La expresión más frecuente ante un cuadro o una escultura de arte moderno es: ¡menuda mierda! Y la contestación más socorrida por aquel que quiere defenderlo suele significar: es que tú no entiendes. Curiosamente es en la contestación y no en la queja donde radica el fracaso del arte moderno.
Entenderemos en este artículo por arte moderno un concepto genérico: el arte, de pintura y escultura aunque no escape la música o la literatura al mismo, que se da básicamente a partir del siglo XX y que rompe, por ejemplo por su abstracción, con el anterior. O sea, lo que todo el mundo entiende por arte moderno. Y antes de comenzar una crítica es de buena ley señalar, pues tal vez ahí esté nuestro error, cuál es, según nuestra idea, el fundamento teórico de ese desarrollo artístico.
El arte moderno, y hablamos en general, tuvo como principio un triple ideal: primero, buscar la inmediatez perceptiva y estética frente al arte anterior al que se consideraba mediado; segundo, y dentro de la corriente romántica, expresar la subjetividad del propio artista (que se consideraba, sin embargo, como universal); y, tercero, habiendo conseguido lo anterior, que la obra resultante pudiera llegar a ser admirada por cualquiera al superar la mediación social y plasmar la realidad de forma pura: ser universal. Es decir, el sueño del arte moderno era que cualquier persona por el hecho de ser humano admirara ese arte al reconocerse en él.
Sin embargo, hoy exclaman: qué mierda. ¿Qué ha pasado? Para explicarlo conviene desarrollar los tres puntos enunciados antes.
En primer lugar surge la idea de la inmediatez. El arte moderno pretendió ser inmediato para el espectador. Esto quería decir que la imagen presentada en el cuadro buscaba provocar la emoción estética y artística sin necesidad de ser conceptualmente desentrañada a través del nivel cultural del individuo –pues entonces la gente culta y la inculta verían dos cosas distintas- y lograr así eliminar las referencias culturales y sociales, ya que en realidad la cultura pertenecía a la élite, de sus obras. La idea era que ante una escena figurativa como la de los cuadros anteriores -por ejemplo Las meninas de Velázquez o La tres gracias de Rubens- aparentaba necesitarse conocer quién era cada personaje y saber su historia para comprender el cuadro –cosa que cualquier profesor que haya llevado a sus alumnos al Prado habrá percibido- lo que provocaba que la esencia de la pintura –color, luz y forma- se perdiera en la circunstancia de la escena al darle más importancia a lo accesorio de la historia. Se trataba, de esta manera, de que no fuera necesario conocer la excusa cultural de la historia narrada, eliminando los referentes, sino que la visión de pura forma, puro color y pura luz logrará transmitir al espectador la belleza artística de forma inmediata sin necesidad de dominar el código cultural concreto. Así, el arte se convertiría en lo puramente humano pues superaba la condición social, mediada, existente. El arte era, como clamaban los manifiestos –nota: volveremos a los manifiestos porque son fundamentales-, la representación de lo humano. Y seguramente, pero solo en cierta medida, no les faltaba razón.
Como segunda idea, surgía la figura del artista y su subjetividad. Todo el arte moderno es hijo, legítimo o bastardo, del Romanticismo. Efectivamente, es este movimiento una clave fundamental para entender su desarrollo. La clave del Romanticismo es la subjetividad del artista, pero no necesariamente su individualismo. Precisamente, la idea fundamental de este movimiento es que la subjetividad del artista es universal en el sentido de que plasma lo propiamente humano y no solo su visión de las cosas –lo que le separaba de movimientos anteriores como el Manierismo-. El Romanticismo pretendía que el artista era el actor no de su propio yo sino del nosotros colectivo –y por eso su estrecha relación con el nacionalismo-. Así, para la visión del arte moderno el artista no era un ser superior que tuviera una sensibilidad especial sino un mensajero hacia el pueblo –volvemos a los manifiestos- que manifestaba aquello que todos tenían dormidos. El artista así ya no era un mero individuo sino que representaba al colectivo.
