martes, junio 29, 2010

HUELGA DE SEÑORITOS (y no huelga salvaje)

A mí, Ortega y Gasset no me gusta especialmente. Le reconozco que escribe muy bien, ya quisiera yo, y que siempre se preocupó de resultar claro, frente a tanto filósofo que esconde la simpleza en la oscuridad. Pero, me resulta no elemental, como dicen los entendidos, sino precisamente un liberal autoritario muy inteligente: nada simple, vaya. Y por eso, por un simple ni me molesto, no me gusta. Sin embargo, siempre se puede aprovechar uno de las cosas que dice incluso tu enemigo y Ortega habla de la moral del señorito como aquel que solo percibe derechos y nunca deberes. Siente el señorito que el mundo, como totalidad que diría Kant -¿a que se nota que cuando me pongo erudito me da la risa?-, le debe algo. En el fondo vive para que todo esté a su servicio.

Por supuesto, no solo existe sino que debe existir el derecho a la huelga. De hecho, yo mismo lo he ejercido el pasado 8 de junio -con el éxito, por cierto, que caracteriza a las acciones que apoyo- y en varias ocasiones más. Cuando uno hace huelga la hace por interés y, lógicamente, al hacerla busca perjudicar de algún modo a sus jefes. Y esto es importante: a sus jefes. Así la huelga tenía por objetivo parar la producción porque eso resultaba negativo para el capitalista: era un chantaje de los débiles a los más fuertes. La huelga tenía, y debía tener, ese espíritu moral. Algo viejo, sin duda.

El problema surge cuando la economía de servicios gana fuerza y un amplio colectivo laboral empieza a trabajar en él. Y el receptor de dichos servicios es de la misma clase social que los trabajadores del mismo o inferior –pues los servicios acaban siendo muchas veces copados por una élite obrera que es la empleada en las empresas públicas-. De esta forma, la huelga de estos sectores deviene de forma necesaria en realizar acciones que precisamente repercutan en ese colectivo tan o incluso más débil que los propios huelguistas. Es decir: comienza a haber rehenes entre la propia clase obrera. Y cuando hay rehenes uno debe tener cuidado del motivo de su cautiverio y cuidado, asimismo, con las condiciones del mismo.

Los trabajadores del metro han decidido hoy secuestrar la ciudad. Este secuestro se ha producido porque les han bajado su nómina. Por supuesto, tenían derecho, y tenían razón, en ir a la huelga: yo lo hice por lo mismo. Por supuesto, tenían derecho a estar en contra de los servicios mínimos. Sin embargo, lo interesante es que han estado a favor de que no hubiera ningún servicio mínimo cuando, del mismo modo que los han paralizado absolutamente, los podían haber parado parcialmente. Sin embargo, lo interesante es que la huelga no ha perjudicado a su jefe máximo, Esperanza Aguirre en este caso, sino sólo a gente más débil que ellos. Y, sin embargo, lo más interesante es que la autoproclamada izquierda les ríe la gracia. Tal vez porque la huelga sea, solo tal vez, contra Esperanza Aguirre.

La moral del señorito implica abusar del débil para conseguir sus objetivos. Sin embargo, no todo vale. Aunque tal vez, quién sabe, yo sea un malvado fascista y el resto un colectivo rebelde.

domingo, junio 27, 2010

ALGO DE CORDURA: Duelo por la República Española

En estos tiempos en que tanto individuo parece dispuesto a pedir que la guerra civil se eche a los penaltis –obsérvese la metáfora futbolística- merece la atención fijarse en un muy buen artículo publicado por Santos Juliá el viernes 25 en el diario El País y titulado Duelo por la República Española. Cuando otro lo dice mejor, y con más conocimiento, de lo que uno sería capaz de hacerlo, es justo presentarlo sin enmienda. Y señalando que estamos de acuerdo.

DUELO POR LA REPÚBLICA ESPAÑOLA, de Santos Juliá.

En la noche del 22 al 23 de agosto de 1936, Manuel Azaña y su amigo y abogado Ángel Ossorio mantuvieron una larga y dramática conversación en el Palacio Nacional. Habían llegado a Palacio las noticias de las atrocidades cometidas por milicianos en el asalto a la cárcel Modelo de Madrid, donde fueron abatidos o fusilados varias decenas de presos, entre otros Melquíades Álvarez, antiguo jefe político de Azaña en el Partido Reformista. Azaña no puede soportar el duelo inmenso por la República, la insondable tristeza que le produce la matanza y siente veleidades de dimisión. Ossorio, que ha sido llamado por Cipriano de Rivas, cuñado del presidente, intenta tranquilizarlo recurriendo a un argumento que irrita a su amigo, pero que acaba por calmar su ansiedad: las muertes de aquellas personas, muchas de ellas encarceladas con el único propósito de garantizar su seguridad, entraban en la "lógica de la historia".

