Un proceso clave del desarrollo de la civilización y la cultura debería ser la eliminación de todo sufrimiento, pero especialmente del innecesario. Por tal, se entiende aquel que o bien puede ser eliminado de forma absoluta pues su cometido carece de sentido -por ejemplo los sacrificios rituales con la muerte de seres vivos- o bien aquellos cuyo fin puede ser útil pero pueden ser paliados, por ejemplo empleando la anestesia en las operaciones quirúrgicas o en el parto -nota: eliminar el dolor del parto es clave en la emancipación humana sin duda alguna-. Así, al juzgar algo donde existe el dolor y, con él, sufrimiento deberemos pensar, básicamente, el para qué se genera ese dolor y, luego, si es que resulta inevitable pues con él se consigue algo provechoso, si puede ser reducido o eliminado. Y por tanto, al pretender criticar algo e incluso exigir su prohibición, deberemos plantearnos si ese objeto que criticamos es o no un sufrimiento innecesario posible de eliminar. Y no solo posible, sino civilizatorio el hacerlo.
Las corridas de toros son sin duda un espectáculo cruel. En él se da el sufrimiento de un animal para el regocijo de otros. La cosa a primera vista parece clara: la exhibición pública de un ser vivo para causarle dolor cuya finalidad es la mera diversión no debería sino producir repugnancia y tristeza moral. Sin embargo, hay gente, lo cual nos despierta cierta sorpresa, que defienden dicho acto amparándose en cuatro argumentos fundamentales: primero, que se trata de un acto cultural -incluso que responde a problemas existenciales profundos, según la ministra-; segundo, que es una tradición a respetar; tercero, que aquellos que comemos carne, bien rica que está por cierto, no podríamos criticar esto pues se trataría de lo mismo; y cuarto, que su prohibición implicaría ir contra la libertad personal de las personas en poder elegir este espectáculo u otro.
¿Son los toros cultura? Para contestar a esa pregunta habría primero que responder a otra y es qué entendemos por cultura. Existen al menos dos definiciones generales de cultura que, creemos, pueden resumir cualquier otra. En la primera, de raíz antropológica, cultura es el conjunto de usos y costumbres de una sociedad determinada. En esta primera definición, sin duda alguna los toros forman parte de la cultura del mismo modo que el sacrificio humano para los aztecas o el campo de exterminio para los nazis, pues son usos y costumbres propios. Sin embargo, creemos que cuando los partidarios de matar toros hablan de esto se refieren al otro significado de cultura: algo que escapa al uso social y que se relaciona con un elemento superior de humanidad. Así, podríamos decir que en estos términos la cultura sería un elemento de distinción y enriquecimiento para los individuos, pues la idea sería que es mejor ser culto que no serlo ya que nos hace más humanos. Ahora bien, ¿enriquecen humanamente los toros? Si asistimos a su espectáculo veremos que la clave del toreo estriba en la violencia real, no ficticia, el sufrimiento también real y la humillación, otra vez real, de un animal. Así, la tortura sistemática producida hacia el toro, que comienza con la situación de estrés de verse encerrado para acabar en la muerte tras una tortura física de unos veinte minutos, solo añade más sufrimiento real al mundo y no parece enriquecerlo ni hacerlo mejor. Antes bien, la fiesta de los toros, o mejor: contra los toros que son los que fundamentalmente no disfrutan de la fiesta, no es sino la reproducción de aquello que ha sido la norma propia de la historia hasta ahora: la crueldad del fuerte sobre el débil. Es decir, si la cultura nos hiciera más humanos no parece que su camino fuera la repetición sistemática y programada de aquello que hasta ahora nos ha impedido serlo y contra lo que la misma cultura lucharía: la crueldad innecesaria. Y no vale aquí señalar que hay otros espectáculos crueles en el teatro o en las figuraciones –a través de asesinatos o violencia extrema- pues en ellos prima un hecho clave que está fuera de la llamada fiesta: la representación y fingimiento de dicha violencia. Efectivamente, en Hamlet mueren muchos personajes pero ninguna persona; en los toros mueren, y de verdad tras ser torturados, seres vivos. Por eso los toros no representan como las obras de arte sino que son el mundo: un lugar cruel y espantoso del que solo la cultura debería sacarnos. Y por eso, la cultura es ajena, por principio, al mundo de los toros –como lo es a este mundo-.
