Recientemente el alcalde de Madrid ha casado a una pareja homosexual. El hecho no pasaría de un acto institucional más si no hubiera sido por dos reacciones: la primera, menos grave, la de ciertos miembros del PSOE; la segunda, en su línea habitual entre ridícula y de matones, del PP.
¿Por qué Gallardón casó a una pareja homosexual? No por convicción, según él y que sería precisamente lo censurable por no estar de acuerdo con el matrimonio homosexual, sino porque considera que su cargo implica cumplir la ley. Y es aquí lo que cualquier demócrata no puede obviar: la obligación de cumplir la ley como funcionario, o en este caso cargo electo, público. Precisamente, lo interesante del caso Gallardón, que por cierto es uno de los pocos políticos serios, seguramente junto con Julio Fidalgo de CCOO el más serio, es la inteligente disociación que ha hecho entre su cargo y la persona. Y esto, que bien se podría discutir a nivel filosófico, es sin embargo ejemplar a nivel político y para tanto funcionario, por ejemplo de educación, que cree que la democracia consiste en hacer lo que él quiere obviando e incluso negando la ley. Así, la única cuestión realmente interesante que plantearía el comportamiento de Gallardón es una cuestión ética: ¿hasta dónde en democracia se debe cumplir la ley? Y ahí sí cabría, para demócratas, el debate.
Sin embargo, el debate, como siempre, ha ido por otro lado. En primer lugar, el menos grave pues también ha sido menos aireado, el protagonizado por ciertos integrantes del PSOE al acusar a Gallardón de incoherente. Pero, esa no sería la crítica democrática pues Gallardón ha enunciado que él cumple la ley como es obligación de todo demócrata. O dicho de otro modo, un demócrata no puede ser tachado de incoherente por cumplir una ley con la que no está de acuerdo sino de, precisamente, coherente: eso, entre otras cosas, es también ser demócrata.
Pero, la crítica fuerte ha venido por la derecha. Efectivamente, el PP una vez más, y van tantas, ha demostrado tanto su idea de partido, aunque en eso no se separe de casi ninguna formación pues ya todo partido es un prietas las filas, como, y esto es más peligroso, de estado. Porque lo cierto es que detrás de la crítica del PP late el absoluto desprecio hacia la propia idea de democracia y de ésta como imperio de la ley. Efectivamente, la crítica a Gallardón por cumplir la ley es curiosa porque implica, de suyo, la idea de que la ley solo se cumple cuando se está de acuerdo con ella. Pero eso, lejos de ser una conciencia pública del estado en democracia es en el fondo la apoteosis de la creencia del estado como patrimonio particular. Efectivamente, la crítica dirigida a Gallardón por el tema de la boda homosexual se ampara en el viejo lema: si no estamos de acuerdo con la ley no debemos cumplirla. O dicho de otro modo, en el uso del privilegio que otorga el poder: no se cumple la ley porque se es poderoso. Así, la idea del PP, que es la idea liberal en el fondo, es la de un poder estatal en realidad privado en el cual el privilegio de la ley implica o bien leyes de sesgo determinado para beneficio propio, algo de esto ya está en Locke pero con bastante más grandeza, o bien directamente una ley permanentemente burlada por la posición social privilegiada. Así, el estado se convierte en privado pues el cumplimiento de la legalidad es tomado como razón de conveniencia. Y estando situados en la escala social más alta (y algo de esto sabemos todos los funcionarios) es objeto de fácil burla.
