PIXAR, la productora estadounidense de dibujos animados, es, sin duda, el movimiento de estética cinematográfica más importante de los últimos años. La lista de sus películas -todas buenas, varias extraodinarias y alguna obra maestra- demuestran no solo un impresionante dominio técnico de lenguaje cinematográfico y en concreto de la animación, que es fundamental para la elaboración de sus obras, sino tambien, y mucho más importante, un extraordinario y ejemplar trabajo de directores y guionistas. Así, PIXAR retoma la idea de producción como algo unitario, una productora con unidad de estilo, y por ello se puede percibir que a todas sus obras hay algo que las une. Ahora Wall-e, su último estreno, pertenece a la categoría de obra maestra.
El anhelo de lo humano -entendiendo esto como el deseo de realización de un mundo justo y bueno para todas las personas donde poder desarrollar la vida emancipada y autónoma: el discurso ilustrado y moderno- como promesa que debería cumplirse –en el caso de Wall-e como promesa de amor al principio y construcción de un mundo nuevo después- es una constante en el cine de PIXAR. Así, en Toy Story se representa con la promesa de un posible cariño compartido, en Bichos la de un mundo sin abusos, en Monstruos SA, película con una de las escenas finales más hermosas que uno recuerda, la de la amistad entre el monstruo de armario y la niña que le confunde con un gatito y en Toy Story 2, seguramente uno de los filmes que mejor han expresado la muerte y obra maestra absoluta, la del recuerdo tras la muerte. Y este anhelo vuelve a repetirse en Wall-e de una forma ahora nueva: bajo la idea de los restos del naufragio.
La tarea inicial en la cual está embarcado Wall-e, un robot de prensado de basura en un futuro cercano, es inmensa y ya convertida en absurda: limpiar un planeta tierra convertido en un inmenso vertedero y de donde ha desaparecido la vida. Wall-e acude así cada mañana con su batería solar recargada a su misión y vuelve de noche a su refugio para guarecerse. Y allí convive con una cucaracha, último exponente de la vida sobre la tierra. Pero hay algo más: Wall-e guarda celosamente, y sin comprenderlos, objetos abandonados que encuentra entre la basura de lo que una vez fue la civilización: una bombilla, un sujetador, una joyero sin anillo, una planta -que jugará un papel fundamental en la historia-…, y entre ellos, su tesoro, la vieja cinta de vídeo de un musical que el robot contempla emocionado cada noche mientras sueña con cumplir sus escenas: escenas de convivencia feliz con otros semejantes, escenas de amor. Se trata, así, de su promesa de felicidad, ¿se dará alguna vez?, pero al tiempo de su realidad de desesperanza: Wall-e es el último superviviente. Y será también en esa cinta de vídeo vieja donde escuchemos por primera vez en la película la voz humana: otra promesa de lo que debería cumplirse y otra desesperanza de lo que no se da. Wall-e, con sus restos del naufragio y su ilusión de felicidad y amor, anhela lo humano.
Y es la idea de restos de naufragio esencial en esta película: la presencia sentimental de algo que una vez estuvo ahí como posible -la idea de civilización, de un estadio superior a lo que hay y que aquí se representa con esas escenas del musical- y que se ha perdido. Pero, a su vez, lejos de pedantear con diálogos pseudoprofundos y tediosas situaciones, que ya solo reflejan la autosatisfacción del público entendido convertido en élite y el guiño cómplice del director enterado, en Wall-e todo se resuelve con secuencias que en su aparente simplicidad señalan lo humano como objetivo. Así, esta idea de un pasado que reclama su cumplimiento se certifica tanto en la forma en que Eva, el femenino robot del que Wall-e se enamora, descubre su amor hacia el protagonista al rescatar de su memoria base los momentos pasados con él cuando ella estaba en standby, como en la manera en que el capitán de la nave va aprendiendo qué era la tierra, enlazando una palabra con otra en la búsqueda de la memoria de su ordenador, para luego tomar la decisión de volver. De esta forma, desde que apenas haya diálogos pero que sin embargo todo lo humano se pueda decir al repetir sus nombres Wall-e y Eva, hasta que el máximo deseo de Wall-e sea coger la mano de su amada -en estos tiempos en que no hay película sin sudorosa copulación gratuita- o que quienes ayuden al robot sean los androides deshauciados de la nave y condenados a desaparecer por no ser ya útiles, Wall -e va adquiriendo esa capacidad de provocar la máxima ternura y al tiempo la más absoluta de las tristezas: tan alejada y al tiempo tan cercana, en cuanto a promesa de una cultura, de nuestra realidad. La película se presenta, de esta forma, como una obra que juega con la tensión establecida entre una esperanza, el anhelo de amor del robot y el deseo final de los humanos de volver a la tierra para hacerla habitable, y una realidad que se enfrenta: un mundo real lleno de basura. Así, la película lejos de ser solamente una crítica ecológica, para lo cual siempre es mejor un discurso conceptual con razonamientos guiados por la causa y el efecto, trasciende ese concreto elemento, que también está presente, y va más allá en su comparación yt enfrentamiento con aquello que está fuera de la sala de proyección. Pues el mundo real, lejos de ser el lugar donde el anhelo humano de Wall-e se cumpliría, es el sitio para las peores pesadillas. Y así, en esa tensión entre el anhelo de humanidad y la realidad objetiva, Wall-e se dibuja como obra de arte.