Pero, ¿no son los toros una tradición? Sí lo son. Y esto es sin duda, pero ahora la pregunta ¿y qué? Lo único que señala una tradición es que algo se ha mantenido en el tiempo con el permiso social de la clase dominante. Por ejemplo, ha sido tradición que los pobres pasaran hambre pero no se convirtió en ella seccionar limpiamente la cabeza de la aristocracia. Así, que algo sea una tradición no indica nada sobre su bondad o maldad. De hecho, el burka puede ser una tradición o la ablación y no parece, salvo distorsiones multiculturales, que representen elementos de cultura. Así, que algo cruel sea una tradición solo puede hablar mal del desarrollo histórico. Precisamente los toros son un ritual porque presentan la historia de la humanidad hasta ahora: crueldad. Además, seamos sinceros, que algo sea una tradición no quiere decir sino que ha sido una barbarie perpetuada.
¿Pero no comemos nosotros la carne? -ha quedado bíblico sin duda-. Pues evidentemente sí. Y la tomamos primero porque está muy rica. Y la tomamos también porque es sano e imprescindible. Efectivamente, no solo resultó clave en el proceso evolutivo del cerebro humano sino que además la ingesta de proteína animal resulta buena para el organismo. Es decir, la razón de que hagamos sacrificios animales para alimentarnos es que es necesario. No los matamos por placer. Y aquí surge, en relación con lo anterior, algo importante como es la distinción entre este dolor necesario y el ritual o el sacrificio de los toros o de cualquier otra fiesta de maltrato animal. En el sacrificio se consagra la forma de ser de las cosas y por eso tiene la idea de lo tradicional y acaba siendo un ritual y una tradición, sin embargo al asumir un mal necesario perpetuamente se busca la disminución del dolor y por eso hay progreso. Así, nosotros abogamos porque el animal sacrificado en el matadero lo sea de la forma menos cruel y dolorosa posible. Incluso opinamos que deberían prohibirse aquellas prácticas alimenticias, como el paté de ganso por ejemplo, que generan una relación entre el dolor del animal y la necesidad del producto desproporcionada. Sin embargo, el taurino festeja el dolor. Así no solo hay diferencia en la necesidad del hecho, entre los toros innecesarios y el matadero nutritivamente necesario, sino también en la forma. Al comer carne se lleva a cabo una necesidad donde la muerte del animal no se festeja; al hacer una corrida se celebra el dolor de la bestia –ahora nos referimos en la plaza solo al bovino-. Es la diferencia entre un anhelo de civilización y un deseo de permanencia en la barbarie.
Pero, muy bien, clama el partidario de la fiesta de -contra los- toros: ¿no tengo derecho a ejercer mi libertad? ¿No puedo ver lo que me plazca? Por supuesto, la libertad individual es fundamental en democracia y el estado no debe ser, como aquí ya hemos defendido, un padre moral. Y precisamente por ello no puede prohibir, aunque pueda determinarse como inmoral por cualquier persona, cualquier práctica admitida entre todos sus integrantes. Así, la condición para realizar libremente una acción es, precisamente, primero que sus integrantes, todos aquellos que de un modo u otro intervienen, tengan capacidad de dar su consentimiento; y, segundo, que efectivamente lo den. Por eso, por ejemplo, el estado puede y debe prohibir la tortura pero no las prácticas sadomasoquistas. Sin embargo en el mundo del toreo hay un ser al que nadie le pide opinión: al toro. Efectivamente la libertad de asistir a los toros implica, de hecho, matar a un ser que no ha hecho nada con el único motivo de divertirse. El toro es una víctima inocente que sirve para la humillación, de hecho se llama engaño, y la crueldad.
Cuando uno va, especialmente antes, a un pueblo le llama la atención el desprecio con que los lugareños tratan a los perros: el mío va a mi lado. Tal vez sea hora de volver a señalar que la verdadera humanidad no está en contacto con lo sencillo, con la naturaleza y demás porquerías sino en la sofisticación del pensamiento. Precisamente, lo humano está en ver ese documental donde por fin el león capturó a la cebra y sentir lástima de ella mientras el resto del rebaño vuelve a comer sin remordimiento alguno: solamente existe el del espectador. La cultura es sofisticación y aquella, a su vez, exige desear el fin del siempre presente sufrimiento. Es ingenuo pensar que prohibir los toros sea un gran paso pero debemos considerar también que al menos ya no habrá seis animales torturados, seis, cada domingo en cualquier lugar de España si esto se consigue. Ni más sangre ni más moscas.