Y ahí se daba el tercer elemento. La eliminación del aspecto mediado en la obra unido a un hacedor de la misma que no expresaba su individualidad sino la subjetividad humana, a la propia especie, debía conducir a un acto que fuera reconocido por todos. Así, un cuadro de arte moderno escaparía al nivel cultural y al conocimiento de su propio autor pues iba la raíz misma de los humano y con ello de lo universal. Independientemente de la clase social o del país al que se perteneciera la obra moderna sería admirada. Y si acaso no lo era se debería precisamente a que la propia posición social imponía un egoísmo que negaba la apertura hacia lo universal de lo humano. El arte moderno era revolucionario porque privilegiaba lo humano frente a la mediación social donde radicaba la injusticia. Un cuadro abstracto no precisaba la cultura como información para entenderlo, cultura que se daba sólo a las élites, sino que al ser la forma inmediata humana de la percepción resultaba entendible por todos. Pero había además algo más. Era la realidad pura, al menos la realidad humana, pues superaba la condición cultural concreta en su significado. Los colores esparcidos en el lienzo –pura forma, pura luz, puro color- superaban la mediación que implicaba necesariamente conocer la historia –tal vez de Jesús o tal vez de Buda- narrada en el lienzo. La obra de arte moderno era objetiva porque suprimía lo accesorio a favor de lo universal.
Parecía todo claro. El arte moderno pretendía, por fin, hacer un arte popular no en su repugnante sentido antropológico, ese que acaba con un grupo étnico tocando en un auditorio de música clásica –nota: ¿no es toda música étnica?- mientras la Duquesa de Alba se viste de flamenca, sino en un sentido emancipatorio: la gente, sin la cultura que les negaba su propia injusta sociedad, sentiría su emoción. El arte moderno sería universal e imposible de negar salvo que el individuo, llevado por su interés social egoísta, lo hiciera. El arte moderno haría, en fin, la definitiva unión, fracturada desde siempre, entre la máxima expresión humana y cada individuo. El arte moderno era revolucionario.
Pero en un museo, en cada museo, se oye decir: ¡vaya mierda! Y quien lo defiende exclama: tú no entiendes. Y ese no entiendes es su fracaso definitivo. Y toca analizar la causa de ese fracaso. Otro día.
Entenderemos en este artículo por arte moderno un concepto genérico: el arte, de pintura y escultura aunque no escape la música o la literatura al mismo, que se da básicamente a partir del siglo XX y que rompe, por ejemplo por su abstracción, con el anterior. O sea, lo que todo el mundo entiende por arte moderno. Y antes de comenzar una crítica es de buena ley señalar, pues tal vez ahí esté nuestro error, cuál es, según nuestra idea, el fundamento teórico de ese desarrollo artístico.
El arte moderno, y hablamos en general, tuvo como principio un triple ideal: primero, buscar la inmediatez perceptiva y estética frente al arte anterior al que se consideraba mediado; segundo, y dentro de la corriente romántica, expresar la subjetividad del propio artista (que se consideraba, sin embargo, como universal); y, tercero, habiendo conseguido lo anterior, que la obra resultante pudiera llegar a ser admirada por cualquiera al superar la mediación social y plasmar la realidad de forma pura: ser universal. Es decir, el sueño del arte moderno era que cualquier persona por el hecho de ser humano admirara ese arte al reconocerse en él.
Sin embargo, hoy exclaman: qué mierda. ¿Qué ha pasado? Para explicarlo conviene desarrollar los tres puntos enunciados antes.
En primer lugar surge la idea de la inmediatez. El arte moderno pretendió ser inmediato para el espectador. Esto quería decir que la imagen presentada en el cuadro buscaba provocar la emoción estética y artística sin necesidad de ser conceptualmente desentrañada a través del nivel cultural del individuo –pues entonces la gente culta y la inculta verían dos cosas distintas- y lograr así eliminar las referencias culturales y sociales, ya que en realidad la cultura pertenecía a la élite, de sus obras. La idea era que ante una escena figurativa como la de los cuadros anteriores -por ejemplo Las meninas de Velázquez o La tres gracias de Rubens- aparentaba necesitarse conocer quién era cada personaje y saber su historia para comprender el cuadro –cosa que cualquier profesor que haya llevado a sus alumnos al Prado habrá percibido- lo que provocaba que la esencia de la pintura –color, luz y forma- se perdiera en la circunstancia de la escena al darle más importancia a lo accesorio de la historia. Se trataba, de esta manera, de que no fuera necesario conocer la excusa cultural de la historia narrada, eliminando los referentes, sino que la visión de pura forma, puro color y pura luz logrará transmitir al espectador la belleza artística de forma inmediata sin necesidad de dominar el código cultural concreto. Así, el arte se convertiría en lo puramente humano pues superaba la condición social, mediada, existente. El arte era, como clamaban los manifiestos –nota: volveremos a los manifiestos porque son fundamentales-, la representación de lo humano. Y seguramente, pero solo en cierta medida, no les faltaba razón.