El cine es un arte. Como tal, su discurso no es conceptual y su componente crítico no puede ser igual que el del discurso filosófico. Los discursos con argumentación racional se dan en libros de filosofías, las emociones verdaderas, pues hay verdad o falsedad en las emociones, en las películas transformadas en obra de arte. De hecho, todas las películas que han intentado coneeptualizarse acaban siendo o bien plomíferas o bien un ejercicio de pedanteria –como, por otra parte, le ha pasado en demasiadas ocasiones al arte moderno-. Nos guste o no, el arte juega con la emoción y por eso su verdad no se expresa de la misma manera que en el discurso filosófico. Pero al tiempo, esa emoción no está nunca exenta de un contenido de verdad y se transforma por ello en objetivamente verdadera u objetivamente falsa. En Wall-e se da, a través de sus imágenes, esa sensación de estar viendo una obra maestra del arte. Y esa sensación, como en el auténtico arte, no produce la mera satisfacción de un gozo estético que nos haga salir reconfortados del cine sino la confrontación con un mundo real que está lejos de ser tan sublime como las propias obras de arte que es capaz de producir. La ilusión que está en Wall-e, y que mueve las aventuras de ese robot, se convierte así en tristeza absoluta. Se marca la irremediable presencia de una promesa de felicidad que sin embargo deviene en triste: el mundo real, aquel que está fuera de la sala, mantiene impolutos sus bloques de basura pero, al tiempo, en él pervive como recuerdo, como aquella vieja cinta de vídeo que el robot ve cada noche y que constituye su sueño, la idea de que el mundo podría haber sido más humano: una esperanza compartida por Wall-e mientras su mano anhela ser cogida por alguien más.
El anhelo de lo humano -entendiendo esto como el deseo de realización de un mundo justo y bueno para todas las personas donde poder desarrollar la vida emancipada y autónoma: el discurso ilustrado y moderno- como promesa que debería cumplirse –en el caso de Wall-e como promesa de amor al principio y construcción de un mundo nuevo después- es una constante en el cine de PIXAR. Así, en Toy Story se representa con la promesa de un posible cariño compartido, en Bichos la de un mundo sin abusos, en Monstruos SA, película con una de las escenas finales más hermosas que uno recuerda, la de la amistad entre el monstruo de armario y la niña que le confunde con un gatito y en Toy Story 2, seguramente uno de los filmes que mejor han expresado la muerte y obra maestra absoluta, la del recuerdo tras la muerte. Y este anhelo vuelve a repetirse en Wall-e de una forma ahora nueva: bajo la idea de los restos del naufragio.
La tarea inicial en la cual está embarcado Wall-e, un robot de prensado de basura en un futuro cercano, es inmensa y ya convertida en absurda: limpiar un planeta tierra convertido en un inmenso vertedero y de donde ha desaparecido la vida. Wall-e acude así cada mañana con su batería solar recargada a su misión y vuelve de noche a su refugio para guarecerse. Y allí convive con una cucaracha, último exponente de la vida sobre la tierra. Pero hay algo más: Wall-e guarda celosamente, y sin comprenderlos, objetos abandonados que encuentra entre la basura de lo que una vez fue la civilización: una bombilla, un sujetador, una joyero sin anillo, una planta -que jugará un papel fundamental en la historia-…, y entre ellos, su tesoro, la vieja cinta de vídeo de un musical que el robot contempla emocionado cada noche mientras sueña con cumplir sus escenas: escenas de convivencia feliz con otros semejantes, escenas de amor. Se trata, así, de su promesa de felicidad, ¿se dará alguna vez?, pero al tiempo de su realidad de desesperanza: Wall-e es el último superviviente. Y será también en esa cinta de vídeo vieja donde escuchemos por primera vez en la película la voz humana: otra promesa de lo que debería cumplirse y otra desesperanza de lo que no se da. Wall-e, con sus restos del naufragio y su ilusión de felicidad y amor, anhela lo humano.