Las corridas de toros son sin duda un espectáculo cruel. En él se da el sufrimiento de un animal para el regocijo de otros. La cosa a primera vista parece clara: la exhibición pública de un ser vivo para causarle dolor cuya finalidad es la mera diversión no debería sino producir repugnancia y tristeza moral. Sin embargo, hay gente, lo cual nos despierta cierta sorpresa, que defienden dicho acto amparándose en cuatro argumentos fundamentales: primero, que se trata de un acto cultural -incluso que responde a problemas existenciales profundos, según la ministra-; segundo, que es una tradición a respetar; tercero, que aquellos que comemos carne, bien rica que está por cierto, no podríamos criticar esto pues se trataría de lo mismo; y cuarto, que su prohibición implicaría ir contra la libertad personal de las personas en poder elegir este espectáculo u otro.
¿Son los toros cultura? Para contestar a esa pregunta habría primero que responder a otra y es qué entendemos por cultura. Existen al menos dos definiciones generales de cultura que, creemos, pueden resumir cualquier otra. En la primera, de raíz antropológica, cultura es el conjunto de usos y costumbres de una sociedad determinada. En esta primera definición, sin duda alguna los toros forman parte de la cultura del mismo modo que el sacrificio humano para los aztecas o el campo de exterminio para los nazis, pues son usos y costumbres propios. Sin embargo, creemos que cuando los partidarios de matar toros hablan de esto se refieren al otro significado de cultura: algo que escapa al uso social y que se relaciona con un elemento superior de humanidad. Así, podríamos decir que en estos términos la cultura sería un elemento de distinción y enriquecimiento para los individuos, pues la idea sería que es mejor ser culto que no serlo ya que nos hace más humanos. Ahora bien, ¿enriquecen humanamente los toros? Si asistimos a su espectáculo veremos que la clave del toreo estriba en la violencia real, no ficticia, el sufrimiento también real y la humillación, otra vez real, de un animal. Así, la tortura sistemática producida hacia el toro, que comienza con la situación de estrés de verse encerrado para acabar en la muerte tras una tortura física de unos veinte minutos, solo añade más sufrimiento real al mundo y no parece enriquecerlo ni hacerlo mejor. Antes bien, la fiesta de los toros, o mejor: contra los toros que son los que fundamentalmente no disfrutan de la fiesta, no es sino la reproducción de aquello que ha sido la norma propia de la historia hasta ahora: la crueldad del fuerte sobre el débil. Es decir, si la cultura nos hiciera más humanos no parece que su camino fuera la repetición sistemática y programada de aquello que hasta ahora nos ha impedido serlo y contra lo que la misma cultura lucharía: la crueldad innecesaria. Y no vale aquí señalar que hay otros espectáculos crueles en el teatro o en las figuraciones –a través de asesinatos o violencia extrema- pues en ellos prima un hecho clave que está fuera de la llamada fiesta: la representación y fingimiento de dicha violencia. Efectivamente, en Hamlet mueren muchos personajes pero ninguna persona; en los toros mueren, y de verdad tras ser torturados, seres vivos. Por eso los toros no representan como las obras de arte sino que son el mundo: un lugar cruel y espantoso del que solo la cultura debería sacarnos. Y por eso, la cultura es ajena, por principio, al mundo de los toros –como lo es a este mundo-.
Pero, ¿no son los toros una tradición? Sí lo son. Y esto es sin duda, pero ahora la pregunta ¿y qué? Lo único que señala una tradición es que algo se ha mantenido en el tiempo con el permiso social de la clase dominante. Por ejemplo, ha sido tradición que los pobres pasaran hambre pero no se convirtió en ella seccionar limpiamente la cabeza de la aristocracia. Así, que algo sea una tradición no indica nada sobre su bondad o maldad. De hecho, el burka puede ser una tradición o la ablación y no parece, salvo distorsiones multiculturales, que representen elementos de cultura. Así, que algo cruel sea una tradición solo puede hablar mal del desarrollo histórico. Precisamente los toros son un ritual porque presentan la historia de la humanidad hasta ahora: crueldad. Además, seamos sinceros, que algo sea una tradición no quiere decir sino que ha sido una barbarie perpetuada.
