El tema del asesino, no sé si de masas pero sí de grupo, veinticinco en total, De Juana Chaos, ha removido la conciencia de la autoproclamada izquierda. Eso es bonito. A su vez, ha llevado a la derecha a las cotas máximas de pensamiento ilustrado mientras exigían justicia sin fin aunque cayera el cielo. Eso es hermoso. Lastima que en otras circunstancias, ya ha ocurrido, ambos sectores cambiarían hábilmente los papeles y fuera a derecha la que exigiera piedad y la autoproclamada izquierda la que exigiera justicia, aunque cayera el cielo. Así, surge la doble moral: la justicia o la piedad dependen del individuo y la circunstancia (cuando interesan para el discurso electoralista). La autoproclamada izquierda y la real derecha, tan iguales, utilizan los términos de acuerdo a sus intereses. Ahora, cuando al PSOE le interesa estar a buenas con los cómplices de ETA (eso que en los medios autodenominados progresistas se llama izquierda abertzale y ahora, ¿curioso, no?, también para Garzón) con el fin de ganar las elecciones surge la piedad, tan cristiana, hacia el asesino De Juana; y, ahora que al PP le interesa para ganar las elecciones estar por la justicia, surge el día más feliz para Rajoy.
Sin embargo, este artículo no pretende analizar eso, ya analizado en la serie anterior, sino ir, pedantemente y haciendo caso a ese olvidado pensador que se llamó Marx, a la raíz del problema entre la Justicia y la Piedad. Diciéndolo sin ambages responder a la cuestión de si es preferible la justicia o la piedad para luego entrar, en concreto, sobre el tema del asesino De Juana.
El cine clásico americano ha sido sin duda el mayor movimiento artístico del siglo XX. Y dentro de él uno siente cierta inclinación por las películas del oeste, eso que ahora se llama western. Uno se crió, antes de conocer a Kant y a Marx, viendo películas de vaqueros. Y en ellas, siendo niño, uno nunca entendía algo: la tristeza profunda, no de pose, de los protagonistas. ¿Por qué, si eran los héroes y los buenos, eran tristes? Veía, y sigo viendo, repetidas veces Raíces Profundas, Duelo de titanes, Río Bravo, El forastero, Duelo en la alta sierra, Sin perdón y tantas otras. Veía siempre, y sigo viendo, las obras maestras, una tras otra, del que sin duda es el mayor artista del siglo XX: John Ford. Y no entendía la tristeza: ¿por qué era triste ser el bueno? ¿Por qué al matar al malo no lo celebraban? ¿No deberían gritar de júbilo? Luego, al crecer y, también, al estudiar Filosofía, aunque no por una facultad ridícula y unos profesores en su mayoría, aunque no todos, despreocupados, comencé a comprender: la justicia y la felicidad no son correlativos. El bien y la felicidad, el deber ser y el ser, no caminan juntos.
Precisamente, la disociación entre el bien y la felicidad es la clave de este asunto: bien y felicidad son aún irreconciliables. Por eso, justicia y piedad no pueden darse al unísono. La justicia implica el anhelo de bien y la piedad implica ese bien ya existente para ser verdadera. La justicia es el intento de crear el bien, ahora lo veremos, mientras que en la piedad una de las partes, la piadosa, proyecta sobre el otro su sensibilidad desde un bien ya existente.