Esa conversación, que Azaña reproducirá en su diario y en La velada en Benicarló, condensa como ninguna otra el drama político y de conciencia vivido por un puñado de republicanos -y por algunos socialistas- ante la enormidad de los crímenes cometidos en los territorios que habían quedado bajo autoridad nominal del Gobierno legítimo. Lo vivían, ese drama, quienes, sabiendo de los crímenes y sintiendo repugnancia por tanta sangre derramada, decidieron mantenerse leales a la República. No se lo plantearon los que mataban, que consideraban la muerte de los representantes del viejo orden social como una exigencia de la revolución; tampoco quienes, sin matar, los justificaban por alguna necesidad histórica o porque antes de la revolución fue la rebelión, como el católico y jurista Ossorio; ni, en fin, quienes apoyándose en su comisión se apresuraron a poner tierra por medio para refugiarse en una tercera España que se pretendía neutral y se constituía, en París, como reserva de futuro.

De modo que el debate sobre la naturaleza y alcance de los crímenes cometidos en territorio de la República como consecuencia inmediata de la rebelión militar es tan viejo como aquellas semanas de julio y ha suscitado no solo apasionados enfrentamientos, sino grandes obras literarias, como el paseo por Madrid del profesor particular de filosofía Hamlet García, un álter ego de Paulino Masip; o la atormentada angustia de un joven juez durante los Días de llamas, de Juan Iturralde; o los cortos, magistrales, relatos de Manuel Chaves Nogales. Tal vez si nos situáramos en esa larga y honda corriente y abandonáramos la vana pretensión de decir algo grande y definitivo -esa "puñetera verdad" a la que se refiere Javier Cercas- que no se haya dicho ya mil veces sobre nuestro horrible pasado, evocaríamos los crímenes entonces cometidos en zona republicana como una tragedia por la que todos tendríamos que hacer duelo. Porque el duelo del que hablaba Azaña obedecía a la evidencia -insoportable para quienes esperaron algún día que la República significara el amanecer de un nuevo tiempo-, de que esas matanzas nada tenían que ver con su defensa ni con los valores por ella representados, sino con el comienzo de una revolución social que, entre otras catástrofes como acelerar la derrota, significaría, de triunfar, el fin de la misma República. Cuando se comparan los crímenes de los rebeldes con los de los leales, al modo en que Ossorio se lo decía a Azaña: ellos comenzaron; o se insiste en que fueron menos: ellos matan más; o se reducen a desmanes de incontrolados: ellos planifican; lo que se olvida es que esos crímenes obedecieron a una lógica propia, reiteradamente publicitada desde discursos de líderes anarquistas, comunistas y socialistas, repetidos cada vez que se cometía un crimen masivo: que era preciso destruir desde la raíz el viejo mundo, prender fuego a sus símbolos y proceder a la limpieza de sus representantes.

De esta suerte, muchos miles de asesinados en las semanas de revolución no lo fueron por franquistas ni por apoyar a los rebeldes: de lo primero no tuvieron tiempo ni de lo segundo, ocasión. Murieron porque quienes los mataron creían que una verdadera revolución -que es una conquista violenta de poder político y social- solo puede avanzar amontonando cadáveres y cenizas en su camino. Fue en ese marco y movidos por estas ideologías y estrategias por lo que se cometieron en territorio de la República, durante los primeros meses de la guerra, crímenes en cantidades no muy diferentes y con idéntico propósito que en el territorio controlado por los rebeldes: la conquista, por medio del exterminio del enemigo, de todo el poder en el campo, en el pueblo, en la ciudad. Luego, desde los hechos de mayo de 1937 en Barcelona, la guerra continuó, la República consiguió rehacer un ejército y un mínimo aparato de Estado y, aunque no se puso fin a las ejecuciones sumarias, al menos se controlaron las matanzas.

Solo ahí comienza la verdadera diferencia en la que tanto insisten quienes califican de desmanes los crímenes de unos y de genocidio o crimen contra la humanidad los de otros. La diferencia consiste en que, a pesar de su rearme, la República no logró conquistar nuevos territorios, y dentro del suyo la limpieza ya había cumplido la tarea que se le había asignado sin que la revolución social hubiera culminado como revolución política: en un territorio progresivamente reducido era inútil -y ya no había a quién- seguir matando a mansalva, como en las primeras semanas de la revolución. Los rebeldes, sin embargo, cada vez que ocupaban un pueblo, una ciudad, proseguían la implacable y metódica política de limpieza valiéndose de la maquinaria burocrático-militar de los consejos de guerra. Eso fue lo que cavó un abismo entre la rebelión triunfante y la República derrotada, un abismo en el que sucumbieron otros 50.000 españoles fusilados tras inicuos consejos de guerra una vez la guerra terminó.