¿Pero no comemos nosotros la carne? -ha quedado bíblico sin duda-. Pues evidentemente sí. Y la tomamos primero porque está muy rica. Y la tomamos también porque es sano e imprescindible. Efectivamente, no solo resultó clave en el proceso evolutivo del cerebro humano sino que además la ingesta de proteína animal resulta buena para el organismo. Es decir, la razón de que hagamos sacrificios animales para alimentarnos es que es necesario. No los matamos por placer. Y aquí surge, en relación con lo anterior, algo importante como es la distinción entre este dolor necesario y el ritual o el sacrificio de los toros o de cualquier otra fiesta de maltrato animal. En el sacrificio se consagra la forma de ser de las cosas y por eso tiene la idea de lo tradicional y acaba siendo un ritual y una tradición, sin embargo al asumir un mal necesario perpetuamente se busca la disminución del dolor y por eso hay progreso. Así, nosotros abogamos porque el animal sacrificado en el matadero lo sea de la forma menos cruel y dolorosa posible. Incluso opinamos que deberían prohibirse aquellas prácticas alimenticias, como el paté de ganso por ejemplo, que generan una relación entre el dolor del animal y la necesidad del producto desproporcionada. Sin embargo, el taurino festeja el dolor. Así no solo hay diferencia en la necesidad del hecho, entre los toros innecesarios y el matadero nutritivamente necesario, sino también en la forma. Al comer carne se lleva a cabo una necesidad donde la muerte del animal no se festeja; al hacer una corrida se celebra el dolor de la bestia –ahora nos referimos en la plaza solo al bovino-. Es la diferencia entre un anhelo de civilización y un deseo de permanencia en la barbarie.
Pero, muy bien, clama el partidario de la fiesta de -contra los- toros: ¿no tengo derecho a ejercer mi libertad? ¿No puedo ver lo que me plazca? Por supuesto, la libertad individual es fundamental en democracia y el estado no debe ser, como aquí ya hemos defendido, un padre moral. Y precisamente por ello no puede prohibir, aunque pueda determinarse como inmoral por cualquier persona, cualquier práctica admitida entre todos sus integrantes. Así, la condición para realizar libremente una acción es, precisamente, primero que sus integrantes, todos aquellos que de un modo u otro intervienen, tengan capacidad de dar su consentimiento; y, segundo, que efectivamente lo den. Por eso, por ejemplo, el estado puede y debe prohibir la tortura pero no las prácticas sadomasoquistas. Sin embargo en el mundo del toreo hay un ser al que nadie le pide opinión: al toro. Efectivamente la libertad de asistir a los toros implica, de hecho, matar a un ser que no ha hecho nada con el único motivo de divertirse. El toro es una víctima inocente que sirve para la humillación, de hecho se llama engaño, y la crueldad.
Cuando uno va, especialmente antes, a un pueblo le llama la atención el desprecio con que los lugareños tratan a los perros: el mío va a mi lado. Tal vez sea hora de volver a señalar que la verdadera humanidad no está en contacto con lo sencillo, con la naturaleza y demás porquerías sino en la sofisticación del pensamiento. Precisamente, lo humano está en ver ese documental donde por fin el león capturó a la cebra y sentir lástima de ella mientras el resto del rebaño vuelve a comer sin remordimiento alguno: solamente existe el del espectador. La cultura es sofisticación y aquella, a su vez, exige desear el fin del siempre presente sufrimiento. Es ingenuo pensar que prohibir los toros sea un gran paso pero debemos considerar también que al menos ya no habrá seis animales torturados, seis, cada domingo en cualquier lugar de España si esto se consigue. Ni más sangre ni más moscas.
14 comentarios:
Im presionante Sr. Mesa.
El otro día escuche en la radio un argumento interesante, por lo que voy a jugar un poco a abogado del diablo.
Alguien decía que matar y comerse a un animal que ha tenido una buena vida es mejor que matar y comerse un animal cuya calidad de vida ha dejado mucho que desear, incluso eso nos hará disfrutar mucho mas del plato en cuestión porque su sabor sera mucho mejor.
Y es que la vida semi-salvaje de un toro bravo seguramente es de mucha mas calidad que la del ganado de muchas granjas.