Como segunda idea, surgía la figura del artista y su subjetividad. Todo el arte moderno es hijo, legítimo o bastardo, del Romanticismo. Efectivamente, es este movimiento una clave fundamental para entender su desarrollo. La clave del Romanticismo es la subjetividad del artista, pero no necesariamente su individualismo. Precisamente, la idea fundamental de este movimiento es que la subjetividad del artista es universal en el sentido de que plasma lo propiamente humano y no solo su visión de las cosas –lo que le separaba de movimientos anteriores como el Manierismo-. El Romanticismo pretendía que el artista era el actor no de su propio yo sino del nosotros colectivo –y por eso su estrecha relación con el nacionalismo-. Así, para la visión del arte moderno el artista no era un ser superior que tuviera una sensibilidad especial sino un mensajero hacia el pueblo –volvemos a los manifiestos- que manifestaba aquello que todos tenían dormidos. El artista así ya no era un mero individuo sino que representaba al colectivo.
Y ahí se daba el tercer elemento. La eliminación del aspecto mediado en la obra unido a un hacedor de la misma que no expresaba su individualidad sino la subjetividad humana, a la propia especie, debía conducir a un acto que fuera reconocido por todos. Así, un cuadro de arte moderno escaparía al nivel cultural y al conocimiento de su propio autor pues iba la raíz misma de los humano y con ello de lo universal. Independientemente de la clase social o del país al que se perteneciera la obra moderna sería admirada. Y si acaso no lo era se debería precisamente a que la propia posición social imponía un egoísmo que negaba la apertura hacia lo universal de lo humano. El arte moderno era revolucionario porque privilegiaba lo humano frente a la mediación social donde radicaba la injusticia. Un cuadro abstracto no precisaba la cultura como información para entenderlo, cultura que se daba sólo a las élites, sino que al ser la forma inmediata humana de la percepción resultaba entendible por todos. Pero había además algo más. Era la realidad pura, al menos la realidad humana, pues superaba la condición cultural concreta en su significado. Los colores esparcidos en el lienzo –pura forma, pura luz, puro color- superaban la mediación que implicaba necesariamente conocer la historia –tal vez de Jesús o tal vez de Buda- narrada en el lienzo. La obra de arte moderno era objetiva porque suprimía lo accesorio a favor de lo universal.
Parecía todo claro. El arte moderno pretendía, por fin, hacer un arte popular no en su repugnante sentido antropológico, ese que acaba con un grupo étnico tocando en un auditorio de música clásica –nota: ¿no es toda música étnica?- mientras la Duquesa de Alba se viste de flamenca, sino en un sentido emancipatorio: la gente, sin la cultura que les negaba su propia injusta sociedad, sentiría su emoción. El arte moderno sería universal e imposible de negar salvo que el individuo, llevado por su interés social egoísta, lo hiciera. El arte moderno haría, en fin, la definitiva unión, fracturada desde siempre, entre la máxima expresión humana y cada individuo. El arte moderno era revolucionario.
Pero en un museo, en cada museo, se oye decir: ¡vaya mierda! Y quien lo defiende exclama: tú no entiendes. Y ese no entiendes es su fracaso definitivo. Y toca analizar la causa de ese fracaso. Otro día.
9 comentarios:
Lo cierto es que es que todo esto es muy subjetivo, ya que no se puede meter todo dentro del mismo saco, es evidente que no puedes comparar las obras de Dalí (sencillamente geniales y uno de mis favoritos) con las de un cualquiera que derrama un par de botes de pintura sobre un lienzo en blanco...