Sin embargo, alguien podría cuestionar si no iría esto contra nuestros propios principios cuando nos presentamos, de forma presuntuosa sin duda, como ilustrados y marxistas. Pues, ¿no estamos diciendo que el cumplimiento de la ley está por encima de la ética personal? Pues sí, eso es precisamente lo que estamos diciendo. Y lo decimos en democracia, y exclusivamente en democracia, por dos motivos: por un lado, porque la existencia de una ley conocida es la mejor defensa del débil ya que de otra forma, sin una ley que haya que cumplir y que obligue a todos por igual, siempre el que ocupa el puesto social más poderoso tiene todas las opciones para imponer sus privilegios; y, en segundo lugar, porque una cosa es el cumplimiento de la ley y otra su desacuerdo. Es decir, y en eso consiste también la democracia, uno puede estar en profundo desacuerdo con una ley e incluso presentar todas aquellas medidas que considere oportunas para su derogación, pero cumplirla. Así, el PP puede, está en su derecho, presentar recursos contra la ley del matrimonio homosexual, con un argumento tan poco racional y consistente como que toda la vida eso no ha sido así -lo que le recuerda a cualquiera, por cierto, los argumentos de nuestras abuelas por no hablar ya del argumento de un dios todopoderoso que dijo hace 2500 o 2000 años, depende de la tradición, cómo debían de ser las cosas- pero no puede exigir su no cumplimiento. Bastante gansada es permitir esa objeción de conciencia médica en el aborto, ¿y por qué no por ejemplo en cualquier otra ocupación de un funcionario público?, para ahora comenzar a pedir a su vez el incumplimiento de la ley del matrimonio homosexual.
Pero además, todo esto no demuestra sino la doble moral del propio Partido Popular quién no duda en pedir la máxima fidelidad a las líneas de actuación de su cúpula dirigente -elegida, no lo olvidemos, en plan monarquía absoluta con herederos del gran líder- mientras a su vez implora por la libertad de conciencia ante el propio estado democrático. Es decir, el partido no puede ser desobedecido pero sí el estado. ¿Por qué? Pues porque el partido defiende el privilegio propio, la ley del fuerte, y el estado en democracia puede sorprender a veces, aunque cada vez menos. Y por eso, es tan necesaria la ley y tan democrático su cumplimiento.
¿Por qué Gallardón casó a una pareja homosexual? No por convicción, según él y que sería precisamente lo censurable por no estar de acuerdo con el matrimonio homosexual, sino porque considera que su cargo implica cumplir la ley. Y es aquí lo que cualquier demócrata no puede obviar: la obligación de cumplir la ley como funcionario, o en este caso cargo electo, público. Precisamente, lo interesante del caso Gallardón, que por cierto es uno de los pocos políticos serios, seguramente junto con Julio Fidalgo de CCOO el más serio, es la inteligente disociación que ha hecho entre su cargo y la persona. Y esto, que bien se podría discutir a nivel filosófico, es sin embargo ejemplar a nivel político y para tanto funcionario, por ejemplo de educación, que cree que la democracia consiste en hacer lo que él quiere obviando e incluso negando la ley. Así, la única cuestión realmente interesante que plantearía el comportamiento de Gallardón es una cuestión ética: ¿hasta dónde en democracia se debe cumplir la ley? Y ahí sí cabría, para demócratas, el debate.
Sin embargo, el debate, como siempre, ha ido por otro lado. En primer lugar, el menos grave pues también ha sido menos aireado, el protagonizado por ciertos integrantes del PSOE al acusar a Gallardón de incoherente. Pero, esa no sería la crítica democrática pues Gallardón ha enunciado que él cumple la ley como es obligación de todo demócrata. O dicho de otro modo, un demócrata no puede ser tachado de incoherente por cumplir una ley con la que no está de acuerdo sino de, precisamente, coherente: eso, entre otras cosas, es también ser demócrata.
