra del peñón como paraíso -incluyendo si es necesario cerrar la reja-, pero, a la vez, exigir en los foros internacionales la desaparición de todos los paraísos fiscales -incluyendo los que conoce la oligarquía o meterlos entre rejas-.

Sin embargo, y esto es lo que realmente importa en el momento actual, también hay que tratar este asunto desde una perspectiva política exclusivamente nacional pues hay tres temas muy interesantes.

El primero es, y no es un error, el caso Bárcenas. Efectivamente, la causa fundamental de la actualidad del asunto Gibraltar es el caso Bárcenas. Un partido acosado por problemas muy graves de corrupción necesitaba cambiar de foco de actualidad. Así, el nuevo foco sería la españolidad del Peñón. Pero, y estos es interesante, no tratándose de la tradicional cortina de humo patria. Hasta ahora las estrategias de distracción patrias tenían como objetivo la mayoría de la población inflamada de fervor nacional -por ejemplo, la diada que se avecina-. Sin embargo, esta nueva estrategia está dirigida fundamentalmente al propio electorado del PP: es un cierren filas. Esta cortina de humo ya no pretende unir a todos los españoles sino exclusivamente a los votantes que el propio partido en el gobierno está perdiendo. Y esta pérdida de voto se debe, fundamentalmente, a su política social. No hay nunca que olvidar que en España un amplio grupo de derechas tiene una política social intervencionista y ajena absolutamente al actual gobierno. Y a esto hay que añadirle, y como puntilla,  el caso Bárcenas.

Efectivamente, segundo punto, el PP tiene un grave problema pérdida de votantes por su política social que resquebraja la fidelidad del voto. Pero, lo que sí uniría a la mayoría de los votantes del PP es el tema patrio y el nombre de España. Y más después de la patética actuación del gobierno Zapatero, las acciones de los nacionalistas y la comprensión de la autoproclama izquierda hacia ellos: está prohibido decir España –la llaman estado español- pero se sientan al lado de un grupo que se llama –ojo al nombre- Iniciativa por Cataluña. Ante esto, el empleo del tema del Peñón es una estrategia para conseguir recuperar el voto: presentar al PP como el único partido nacional. Y esto busca conseguirse de una forma doble. Primero, mostrando la defensa de España con, presunta, dureza del gobierno haciendo declaraciones tipo se acabó el recreo y aspavientos con bandera de cara a la galería. Segundo, y esto es clave, conociendo de antemano el discurso de la presunta izquierda. Así, la clave en las dos actuaciones es la recuperación del voto perdido.

Así, tercer punto, se llega a una conclusión. Todo este monopolio patrio del PP no sería posible, y esto lo conoce el PP, sin la ridícula actuación permanente de la autoproclamada izquierda en el tema nacional y nacionalista. Efectivamente, la izquierda cree que se puede estar embarazado a medias y ser paleto y patriota en una región y ser escéptico y cosmopolita en Madrid. El problema, por tanto, no está en no ser nacionalista español, la izquierda no puede ser nacionalista, sino en serlo catalán, vasco, gallego o de cualquier otra provincia como lo es la autoproclamada izquierda y no serlo, ya puestos, español. Y lo que la gente, con razón, no entiende es precisamente esa incoherencia.

Y esto se ha visto perfectamente en el tema Gibraltar y se verá en la ridícula diada. Mientras en un tema la izquierda ha mantenido una mirada de superioridad moral no exenta de cierta ironía antipatriota -y ahí tiene razón- su baba caerá mientras canta ensimismada una tonadilla agrícola al lado de una bandera con rayitas -y ahí no tiene razón-. Así, lo que en un sitio es un trapo, en el otro es un símbolo sagrado: pero en una izquierda real los dos son un trapo.

Y aquí volvemos al grave problema del deseo subjetivo frente statu quo. A mí el ñoño discurso de la autoproclamada izquierda me la pela, nunca hay que perder la precision en el lenguaje, y a cada declaración de sus jóvenes dirigentes no puedo sino sorprenderme de cómo esa gente la llegado hasta ahí -para luego comprenderlo, eso sí, escuchando a sus mayores-. Pero son, aquí el statu quo, la única esperanza para obstaculizar el proceso de precarización.


