jueves, mayo 07, 2009

CLINT EASTWOOD Y DIOS

Los tejados de la ciudad de San Francisco estan dominados por dos elementos. Uno, es el rifle con mira telescópica de Scorpio, el asesino en serie dispuesto a ganar dinero con sus crímenes; otro, es un cartel con un lema: Jesús salva. El asesino Scorpio siempre vence sin embargo y la víctimas inocentes van cayendo una tras otra. Hasta que las salva Harry el sucio.

Si hay un autor, pues es autor, que haya tratado el tema de Dios a lo largo de su obra es sin duda Clint Eastwood. Cuando uno analiza sus grandes películas va comprendiendo que el tema de Dios, en concreto su ausencia real ante el mundo que le necesitaría, es una constante en el cine del director estadounidense. Así desde Harry el Sucio, dirigida por Siegel, la idea de un Dios ausente o cuando menos inactivo ante la permanente injusticia es constante en el universo intelectual de Eastwood: rezar es un sinsentido pues el buen Dios no escucha. Hay que actuar.

Si hacemos un somero repaso por las obras del autor veremos esto ejemplificado. En Sin perdón no hay expiación posible a pesar de la conversión de asesino a honrado padre de familia pero, además, William Munny irá al Infierno aunque –o tal vez porque- por una vez haga el bien. En Un mundo perfecto la humanidad y el amor no se encuentran en la familia del niño secuestrado, testigos de Jehova, sino que allí solo hay un fanatismo capaz de destrozar los inocentes sueños de una infancia: volar en helicóptero y vestirse de fantasma en Halloween. En Million dollar baby, el protagonista debe hacer el trabajo que Dios dejó incompleto, cuando un accidente dejó lisiada para siempre a la protagonista, y desobedeciendo al sacerdote que le indica que deje actuar a la misericordia divina mata a la boxeadora otra vez fracasada. Y en su última magnífica película, Gran Torino, debe actuar porque, como dice, rezó a Dios para que viniera la policia pero este no le escuchó. Y antes, y en esta misma película, se confesará no ante Dios sino ante el hombre.

Así, el tema Dios recorre explícitamente la obra de Eastwood. Y lo recorre en un sentido muy determinado: como ausencia, como silencio. Efectivamente, en toda la obra de Eastwood hay una crítica a ese ser omnipotente que se niega a actuar para socorrer a las víctimas. Y al tiempo, hay la idea de que el héroe es aquel que debe tomar el papel de actuar en su lugar. Si el cristianismo había sido la conversión del dios en hombre, aunque jugando con la ventaja inestimable de la resurrección, la obra de Eastwood es la conversión del hombre en Dios: pero que morirá, como en su ultima película, para siempre.

¿Pero es esto nuevo? Alguien podría estar pensando en autores cinematográficos académicamente clásicos como Dreyer o Bergman en este punto. Sin embargo, lo importante aquí es hacer un distingo. La ausencia de Dios en el cine de Dreyer, hablamos del autor en Ordet -que por cierto, acaba siendo pionera en las películas de zombis- y Gertrud, es una ausencia metafísica: la esencia mundo es la corrupción y el mal y por tanto la conciencia del sujeto debe ser la retirada de ese mundo, como en Gertrud, o la conversión a la fe del niño, el loco y el simple, como en Ordet. En realidad Dreyer, especialmente el último pues no es así curiosamente en Dies irae, es un premoderno luterano que considera el mundo como realidad esencial de pecado y por lo tanto no se puede cambiar. Así, ya solo caben las virtudes teologales: fe -esta especialmente-, esperanza y caridad.

Bergman es, sin embargo, no un premoderno sino un postmoderno. En su obra la ausencia de Dios es existencial y la viven los personajes como pérdida de sentido de sus vidas. Así, la existencia humana queda reducida a un silencio melancólico y efímero donde ya no hay construcción posible del mundo. Los grandes relatos han desaparecido y el mundo es un lugar para una vida individual y cargada de fragmentos sin hilazón entre sí. Por eso, los personajes de Bergman habitan en el silencio y en la inacción.