Pero, la crítica fuerte ha venido por la derecha. Efectivamente, el PP una vez más, y van tantas, ha demostrado tanto su idea de partido, aunque en eso no se separe de casi ninguna formación pues ya todo partido es un prietas las filas, como, y esto es más peligroso, de estado. Porque lo cierto es que detrás de la crítica del PP late el absoluto desprecio hacia la propia idea de democracia y de ésta como imperio de la ley. Efectivamente, la crítica a Gallardón por cumplir la ley es curiosa porque implica, de suyo, la idea de que la ley solo se cumple cuando se está de acuerdo con ella. Pero eso, lejos de ser una conciencia pública del estado en democracia es en el fondo la apoteosis de la creencia del estado como patrimonio particular. Efectivamente, la crítica dirigida a Gallardón por el tema de la boda homosexual se ampara en el viejo lema: si no estamos de acuerdo con la ley no debemos cumplirla. O dicho de otro modo, en el uso del privilegio que otorga el poder: no se cumple la ley porque se es poderoso. Así, la idea del PP, que es la idea liberal en el fondo, es la de un poder estatal en realidad privado en el cual el privilegio de la ley implica o bien leyes de sesgo determinado para beneficio propio, algo de esto ya está en Locke pero con bastante más grandeza, o bien directamente una ley permanentemente burlada por la posición social privilegiada. Así, el estado se convierte en privado pues el cumplimiento de la legalidad es tomado como razón de conveniencia. Y estando situados en la escala social más alta (y algo de esto sabemos todos los funcionarios) es objeto de fácil burla.
Sin embargo, alguien podría cuestionar si no iría esto contra nuestros propios principios cuando nos presentamos, de forma presuntuosa sin duda, como ilustrados y marxistas. Pues, ¿no estamos diciendo que el cumplimiento de la ley está por encima de la ética personal? Pues sí, eso es precisamente lo que estamos diciendo. Y lo decimos en democracia, y exclusivamente en democracia, por dos motivos: por un lado, porque la existencia de una ley conocida es la mejor defensa del débil ya que de otra forma, sin una ley que haya que cumplir y que obligue a todos por igual, siempre el que ocupa el puesto social más poderoso tiene todas las opciones para imponer sus privilegios; y, en segundo lugar, porque una cosa es el cumplimiento de la ley y otra su desacuerdo. Es decir, y en eso consiste también la democracia, uno puede estar en profundo desacuerdo con una ley e incluso presentar todas aquellas medidas que considere oportunas para su derogación, pero cumplirla. Así, el PP puede, está en su derecho, presentar recursos contra la ley del matrimonio homosexual, con un argumento tan poco racional y consistente como que toda la vida eso no ha sido así -lo que le recuerda a cualquiera, por cierto, los argumentos de nuestras abuelas por no hablar ya del argumento de un dios todopoderoso que dijo hace 2500 o 2000 años, depende de la tradición, cómo debían de ser las cosas- pero no puede exigir su no cumplimiento. Bastante gansada es permitir esa objeción de conciencia médica en el aborto, ¿y por qué no por ejemplo en cualquier otra ocupación de un funcionario público?, para ahora comenzar a pedir a su vez el incumplimiento de la ley del matrimonio homosexual.
Pero además, todo esto no demuestra sino la doble moral del propio Partido Popular quién no duda en pedir la máxima fidelidad a las líneas de actuación de su cúpula dirigente -elegida, no lo olvidemos, en plan monarquía absoluta con herederos del gran líder- mientras a su vez implora por la libertad de conciencia ante el propio estado democrático. Es decir, el partido no puede ser desobedecido pero sí el estado. ¿Por qué? Pues porque el partido defiende el privilegio propio, la ley del fuerte, y el estado en democracia puede sorprender a veces, aunque cada vez menos. Y por eso, es tan necesaria la ley y tan democrático su cumplimiento.
7 comentarios:
Qué buen texto que ha elaborado... Antes de leerlo no coincidía con usted, y pensaba que en realidad Gallardón había obrado mal ya que no debía lealtad al estado sino a su partido, y por ello, los del PP tenían motivos para llamarle "desleal".
Por otra parte, me parece lamentable la crítica del PSOE a Gallardón, qué triste... En vez de apoyarle, le echan más basura encima (qué curioso, justo lo que hace el PP con el asunto de la paz con ETA. Es como si ahora se la quisieran devolver...).