Y es la idea de restos de naufragio esencial en esta película: la presencia sentimental de algo que una vez estuvo ahí como posible -la idea de civilización, de un estadio superior a lo que hay y que aquí se representa con esas escenas del musical- y que se ha perdido. Pero, a su vez, lejos de pedantear con diálogos pseudoprofundos y tediosas situaciones, que ya solo reflejan la autosatisfacción del público entendido convertido en élite y el guiño cómplice del director enterado, en Wall-e todo se resuelve con secuencias que en su aparente simplicidad señalan lo humano como objetivo. Así, esta idea de un pasado que reclama su cumplimiento se certifica tanto en la forma en que Eva, el femenino robot del que Wall-e se enamora, descubre su amor hacia el protagonista al rescatar de su memoria base los momentos pasados con él cuando ella estaba en standby, como en la manera en que el capitán de la nave va aprendiendo qué era la tierra, enlazando una palabra con otra en la búsqueda de la memoria de su ordenador, para luego tomar la decisión de volver. De esta forma, desde que apenas haya diálogos pero que sin embargo todo lo humano se pueda decir al repetir sus nombres Wall-e y Eva, hasta que el máximo deseo de Wall-e sea coger la mano de su amada -en estos tiempos en que no hay película sin sudorosa copulación gratuita- o que quienes ayuden al robot sean los androides deshauciados de la nave y condenados a desaparecer por no ser ya útiles, Wall -e va adquiriendo esa capacidad de provocar la máxima ternura y al tiempo la más absoluta de las tristezas: tan alejada y al tiempo tan cercana, en cuanto a promesa de una cultura, de nuestra realidad. La película se presenta, de esta forma, como una obra que juega con la tensión establecida entre una esperanza, el anhelo de amor del robot y el deseo final de los humanos de volver a la tierra para hacerla habitable, y una realidad que se enfrenta: un mundo real lleno de basura. Así, la película lejos de ser solamente una crítica ecológica, para lo cual siempre es mejor un discurso conceptual con razonamientos guiados por la causa y el efecto, trasciende ese concreto elemento, que también está presente, y va más allá en su comparación yt enfrentamiento con aquello que está fuera de la sala de proyección. Pues el mundo real, lejos de ser el lugar donde el anhelo humano de Wall-e se cumpliría, es el sitio para las peores pesadillas. Y así, en esa tensión entre el anhelo de humanidad y la realidad objetiva, Wall-e se dibuja como obra de arte.
El cine es un arte. Como tal, su discurso no es conceptual y su componente crítico no puede ser igual que el del discurso filosófico. Los discursos con argumentación racional se dan en libros de filosofías, las emociones verdaderas, pues hay verdad o falsedad en las emociones, en las películas transformadas en obra de arte. De hecho, todas las películas que han intentado coneeptualizarse acaban siendo o bien plomíferas o bien un ejercicio de pedanteria –como, por otra parte, le ha pasado en demasiadas ocasiones al arte moderno-. Nos guste o no, el arte juega con la emoción y por eso su verdad no se expresa de la misma manera que en el discurso filosófico. Pero al tiempo, esa emoción no está nunca exenta de un contenido de verdad y se transforma por ello en objetivamente verdadera u objetivamente falsa. En Wall-e se da, a través de sus imágenes, esa sensación de estar viendo una obra maestra del arte. Y esa sensación, como en el auténtico arte, no produce la mera satisfacción de un gozo estético que nos haga salir reconfortados del cine sino la confrontación con un mundo real que está lejos de ser tan sublime como las propias obras de arte que es capaz de producir. La ilusión que está en Wall-e, y que mueve las aventuras de ese robot, se convierte así en tristeza absoluta. Se marca la irremediable presencia de una promesa de felicidad que sin embargo deviene en triste: el mundo real, aquel que está fuera de la sala, mantiene impolutos sus bloques de basura pero, al tiempo, en él pervive como recuerdo, como aquella vieja cinta de vídeo que el robot ve cada noche y que constituye su sueño, la idea de que el mundo podría haber sido más humano: una esperanza compartida por Wall-e mientras su mano anhela ser cogida por alguien más.
8 comentarios:
Este post, entre lo mejor que ha escrito y mi coincidencia con lo que dice, plena.
Podría escribir otro sobre la primera época Disney, repleta de excelentes películas.
Al margen de lo anterior, la película, espero, recibirá varios oscar.
gran crítica, sr. Mesa.
la idea de un arte -no sólo un cine- que no sea jugueteo narcisista de élites iniciadas ni efectismo hueco debería aparecer más a menudo.
por cierto: algo más que ver que valga la pena -o cualquier otra emoción por vía estética?
