Las élites tienden a mantener sobre todas las cosas su poder. La idea clave de las mismas para analizarlas no es, precisamente, el contenido de su poder sino la perseverancia en él. Da igual bajo qué concepto sean élites, pues lo importante es que ellas buscaran mantenerse en la posición privilegiada y, si es posible, aumentar su capacidad de dirección. Y esto es independiente a los individuos concretos que las conformen. La élite es una realidad institucional y social que supera el mero factor subjetivo del que se siente partícipe o no de ella. Tal vez lo que más ha envejecido de la filosofía de Marx sea la teoría de la lucha de clases, teoría hoy ya no cierta, pero ello no es óbice para que precisamente sea cada vez más cierto que con el desarrollo de la nueva sociedad del capitalismo avanzado las élites van adquiriendo una cada vez mayor independencia y control social que desean mantener e incrementar. Y Cataluña es un buen ejemplo de ello.
Analicemos desde una perspectiva distinta al nacionalismo y su ideología los hechos acaecidos en Cataluña últimamente. Es más: seamos científicos y del mismo modo en que el entomólogo se acerca a la colmena acerquémonos, sabiendo el final de la historia por ahora, a Cataluña. Para ello centrémonos en los propios argumentos del niño malcriado y llorica: nada más y nada menos que el presidente, honorable además, de la generalidad y un jefe de, ¿averiguan?, empresarios. Ambos en muy poco espacio de tiempo han dado el argumento: desarraigo. ¡Pobres! Una España insolidaria frente a Cataluña. ¿Frente a Cataluña?, obsérvese como políticos y empresarios, élites que dudamos cojan trenes de cercanías, se transforman en Cataluña. Y claman, llorones, por el desarraigo.
Volvamos a la colmena. Lo mejor para comprender a las abejas, lejos de Mandeville, no es juzgarlas de acuerdo a lo que sea verdad o no sino de acuerdo a su propia percepción del mundo. Por ello, vamos a admitir como cierto, que no lo es en absoluto, que efectivamente Cataluña haya sido malignamente abandonada por el estado central –de tal forma que incluso el Barcelona perdió la última liga de fútbol y, no se lo van a creer, de baloncesto. Pero no solo eso: las ganó, las dos, el Madrid-. Admitamos, pues, la propuesta falsa: Cataluña ha sido abandonada por el estado frente al gran auge reconocido de construcción de nuevas autopistas y líneas férreas, incluyendo AVES, en Extremadura o en Canarias, por ejemplo. Venga, lo admitimos (como admitimos n aras de la investigación otras veces que Irak tenía armas de destrucción masivas o que era aliada de Al Qaeda o que Otegi era hombre de paz). Y ahora, a la colmena a ver a la hormiga reina, a los zánganos y al resto de las abejas que trabajan.
Empecemos por la élite política: los zánganos siempre en nuestra inocente parábola apícola. En 2003 llega al gobierno de Cataluña la autodenominada fuerza de izquierdas y catalanista -lo mejor, lo segundo: ¿se imaginan un gobierno que se autodenomine de izquierdas y españolista? ¿O uno de izquierdas y madrileñista?-. Cualquiera esperaría que ante la gravísima situación de Cataluña ninguneada malignamente por el estado central -ya saben todo el dinero va para Extremadura, Canarias o, ¡Dios mío!, a Madrid: esos vagos- los políticos de izquierdas y encima catalanistas –que debe ser doblemente de izquierdas- se dedicaran con fruición a luchar por las infraestructuras catalanas en beneficio del pueblo al que aman, aprecian y sirven. Sin embargo, lo que hicieron los políticos profesionales fue dedicarse cuatro años a luchar por un nuevo marco legal que, curiosamente, les concedía más poder a ellos mismos como políticos regionales. No obstante, alguien podría decir que lo hicieron en aras de una mejoría de la vida de los ciudadanos. Pero aquí remitámonos a los hechos: entre 2003 y 2007 la vida diaria en Barcelona, la zona más habitada de Cataluña, ha empeorado y no solo por temas coyunturales y esporádicos como pudiera ser un accidente aislado, sIno por la falta de previsión absoluta en varios frentes. Es decir, los representantes populares habían tenido ya al menos cinco años de plazo, en realidad más pues CiU no puede ser liberada de este tema, para haber solucionado el caos que ahora está presente y, sin embargo, no lo hicieron. Pero sí gastaron ese tiempo en generar una nueva legislación que concluía en un mayor poder para ellos: la elite se autoalimenta. O, en plan cuaderno de campo, anotación: el zángano trabaja para sí fundamentalmente.