Solo eso, solo quería lanzar ese dilema.
ha leído La naturaleza humana de Jesús Mosterín? para mí ahí se encierran algunos de los argumentos clave de los animalistas.
el problema éste es que las dos perspectivas son forzosamente irreconciliables. el que está dentro es incapaz de verlo desde fuera. todos sus argumentos son de dos clases: irracionales (que si el arte, que si la épica...) o contraargumentos de los que ofrecen los animalistas. ni un solo argumento verdaderamente racional.
Con su exposiciòn me pasa como con los discos de AC/DC o las aceitunas, que no entiendo como puede haber alguien a quien no les guste.
No me explico como alguien puede estar en desacuerdo con su comentario —que sin duda los hay—. Sòlido, conciso, sencillo, con los adjetivos màs adecuados.
No pretendo ofenderle —mis referentes, logicamente, son fachas—, pero su forma de redactar siempre me ha recordado a lo que he leido de Josè Pla. El tambièn huìa de las “profundidades”. Decia que lo más profundo del hombre es su piel. Quizá porque el era periodista y Ud. profesor, se esmeran en que su discurso sea muy inteligible sin menoscabo del contenido de este.
Don Anónimo, con la legislación actual española que regula la muerte y crianza de animales para el consumo de su carne, no se puede relacionar con las corridas de toros. Si lo puede Ud relacionar con el sacrificio Halal de los musulmanes (pero como estos votan al PSOE se les consiente) o el Kosher de los judios (que como son judios no se les consiente) donde por motivos religiosos el animal tiene que desangrarse en vida, lo que supone una agonía larga.
Tiene Ud. razón, Don Anónimo, en que la carne de animal salvaje es más sabrosa, pero ese es un lujo de sindicalista, de los que van al “Bulli”, que está al alcance de una minoría.
Ahora los humanos cazamos, echando 8 horas diarias en la oficina o el taller y con las municiones que nos de el jefe, cazamos en el super o en el hiper.
Si no fuera por las granjas industriales, estaríamos todavía con el hanbre de postguerra. Cuando yo era pequeño el pollo sólo se comía los domingos.
Y a pesar de ello todavía hay “progres” contrarios a los transgénicos u otras formas de producción industrial de alimentos, seguro que los nacionalsocialistas que propusieron la prohibición de las corridas de toros en Cataluña lo son.
Y si nos dan a elegir solo dos posibilidades para una hipotética siguiente vida: o ser toro bravo o vaca de granja industrial. Como toro bravo nos garantizarían una buena vida pero una muerte violenta que duraría entre una y tres horas. Como vaca o buey de granja industrial no darían una vida miserable de campo de concentración pero nos garantizarían una muerte dulce.
Pregunta:
¿Qué eligiriamos la mayoría de nosotros?
Si hay plaza de semental, me la pido.
1.- Yo creo que los argumentos de los distintos lectores anónimos, que se basarían en la preferencia, son falaces éticamente. Me explico: si me dieran a elegirentre tener esclavos que me hicieran el trabajo y de los cuales poder vivir y trabajar yo sin duda preferiría tener esclavos. Es decir, la preferencia no es un argumento moral. De hecho, la moral está contra la preferencia y lo que nos gustaría hacer -y por eso, sale el profesor, tenía razón Nietzsche cuando la calificaba de contaria a la vida-. La clave de la diferencia entre la ganadería industrial, que por supuesto tiene límites, y las corridas de toros está en la proporción entre fin y medio como se intenta explicar en el artículo en la idea de comer carne. Sacrificar animales como comida es necesario, y por lo tanto que la mayoría de la población tenga acceso a ellos es bueno. Matar animales como divertimento es repugnante.
2.- Lo del "toro bravo" es a su vez falaz. El toro no es bravo sino tonto. De hecho, la selección ganadera ha tendido a reproducir a los toros "más nobles" en argot taurino que son aquellos que, curiosamente, van al "engaño", es decir: se ha reproducido a los que se dejan engañar que son los tontos en cualquier otra circunstancia. El hecho evidente sería que si no resultaría inexplicable que un animal de 500 kilos resultara muerto por un torero de 80. O sea, aquí solo hay manipulación reprobable desde la cuna a la tumba. El toro de lidia no es un animal bravo, de hecho no hay animales bravos o cobardes, sino seleccionado para ser idiota -si se me permite la expresión-. Y el pobre lo es.