Pero, Dreyer y Bergman se parecen en algo y es en su carácter ontológico. Efectivamente, en ambos autores la realidad es inmutable en sí misma y se define por carencia de Dios: para el primero por ser lugar de pecado; para el segundo, por la propia inexistencia del ser superior. Y mientras que en Dreyer la única salida es la fusión personal y la sumisión inocente a Dios, la basura mística, en Bergman la solución pasa por asumir esa pérdida de sentido y vivir por ello en un tiempo ya sin sentido posible ni historia, la complaciencia posmoderna.

Pero, ¿y en Eastwood? La primera diferencia con los anteriores radica en la acción. Los personajes de Eastwood actúan en el mundo exterior de una forma decidida y para transformarlo: usan la violencia. Ellos se niegan a admitir esa ontología del mundo injusto que tanto los de Dreyer como los de Bergman asumen. Así, como ya hemos dicho, donde no llega Dios tiene el deber de llegar el protagonista. Y además este actuar no es solo un acto desesperado individual sino una idea sobre que el mundo podría ser de otro modo: y de ahí la insistencia de otro icono en el cine de Eastwood como es la bandera estadounidense como símbolo de una promesa de libertad no cumplida. Efectivamente, los tres directores podrían estar de acuerdo en que el mundo debería ser de otro modo pero solo Eastwood defiende que pobría ser de otro modo y al no serlo es culpable. Y es esta una diferencia fundamental pues la posibilidad abierta en ese poder ser implica a su vez una metafísica de la realidad: la realidad, al contrario que en Dreyer o Bergman, se puede transformar y es el sujeto, ya sujeto de la filosofía moderna, quien debe hacerlo. Y por eso en las películas Eastwood hay una tarea por hacer. Sin embargo, y como en el western, la tarea es triste pues implicará la propia exclusión del héroe del paraíso final: el uso de la violencia necesaria es sin embargo, su culpa. Y así en su último film, Gran Torino, explica porqué debe ser él el que actúe: porque, señala, yo ya tengo las manos manchadas de sangre. La ausencia de Dios, de esta forma, implica en Eastwood a su vez la posibilidad de humanizar el mundo. Y es, por tanto, radicalmente moderno al mostrar la incompatibilidad entre el proyecto del sujeto moderno, el proyecto ilustrado en definitiva que es el suyo, y la presencia de Dios.

Pero el lector se habrá percatado de que hemos saltado Mystic River. En efecto, pues en ella no se habla de la ausencia de Dios sino de su terrible presencia. Si se fijan en la película la presencia de Dios vaticina siempre el mal: el violador de niños muestra su anillo con una cruz, el mafioso, al final de la película, muestra su espalda desnuda y tatuada con otra cruz. Entre medias un reguero de víctimas inocentes bajo el signo, en clásica expresión, de la cruz. Y así Eastwood se vuelve a separar de Dreyer y Bergman. Pues mientras que para estos la presencia de Dios implicaría la presencia del sentido como hecho trascendente, pues ese sería el único sentido posible y eso les hace a ambos ser reaccionarios, sin embargo para él dicha presencia implicaría un mal: por eso Eastwood es un autor moderno –como lo es Shakespeare o lo es John Ford-. Efectivamente, si la Modernidad se define por algo es por la autonomía del sujeto y conocer que Dios implica necesariamente la heteronomía, la sujección a sus normas para la salvación y así el paraíso no es un mundo justo sino la contemplación de su beatífico rostro. Por eso, Eastwood como autor moderno, no solo señala la ausencia de Dios sino que presenta su desprecio hacia él: Dios y el sujeto son incompatibles. Y él, y yo, prefiere la acción del sujeto. Y por eso Eastwood es, también, cine clásico y por eso Eastwood es, también, Modernidad.