Uno de los vencedores, Dionisio Ridruejo, definió hace ya varias décadas la política de limpieza realizada por su propio bando como una operación perfecta de extirpación de las fuerzas políticas que habían patrocinado y sostenido la República y representaban corrientes sociales avanzadas o movimientos de opinión democrática y liberal. Una represión, escribía Ridruejo, dirigida a establecer por tiempo indefinido la discriminación entre vencedores y vencidos. ¿Cómo se podía derribar esa barrera divisoria, cómo se podía iniciar un proceso que clausurara esa discriminación? La historia se ha contado ya mil veces: no existía posibilidad de reconstruir la mínima comunidad moral en que consiste cualquier Estado democrático si gentes procedentes de los dos lados de la barrera no establecían una corriente en ambas direcciones para sentarse en torno a una misma mesa, hablar, negociar y llegar a algún acuerdo sobre el futuro.

Y eso empezó a ocurrir, en España y en el exilio, desde los contactos de la Alianza Nacional de Fuerzas Democráticas y del PSOE con la Confederación Monárquica al final de la II Guerra Mundial, y siguió con los encuentros de hijos de vencedores y vencidos en las universidades desde mediados los años cincuenta, con la política de reconciliación aprobada por el Partido Comunista en junio de 1956, con el coloquio de Múnich de 1962, con las reuniones de las comisiones obreras -entonces todavía con artículo y minúsculas- y de movimientos ciudadanos en locales facilitados por parroquias y conventos, con las iniciativas de diálogo y colaboración entre comunistas y católicos en los años sesenta y las Juntas Democráticas de los setenta. En todos estos encuentros se trataba de mirar al futuro sin dejarse atrapar por la sangre derramada en el pasado, de hablar por eso un lenguaje de democracia que daba por clausurada la Guerra Civil o, para decirlo como entonces se decía, que consideraba la Guerra Civil como pasado, como historia, no como algo presente que pudiera determinar el futuro.

Esta visión, y las consecuencias políticas de ella resultantes, es lo que está a punto de ser arrojada al basurero de la historia con la creciente argentinización de nuestra mirada al pasado y la demanda de justicia transicional 35 años después de la muerte de Franco. Denostada hoy como mito y mentira, la Transición fue el resultado de una larga historia española iniciada por un sector de quienes fueron jóvenes en la guerra y continuada por un puñado de quienes fueron niños en la posguerra. No es una historia de miedo ni de aversión al riesgo; consistió más bien en mirar adelante, recusando la herencia recibida, y no a los lados, desde donde no se esperaba ningún impulso democratizador. Esas gentes construyeron una democracia -imperfecta, deficitaria, como todas- sobre una experiencia política de diálogo y reconciliación en la que nadie pretendió defender las razones que pudieran haber asistido a sus padres cuando empuñaron las armas. Si cada cual, a la muerte de Franco, hubiera puesto encima de la mesa su puñetera verdad, es posible que todos nos hubiéramos ido a hacer puñetas dejando como única herencia el lamento por otra gran ocasión perdida.

miércoles, junio 23, 2010

CAPITALISMO Y CLASES SOCIALES/1

Nota: el presente artículo es una respuesta a los comentarios sobre mi serie Capitalismo y explotación (1, 2 y 3) en la cual se me criticaba por dejar a un lado el análisis de clase. Por supuesto, se puede leer independientemente.

Extraña un cambio en Marx. El comienzo de El manifiesto comunista versa sobre la lucha de clases y con ello sitúa este hecho como motivo principal de su teoría en la crítica del Capitalismo. Sin embargo, el comienzo de El Capital versa sobre la mercancía –y ni tan siquiera sobre las condiciones de trabajo que la hacen posible-. No se trata, sin embargo, de dar la errónea solución de Althusser, aquella sobre que en Marx hay dos etapas y en la segunda hay un sistema científico frente a la primera, sino de algo distinto. La diferencia radica en que Marx comprendió el desarrollo capitalista que dejó de ser un sistema de explotación igual a los anteriores, basado en la dominación social de una clase sobre otra, para comenzar a convertirse, hoy ya en su apogeo, en un sistema de realidad: un sistema ontológico. Y por eso tuvo que variar su teoría.

La izquierda, sin embargo, ha seguido manteniendo el falso esquema del Capitalismo compuesto de una oligarquía explotadora y una muchedumbre explotada: la lucha de clases. Situando además dicha oligarquía como el sector dirigente y responsable último de la acción capitalista: dicha oligarquía dirige el sistema. Así, la idea básica de la izquierda está más cerca del Manifiesto, aunque tampoco pues se ve superada por la complejidad de este, que de El Capital. Y precisamente lo que pretende este artículo, aún más aburrido que la media y que encima necesitará segunda parte, es demostrar una negación: en el Capitalismo actual la estructura de clases no es sustancial sino accesoria –aunque existente- y no es la causa de la explotación. Por ello, si bien existen clases sociales no se pueden analizar como la clave de la explotación capitalista. Pero, al tiempo, no se podrán obviar en el análisis político y social.