Pero hagamos algo de historia, breve, sobre el término piedad y el término justicia. El término justicia aparece al principio con la idea de restitución del orden. Se trataría de un hecho mítico: hay un orden justo previo a las acciones y el injusto es aquel que rompe con dicho orden. Es la hybris griega: el culpable, consciente o no, debe pagar. Es igual que la ley mosaica: el orden previo está por encima de las acciones humanas pues ese orden previo ha sido dado por la grandeza de Dios. Así, la piedad no cabe porque frente al individuo insignificante está el cosmos o la creación obra de los dioses. La irrupción de la piedad sin embargo, que ya se encuentra en el mundo griego en Antígona o en Eurípides por ejemplo, cobra primer plano con el cristianismo. El discurso de Jesús, el discurso del Evangelio es en este momento, cuado se escribió, claramente progresista. La piedad aparece porque el individuo es importante y se le puede, y debe, perdonar: así, en San Juan se nos recuerda que si Moisés trajo la Ley Jesús trajo la gracia. Y algo de eso, mucho, hay en la historia del intento de lapidación de la mujer adúltera. Pero esa piedad se basa, en realidad, en lo mismo que la idea anterior de justicia: un orden previo, un dios o dioses omnipotente, que ahora perdonan a los rebeldes a su orden porque dicho orden es inamovible. Diosa perdona porque es superior.
Hay una frase terrible en Hamlet, siglo XVII, cuando ya conociendo el asesinato de su padre, al final del acto I, comenta que él ha nacido para hacer el orden. Ese es el aldabonazo, en cuanto a forma literaria, de una nueva era. El orden ya no es previo a los actores, un a priori, sino algo por hacer donde, por ejemplo, D. Quijote sucumbirá. Así, la piedad se transforma. Ya no es una piedad universal, no separéis vosotros el grano de la paja, aconsejaba el evangelio, pues ya lo hará Dios, sino una piedad tamizada por la justicia: hay que crear un orden justo y esa es la máxima piedad. Crear, como el Satán de Milton, un cielo en el infierno. Así, a diferencia de lo antiguo cuya labor era la preservación del orden, se establece una tarea: construir el nuevo orden. Y en ella, la justicia ya no puede ser una mirada al equilibrio anterior, inexistente o incluso injusto, sino al futuro. Y la idea de piedad cambia pues ya no existe un dios todopoderoso que luego, en otro mundo, separará el grano de la paja. Por eso, la democracia se construye sobre las ideas, claro y fundamentalmente, pero también, de forma triste, sobre la cabeza de Luis XVI y, ahora que hay película, María Antonieta. Un antiguo hubiera exigido piedad, un moderno comprende que la piedad implica la tarea con tristeza y culpa. Sin un dios que al final haga justicia, la propia justicia es prioritaria.
Así, en la Modernidad la justicia es necesariamente primera sobre la piedad. Y lo es, porque la justicia está aún por construir frente a la idea vieja de que la injusticia es la ruptura del orden. Para el moderno la injusticia es la regla y por ello a piedad ya no cabe de la misma manera que para el antiguo: la piedad es ahora la tristeza al cumplir la tarea. Pero cumplirla. Por eso, los héroes del oeste son tristes ya que deben cumplir su deber pero al tiempo saben que para hacerlo deben no ser buenos absolutos. Y no gozar del propio mundo justo creado por ellos.
Y tras este rollo alguien dirá, ¿Y todo esto con el etarra De Juana? Pues ahora ya, sentadas las bases, es más sencillo. El orden democrático no es un apriori, algo inamovible, sino algo sujeto a una permanente construcción. Por ello, la justicia debe prevalecer sobre la piedad. Pero incluso esa piedad no lo es hacia el asesino De Juana, a quien preferimos, ¡oh, horror!, muerto que vivo, sino hacia nosotros mismos por tener que preferir a De Juana muerto en la cárcel a vivo en casita. No se trata pues de un día alegre, como ha señalado la derecha, sino de otra acción triste. Anteponer la justicia a la piedad es así un deber triste pero como deber hay que cumplirlo. Defendemos la preeminencia de la justicia sobre la piedad porque creemos que se debe construir un mundo nuevo. Y por ello creemos que hay una violencia legítima que no está exenta, sino al contario, de tristeza. A De Juana Chaos le estamos aplicando esa violencia. Y si bien no sentimos el júbilo de hacerlo sí mantenemos nuestro deber. Somos conscientes de que el problema será decidir qué violencia es legítima, lo cual ya nos separa de nuestros enemigos que vive en el dogmatismo, pero también lo somos de que ante sus enemigos, y ETA lo es, la democracia tiene no solo el derecho sino el deber de actuar de la manera más adecuada. Y la justicia, frente a la piedad de los santos, es una de ellas. El deber no da la felicidad, decía Kant, pero nos hace dignos de ella. Y tal vez haya algo más humano en esa dignidad que nos hace infelices que en la risa de la hiena mientas se alimenta de despojos.