5 comentarios:

Don Güapo dijo...

He leído un par de veces su entrada, que me parece muy buena.

Yo diría que Eastwood parece más bien un protestante laico. Lo de Bergman lo clava. Quizá en su obra maestra-testamento esté la clave. De Dreyer no opino. Y no sé por qué, pero quizá no hubiese estado mal citar, al hilo de su reflexión, a Leone.

odradek dijo...

no creo que en mystic river el tema de dios funcione así. me parece una película mala y profundamente reaccionaria, por otro lado. de hecho el mafioso goza su expiación y el orden natural se restaura. me parece más una peli idiosincrásicamente calvinista
donde la religiosidad (o sus símbolos) juega otro papel más relacionado con la apariencia social y la locura que con una progresión temática de índole digamos teológica.

Un Oyente de Federico dijo...

Cuando la patrulla de CNT llego a la plaza de un pequeño pueblo de Cordoba se encontró con unos milicianos de UGT que vigilaban los cadaveres de 3 personas que habían ejecutado. Los anarquistas preguntaron a los milicianos ¿quienes eran aquellas personas?, ¡fascistas! respondieron los de UGT.
Mirar las manos encallecidas de estos hombres, son campesinos, dijo uno de CNT. Pero son los hermanos de un cura justificaron los ugetistas.
Eran tios de mi suegra y hermanos de uno de los 800 mártires beatificados por el Papa recientemente.
La relación, con alguien relacionado con Dios, había sido causa suficientemente justa, para que los defensores de la idílica II República Española, pudieran juzgar y ejecutar democraticamente.

Dios ha dado y da, carta de naturaleza a la izquierda española, si uno le quita el anticlericalismo heredado de la masonería francesa, se queda en nada.
Si a la idílica II República Española, le quitamos el asesinato de religiosos y la quema de escuelas, iglesias y conventos, se nos queda en lo que realmente fué, un retroceso en la economía de casi un siglo, 250.000 niños que se quedaron sin escolarizar, por primera vez se hizo una ley que perseguía a los homosexuales sólo por serlo, una “Ley para la defensa de la República” que se pretendìa pareciera una constituciòn, pero que realmente fue una imitaciòn del stalinismo, con la que el estado podía justificar cualquier atrocidad que se hiciera al pueblo.
¿Quien recordaría su himno, si le quitaran lo de “Si los curas y monjas…”?

Y si a los izquierdistas actuales, les quitaramos su discurso contra Dios, se nos quedarían sin predicamento. Que serìa de Zerolo sin Rouco Varela.

Y un poco al hilo de esto, desde que me enterè de que Amenabar estaba haciendo una pelìcula sobre Hipatia —personaje que me ha apasionado desde que Carl Sagan me lo descubriera en su serie “Cosmos”—, pase del entusiasmo al temor de que pesara más en Amenabar su pertenencia al “sindicato de la ceja” que su honestidad y convirtiera una biografía apasionante en un panfleto anticlerical.

El dios de CLINT EASTWOOD es más aristotélico, como el de los musulmanes o los protestantes de ese tipo de Dios que no le interesa para nada lo que me pase a mi o a mi perra y por lo tanto a mi tampoco me interesa.
Me quedo con nuestro Dios, el dios pagano de Pelayo como decián los musulmanes por aquello de la Trinidad, el Dios de Fátima, el de Santa Teresa, incluso el de Tolstoi.

odradek dijo...

con lo interesante que estaba el cinefórum, y empezamos a mezclar churras con merinas.