Pero, ¿y la élite empresarial? Resulta claro que la elite industrial catalana ha oído la voz de alarma: se acabó el chollo de una Cataluña rica y una España pobre (Cataluña rica forjada también en la realidad de la dictadura franquista, por cierto, al igual que la riqueza del País Vasco, Navarra o Madrid). Además, ya no sólo la lucha es con Madrid, que ya la supera, sino que incluso en su pequeña ensoñación del mundo mediterráneo idílico -donde ese ya de por sí pequeño mar aún se convierte en más provinciano al empezar en Gerona y acabar en Tarragona con algún almogaver por ahí perdido- se presentan nuevas competidoras: Valencia y Andalucía. Así, la queja de la élite catalana empresarial es en realidad la queja de quien pierde poder ante la pujanza del nuevo mercado. Y del mismo modo que el fabricante de zapatos exige que no entren zapatos chinos para que paguemos más caros los zapatos españoles de la misma o peor calidad, el empresariado catalán llora al estado para mantener el estatus privilegiado que considera intrínseco, como élite que es, a su situación. O dicho más fácil: las leyes del mercado sirven para los otros (por ejemplo, para el mercado laboral donde se ofrece la chusma) pero no para nosotros que queremos ganar en los despachos gubernamentales lo que no podemos ganar en la libre competencia que exigimos a nuestros empleados.
Las élites se unen cuando su esfera de poder no entra en contradicción y se consideran complementarias. Cataluña es ahora el mejor ejemplo de esa sociología por la cual las élites se juntan para mantener, de forma exclusiva e independiente al daño que puedan causar o ya hayan causado a los habitantes de esa región, el control social. Bajo la bandera ridícula y reaccionaria de la catalanidad, ¿qué es eso?, las élites sociales han encontrado un cómodo espacio para reivindicar su posición social ante la amenaza externa: en un caso, los políticos profesionales -que no son la política- para fortalecerla; en otro, los empresarios, para mantenerla al menos. Lo triste, lo verdaderamente triste, es que para defender cono élite la piscina, que es realidad lo único que se defiende, se utilice una palabra que alguna vez, hace ya tiempo, significó algo. ¿La palabra Cataluña?, no; la palabra izquierda.
Analicemos desde una perspectiva distinta al nacionalismo y su ideología los hechos acaecidos en Cataluña últimamente. Es más: seamos científicos y del mismo modo en que el entomólogo se acerca a la colmena acerquémonos, sabiendo el final de la historia por ahora, a Cataluña. Para ello centrémonos en los propios argumentos del niño malcriado y llorica: nada más y nada menos que el presidente, honorable además, de la generalidad y un jefe de, ¿averiguan?, empresarios. Ambos en muy poco espacio de tiempo han dado el argumento: desarraigo. ¡Pobres! Una España insolidaria frente a Cataluña. ¿Frente a Cataluña?, obsérvese como políticos y empresarios, élites que dudamos cojan trenes de cercanías, se transforman en Cataluña. Y claman, llorones, por el desarraigo.
Volvamos a la colmena. Lo mejor para comprender a las abejas, lejos de Mandeville, no es juzgarlas de acuerdo a lo que sea verdad o no sino de acuerdo a su propia percepción del mundo. Por ello, vamos a admitir como cierto, que no lo es en absoluto, que efectivamente Cataluña haya sido malignamente abandonada por el estado central –de tal forma que incluso el Barcelona perdió la última liga de fútbol y, no se lo van a creer, de baloncesto. Pero no solo eso: las ganó, las dos, el Madrid-. Admitamos, pues, la propuesta falsa: Cataluña ha sido abandonada por el estado frente al gran auge reconocido de construcción de nuevas autopistas y líneas férreas, incluyendo AVES, en Extremadura o en Canarias, por ejemplo. Venga, lo admitimos (como admitimos n aras de la investigación otras veces que Irak tenía armas de destrucción masivas o que era aliada de Al Qaeda o que Otegi era hombre de paz). Y ahora, a la colmena a ver a la hormiga reina, a los zánganos y al resto de las abejas que trabajan.