Con el artículo supongo que te refieres a el arte "del momento", ya que todos los vanguardismos son magníficos desarrollando una originalidad sin precedentes, y es ahí donde radica su belleza aparte de las sensaciones y sentimientos que puedan transmitir más allá del pasar por delante de un cuadro decir “Que bonito” y acto seguido (sin reparar en absolutamente nada más) pasar al siguiente.
Si bien es cierto que mucha gente dirá que es "una mierda", esa misma gente debido a su, llamemosle ignorancia, despreciaría de la misma forma un Rembrandt, que una escultura de Miguel Ángel o una arquitectura grecolatina.
También habría que decir que la gente suele tener cierta repulsión hacia la abstracción sintiéndose atraído hacia lo más figurativo, algo fácilmente comprensible.
Para terminar he oído comentarios estilo "El Padrino es una mierda", y sin embargo esa misma persona dice "No veas como me ha gustado el capítulo de ayer de Física o Química"...
¿Puedes confiar en su criterio?
Creo que la respuesta es evidente, así que más que arte basura lo que existe son gustos basura fomentados por el "archienemigo" del ser humano, la TV.
Saludos
el artículo es genial, pero por aportar quisiera proponer unas sugerencias: el capítulo dedicado a la estética en el antimanual de filosfía de Onfray.
otro aspecto sería recorrer la parte del camino que falta: la postguerra mundial, que no creo que tuviera nada de fracaso artístico y a menudo logró la síntesis entre el humanismo y las nuevas estéticas, y sobre todo la llegada del capitalismo postfordista, el desarrollo tecnológico, el pop y toda esa vertiente, guste o no, de la cultura actual.
si estamos de acuerdo con la inversión crucial que marx hace de hegel (que no sé si lo estoy) según la cual la infraestructura material genera la superestructura intelectual (porque la materia precede al espíritu),creo que no podemos obviar esa parte del asunto.
ni el más ansioso y productivo ojo podría seguir ni una pequeña parte de todo lo que se está produciendo en este momento en todo el mundo, de modo que renuncio a pretender una visión global y tal vez con ello universal.
Quizá la expresión más utilizada no sea "vaya mierda" sino "mi hijo podría haber pintado ese cuadro".
La contestación "no lo entiendes" o "el artista muestra su verdad" parecen universales.
Yo creo sin embargo que olvida algo fundamental, la individualidad única del artista. Su genialidad, que es nota diferenciadora entre el arte y la impostura, que siempre existió.
Velázquez era genial, pues no sólo pintó Las Meninas entre otras muchas, sino también uno de los primeros cuadros proto-impresionistas y uno de los primeros retratos psicológicos.
Klee o Bancon también, pues sus cuadros representan estados de ánimo (la característica propia del arte moderno) con la intensidad única del genio artístico.
El arte, no la impostura, no cambia con el tiempo, y el artista es siempre impredecible, ajeno a avatares y a circunstancias económicas o políticas. A veces aparecen muchos en un lugar o época (Renacimiento, Atenas, Venecia, Siglo de Oro) y, después deben pasar años hasta que aparecen otros.
El arte, por tanto, es producto del talento personal, de la habilidad singular, de la excelencia de un ser concreto y específico. Es individual aunque el entorno influya.
Qué es lo que hace el artista en estos nuevos tiempos? Lo que hace es presentar estados de ánimo. Y sus estados de ánimo pocas veces son interesantes, por eso la pintura moderna es poco interesante.
Además, aunque le pise su segundo post, el mercado del arte tiene un efecto nefando. El miedo a perder una venta de arte hace que sea declarado hermoso lo que es feo. Se da pues, un campo fértil a la relatividad de los conceptos, y a la masificación. Esa masificación del arte, en el mercado, mata el arte. Afortunadamente, el arte ha expandido sus campos a otros ámbitos, como la fotografía o el cine que, no olvidemos, es arte moderno. Toy Story 3, por ejemplo.
No creo que lo que Ud. analiza se pueda calificar como fracaso.
El arte era popular cuando no había artistas sino artesanos y su objetivo era la propaganda y no el mercado como si lo es el arte moderno. Un cuadro de El Bosco, del casi impresionista Goya, o del fotógrafo Velázquez, son maravillosos trabajos de geniales artesanos a sueldo que dejan boquiabiertos tanto a intelectuales como a analfabetos.
El arte como mercancía, no puede ser popular, no es necesario que guste a la mayoría, ni siquiera que guste a una minoría, con que alguien pague el valor que se le de es suficiente.