volveré a lo del cine.
La forma de analizar pelis de Mesa me resulta muy grata, me recuerda a viejos amigos (algunos incluso profesores de filosofía y otros gente política) en su proceder analítico.
Es hermosa porque toca aspectos centrales de la condición humana, porque se aparta de la banalidad, pero en mi opinión tiene un fallo considerable. Trataré de explicarme. Es lo que los psicólogos llaman proyección y lo que los -¿lingüistas?- del comentario de texto llaman "el texto como pretexto".
Partiendo de la base de que un cineasta es un artista, y no un filósofo, se descuidan en el análisis muchos aspectos que son principalemente formales.
(Estaba pensando en Dreyer. Había una película -creo que Ordet- donde todos los planos eran horizontales salvo aquellos en los que el místico protagonista se dirigía a la divinidad. En silencio, entre el viento feroz, la cámara recorría verticalmente un molino o un árbol. La belleza de esa mirada ascendente aportaba en el plano poético mucha más significatividad que algunos de los diálogos teológicos de la obra. Vi esa peli en Italia, rodeado de una pintoresca mezcla de estudiantes y catequistas católicos y comunistas. Hicieron cinefórum. Escuchando aprendí mucho de sus propios referentes culturales, políticos y hasta teológicos, pero nada de Dreyer, de su contexto o de su biografía personal y artística).

Por esa vía no es infrecuente que acabemos proyectando nuestro sentimiento o pensamiento en lo que vemos o leemos.

El viejo sueño de la filología consistía en alumbrar los textos siendo capaces de comprender las motivaciones y las intenciones del autor. Así se desmontó el Platón de Ficino como producto de época, así se desenmascaró el Pseudoossian y con él toda la carcundia del nacionalismo decimomónico más reaccionario y tribalmente folklórico. Así se comprendió definitivamente que El Quijote no es otra cosa que una obra cómica, la última humorada de un escritor fracasado. Así podemos evitar leer textos de cualquier case desde el prisma de nuestros tiempos y podemos acercarnos a la pretensión original -muchas veces más intuitiva que intelectual- del artista.
Esa pretensión última es lo que echo de menos en algunos de los siempre interesantes comentarios cinematográficos de Mesa.

Abel Manríquez Machuca dijo...

Interesante ángulo de análisis. Me gustaría preguntárselo a él mismo, a Eastwood. Veo algunas evidencias que me llevan a situarlo -muy especulativamente de mi parte- en una cierta crítica y duda respecto de lo divino establecido en nuestra sociedad. A través de lo suyo, no aprecio una devoción o adoración de todos modos, quizás en algunos aspectos hasta duda y escepticismo, en otras como que sí puede ser.
En el western "Jinete Pálido" (que puede ser en realidad "Jinete Fantasma" o "Jinete Aparecido"), sin embargo, el "jinete pistolero" salvador aparece y desaparece misteriosamente, como venido desde otro mundo; en el duelo final en que el "Jinete Pálido" enfrenta al jefe pistolero de los malvados (un rostro anguloso claramente evocación de Satanás), en un primer plano en que esa idea visual se ve más fuerte que nunca, éste último a verlo lo reconoce con sorpresa y exclama algo así "Tú de nuevo". Viene el duelo y el "Jinete Pálido" (el Salvador) lo mata haciendo justicia, el malo (el pistolero de notoria expresión facial de satán) muere. Y el "Jinete Pálido", místico, cumplida su tarea, se esfuma de la misma forma en cómo llegó, con serena expresión, inmutable.
En el duelo final (triple) de "El Bueno, el Malo, el Feo", en el enorme cementerio (cinematográfico) de Sad Hill, mirado con detalle aparecen al menos dos tumbas de expresión masónica (una detrás de El Bueno y otra detrás de El Malo; dos entes opuestos y que se baten a muerte), lo que pudo ser una casualidad quizás, porque Leone no manifestó nada en esa línea. De todas formas muy irónico porque era la España de Franco, que odiaba a la masonería (librepensadores) e hizo matar a muchos de sus miembros. En la vida real Eastwood, se conoce que ha participado de una especie de secta mística esotérica conservadora, de cierta élite, algo parecido, pero lejano a lo religioso confesional.