Sin embargo, este artículo no pretende analizar eso, ya analizado en la serie anterior, sino ir, pedantemente y haciendo caso a ese olvidado pensador que se llamó Marx, a la raíz del problema entre la Justicia y la Piedad. Diciéndolo sin ambages responder a la cuestión de si es preferible la justicia o la piedad para luego entrar, en concreto, sobre el tema del asesino De Juana.
El cine clásico americano ha sido sin duda el mayor movimiento artístico del siglo XX. Y dentro de él uno siente cierta inclinación por las películas del oeste, eso que ahora se llama western. Uno se crió, antes de conocer a Kant y a Marx, viendo películas de vaqueros. Y en ellas, siendo niño, uno nunca entendía algo: la tristeza profunda, no de pose, de los protagonistas. ¿Por qué, si eran los héroes y los buenos, eran tristes? Veía, y sigo viendo, repetidas veces Raíces Profundas, Duelo de titanes, Río Bravo, El forastero, Duelo en la alta sierra, Sin perdón y tantas otras. Veía siempre, y sigo viendo, las obras maestras, una tras otra, del que sin duda es el mayor artista del siglo XX: John Ford. Y no entendía la tristeza: ¿por qué era triste ser el bueno? ¿Por qué al matar al malo no lo celebraban? ¿No deberían gritar de júbilo? Luego, al crecer y, también, al estudiar Filosofía, aunque no por una facultad ridícula y unos profesores en su mayoría, aunque no todos, despreocupados, comencé a comprender: la justicia y la felicidad no son correlativos. El bien y la felicidad, el deber ser y el ser, no caminan juntos.
Precisamente, la disociación entre el bien y la felicidad es la clave de este asunto: bien y felicidad son aún irreconciliables. Por eso, justicia y piedad no pueden darse al unísono. La justicia implica el anhelo de bien y la piedad implica ese bien ya existente para ser verdadera. La justicia es el intento de crear el bien, ahora lo veremos, mientras que en la piedad una de las partes, la piadosa, proyecta sobre el otro su sensibilidad desde un bien ya existente.
Pero hagamos algo de historia, breve, sobre el término piedad y el término justicia. El término justicia aparece al principio con la idea de restitución del orden. Se trataría de un hecho mítico: hay un orden justo previo a las acciones y el injusto es aquel que rompe con dicho orden. Es la hybris griega: el culpable, consciente o no, debe pagar. Es igual que la ley mosaica: el orden previo está por encima de las acciones humanas pues ese orden previo ha sido dado por la grandeza de Dios. Así, la piedad no cabe porque frente al individuo insignificante está el cosmos o la creación obra de los dioses. La irrupción de la piedad sin embargo, que ya se encuentra en el mundo griego en Antígona o en Eurípides por ejemplo, cobra primer plano con el cristianismo. El discurso de Jesús, el discurso del Evangelio es en este momento, cuado se escribió, claramente progresista. La piedad aparece porque el individuo es importante y se le puede, y debe, perdonar: así, en San Juan se nos recuerda que si Moisés trajo la Ley Jesús trajo la gracia. Y algo de eso, mucho, hay en la historia del intento de lapidación de la mujer adúltera. Pero esa piedad se basa, en realidad, en lo mismo que la idea anterior de justicia: un orden previo, un dios o dioses omnipotente, que ahora perdonan a los rebeldes a su orden porque dicho orden es inamovible. Diosa perdona porque es superior.