La división del trabajo, que distintos individuos realicen los diferentes trabajos necesarios para la supervivencia social, no implica necesariamente la división social del trabajo (DST). Esta, la DST, va más allá pues hace que el poder, la riqueza y el prestigio social guarden relación directa con la función social, el trabajo, que se tenga. Y es entonces cuando a partir de la división social del trabajo surge la estratificación social: distintos grupos sociales con distinto poder en la sociedad. Pero incluso para que se pueda hablar de explotación de unas clases sobre otras –nota: estamos siempre hablando de clase social en un sentido amplio- hace falta algo más: un sistema económico determinado en el que el trabajo de una clase, o clases, alimente efectivamente a otra, u otras. Que exista una clase social, o varias, que viva, en definitiva y para simplificar, del trabajo de otra. Así pues, para que en el capitalismo fuera cierto que existe explotación de una clase por otra como elemento sustancial del sistema –explotación del sistema hay como hemos demostrado en la serie de Capitalismo y explotación- debería poderse demostrar que efectivamente una clase vive del trabajo de otra y esto es intrínseco y sustancial al sistema económico concreto: no habría Capitalismo sin dicha explotación. Y es ahí donde falla, y Marx se dio cuenta, la ecuación.

Un sistema económico se basa en la explotación de una clase por otra cuando los elementos de la primera viven exclusivamente del trabajo de los de la segunda. Es decir, cuando la primera clase no resulta productiva económicamente y por tanto necesita para su sustento del trabajo de otra clase social. Escogemos aquí un carácter estricto, productivamente económica, porque si bien esa clase social puede ser cultural o políticamente productiva sin embargo si no lo es económicamente, en el estricto campo de la producción, entonces se puede aducir que es explotadora al vivir del trabajo de otros pues los necesita para la supervivencia: hasta los políticos, los poetas o los religiosos místicos comen todos los días. Así, por ejemplo, la nobleza de la Edad Media era una clase explotadora pues carecía de importancia productiva concreta: no generaba beneficio y vivía de la producción, fundamentalmente, de los siervos. Por tanto, situamos una primera definición: una clase social puede ser considerada como explotadora solo cuando viva del trabajo no propio sino de otra clase.

De esta forma, nos repetimos pero es importante, la estructura clase explotadora implica, a su vez, unas características concretas del sistema económico. La fundamental es que la clase explotadora no produzca económicamente nada pues de otra forma bien se podría aducir que resultaría rentable, es decir: pagaría su existencia. Los monjes de los monasterios ricos de la Edad Media eran explotadores, como señores feudales, porque fuera de su, más presunta que real salvo excepciones, defensa de la cultura eran incapaces de producir incluso su propia subsistencia. Vivían de la comida que otros le producían y buscaban mantener ese status quo. Sin embargo, pongamos por caso y para entendernos un ejemplo extremo, Belén Esteban no es productivamente inútil: sin duda podría aducirse que aparentemente no realiza trabajo alguno, pero de hecho produce riqueza económica, por la cuota de pantalla que implica publicidad e independientemente de cualquier juicio moral, que hace que su existencia no se produzca sobre otros sino sobre su propia producción: su vida como mercancía. Por tanto, y es importante, el juicio explotador no se debe realizar sobre la base de un juicio moral, como si hubiera un trabajo moral y uno que no lo es –cosa que puede ser cierta-, sino sobre estrictamente la idea de producción y rentabilidad. Y de esta forma, al fin y al cabo hacemos un análisis marxista, la clave se desplaza al análisis de la producción material. Olvídense de esos aires de superioridad moral que suele tener el analista de la autoproclamada izquierda. Aquí hablamos fríamente de producción: sumar y restar.

Hasta la irrupción del Capitalismo la producción económica era puramente material, en su sentido de productos físicos. Lo fundamental de la producción eran los productos materiales, bienes ya del sector primario, básicamente, o del secundario, escasamente. Y para la producción de dichos bienes era su clave la fuerza de trabajo humana en su vertiente física. Así, el trabajo ideológico, ya fuera artístico, político o de cualquier otra índole, era económicamente improductivo en cuanto a que no producía beneficio económico relevante. Sin embargo, era esencial para la dominación –y también para la emancipación pero por eso no se gestionaba- social. Es ahí donde está la clave de la explotación de clases: una clase vive de otra porque su trabajo es improductivo en cuanto a beneficio económico, pero al tiempo es la clave de esa misma dominación social. O diciéndolo de otro modo: una clase trabajadora, pues solo hay beneficio económico por su trabajo, mantiene a otra que a su vez defiende activamente las condiciones de dicha explotación y con ello su lugar de privilegio social. Efectivamente, y para ejemplificar, en una sociedad esclavista o feudal la fuente fundamental y prioritaria de producción económica es el trabajo físico humano al tiempo que hay unas oligarquías sociales que viviendo de dicho trabajo tienen como su función social mantener dicho status quo sin producir económicamente. Desde el pater familia romano hasta el señor feudal o el aristócrata del Antiguo Régimen se puede hablar de explotación de unas clases sobre otras porque la estructura económica tiene una doble característica: por un lado, la clave de la producción es el trabajo físico humano de una inmensa mayoría social; por otro, hay unas élites que no trabajan ni producen pero detentan el poder social y viven alimentadas por la clase productora. Ahí sí hay, como esencia del sistema productivo, explotación de una clase sobre otra. La nobleza vivía de lo siervos pues la nobleza, debido a una estructura económica que se basaba en el trabajo físico, no producía económicamente nada relevante.