3.- D. Oyente, me va a ruborizar. Por cierto, si yo fuera un licenciado en filosofía normal le diría algo de Pla, pero es que no le he leído casi nada. O sea, me callo y lo leo antes de decir nada sobre la compración. Y le dejo la plaza de semental, ya no estoy para estrafalarias gimnasias.
No ha entendido la pregunta Sr Mesa. El Oyente si que la ha entendido. No es un dilema ético, es como preguntar: Sr Mesa ¿usted eligiria Guatemala o eligiria Guatepeor?
Pla era un cínico catalán que a veces escribía con gracia y que cobró nueva vigencia a partir de la moda de rescatar autores reaccionarios. Sólo he leído el Cuaderno gris y en castellano porque mi catalán no me da para entender fluidamente su prosa, que en esencia es bastante entretenida, sobre todo cuando habla de papeo.
No creo que lea más, teniendo en cuenta que me faltan miles de libros interesantes por leer.
Con los AC/DC sucede que un ratito entretienen pero luego son un poco brasas, y además con esos gritos y distorsiones casi no entiendo las letras y no me entero de nada. vamos, que salvamos el jaiguay tu jel para la antología y el resto para los devotos.
El asunto de la selección genética de los imbéciles es cosa que trasciende del mundo del animal no humano al humano. Programa del liberalismo muy bien logrado: yo le hago creer que usted es libre -porque la libertad a fin de cuentas sólo es un sentimiento- mientras le esclavizo cada vez más.
Pero a mí esto no me importa, porque la libertad, tal como la conciben ellos, está sobrevalorada y malversada. Una serie sobre estas cuestiones y los suicidios en las multinacionales estaría interesante.
Por cierto, Nietzsche nació en unas coordenadas históricas y culturales determinadas y estaba como las maracas de Machín, de modo que como artista literato mola cantidubi pero como filósofo, qué decir, prácticamente todo lo que predicaba era lo contrario de lo que hacía, especialmente cuando se dedicaba a cargar contra los eruditos después de pasarse la vida entre libros.
He aquí mi conclusión:
La fiesta de los toros es aburrida y sin-sentido.
El anti-taurinismo es igualmente aburrido y sin-sentido.
Yo nunca he pagado un duro por los toros, pero puede que lo haga algún día en una carnicería para comerme un buen chuletón de toro, ya que eso es algo que no hecho nunca y me gustaría probarlo.
Para ejercer la ética hay que ponerse en el lugar de la víctima, en este caso el ganado. Usted no es capaz de hacer eso Sr Mesa.
Lo más triste de todo es que no exista este racionamiento, este desarrollo de las ideas (el de E. P. Mesa) entre la clase política y los medios de comunicación, y televisen debates sobre los más superficial del asunto, y nosotros en nuestras casas discutiendo sobre lo más superficial del asunto.
Sé que no es agradable el peloteo, pero su forma de pensar es lo que necesitaríamos
Gracias por este escrito, profesor Mesa. Ha elaborado con elegancia y altura algo que a mí me ha llevado varios escritos disperos y nunca ha pasado de un nivel de divulgación
(el cual también cumple con su función, claro).
Mi más cordial saludo,
¿Qué cree usted que ocurriría con la raza de los toros bravos, toros de lidia,(si me permite la expresión) si se prohibiesen las corridas de toros? ¿seguiría existiendo? Es muy triste que la supervivencia de una especie venga marcada por la muerte de la mayoría de sus individuos ¿Y con los ganaderos?
Completamente de acuerdo con lo expuesto por Enrique P Mesa.......y con respecto a lo preguntado por Gerónimo Díez, argumento utilizados siempre en defensa de esta actividad, si las corridas de toros fueran prohibidas y eso llevara aparejada la extinción del toro, no pasaría absolutamente nada...los animales de ganadería son "productos artificiales" es decir, no forman parte de la biodiversidad natural, son animales seleccionados genéticamente a lo largo de muchas generaciones, para conseguir las características "óptimas" para un fin concreto...en el caso del toro de lídia, como bien ha indicado el Sr. Mesa, se consiguen animales lo suficientemente "tontos" para dejarse torear (¿acaso cuando te están tomando el pelo no decimos que nos están toreando?)...no se perdería nada con su desaparición, y los ganaderos pues deberían "reinventarse" en otras actividades que no conllevaran como finalidad única disfrutar viendo torturar a un animal... y lo peor es que se sientan orgullosos de eso
Loligo
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