Hay una frase terrible en Hamlet, siglo XVII, cuando ya conociendo el asesinato de su padre, al final del acto I, comenta que él ha nacido para hacer el orden. Ese es el aldabonazo, en cuanto a forma literaria, de una nueva era. El orden ya no es previo a los actores, un a priori, sino algo por hacer donde, por ejemplo, D. Quijote sucumbirá. Así, la piedad se transforma. Ya no es una piedad universal, no separéis vosotros el grano de la paja, aconsejaba el evangelio, pues ya lo hará Dios, sino una piedad tamizada por la justicia: hay que crear un orden justo y esa es la máxima piedad. Crear, como el Satán de Milton, un cielo en el infierno. Así, a diferencia de lo antiguo cuya labor era la preservación del orden, se establece una tarea: construir el nuevo orden. Y en ella, la justicia ya no puede ser una mirada al equilibrio anterior, inexistente o incluso injusto, sino al futuro. Y la idea de piedad cambia pues ya no existe un dios todopoderoso que luego, en otro mundo, separará el grano de la paja. Por eso, la democracia se construye sobre las ideas, claro y fundamentalmente, pero también, de forma triste, sobre la cabeza de Luis XVI y, ahora que hay película, María Antonieta. Un antiguo hubiera exigido piedad, un moderno comprende que la piedad implica la tarea con tristeza y culpa. Sin un dios que al final haga justicia, la propia justicia es prioritaria.
Así, en la Modernidad la justicia es necesariamente primera sobre la piedad. Y lo es, porque la justicia está aún por construir frente a la idea vieja de que la injusticia es la ruptura del orden. Para el moderno la injusticia es la regla y por ello a piedad ya no cabe de la misma manera que para el antiguo: la piedad es ahora la tristeza al cumplir la tarea. Pero cumplirla. Por eso, los héroes del oeste son tristes ya que deben cumplir su deber pero al tiempo saben que para hacerlo deben no ser buenos absolutos. Y no gozar del propio mundo justo creado por ellos.
Y tras este rollo alguien dirá, ¿Y todo esto con el etarra De Juana? Pues ahora ya, sentadas las bases, es más sencillo. El orden democrático no es un apriori, algo inamovible, sino algo sujeto a una permanente construcción. Por ello, la justicia debe prevalecer sobre la piedad. Pero incluso esa piedad no lo es hacia el asesino De Juana, a quien preferimos, ¡oh, horror!, muerto que vivo, sino hacia nosotros mismos por tener que preferir a De Juana muerto en la cárcel a vivo en casita. No se trata pues de un día alegre, como ha señalado la derecha, sino de otra acción triste. Anteponer la justicia a la piedad es así un deber triste pero como deber hay que cumplirlo. Defendemos la preeminencia de la justicia sobre la piedad porque creemos que se debe construir un mundo nuevo. Y por ello creemos que hay una violencia legítima que no está exenta, sino al contario, de tristeza. A De Juana Chaos le estamos aplicando esa violencia. Y si bien no sentimos el júbilo de hacerlo sí mantenemos nuestro deber. Somos conscientes de que el problema será decidir qué violencia es legítima, lo cual ya nos separa de nuestros enemigos que vive en el dogmatismo, pero también lo somos de que ante sus enemigos, y ETA lo es, la democracia tiene no solo el derecho sino el deber de actuar de la manera más adecuada. Y la justicia, frente a la piedad de los santos, es una de ellas. El deber no da la felicidad, decía Kant, pero nos hace dignos de ella. Y tal vez haya algo más humano en esa dignidad que nos hace infelices que en la risa de la hiena mientas se alimenta de despojos.
8 comentarios:
Estimado Don Epé:
Usted es que es triste por naturaleza, pero algunos sí que nos alegramos de que el tipo ese siga en la cárcel. Un montón. O mejor dicho,estamos felices de que no se vaya a su casa y pasado mañana se las pire a Francia para seguir matando.
Pues mire, sí. A mí el otro día la decisión de los jueces me alegró el día.
