martes, febrero 10, 2009

POE: 200 AÑOS

Tradicionalmente se suele relacionar la obra de Poe con el delirio y el consumo de alcohol o de opio: fuerzas ocultas y salvajes que emergerían desde el subconsciente –aparte lo que sea semejante cosa-. Generalmente, se le suele presentar como un autor de escritura arrebatada y romántica, que fue maestro en el género de terror por ese espíritu irracional y evocador de los sueños que tanto se gusta de presentar como subversivo. Es esa la imagen que la literatura maldita -¿maldita?- francesa decimonónica, a la que siendo justos hay que agradecer su descubrimiento, nos ha legado. Es sin embargo, una imagen falsa porque precisamente la fuerza que pervive en Poe radica en la racionalidad propia de su obra.

El cine gore es un cine de sangre y vísceras. Y es un género fundamentalmente aburrido. En él, las escenas de impacto no pueden sustituir su gran problema: la ausencia de un argurmento. Pero, el argumento implica la relación de hechos y ésta a su vez la racionalidad. Surge así la argumentación para los acontecimientos: un enlace de escenas que se unen no por tener el mismo protagonista o por ser una sucesión de crímenes sino por estar enlazados precisamente en su desarrollo de causas y efectos. Así, tanto en el gore como en el cine japonés de fantasmas, que muchos conoceran por su adaptación estadounidense como por ejemplo The ring, el miedo surge por la imposición de una presencia terrorífica: es el asesino en serie o el espíritu que no descansa en paz. Es decir, son pesadillas y no relatos y como tales realizaciones oníricas al prolongarse en el tiempo aburren al final. Su ausencia de racionalidad, de desarrollo argumentativo, les condena.

Se considera a Poe, y con justicia, el creador del relato de terror como género. Y esto es una gran responsabilidad. Pero para comprender en toda su grandeza la labor de Poe convendría quizás, y antes de nada, hacer una distinción no tanto académica como necesaria en el mismo género. El motivo del terror puede ser natural, algo de la vida cotidiana, o sobrenatural, lo relativo a espíritus y monstruos. Poe se decantó, de manera abrumadora, por el primer motivo: todo lo que ocurre en sus cuentos es un desarrollo donde la vida diaria cumple un papel protagonista. Incluso, cuando aparece un elemento extraño, como en el genial William Wilson, tiene ese aire de realidad que huye de lo mágico como forma: lo que importa aquí no es el doble sino el desarrollo de la relación entre el protagonista y su copia. Efectivamente, en la obra de Poe brilla por su ausencia el aspecto sobrenatural: no hay lugar para el monstruo o el espíritu y cuando aparece, como en el caso de La máscara de la muerte roja o en el ya citado William Wilson, su presencia es más alegórica que terrorífica pues aquello que aterroriza es la acción de los humanos: nuestra acción.

En Poe además lo natural es identificable, hasta el descubrimiento del horror, con lo cotidiano. Bien es cierto que en su obra juega un papel fundamental la locura, como elemento que escapa a esa racionalidad, pero aquella nunca es la responsable última del crimen. El protagonista de Poe tiene una complejidad intelectual que se van desvelando en su argumento y precisamente lo fascinante del relato no es tanto la acción irracional del crimen cometido en un breve periodo de tiempo sino el antes y el después del mismo. Es algo doble relacionado con la propia racionalidad: por un lado, la estructura del propio relato que va añadiendo elementos para la resolución final, por otro, la propia acción del protagonista acompañada de su racionalidad. Efectivamente, el horror que se genera en el cuento viene generado en un desarrollo: los personajes no responden a su propia realidad mental alienada, no actúan así porque esten locos, sino por la realidad exterior. Así, la locura del personaje no es la clave de la historia sino un elemento que es aprovechado por el autor para, como un engranaje más, percutir la trama. La consecuencia es que no es el loco el causante del horror sino la víctima. En el cuento de Poe,de esta manera, el terror es una consecuencia del desarrollo y no algo primigenio que se sobreponga sobre lo cotidiano porque el terror ya está en lo cotidiano. Por eso para el autor también los objetos son clave del relato. El cuervo que sólo repite una palabra (nunca más); un ojo ciego en El corazón delator; El gato negro... Elementos todos de la vida cotidiana que sin embargo cobran horror por la complejidad argumentativa en la que se representan. Y por ello tiene explicación que sea el mismo autor el creador del género policiaco con detective racionalista, Auguste Dupin, que luego tendría epígonos como Holmes o Poirot. Al fin y al cabo lo que cuenta en ambos géneros, el terror y el policíaco, es el desarrollo argumentativo.