Empecemos por la élite política: los zánganos siempre en nuestra inocente parábola apícola. En 2003 llega al gobierno de Cataluña la autodenominada fuerza de izquierdas y catalanista -lo mejor, lo segundo: ¿se imaginan un gobierno que se autodenomine de izquierdas y españolista? ¿O uno de izquierdas y madrileñista?-. Cualquiera esperaría que ante la gravísima situación de Cataluña ninguneada malignamente por el estado central -ya saben todo el dinero va para Extremadura, Canarias o, ¡Dios mío!, a Madrid: esos vagos- los políticos de izquierdas y encima catalanistas –que debe ser doblemente de izquierdas- se dedicaran con fruición a luchar por las infraestructuras catalanas en beneficio del pueblo al que aman, aprecian y sirven. Sin embargo, lo que hicieron los políticos profesionales fue dedicarse cuatro años a luchar por un nuevo marco legal que, curiosamente, les concedía más poder a ellos mismos como políticos regionales. No obstante, alguien podría decir que lo hicieron en aras de una mejoría de la vida de los ciudadanos. Pero aquí remitámonos a los hechos: entre 2003 y 2007 la vida diaria en Barcelona, la zona más habitada de Cataluña, ha empeorado y no solo por temas coyunturales y esporádicos como pudiera ser un accidente aislado, sIno por la falta de previsión absoluta en varios frentes. Es decir, los representantes populares habían tenido ya al menos cinco años de plazo, en realidad más pues CiU no puede ser liberada de este tema, para haber solucionado el caos que ahora está presente y, sin embargo, no lo hicieron. Pero sí gastaron ese tiempo en generar una nueva legislación que concluía en un mayor poder para ellos: la elite se autoalimenta. O, en plan cuaderno de campo, anotación: el zángano trabaja para sí fundamentalmente.
Pero, ¿y la élite empresarial? Resulta claro que la elite industrial catalana ha oído la voz de alarma: se acabó el chollo de una Cataluña rica y una España pobre (Cataluña rica forjada también en la realidad de la dictadura franquista, por cierto, al igual que la riqueza del País Vasco, Navarra o Madrid). Además, ya no sólo la lucha es con Madrid, que ya la supera, sino que incluso en su pequeña ensoñación del mundo mediterráneo idílico -donde ese ya de por sí pequeño mar aún se convierte en más provinciano al empezar en Gerona y acabar en Tarragona con algún almogaver por ahí perdido- se presentan nuevas competidoras: Valencia y Andalucía. Así, la queja de la élite catalana empresarial es en realidad la queja de quien pierde poder ante la pujanza del nuevo mercado. Y del mismo modo que el fabricante de zapatos exige que no entren zapatos chinos para que paguemos más caros los zapatos españoles de la misma o peor calidad, el empresariado catalán llora al estado para mantener el estatus privilegiado que considera intrínseco, como élite que es, a su situación. O dicho más fácil: las leyes del mercado sirven para los otros (por ejemplo, para el mercado laboral donde se ofrece la chusma) pero no para nosotros que queremos ganar en los despachos gubernamentales lo que no podemos ganar en la libre competencia que exigimos a nuestros empleados.
Las élites se unen cuando su esfera de poder no entra en contradicción y se consideran complementarias. Cataluña es ahora el mejor ejemplo de esa sociología por la cual las élites se juntan para mantener, de forma exclusiva e independiente al daño que puedan causar o ya hayan causado a los habitantes de esa región, el control social. Bajo la bandera ridícula y reaccionaria de la catalanidad, ¿qué es eso?, las élites sociales han encontrado un cómodo espacio para reivindicar su posición social ante la amenaza externa: en un caso, los políticos profesionales -que no son la política- para fortalecerla; en otro, los empresarios, para mantenerla al menos. Lo triste, lo verdaderamente triste, es que para defender cono élite la piscina, que es realidad lo único que se defiende, se utilice una palabra que alguna vez, hace ya tiempo, significó algo. ¿La palabra Cataluña?, no; la palabra izquierda.
2 comentarios:
Excelente análisis Mesa. Excelente.
Dos pequeños interrogantes:
-¿Por qué se prefirió hacer primero el AVE que arreglar la red de cercanías de Cataluña? ¿No será que algunos reclamaban rebajas en el puente aéreo? Y claro, como es la chusma la que suele ir día sí, día no a Madrid...
-¿Por qué durante el debate sobre la gestión del aeropuerto del Prat algunos medios de comunicación catalanes, entre ellos los de la CCRT, llamaron "la societat civil catalana" a un selecto grupo de políticos, empresarios y profesionales liberales que se reunieron para reclamar la gestión del Prat?
http://www.lavanguardia.es/lv24h/20070322/51315312022.html
¿Si ellos son "societat civil catalana" que coño somos los demás?
El servicio que les mantiene limpia la casa, los que hacen funcionar el Metro, los que reparten la prensa, etc. Bueno, claro nosotros somos la chusma y ellos son la sociedad civil. Coño, es verdad... No habría caído.
¡Vaya, qué poco dura la alegría en la casa del pobre! ¡Snif! (<-- léase en catalán, si us plau)
Qué rápido se pasa del júbilo del descubrimiento a la desazón y la despedida!
Pero antes, 3 cuestiones: ¿Donde queda el asunto de las competencias en la parábola? ¿Es tan difícil de comprender que el primero que consigue algo es al primero al que se le envejece y se le desfasa? ¿Sabe si Franco quería SEAT en Martorell?
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