jueves, diciembre 15, 2005

D. JULIÁN MARÍAS

Ante todo D. Julián Marías era, nada más y nada menos, que un hombre. Y por ello, estoy seguro de que entenderá la siguiente frase: a mí, personalmente, su tarea filosófica no me resulta excesivamente interesante.
Ante todo, D. Julián Marías era un filósofo. Y por ello estoy seguro de que entenderá la siguiente frase: su ejemplo personal es innegable. Cuando otros vendieron sus ideas para llegar a ser profesores de universidad, como si eso fuera tanto, D. Julián permaneció fiel no a sí mismo, como los egoístas, sino a sus ideas: a su vida.
Ante todo, D. Julián Marías era, y lo digo con envidia de quien siempre pretende serlo, un caballero. Por eso, tal vez, no entendería la siguiente frase: la universidad española, esa basura institucional, no se portó nunca bien con él. Ninguneado por gente que ni sabe dar clase ni piensa más allá de la última tontería que la industria de la cultura ha impuesto, D. Julián siguió a lo suyo.
Ante todo, D. Julián Marías era un pensador. Y por ello entenderá la última frase: no estoy de acuerdo con casi nada, tal vez con nada, de lo que expuso.
Hay un postulado de Kant, una exigencia de la razón, de que la persona buena -no la que tiene razón, no quien posee la verdad sino aquella que se portó bien- debería alcanzar la felicidad en otra vida y por ello es necesario que Dios exista. Dios, quede claro, no existe. Pero debería existir, y eso es lo más triste, para dar una justa recompensa a gente como D. Julián Marías y tantos otros que pasaron por la vida con la dignidad de lo humano.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

No esperaba menos de usted (auqnue le falto referirse a Ortega), gracias, pero acuerdese de los que los que aun siguen vivos. El resto se lo agradeceremos.

Anónimo dijo...

Si, según Herr Immanuel Kant, Dios debería existir para que gente buena como don Julián Marías fueran justamente recompensadas por lo buenas y dignas que han sido, y habida cuenta de que otras personas son o han sido malas e indignas, ¿debería no existir Dios para que éstas no sean recompensadas, o debería también existir para que sean… castigadas ? Pero si la inexistencia de Dios es, según don Enrique Pablo, un hecho injusto y triste para con los buenos y dignos, ¿es entonces un hecho justo y feliz para con los malos e indignos? ¿Tendríamos entonces –si estamos entre los malos e indignos– que agradecerle a Dios su inexistencia, y que perdonársela –si estamos entre los buenos y dignos– (si es que « perdonar » y « agradecer » tienen en este caso algún sentido algo más que retórico)? ¿Y si incluyera éstas entre sus « preguntas de la semana » ?