El buen arte moderno será el que los inversionistas consideren rentable y no sólo por la obra en si, también tiene que serlo el artista —cuanto más excentrico y paranoico, más rentable será su obra—.
El arte moderno malo es el que se queda para sacarle dinero a los nuevos ricos y a la administración. El ciudadano acaba siendo el pagano de toda esa basura con la que llenan parques —véase esos miles de monumentos a La Constitución, más propio de museos de los horrores que de los de arte moderno, la reciente “Cupula de Barceló” o el cine español—.
Me quedo con que el arte para serlo ha de ser libre y si es propaganda o mercancía no puede serlo.
Arte Moderno son las “Gymnopédies” de Satie, el “Arabesque” de Debussy o “La gran puerta de Kiev” de Mussorsky, los “grafitis” que nos ensucian las calles, los “fanzines”, los “pps” de internet, los videos de yuotube, los culos y tetas fotocopiados en la oficina, las “sesiones” de una rave, mi madre estirando todo el més su pensión.
Un comentario más, el arte no tiene porqué gustar a sus contemporáneos, un claro ejemplo sería "El Quijote" de Cervantes o muchas de las obras de El Greco, en su época, en el primer caso no tuvo ningún éxito y en el segundo sus cuadros apenas tenían el valor que realmente merecían (en ocasiones hasta se negaron a pagárselos), pero uno ha pasado a la historia como la mejor novela Española y de las mejores del mundo y el otro ejemplo como uno de los pintores más importantes y precursor de nuevas corrientes y tendencias...
Lo que quiero decir, es que en esa época no eran "entendidos" por el público y... ¿supusieron un fracaso para el arte o del arte?
Con esto tan solo digo que tal vez dentro de unos cuantos (bastantes) años estas obras tendrán un valor y sí serán entendidas... (o no, pero en cualquier caso, posiblemente nunca lleguemos a saberlo)
Esto si que es arte y moderno.
http://www.youtube.com/watch?v=aaKiVFEu4fw
POr partes:
1) D. Dante: aparte de que desde luego no comparto sus gustos (Dalí me parece un impostor y el padrino me aburre bastante), no estoy de acuerdo con usted. De hecho, si analizamos su comentario vemos que esta trufado de ese espíritu del "cállate que no entiendes". Y ese el problema. Si el arte moderno pretendía ser para todos, ¿por qué acabó siendo para las élites?
2) D. Anónimo: es que la pretensión del arte moderno no fue una estética de minorías sino de masas. Y la diferencia con el pop es que el pop lo hizo sobre la base de la glorificación de la sociedad capitalista, una estética empobrecida y una industria cultural. De todas formas, es muy interesante el ejemplo, porque precisamente el pop, como movimiento porque otra cosa sería cada obra, sería lo contrario del ideal del arte moderno.
3) D. Guapo: lo del mercado ya lo discutimos. La figura del artista como un ser superior tiene un problema: ¿por qué son todos occidentales? -y yo creo que los mayores artistas hasta la 2ª mitad del siglo XX hansido occidentales-. Algo individual hay, pero las condicones reales de la producción de la obra son básicas. Y admitiría que el artista pretende presentar su estado de ánimo, pero más allá al situarlo como universal. Y ahí, se falla. Porque si solo fuera estado de ánimo ser maniáco-depresivo seguramente sería una buena fortuna para el artista.
D. Oyente: pues su versión falla si se mira la historia del atrte, porque el arte, históricamente, ha sido propaganda o mercancía. Y sin embargo, eso no les ha negado su status. Por cierto, todas las madres son artistas.
Y D. Oyente, mejor esta
Bueno, al afirmar que el arte moderno es solo para las élites deberías haberte dado cuenta que en general (siempre hay excepciones)el arte siempre ha sido para las élites, ¿o es que el Anfiteatro Flavio fue creado en honor de los esclavos, o la Capilla Sixtina era para que los mendigos y las prostitutas tuvieran donde rezar, o acaso Goya realizaba sus obras para el panadero del barrio?
No, el arte siempre ha sido y será para quien pueda pagarlo y evidentemente no todo el mundo puede, ¿Injusto? sí, pero eso no es lo que aquí se debate...
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