Así, para que hubiera en el Capitalismo esa misma explotación de clase tendría que ocurrir algo similar: una élite social que viviera del trabajo ajeno, por ser ella misma improductiva, y que además hiciera lo posible por mantener dicho status quo. Pero en el Capitalismo surge una figura relevante nueva en la economía que es la mercancía. Y esto cambia todo. La oligarquía social seguirá siéndolo política y socialmente, y de hecho actuará como tal para mantenerse en su privilegio, pero sin embargo no será clase explotadora en la producción del sistema pues surge la mercancía. Pero esto, la nueva estructura social en el Capitalismo y el motivo por el cual este no es explotación de clase, en un próximo artículo.


lunes, junio 21, 2010

VIDA INTERIOR/53 : UNA CURIOSIDAD (sobre dar las gracias)

¿Quién de nosotros no tiene una vida interior muy grande? ¿Y qué poeta no nos la cuenta una y otra vez? En esta sección mi alma se desnudará. Incluso he comprado una nueva para tenerla más grande. Porque, en el fondo, yo también quiero ser feliz.

Mientras escribo un artículo que sin duda revolucionará el mundo de la izquierda sobre el capitalismo y la estructura de clase, no puedo por menos que contar una pequeña anécdota.

Antes de nada: yo cobro por dar clase.
Antes de nada, cuando voy a un restaurante doy las gracias al camarero al servirme un plato. Y al taxista. Y al dependiente.

Hoy se me ha acercado un alumno y me ha dado las gracias por el curso. Otros lo han hecho antes, también.
Hace poco, un padre me dio las gracias. Otros lo habían hecho ya.
En distintos cursos. En diferentes años.

Es cierto sin duda, yo cobro por dar clase.

Nunca nadie de una junta directiva me ha dado las gracias.
Nunca nadie de la administración me ha dado las gracias.
Por supuesto, yo cobro por dar clases.

Gracias, también.

jueves, junio 17, 2010

¿Y SI VIENE LA DERECHA?



¿Y si viene la derecha y baja el sueldo a los funcionarios?
¿Y si viene la derecha y congela, o sea: baja, las pensiones?
¿Y si viene la derecha y abarata el despido?
¿Y si viene y el primero de julio va y sube el IVA que pagamos todos, independientemente de la renta, por igual?

Tengo mucho miedo: ¿y si viene la derecha?


martes, junio 15, 2010

EL RAPPEL DE LAS CIENCIAS SOCIALES

Cuentan que David Hume, el filósofo empirista británico del siglo XVIII, quería llegar a ser el Newton de las ciencias morales. Cada uno tiene los delirios que su fantasía, o tal vez su capacidad, le permiten tener.

Recientemente publicaba un artículo en el que analizaba los recortes sociales, los mayores en la historia de la democracia, del gobierno Zapatero y añadía en un párrafo:

Después del verano vendrá mucha memoria histórica, mucha guerra de los abuelitos y mucha tontería ideológica, ahora sí en su sentido marxista como falsa conciencia.

El sector de los autodenominados creadores ha sacado un dvd sobre asesinados, de un bando, de la guerra civil y la dictadura de Franco. Debe de ser precioso. Y humano, profundamente humano. Justo lo ha sacado ahora.
Que sí, que una cosa no tiene que ver con otra.
Que sí, que hay espacio para todo.
Que sí, que no olvidamos.
Que sí, hombre y mujer, que sí

Yo siempre quise ser el Rappel de las ciencias sociales por mi capacidad de predicción. Cada uno tiene los delirios que su fantasía, o tal vez su capacidad, le permiten tener.

Y mañana reforma laboral.
Y mañana España-Suiza.

jueves, junio 10, 2010

EL ETERNO BALIDO DE LOS BORREGOS

Ha dicho Felipe González hoy en una reunión con los diputados nacionales del PSOE lo siguiente:
Cuando las cosas van mal, militancia pura y dura.

Y todos han balado.

