D. Ricardo se ha embarcado en una cruzada. Con respecto al conflicto entre el miserable gobierno de Israel y los terroristas palestinos o libaneses ha decidido aquello que los viejos intelectuales aseguraban que había que hacer: tomar partido. Y lo ha tomado por Hezbolá, el Partido de Dios. Dejando a un lado los múltiples e ingeniosos comentarios que se podrían hacer sobre que si hay que tomar partido lo mejor es siempre tomarlo por Dios y sus secuaces, no es esa la intención de este artículo. Nuestra intención es, distinta, al analizar ese tomar partido y ver qué hay de cierto en ello. Pero, no tanto en la idea de terroristas palestinos, libaneses o israelíes, sino en la misma idea que ha alentado a D. Ricardo: tomar partido.
¿Qué es tomar partido? Parte del compromiso necesario del intelectual, se dice desde la autoproclamada izquierda. Efectivamente, desde al menos Zola, quien lo explicitó pero no fue el primero, parece obligación del intelectual tomar partido. Y lo es. Pero no sólo por un imperativo moral sino porque la mera existencia cotidiana ya es tomar partido. Ciertamente, la mera presencia diaria, de un intelectual o de cualquiera, ya es una toma de partido ante la realidad y por lo tanto sería absurdo pretender no hacerlo pues de hecho siempre se está cumpliendo dicha acción. Pero, ahora bien, parece que lo que se requiere es tomar partido explícito: seguir el ejemplo de Zola. Defender unas ideas frente a otras y participar activamente. Y en ese participar activamente está la clave. Pues se debe participar, dicen, con realismo. Es decir, se debe participar de forma tal que resulte acorde con la realidad (eso es, imaginamos, el realismo). Y por eso, en el conflicto del Líbano, D. Ricardo ha decidido tomar partido por una de las partes terroristas frente a la otra parte terrorista en conflicto.
Ahora bien, ¿con realismo?, ¿acorde a la realidad? Sí, dirán los partidarios del compromiso. Muy bien, pero entonces habrá que definir algo: qué es la realidad. Porque resultará difícil entender la primera afirmación si no entendemos todas y cada una de sus palabras. Pero, aquí el político se apresurará a decir que la realidad es…la realidad. Y efectivamente, tiene razón. Porque lo que viene a decir con esa frase, aparentemente absurda, no es tal cosa sino algo peor: por un lado, que la realidad es lo que hay; y, por otro, aún peor, ese célebre confíe usted en mí y no cuestione usted más. Así, sendo la realidad lo que hay y no debiendo cuestionar más, ya se sabe que estos filósofos…, la cosa es sencilla: o se está con los terroristas palestinos o con los terroristas israelíes.
Porque, hay que tomar partido.
Pero, ¿por qué solo entre unos u otros? Por qué no contra los dos? Pues porque detrás de todo esto late la idea positivista de realidad y su definición: realidad es lo que hay (y a callar todo el mundo). Sin embargo, al aceptar que realidad es lo que hay se niegan dos cuestiones de inmediato: por un lado la potencialidad de lo real, es decir que esta no es solo lo que existe sino lo que puede existir; por otro, algo que unido a lo anterior es grave, y que es que si lo real es solo lo que hay cualquier crítica sería imposible, pues todo sería pura descripción. Efectivamente, si las cosas solo fueran lo que son cualquier crítica que exigiera que fueran otra cosa radicalmente distinta sería una crítica fantástica cuyo fundamento estaría de forma exclusiva en la inventiva imaginación. Sin embargo, si la realidad fuera más de lo que meramente hay, por ejemplo, lo que hay y lo que podría/debería haber la cosa cambiaría. Pero, alguien podría decir que el deseo no genera realidad y que cómo podría ser real lo que podría haber y sin embargo no existe.
La filosofía es vieja. Desde siempre fue el intento de la razón de imponerse sobre la realidad. Pero la razón humana tenía un problema doble que era inexistente en la realidad: por un lado, su permanenente e inevitable proyección de futuro (aquello que no es, aún, real); por otro, la conciencia del deber y con ella de que las cosas podrían haber sido y ser ahora de otra manera. Y, tal vez, por eso la filosofía es la historia de la verdad libre. De la verdad entendida como aquello que escapa a la descripción de lo real y exige algo más. Es curioso, a su vez, observar como la filosofía pensó siempre en futuro. Frente al mito, cuyo fundamento es el pasado, la filosofía, ya en Platón con la utopía de la ciudad perfecta, pensó en el fututo: en el tiempo que (en su esperanza, aún) no existía.
Es curioso cómo Marx escribió El manifiesto comunista. Era un libro hecho para ser un panfleto. Algo que debía llamar a la revolución inmediata. Algo que debía ser útil. Y Marx, y Engels, decidieron escribirlo de una manera rara. En primer lugar utilizaron un lenguaje complejo como si pensaran que los lectores no fueran idiotas sino que tenían que pensar en lo que leían. Como si fuera complejo y con ello, huyendo de la consigna, discutible. En segundo lugar, escribieron un extraño apartado III en el que distinguían su pensamiento del de todos los demás. Y tuvieron buen detalle en distinguir bien el tema. Porque el comunismo de Marx no era ninguno de los que él criticaba. Diciéndolo ahora: no tomó partido. Excepto tal vez tomó partido por la verdad.