La política es triste porque, curiosamente, no permite el ideal. Pero una cosa es pedir el ideal y otra es pedir, al menos, la coherencia.  Gibraltar no es más que una marca de pegamento electoral. Su finalidad es recuperar el voto perdido del PP hasta que llegue la falsa recuperación económica. Sin embargo, que funcione es un problema también que señala la incoherencia del discurso de la autoproclamado izquierda. Solo cuando esta se libre de su incoherencia paleta podrá enfrentarse a la derecha realmente aldeana. Mientras tanto, una roca con monos –y personas- o una cadena con eslabones nos son sino las distintas caras en la misma moneda del pensamiento reaccionario.

jueves, septiembre 05, 2013

VIDA INTERIOR/124: SIGUIENDO EN EL ESPINILLO

¿Quién de nosotros no tiene una vida interior muy grande? ¿Y qué poeta no nos la cuenta una y otra vez? En esta sección mi alma se desnudará. Incluso he comprado una nueva para tenerla más grande. Porque, en el fondo, yo también quiero ser  feliz.

Queridos niños, queridas niñas y público en general. Nos hemos reunido hoy aquí para aprender algo nuevo y ya sabéis cuál es nuestro lema: algo nuevo aprenderéis a poco que escuchéis, aunque solo sea a perder el tiempo con la dignidad con la que yo lo pierdo.

El otro día, entre gritos de júbilo y satisfacción, estábamos dando algo.

El próximo año más.

O sea, que sigo en El Espinillo.

MIRADA OLÍMPICA (contra Madrid 2020)

Yo no apoyo Madrid 2020. Podía sin duda quedarme ahí o, como mucho, presentar un eslogan. Pero, soy un pesado y carezco de la riqueza de una vida tan plena que me impida argumentar. Así que, aquí va el rollo.

La vida en sociedad se basa en el interés. Desengañémonos, no es el afán de compartir ni el deseo de solidaridad sino el interés de sus miembros lo que mueve una sociedad. Y esto no es necesariamente malo: yo mismo también estoy interesado.  Porque el problema no es este, que la sociedad se conforme por el interés, sino cómo se concibe y desarrolla ese interés. Efectivamente, el interés social no es el mero interés egoísta infantil que lo quiere todo y ya mismo, sino que necesariamente se entra en un juego de relaciones interpersonales y ello obliga a la necesidad de aplicar un cálculo determinado. El modo en que se cumpla dicho cálculo es la clave.

La diferencia fundamental entre una sociedad política y socialmente democrática y cualquier otro tipo de sociedad surgido en la historia es precisamente la forma en que se desarrolla ese interés social. En la sociedad democrática, se trata de un interés compartido porque cada uno de los elementos que intervienen en el mismo gana algo en la acción social determinada. Por supuesto, esto no acaba con la explotación del capitalismo y ni tan siquiera necesariamente la reduce -pueden confirmarlo en los artículos de este blog donde se analiza el capitalismo- pero genera sin duda una estructura social que permite una constante mejora del nivel de vida. Y con ella, lo que no es baladí, una sociedad que, cuando menos, hará la vida personal más llevadera no solo para un individuo o grupo concreto sino para todos.

Este modelo de sociedad basado en el interés compartido era, hasta ahora, el modelo en que se miraba como aspiración, y todo sea dicho también cierto logro había, la sociedad europea continental. Existía claramente un cierto consenso sobre ciertos puntos que, sin necesidad de beneficiar individualmente a cada uno de forma inmediata sí lo hacía a la larga o de forma indirecta. Por supuesto, no hace falta casi añadir –obsérvese la contradicción con lo posterior- que este beneficio nunca era proporcionalmente igual para todos pues este sistema no garantizaba ninguna igualdad social necesariamente. La sociedad democrática no tenía que ser una sociedad de igualdad absoluta pero sí una sociedad donde el progreso necesariamente era general. Así, lo que resultaba, sin duda, es que lograba una mejora para los grupos sociales con menos poder económico y social y esto diferenciaba este modelo de todos los sistemas anteriores –y de todos los coetáneos, pensemos en las sociedades autoproclamadas comunistas o las autoproclamadas liberales, y los actuales como ahora veremos-. De esta forma, existía la certidumbre de que la prosperidad iba unida al transcurrir tiempo. Conforme pasaran los años la esperanza racional era que iba a mejorar la situación social concreta. Por todo ello, la expectativa realista era que el pacto social repercutiría en uno mismo tarde o temprano.