PSDT1: a Rajoy le nombró Aznar a dedo como sucesor. Balidos.
PSDT2: ¿se imaginan que el PP le baja el sueldo a los funcionarios? ¡Todos a la huelga !
PSDT3: escribir -¡otro!- un artículo: militancia y borreguismo.

miércoles, junio 09, 2010

VIDA INTERIOR/52 : AL ESPACIO (otra vez)

¿Quién de nosotros no tiene una vida interior muy grande? ¿Y qué poeta no nos la cuenta una y otra vez? En esta sección mi alma se desnudará. Incluso he comprado una nueva para tenerla más grande. Porque, en el fondo, yo también quiero ser feliz.

Descubrí tarde a Ray Bradbury. Y descubrí igualmente tarde una obra suya, El hombre ilustrado. En ella hay un cuento ejemplar: Calidoscopio. Unos astronautas, flotando en el espacio tras el estallido de su nave, solo esperan morir. Y uno de ellos lograr por fin hacer algo hermoso.

No lo nieguen: flotar, apoyarse en la pared, darse impulso y salir disparado a la otra punta de la habitación. Debe ser interesante.

Cuando era niño empezó a funcionar el transbodador espacial. Ahora se acaba. Pero antes de acabarse, la NASA, en una de esas campañas absurdas, ha decidido que cualquiera puede mandar su foto e ir en su última misión al espacio.

Mi misión STS-134 sale en noviembre de 2010. Y nos lleva a Ethan Edwards y a mí.

lunes, junio 07, 2010

RAZONES DE (otra) HUELGA

Mañana día 8 de junio hay convocada una huelga de funcionarios por los recortes del gobierno. Yo voy a hacer huelga. Y como estoy liado ahora con Selectividad solo tengo tiempo para presentar someramente las razones de mi adhesión.

1.- El problema de la crisis en España no es solo un problema internacional, que lo es, sino un problema de gobierno. Y este es, sin duda, el peor gobierno de la democracia en España. Sin duda, Zapatero, como buen peronista, ha ido tirando del dinero público para garantizar su poder, pasando de los 400 euros hasta subvencionar también, seamos justos, a la oligarquía catalana con el estatuto, pero las arcas han llegado a su fin. Y como buen peronista ha decidido que esto lo paguen a quienes pueda quitarle el dinero rápido: funcionarios y pensionistas. Y la finalidad de esto, que nadie se engañe, no es salvar la crisis sino salvar el poder.

2.- Por supuesto alguien puede decir: ya era hora que se tocara a los funcionarios. Pero se equivoca. Porque esto es el chocolate del loro. Lo importante es la reforma laboral y abaratar, pues de eso se trata, el despido. Toda la paparrucha de la Ley de Economía Sostenible se resume en una aplicación básica: abaratar la mano de obra. España competirá en el mercado mundial por menor coste productivo en relación directa a peores condiciones de trabajo.

3.- ¿Y los sindicatos? Por supuesto, son basura. Vendidos al mejor postor, UGT desde la pérdida de Nicolás Redondo y CCOO con la salida de Fidalgo, los sindicatos no han sido sino la voz de su amo. Pero no se debería olvidar, para aquellos que dicen que no harán huelga mañana porque van contra los sindicatos, que la primera interesada en acabar con ellos es la CEOE y los sectores que pretenden abaratar la mano de obra. Hay una paradoja: mañana no se apoya a los sindicatos basura sino, precisamente, se da un aviso al gobierno de que no puede hacer lo que quiere. Y otro a esos mismos sindicatos de que su política de complaciencia, es decir: de estar comprados, ha llegado a su fin.

4.- ¿Y no es apoyar al PP? Seamos sinceros: ¿se hubiera atrevido el PP a hacer esto? Todos sabemos que no. Pero, ¿y si lo hubiera hecho? Ardería Madrid. Es más, si es el peor gobierno de la democracia, ¿debo temer tanto que gobierne el PP? ¿Qué más va a hacer? Bueno, tal vez me llame antipatriota.

5.- ¿Y qué va a pasar? Nada, como siempre. Mañana auguro un fracaso total. Los funcionarios no irán a la huelga e incluso muchos trabajarán -reconózcanlo, es bueno el comentario-. Y nos miraran a los huelguista con ese aire de superioridad moral que la autoproclamada izquierda tan bien presenta: no comprendéis, nos dirán, las circurnstancias históricas.

y 6.- Yo soy una persona más bien simple. Si mi jefe me baja el sueldo, protesto.

domingo, junio 06, 2010

MIS ALUMNOS ME CRITICAN

Como cada año, aquí están las críticas de mis alumnos a mis clases. Entran ustedes el La lechuza de Minerva y van allí a Actividades -donde pone Blogs- y pueden verlas. Un servicio público tiene, a su vez, la obligación de evaluarse -y no solo de esta manera-.


jueves, junio 03, 2010

CAPITALISMO Y EXPLOTACIÓN/ y 3

¿Qué explota realmente el Capitalismo? Hoy en día es cuando el mayor número de personas del mundo disfruta del bienestar. Y todo ello gracias a la imposición y al desarrollo del Capitalismo. Además, dicha realidad se extiende a través de los llamados países emergentes como India, China o Brasil lo que acrecentará su nivel de vida. ¿Cómo podemos entonces ni atrevernos a señalar explotación en el capitalismo? ¿Explotación de qué? ¿Acaso antes se estaba mejor? ¿O se está mejor en los países, como Cuba o Corea del Norte por ejemplo, no capitalistas?

