lunes, mayo 05, 2008

MINISTERIO DE IGUALDAD Y ÉLITES

Hay una tendencia natural en las élites sociales a percibirse a sí mismas como genéricas de lo humano y a presentar sus problemas como los problemas universales de la humanidad. Ellas mismas se consideran a su vez como alejadas de cualquier privilegio y así se sitúan permanentemente en una conciencia de la queja pues la extensión de dicho privilegio se concibe como derecho inalienable en el desarrollo del progreso humano -que curiosamente coincide con su interés de grupo social-. Esto se ve con grupos privilegiados -en relación a las condiciones del resto de la sociedad- como los estudiantes, los becarios, los funcionarios y ahora, y es de lo que trata el presente artículo, las mujeres que perteneciendo al grupo social relevante, la llamada inadecuadamente ya clase dirigente, pretenden acceder a un puesto acorde a dicha relevancia social ya sea en el ámbito público o en el empresarial.

La reciente creación de un Ministerio de Igualdad, que en realidad solo trata de una desigualdad y dentro de ella incluso de un subconjunto, es un buen ejemplo de ello. Efectivamente, el primer elemento a analizar sería por qué la palabra igualdad ha quedado reducida a una parte de su contenido, la igualdad hombre y mujer, en el discurso social. O diciéndolo de otro modo, por qué desaparece del discurso la idea de igualdad social entre clases, por ejemplo, y ya únicamente se utiliza en su significado de referida a un grupo sexual (y además falseado como vamos a intentar demostrar).

La respuesta a esta cuestión viene dada precisamente por el interés del grupo privilegiado concreto. Ha surgido una nueva élite social, mujeres en torno a los cuarenta años hijas de la clase media y alta y con una alta cualificación académica, que necesita realizar un discurso legitimador de su propia posición y ambición social. Efectivamente, este nuevo grupo de poder está unido no por un deseo universal de emancipación, a pesar de lo que pueda pensar bondadosamente cada uno de sus integrantes de forma individual, sino por sus propios intereses como élite y de ahí que al hablar de igualdad el discurso se constriña a lo pretendido por ese mismo grupo: la participación en el poder social sin cambiar ese mismo poder. De esta manera, y por la cuestión que luego veremos, el objetivo no es priorizar la lucha en la defensa de derechos sociales sino en la propia conquista del poder por el grupo.

Así este interés limitado a su propia característica definida de élite social es lo que mueve sociológicamente al colectivo concreto -aunque sus integrantes puedan pensar otra cosa-. Y así la injusticia cierta, y esto es sin duda, pero limitada al ámbito de una cierta realidad social se presenta como universal y al tiempo la liberación prometida -aunque lógicamente sólo afectará a los intereses limitados del grupo en cuestión- se mantendrá públicamente como una solución para todos y, claro está y en ese ridículo lenguaje de la nueva progresía, para todas. Por este proceso de ideologización el enemigo se presenta como el machismo en abstracto y no como, lo que sería lo real, los intereses del grupo competidor, hombres altamente cualificados académicamente en puestos de relevancia social que aspiran, y en este caso ya poseen, ese poder y buscan eliminar a los competidores. No se trata aquí de que el machismo no se dé socialmente -sólo hay que ver los programas de la tan progresista La Sexta, plagados de presentadoras con estupendos envoltorios carnales (mamachichos progresistas) para confirmarlo- sino que aquí el tema real por el que se combate no es ese. Y tampoco, claro está, la lucha social por los derechos efectivos de la mujer en cuanto a trabajadora de media o baja cualificación.

Efectivamente, debe observarse como la solución pretendida y la presión efectuada no es de orden social sino legislativo. No se exigen más guarderías, cambios en los horarios de trabajo o mejoras en el paupérrimo permiso por maternidad sino que la presión y la medida estrella es la cuota. Y esto tiene, al ser analizado, una doble característica social que refuerza la veracidad de nuestro discurso. En primer lugar, la cuota resulta inútil para los puestos laborales de cualificación media y baja pues estos puestos hace tiempo se convirtieron en igualitarios, es decir: el sistema productivo y el desarrollo tecnológico a él unidos los asexuó cuando no los hizo prioritariamente femeninos. Y así la cuota no soluciona el problema de todo ese inmenso grupo social de mujeres con media o baja cualificación sino sólo el de aquellas con una cualificación alta y que buscan, legítimamente en primera instancia, conquistar un puesto de élite ya en los consejos de administración ya en el mundo de la alta política. La cuota así no mejora el empleo femenino sino el de un sector muy concreto de mujeres.