En 1914 la socialdemocracia alemana votó los créditos de guerra a favor del gobierno alemán. Fue una carnicería. Durante años, los comunistas occidentales, cómodamente instalados, defendieron las dictaduras del este de Europa con al consigna de no hacer el juego y aplaudieron enfervorizados en los congresos de los respectivos partidos dictatoriales. Tomaron partido por la realidad mientras criticaban a todos aquellos que, estando por encima moralmente de ellos como el caso Camus en la guerra de Argelia, no parecían estar en ella.
¿Qué es tomar partido? Parte del compromiso necesario del intelectual, se dice desde la autoproclamada izquierda. Efectivamente, desde al menos Zola, quien lo explicitó pero no fue el primero, parece obligación del intelectual tomar partido. Y lo es. Pero no sólo por un imperativo moral sino porque la mera existencia cotidiana ya es tomar partido. Ciertamente, la mera presencia diaria, de un intelectual o de cualquiera, ya es una toma de partido ante la realidad y por lo tanto sería absurdo pretender no hacerlo pues de hecho siempre se está cumpliendo dicha acción. Pero, ahora bien, parece que lo que se requiere es tomar partido explícito: seguir el ejemplo de Zola. Defender unas ideas frente a otras y participar activamente. Y en ese participar activamente está la clave. Pues se debe participar, dicen, con realismo. Es decir, se debe participar de forma tal que resulte acorde con la realidad (eso es, imaginamos, el realismo). Y por eso, en el conflicto del Líbano, D. Ricardo ha decidido tomar partido por una de las partes terroristas frente a la otra parte terrorista en conflicto.
Ahora bien, ¿con realismo?, ¿acorde a la realidad? Sí, dirán los partidarios del compromiso. Muy bien, pero entonces habrá que definir algo: qué es la realidad. Porque resultará difícil entender la primera afirmación si no entendemos todas y cada una de sus palabras. Pero, aquí el político se apresurará a decir que la realidad es…la realidad. Y efectivamente, tiene razón. Porque lo que viene a decir con esa frase, aparentemente absurda, no es tal cosa sino algo peor: por un lado, que la realidad es lo que hay; y, por otro, aún peor, ese célebre confíe usted en mí y no cuestione usted más. Así, sendo la realidad lo que hay y no debiendo cuestionar más, ya se sabe que estos filósofos…, la cosa es sencilla: o se está con los terroristas palestinos o con los terroristas israelíes.
Porque, hay que tomar partido.
Pero, ¿por qué solo entre unos u otros? Por qué no contra los dos? Pues porque detrás de todo esto late la idea positivista de realidad y su definición: realidad es lo que hay (y a callar todo el mundo). Sin embargo, al aceptar que realidad es lo que hay se niegan dos cuestiones de inmediato: por un lado la potencialidad de lo real, es decir que esta no es solo lo que existe sino lo que puede existir; por otro, algo que unido a lo anterior es grave, y que es que si lo real es solo lo que hay cualquier crítica sería imposible, pues todo sería pura descripción. Efectivamente, si las cosas solo fueran lo que son cualquier crítica que exigiera que fueran otra cosa radicalmente distinta sería una crítica fantástica cuyo fundamento estaría de forma exclusiva en la inventiva imaginación. Sin embargo, si la realidad fuera más de lo que meramente hay, por ejemplo, lo que hay y lo que podría/debería haber la cosa cambiaría. Pero, alguien podría decir que el deseo no genera realidad y que cómo podría ser real lo que podría haber y sin embargo no existe.
La filosofía es vieja. Desde siempre fue el intento de la razón de imponerse sobre la realidad. Pero la razón humana tenía un problema doble que era inexistente en la realidad: por un lado, su permanenente e inevitable proyección de futuro (aquello que no es, aún, real); por otro, la conciencia del deber y con ella de que las cosas podrían haber sido y ser ahora de otra manera. Y, tal vez, por eso la filosofía es la historia de la verdad libre. De la verdad entendida como aquello que escapa a la descripción de lo real y exige algo más. Es curioso, a su vez, observar como la filosofía pensó siempre en futuro. Frente al mito, cuyo fundamento es el pasado, la filosofía, ya en Platón con la utopía de la ciudad perfecta, pensó en el fututo: en el tiempo que (en su esperanza, aún) no existía.
Es curioso cómo Marx escribió El manifiesto comunista. Era un libro hecho para ser un panfleto. Algo que debía llamar a la revolución inmediata. Algo que debía ser útil. Y Marx, y Engels, decidieron escribirlo de una manera rara. En primer lugar utilizaron un lenguaje complejo como si pensaran que los lectores no fueran idiotas sino que tenían que pensar en lo que leían. Como si fuera complejo y con ello, huyendo de la consigna, discutible. En segundo lugar, escribieron un extraño apartado III en el que distinguían su pensamiento del de todos los demás. Y tuvieron buen detalle en distinguir bien el tema. Porque el comunismo de Marx no era ninguno de los que él criticaba. Diciéndolo ahora: no tomó partido. Excepto tal vez tomó partido por la verdad.
En 1914 la socialdemocracia alemana votó los créditos de guerra a favor del gobierno alemán. Fue una carnicería. Durante años, los comunistas occidentales, cómodamente instalados, defendieron las dictaduras del este de Europa con al consigna de no hacer el juego y aplaudieron enfervorizados en los congresos de los respectivos partidos dictatoriales. Tomaron partido por la realidad mientras criticaban a todos aquellos que, estando por encima moralmente de ellos como el caso Camus en la guerra de Argelia, no parecían estar en ella.
1 comentario:
Este blog se queda corto para difundir tus reflexiones, deberías cambiar de oficio.
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