Metafísica, ya lo hemos repetido, significa lo que está detrás, lo que fundamenta lo real sin necesariamente poder ser percibido. Hacer una metafísica del Capitalismo significa, por ello, buscar el fundamento del sistema y de su explotación. Y por ello es reconocer lo que realmente se explota en el Capitalismo.

La historia del Capitalismo va pareja y forma parte también del desarrollo de la idea de sujeto moderno. Y este es, a su vez, la historia del proyecto de la Modernidad. De esta manera, se abre una pista sobre algo que es fundamental. La idea radical de la Modernidad fue la desidentificación entre el pensamiento y la realidad. Antes de ella se consideraba que la racionalidad humana, grosso modo, debía adecuarse, copiar fielmente como una cámara de fotos, las leyes preexistentes -dadas por la realidad física, en los griegos, o por Dios en el pensamiento medieval-: el mundo, o Dios, era el fundamento de lo real y de la humanidad y esta para estar en la verdad tenía que descubrir leyes ajenas y copiarlas para obedecerlas. Las cosas tenían que ser así, por ejemplo la sociedad, porque la naturaleza o la creación divina así la habían hecho. El esclavo lo era, como señalaba Aristóteles, por naturaleza.

La Modernidad vino a romper con esto a partir de una idea aparentemente sencilla: el pensamiento piensa ideas. Con ello, la razón humana se ensimismaba, encerrándose en sí misma, como la única razón existente frente a un mundo irracional que se le enfrentaba. La idea consecuente de lo anterior era que entonces habia que racionalizar ese mundo externo que ya no tenía racionalidad por sí mismo, es decir: convertirlo en racional y con ello en humano. Así surgieron la ciencia y la tecnología aplicada como formas de conquista. Así apareció el nuevo desarrollo económico. Así se inventó el Capitalismo como el medio de desarrollo de esa libertad individual, de esa humanización del mundo. Efectivamente, el ideal del primer capitalismo pretendía liberar a los seres humanos de la esclavitud social, usando para ello el contrato libre entre iguales frente a la servidumbre, y de la tiranía natural, empleando la tecnología en la producción, buscando la libertad de cada uno de los individuos. De esta forma, el Capitalismo era un medio para conseguir un fin como era la libertad individual: Adam Smith no era un malvado fascista sino un pensador emancipatorio –y no es una ironía- porque el liberalismo no era una mera escuela, una táctica, económica sino una filosofía de emancipación. Pero la historia se desarrolla no de acuerdo a los deseos y proyectos sino a las realidades. ¿Emancipó el Capitalismo?

Si la respuesta es sí sin duda el proyecto moderno, ilustrado, ha triunfado y aquí deberíamos callarnos : que cada uno construya libremente su vida. Pero si, efectivamente, la respuesta es no, es decir: el capitalismo no ha ayudado a la liberación de los sujetos, entonces la esperanza del proyecto moderno no se ha cumplido. Es decir, la clave para juzgar al capitalismo es analizar el grado de cumplimiento del sujeto moderno. No se trata de ver cuánto se cobra o de si hay pobres o no -eso es importante, pero en cuanto a derechos civiles no a anticapitalismo estrictamente- sino de ver si hay posibilidad de sujeto moderno o no. Es analizar, en definitiva, si el proyecto moderno, se ha cumplido. Todo lo demás es ñoño en cuanto a filosofía, y por ello en cuanto a realidad, pues sin duda el capitalismo como sistema económica ha traído mayor riqueza a mayor número de personas que ningún otro sistema económico precedente o posterior: así visto la única consecuencia posible es su superioridad. Pero mirándolo en cuanto a la esperanza real que él mismo encarnó como integrante de un proyecto, la realización del sujeto moderno, es la traición absoluta. Y la explotación capitalista es, precisamente, la negación de esa esperanza del sujeto moderno. No se trata de que el capitalismo no permita el desarollo económico o la salida de la pobreza, cosa que ya ha demostrado con creces que es capaz de hacer, sino que su explotación lo es solo del sujeto en cuanto tal y no del ser humano en sí. Por supuesto, dentro del Capitalismo hay explotación económica directa del ser humano, pero como hecho de rapiña y no como algo sustancial de ese mismo capitalismo: es accesorio y se podría eliminar sin acabar con el sistema. Y de hecho, esta rapiña baja en tiempo histórico progresivamente -al menos en un mundo desarrollado cada vez más extendido-. Así, la crítica al capitalismo como explotador, que es por otra parte la presente en Marx, no lo es por un sueldo bajo o por condiciones laborales, sin parangón en lo positivo con toda la historia de la humanidad, sino por la imposibilidad de llegar a ser sujeto moderno.