En segundo lugar, el hecho de que el énfasis se ponga en lo legislativo y no en lo social retrata al grupo y contrasta positivamente de nuevo nuestra teoría. En efecto, esto es debido a que esta élite se puede permitir el acudir a la asistencia privada para el cuidado de sus hijos y el permiso de maternidad es un hándicap en su promoción social con lo cual cualquier lucha en este aspecto no se considera como prioritaria y por tanto queda meramente testimonial. Frente a esto, las reformas de carácter legislativo y obligatorio sí se corresponden con su interés inmediato y por tanto la pelea se establecerá allí. Así el máximo interés de la mayoría de las mujeres en cuanto a lo que les atañe específicamente -aunque no sea necesariamente lo más importante- a su sexo, la adquisición de unos derechos sociales relacionados con la vida familiar, no se transforma en prioridad social frente al interés de la élite. Y todo el juego se desenmascara. La élite femenina se presenta como la mujer, género universal, cuando en realidad no es sino la competidora mercantil de cierto puesto laboral muy concreto ocupado no por el hombre, falsa generalización de nuevo, sino por, curiosamente, sus propios maridos, amigos o vecinos de chalet o urbanización.

En mi anterior instituto -plagado, claro está, de mujeres funcionarias y progresistas- una de ellas montó una especie de exposición titulada Mujeres en la sombra. En ella se pretendía rendir homenaje a un grupo de mujeres de los siglos XVIII y XIX, creo recordar, sin cuyo trabajo, según se exponía, hubiera sido imposible la labor de otros científicos, de sexo masculino, más importantes. Yo sólo comenté una cosa, y algo simple sin duda: que siendo estas damas a su vez de la burguesía bien pudiera ser que debiéramos hacer una exposición de la exposición titulada Sirvientes en la sombra y dedicada a aquella parte mayoritaria de la humanidad, hombres y mujeres indistintamente, que con su esfuerzo absolutamente explotado y correspondiente a su pertenencia dentro de la división social del trabajo habían permitido que estas personas relevantes, las señoras y los señores, se pudieran dedicar a pensar. Pero nadie me contestó y nunca hubo tal exposición.

4 comentarios:

odradek dijo...

Es curioso lo del ministerio de la igualdad en la desigualdad y los aberrantes debates que suscita.
Todavía recuerdo los comentarios de Luis Martín Santos (el profesor de Palencia, no el escritor) sobre cómo el feminismo -al menos el que mayoritariemente se daba en España en esa y en esta época- era una batallita provinciana en el seno de la burguesía sin ningún otro horizonte emancipatorio. Le pusieron hasta pancartas a la puerta de la facultad. Por misógino.

La épica de dicha batallita -discreta y de tono menor, como corresponde al decoro de toda estética burguesa- mantiene empero todos los estereotipos del género y una didascalia insultante. Vidas de niñas santas, sección florilegio civil.

Uno que anda perdido en una sociedad tan rara y filosóficamente triste tampoco comparte el gusto que le han cogido los reaccionarios de toda la vida a dispensar sus chanzas cuarteleroparroquiales (ahora más light, postmodernidad mediante) contra el laureado mujerío -de la competencia- y su ascenso: el de sus propias hembras públicas, obviamente y por ese relativismo moral de la derecha, lo viven con perfecta naturalidad.

Con su pan se lo coman los hunos y las hotras.

Sí quisiera saber qué piensas con respecto a la huelga convocada para mañana en la Educación de Madrid: las reivindicaciones, el proceso, las espectativas y la conveniencia o no de secundarla.

Saludos.

Anónimo dijo...

Joder Mesa, lo ha brodado.

Anónimo dijo...

Brillante; qué lucidez la suya. Permítame que me quite el sombrero y vaya a echar un trago. Tengo que reponerme después de lo leído.

Sara España dijo...

¿Acaso la exigencia de más guarderías o mejoras en el permiso de maternidad sería una medida de orden social que coadyuve en el cambio de mentalidad de la sociedad machista en la que vivimos? ¿O es más bien la aceptación de la condición que nos ha sido impuesta históricamente? No se trata tanto de mejorar la actual situación de la mujer, aceptando el rol que viene ejerciendo desde siempre, sino de promover un cambio precisamente en la concepción del papel asignado al género femenino.

Por otra parte, en mi humilde opinión, la lucha por la igualdad de clases y la lucha por la igualdad de sexos son temas que, aunque complementarios, pertenecen a ámbitos diferentes. Aspirar a la igualdad entre hombres y mujeres, no excluye querer reducir la distancia existente entre las clases pudientes y las más limitadas, económicamente hablando.

Felicidades por el blog! Cuánto tiempo sin saber de Vd., Enrique Mesa!