La he visto, descargada de internet.
La calidad de imagen era muy buena y el sonido era el registrado en ambiente con micro. Venía con el “valor añadido” de una madre respondiendo a las preguntas que sobre la película le hacia su hija(suponemos que es niña y de unos 5 años).
Genial la película y genial la madre. Llegamos a pensar al principio que la película era así y nos encantaba la idea.
Sólo al leer su comentario, he caído en la cuenta del rol femenino de EVA y su relación con la Eva bíblica, primera mujer si no tenemos en cuenta a Lilith (que sería la que más se ajustara al personaje, pues Dios la hizo reciclando materiales).
Aunque cuando EVA se guarda la planta en su interior me dió sensación de embarazo.
Cuando apareció el robot con el rotulo de “EVA” en la película, sólo tuve cabeza para el tema creado por el génio del paleo-moog y autor de la banda sonora de “El Chapullín Colorado” y “El Chavo del Ocho”, Jean Jacques Perry, que se titula “E.V.A.” que ya forma parte de mi ADN y el de mi descendienta, de tanto escucharlo.
Nunca supe porque Perry tituló así su obra y durante un rato de la película me entretuve pensando si el EVA de Perry tenía algo que ver con el EVA de Pixar.
Leí hace tanto tiempo los cuentos de “Sueños de robots” de Asimow que ya no los recuerdo y no me sirven de referente, aunque lo sea, cuando veo esta película u otras basadas en sus relatos, como “El hombre del bicentenario”, también genial.
Parece que en los robots tambien se da, de serie, la tesis de Kropotkin del “apoyo mutuo” y por encima de ser feliz, como Demócrito, prefería “conocer un porqué que poseer todo el reino de Persia”.
Como los humanos Wall-E ya disponía de la felicidad, pero como el hombre, no puede ser feliz (algó así dijo Nietzche).
Ser felíz sólo consiste en el vertido al sistema limbico de endorfinas. El opio, la heroina es suficiente para dotar de endorfinas a un ser humano desde su nacimiento a su muerte y que su vida transcurra en plena percepción de la felicidad.
Sería feliz, pero desconocería los porqués. Y aquí si Ud. lo ve pertinente, lo enlaza con la Ilustración.
"El anhelo de lo humano -entendiendo esto como el deseo de realización de un mundo justo y bueno para todas las personas donde poder desarrollar la vida emancipada y autónoma: el discurso ilustrado y moderno- como promesa que debería cumplirse"
¿Sí?
¿Por qué?
El Sanfe.
Me contradigo a mí mismo. Ea, así, sin rubor ni verguenza ninguna. La culpa no es para mí. Diría que lo siento, pero no es así.
Escrito rico en sugerencias e inteligente. Sin esos cansinos tópicos típicos entre lo habitual de los que suelen hacer gala sus señorías.
Muy esclarecedora la propuesta de intelección del ser del arte. ¿del ser o de uno de sus ser? Sea como sea, interesante.
El Sanfe.
Me quedo con su frase "La confrontación con un mundo real que está lejos de ser tan sublime como las propias obras de arte que es capaz de producir".
Esto,a mi parecer,es lo que hace tan bello el arte.
Un alumno.
Wall-E, que maravilla de película, mi favorita junto con Monstruos S.A.
Increíble cómo se puede transmitir tantísimo con tan pocas palabras, eso es arte, esa es la más auténtica comunicación.
Es una película que me recuerda a muchas otras...en parte a E.T., ya no solo por la forma física de Wall-E, la planta, su vida ligada a la del robot que necesita volver a casa.
Ese punto maravilloso en el que EVA "descubre" los sentimientos, y va más allá de ser un robot, al igual que la identidad de Wall-E que casi se pierde la final de la película para pasar a ser solo un robot...El despertar de la sensibilidad y la conciencia humana, aturdidas por las tareas diarias robotizadas....
Lo que me sorprende, en especial por la parquedad de los diálogos, es que pese a su "simplicidad" se reconoce con facilidad todo lo que transmite, todos nos vemos reflejados, todos mostramos los mismos anhelos y deseos, todos quisiéramos conseguir lo mismo...y por todos me refiero a la amplía mayoría de la humanidad. Estas son películas que se ven prácticamente en todo el mundo, por lo que el mensaje ha de ser entendido por todos....y sin embargo, pese a coincidir todos en esas mismas ideas, nuestras conductas son increíblemente opuestas...eso es lo triste, no encontrar cómo lograr llevar a la práctica un sueño común a todos.
no me agrada tu pensamiento.
me gusto la pela
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