Para terminar, algunos argumentos (como éste: "un demócrata no puede ser tachado de incoherente por cumplir una ley con la que no está de acuerdo sino de, precisamente, coherente") me ha recordado a una de esas batallitas que contó a lo largo del curso. La cual hablaba de un misántropo que, en una determinada situación, salvó la vida de varias personas. Ante tal hecho, la gente le preguntó el por qué, absurda pregunta a mí parecer, ya que el que tenga unas ideas u otras, no quita que no obre como se deba obrar.
Venga ya de tanta tonteria marciones de mierda!!!!!!
Pues ya ves como te tratan por ser coherente con tu cargo y honrado.
Bueno, coincido con gran parte de lo dicho por don EPMesa. Pero tratándose de Gallardón la cuestión es algo más peliaguda. Veámos.
Gallardón ha oficiado en la boda de dos homosexuales que, curiosamente, son afiliados al partido de Gallardón. El PP mantiene una postura -da igual la que sea- contraria a este tipo de matrimonios. El PP es un partido respetuoso de la ley -dado que el 95 por ciento de sus cuadros directivos son licenciados en Derecho- y temeroso de la misma. ¿Cómo se resuelve la contradicción? Muy sencillo: las bodas entre homosexuales se mantienen en la invisibilidad, las celebran concejales de la corporación municipal, preferentemente de izquierdas o alguno del PP más lanzado -siempre hay algún socialdemócrata emboscado. Pero hete aquí, que Gallardón, en lugar de delegar en alguien menos visible, decide celebrarla él. Y se monta el lío.
Ya he dicho alguna vez que si hay alguien de derechas, pero de derechas-derechas, en el Pp ese es Gallardón. No tengo dudas de que la ley esa de los matrimonios entre personas del mismo sexo le repugna. Pero si hay algo que le pierde a Gallardón son las ganas de tocar las narices a la nomenclatura del partido. Le encanta. Le chifla. Después del revolcón de la candidatura de la presidencia regional -masacrado por la parte más carca del partido- ha aguardado emboscado hasta que le ha salido una oportunidad magnífica. Y además con un asunto que le hace merecedor del aplauso de la izquierda -izquierda por cierto que no le vota ni de casualidad. Y creo, don EPMesa, que debería encuadrar la gallardía de Gallardón en ese contexto, no tanto en el que propugna usted. No sé si sabrá que una de las primeras cosas que hizo al llegar a alcalde de Madrid fue denunciar por escandaloso el convenio de la ciudad con el Canal de Isabel II, ¡¡¡¡convenio que le impusó por narices al antiguo alcalde de Madrid, don José María Álvarez del Manzano!!!! Eso no cuadra con su teoría, con todo respeto.
En cualquier caso coincido con usted en lo básico, la predominancia de la Ley por encima del partido. No obstante falta un pequeño matiz: la Ley no puede incumplir la Ley mayor, la Constitución. El PSOE quitó el recurso previo y el PP no lo revertió. Y en todos los casos -y en este más- debemos estar seguros de que la ley es constitucional. ¿No lo cree así?
PD: Mañana comienza en mi blog -un tanto descuidado últimamente, a mi pesar- una nueva entrega del gran concurso TONTO DEL VERANO, que creo va ya por la cuarta edición. Pásese por allí, y páselo. Gracias.
"Efectivamente" estoy de acuerdo con usted. Gallardón ha de ser alcalde cuando le guste o cuando no... y además debe ser alcalde de todos los madrileños, con independencia de su orientación sexual. Otra cosa, como dice Don Imperialista, es que le encante tocar las narices a sus compañeros de partido de vez en cuando... lo cual aplaudo en virtud de la sana discrepancia que ha de haber en todo partido... y por las risas que te echas viendo las caras de unos y de otros :) De todos modos, yo seguiré votando a Don Alberto... como alcalde, como presidente de la comunidad de vecinos o, dios lo quiera, como presidente de gobierno :)
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