Es así, por esa racionalidad que es el argumento, por lo que el horror de Poe se genera. Lejos de existencias sobrenaturales y paralelas, como luego sí haría Lovecraft en su cosmogonía de monstruos y mitos, el mundo de Poe se elabora en nuestro mundo tanto que su protagonista es la primera persona. Efectivamente, los cuentos de Poe se escriben en forma de confesión de un yo atormentado como queriéndonos decir que el propio horror no es ajeno a nosotros sus, hagamos la gracia, hipócritas lectores. Se trata, en el propio cuento, evidentemente de un recurso estilístico pero que sin embargo unido a esa necesidad de argumentación cobra nueva fuerza. La escritura en monólogo presenta a un protagonista no ajeno sino propio. El terror de Poe es de todos y cada uno. Es nuestro, y tan nuestro, terror. Soportado y también producido.

A finales del siglo XVIII, curiosamente el siglo de la Ilustración, pintó Goya un capricho titulado El sueño de la Razón produce monstruos. En él, como es bien sabido, un personaje dormita mientras a su alrededor se forma aprovechando su sueño una caterva de criaturas que surgen de la noche. El negro cuervo del poema de Poe acaba su revoloteo alzado sobre el busto de Atenea, la diosa de la sabiduría. Y desde allí, y con los ojos de un demonio que sueña, mantiene su lema de nunca más buscando imponerse a la razón y con ella a la esperanza. Y es esa pesadilla que nos presenta tan racional, tal vez, la grandeza y la tristeza, al unísono, de la inmortal obra de Poe.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Análisis muy acertado, le felicito. Podría dar clases de literatura mejor que de ciudadanía, seguro.

august becker dijo...

Es curioso. Mucho de lo que dices sobre el terror de Poe también podría decirse sobre el de Hoffmann. Seguro que ambos pensaban lo que yo: que no hay que buscar monstruos ni en la tierra ni en los cielos ni en la imaginación. Porque los monstruos somos nosotros.

Por cierto, ¿para cuándo LARRA: 200 AÑOS?

loli loligo dijo...

De Poe me gusta en especial Augusto Dupin. Aunque leído hace demasiado dos recuerdos permanecen en mi mente especialmente marcados: si quieres esconder algo que sea en un sitio a la vista, donde jamás pensarían que fueras a dejarlo, y el otro, no recuerdo de que historia, cuando Dupin está caminado con alguien (no recuerdo con quien era) por una calle con adoquines (o similar), iban hablando pero algo ocurrió (tropezaron o algo así) y quedaron callados durante un rato...para finalmente Dupin realizar un comentario a su compañero que queda sorprendido de que supiera en qué estaba pensando. Eso me encantó, también es verdad que yo era pequeña...pero aprender como se podía establecer una secuencia lógica del pensamiento de otro de modo que casi estés leyendo su mente...
En cuanto a los cuentos de terror, como los protagonistas de Poe...yo también tengo un secreto, la crueldad a la vez que credibilidad de las descripciones, el ensañamiento en muchas de ellas, las pesadillas y desesperación...la imaginación propia como la peor de todas las historias ...confieso que no logré terminar El gato negro...