Y esto ocurre porque el Capitalismo se ha transformado en el sujeto. Por supuesto, que nadie pretenda ver en esto una suerte de misticismo o una metáfora. Lejos de eso se trata de un hecho histórico concreto y real. Efectivamente, el desarrollo del Capitalismo le ha llevado a ser una realidad que es independiente de la voluntad de los seres humanos que lo conforman. Es un error grave pensar que los capitalistas, es decir la oligarquía económica, gobiernan el sistema y que este sigue sus dictados: demasiado infantil. No se trata de que haya una especie de junta de malvados capitalistas dirigiendo los hilos, lo que sería una teoría de la conspiración, sino de que hay una realidad sustantiva, en cuanto que tiene sus propias reglas y tiende a su mantenimiento y desarrollo, que es el propio sistema económico. De hecho, la diferencia fundamental entre la explotación capitalista y la de los sistemas anteriores, y que es una diferencia histórica, es que en los anteriores el ser humano solo era fuerza de trabajo y por ello sí se podía decir que la clase que no ejercía la producción material pero vivía de ella era explotadora. Sin embargo, el cambio capitalista es que todo es mercancía. Y la mercancía no hace distingos entre un producto material o no: solo interesa su valor. La producción incesante de mercancias, necesidad nueva del Capitalismo, implica que todo sea mercancía, incluida la propia vida, y que lo único importante sea su valor de mercado. Ya no hay clases privilegiadas porque todas están en la producción.

El desarrollo del Capitalismo exige la destrucción del sujeto moderno. ¿Por qué? Porque el sujeto exige autonomía pero simultaneamente el capitalismo exige, en su propia autonomía, que todos los otros elementos sean heterónomos: mercancías intercambiables necesarias para su propio desarrollo. Surge así una extraña paradoja. En cuanto a producción de mercancías el capitalismo producirá un alto nivel de vida, necesario en el consumo; en cuanto a realidad, el capitalismo impide el desarrollo del sujeto como tal. Porque una característica del sujeto capitalismo es que de existir debe ser único y condenar a todo a la heteronomía pues su condición de existencia es la conversión de lo real en medio de supervivencia. Y esta conversión es la objetivización del mundo en mercancía.

Todo, excepto el propio Capitalismo, es así convertido a la función de objeto para la supervivencia del sujeto capitalista. El Capitalismo como sistema ha acabado siendo el sujeto moderno y su condición necesaria de existencia es precisamente la negación al desarrollo de los individuos como tales sujetos. Así, solo la existencia histórica de un proyecto de sujeto moderno convierte al Capitalismo esencialmente, y no como algo accidental y reformable, en explotación. Y que nadie vea esto como espiritualidad pues es precisamente lo contrario. Lo que niega el Capitalismo no es la cacareada vida interior y espiritual, residuo de superstición aún presente y que el Capitalismo desarrolla, sino la materialidad de la propia vida: su capacidad de crear un mundo real, material, como condición y realización de un sujeto humano. Lo que explota el capitalismo, en definitiva, no es su vida actual o la mía actual -ah, ¿que tenemos vida?-, sino la posibilidad de tener una vida –real- que creara realidad. Lo que explota es nuestra vida no como actualidad sino como potencialidad, como cumplimiento de la promesa moderna de un sujeto que con su trabajo humanizara el mundo.

martes, junio 01, 2010

VIDA INTERIOR/51: ARIZONA

¿Quién de nosotros no tiene una vida interior muy grande? ¿Y qué poeta no nos la cuenta una y otra vez? En esta sección mi alma se desnudará. Incluso he comprado una nueva para tenerla más grande. Porque, en el fondo, yo también quiero ser feliz

Para aquellos que como yo admiran el cine del oeste, el desierto de Arizona es un lugar mítico. De hecho, uno siempre ha querido ir allí, al Monumental Valley -John Ford es el mayor artista del siglo XX- y al Gran Cañón del Colorado. Cosas de aquellas películas de Primera Sesión –chiste privado para los viejos-.
Un sueño.

Las autoridades de Arizona han dictado una ley por la que la policía puede parar a una persona de acuerdo a sus características físicas para pedirla la documentación –o sea: pararán a los que sospechen sean inmigrantes ilegales- y considerando la inmigración ilegal un delito. Yo me alegro de no vivir en EEUU, un estado sin duda fascista. Qué asco.

El otro día iba por los pasillos del metro de Madrid, en concreto la estación de Diego de León. Y al girar una esquina me topé con dos policías nacionales. Yo pasé. Al señor que venía detrás le pidieron la documentación.

Me sentí en Arizona. Y mi sueño, cumplido.