Porque la justicia no es solo represión para el indivíduo; también es libertad para el colectivo, que parece mentira que siendo usted marxista tenga que venir yo a recordárselo.
Y le aclaro (tambien a don Filomeno). No pretendo evangelizarle a usted hacia la causa liberal y no dudo de que se sigue sintiendo usted marxista, pero de un tiempo a una parte le veo a usted con ramalazos que me hacen pensar que ha comenzado usted ya el viaje. Otra cosa es que usted lo sepa o quiera enterarse.
Un saludo
Sabiopelotas numbetwo
RAMALAZOS???jajajaja
Oiga. Olvida citar Centauros del Desierto. La mejor de Ford. Y una de las mejores de la historia. Perfecta.
De todas formas, al hilo de su reflexión, verá como la izquierda española, al margen de tácticas electorales, es más tributaria de los complejos (donde radica en última instancia la necesidad de piedad y el complejo de culpa) que la derecha, sobre todo, la más liberal y urbana que, amparándose en el derecho positivo como principal soporte, ha soltado aquel pesado y servil lastre.
juana ademas de ser un asesino, tiene nombre de mujer,¡que se pudra en la carcel!
Creo don EP, que todo su aburrido razonamiento -puesto aquí únicamente como apoyo a sus opiniones sobre De Juana- tiene un problema:
De Juana ha cumplido ya condena por los 25 asesinatos de los que usted habla. Por lo tanto, el estado no puede ya reclamarle ninguna pena por ellos. Es cosa juzgada. Y esto no es piedad, sino democracia. Si usted u otras personas creen que no ha sido suficiente, tomen las medidas que crean adecuadas, pero no utilicen al estado para resolver sus problemas personales.
????????????????????
Es inuadito lo de este hombre. Qué manera de desvariar.
¿será que aún no sabe que este tipo fue condenado recientemente a 12 años de cárcel por amenzas terroristas?
Y el caso es que se lee Libertad Digital de pe a pa cada día, pero se ve que no se entera de lo que pasa en el mundo
¿despiste, miopía o alzheimer?
Yo creo que, como decostumbre, sectarismo.
Sabopelotas numbertwo
No, pelotas, no me interprete mal, que no estoy negando la condena de los 12 años. Lo que digo es que a De Juana se la ha juzgado y condenado ya por los 25 asesinatos, y que ha cumplido la condena. Que de eso no se le pueden pedir cuentas legales ya.
Por eso, a la hora de analizar sus derechos penitenciarios, lo que hay que tener en cuenta, legalmente, es el delito por el que está cumpliendo condena y no otros anteriores..villanova@gmail.com
Por supuesto, Don Ricardo, por supuesto.
Tiene 12 años de condena y los cumplirá en la trena, que es donde tiene que estar. Si sale antes espero que sea en espíritu, que lo prefiero tieso que gordito y huido.
Lo de la condena anterior, los brindis y las risitas tras cada atentado sirve para varias cosas y conviene sin embargo recordarlo:
1. para no olvidarnos de la clase de alimaña con la que estamos tratando, con el fin de no dejarnos llevar por la un falso sentimiento piadoso, que solo estaría justificado en el caso de arrepentimiento. Mire usted como Suarez Gamboa está en la calle y nadie dice nada.
2. para recordar aquello da la "alarma social" que tantas veces se ha utilizado para denegar un tercer grado o una libertad bajo fianza siempre que ha interesado (me soreprende que nadie haya dicho nada al respecto sobre este asunto).
3. para probar la pertenencia activa a ETA de este sujeto y denegar al arresto domiciliario por el peligro de fuga. ¿o es que alguien duda de que el asesino este iba a durar mucho en su casa vigilado por un par de erchanchas de esos? pues menos que un merengue de crema en su nevera.
En resumen que la defensa de la salida de la cárcel de este asesino es incompatible con la decencia.
Sabiopelotas numbertwo
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