Así las cosas, de este interés social general podían surgir proyectos comunes porque de acuerdo a lo anterior los integrantes de la sociedad podían tener la expectativa perfectamente razonable de que algo sacarían ellos de este proyecto. Es decir, el proyecto no era por el engaño patriótico –se acerca la diada, hay que decirlo- sino que se asumía porque todos los integrantes sociales pensaban cabalmente lograr un trozo del pastel. Por supuesto, conviene repetirlo, todos sabían que el pastel no se iba a trocear a partes iguales, pero todos sabían también que llegarían a tomar la nata y eso era impensable hacía apenas veinte años. Puede sonar a poco, pero a quienes estudiamos con beca o a quienes tienen una enfermedad crónica les suena a mucho. Y esta realidad tan simple, la existencia de un interés común porque todos conseguiríamos algo, era la clave del estado del bienestar y del modelo social europeo. Y era también la clave del modelo que se articulaba en el artículo primero de la constitución española: estado social y democrático de derecho.

¿Pero a qué viene esto? Hay que rellenar, seguimos.

Todo este proceso social cambia a partir del proyecto de precarización porque este pretende ser en beneficio exclusivo de la oligarquía social. Es el proceso que se está dando en Europa, y puede que ya, en el mundo (1 y 2). En este proceso, que básicamente consiste en la depauperación social, política y económica de la mayoría de la población frente a la oligarquía socioeconómica, y que no es una necesidad del capitalismo, el interés social ya no es común y lo deja de ser porque los beneficios sociales ya no son repartidos. Efectivamente, el nuevo sistema social de la depauperación implica que las clases medias ya no pueden buscar su medro social en la estructura social y las clases bajas tampoco pueden garantizar allí su existencia material. Además, a la vez, implica que esa misma estructura social que niega a la clase media y baja sin embargo afirma la supremacía y el beneficio de la oligarquía: no nos engañemos, no es una sociedad liberal sino una planificación social. Así, se da un hecho curioso. El anterior sistema no aseguraba la igualdad pero el nuevo sí asegura la desigualdad absoluta.

Como consecuencia de esto, en este nuevo modelo social no cabe el proyecto común porque resulta evidente que la expectativa no es ya el reparto, más o menos justo, sino la idea, y con razón, de que unos van a cocinar y otros a comer –aunque en el peor de los casos incluso unos pueden ser los cocinados para otros-. Y quien va a sentarse en la mesa como comensal va  a ser, precisamente, esa oligarquía. Por tanto, ante esta expectativa perfectamente racional no hay ni puede haber proyecto común –excepto el estúpidamente patriótico, volvemos a la diada- sino que este desaparece para dar paso a negocios oligarcas.

Madrid 2020 empezó en Madrid 2012 y pasó por Madrid 2016. En las dos anteriores convocatorias, dentro del hartazgo que siempre es una olimpiada, se podía esperar que su celebración trajera beneficios a todos, por supuesto no por igual pero sí en cuanto a un reparto general. Sin embargo, una vez se ha roto este mínimo pacto social en España y la precarización es el proyecto de futuro solo cabe esperar que un grupo de voluntarios –y de empleados mal pagados- haga el pastel y la oligarquía se coma la tarta. Yo no apoyo eso.


Los dioses griegos vivían, ya es muy caro, en el Olimpo y Homero es un autor que se niega a envejecer. En su obra hay, sin duda, momentos de tedio clásico: en la época de la fabricación en serie el escudo de Aquiles ya no resulta tan atrayente. Pero hay otros que le impregnan de la tensión de la modernidad. Los dioses miran desde el Olimpo las batallas de Troya y así pasan el rato como los niños fastidiando en el hormiguero: no había Sálvame. De ahí surgió el término mirada olímpica; aquella mirada que lanza alguien que se cree superior hacia sus inferiores mezclando la conmiseración y el desprecio. Las olimpiadas de Madrid ya no son un proyecto común. Desde la cima social de su montaña la oligarquía mira hacia abajo donde ve a la gente esperando celebrar su proclamación: con su esfuerzo alimentarán el negocio. Los aros olímpicos son solo eslabones de cadena. Y los nuevos niños meten palos en el hormiguero para ver como las hormigas obreras sufren.