La fidelidad a las instituciones es una forma elegante de llamar al borreguismo. Los dirigentes pueden hacer aquello que consideren oportuno pero los militantes –palabra perfecta- deben ser fieles a la institución. Yo nunca fui militante de CCOO porque siempre me consideré usuario. Me afilié a un sindicato para defender mis intereses: era por mi interés. Y lo hice a uno autodenominado de clase porque pienso que mis derechos como trabajador no pueden acabar en privilegios frente a otros. Recuerdo, además, que pagaba por ello. Por supuesto, esto no quiere decir que dicha organización tuviera que hacer lo que yo pedía, pero, por supuesto, tampoco quiere decir que yo tuviera que obedecerla. ¿Fidelidad a una institución?
Puede ser que el partido tenga cien ojos, según Brecht, y que vean más que dos: puede ser que eso le pase también al ojo compuesto de la mosca a pesar de la comida que suele elegir. Pero lo que es seguro es que no voy a pagar más a quien defiende que yo, y usted, debemos trabajar más años para cobrar menos.
Espere: según la institución, yo no. Porque al tiempo que el sindicato de clase firmaba los 67 años para todos, defendía los 60 para los profesores en otro sitio. Alguna diferencia, es lo bueno de tantos ojos, deberíamos tener en el sindicato de clase con las señoras de la limpieza. De hecho, cuando anuncié que me iba alguien me lo recordó.
En clase suelo criticar una estúpida camiseta que pone: “A veces ángel, a veces demonio. Pero siempre yo”. Resulta fácil ser siempre yo, resulta difícil –salvo enfermedad mental- no serlo. Resulta difícil, por comodidad, pasar del nosotros al ellos. Pero también, y hay que tener cuidado, uno puede pensar que ya solo queda él y que el plural no existe. Sigue existiendo, pero en otra parte o tal vez solo como ideal.
Puede ser que el partido tenga cien ojos, según Brecht, y que vean más que dos: puede ser que eso le pase también al ojo compuesto de la mosca a pesar de la comida que suele elegir. Pero lo que es seguro es que no voy a pagar más a quien defiende que yo, y usted, debemos trabajar más años para cobrar menos.
Espere: según la institución, yo no. Porque al tiempo que el sindicato de clase firmaba los 67 años para todos, defendía los 60 para los profesores en otro sitio. Alguna diferencia, es lo bueno de tantos ojos, deberíamos tener en el sindicato de clase con las señoras de la limpieza. De hecho, cuando anuncié que me iba alguien me lo recordó.
En clase suelo criticar una estúpida camiseta que pone: “A veces ángel, a veces demonio. Pero siempre yo”. Resulta fácil ser siempre yo, resulta difícil –salvo enfermedad mental- no serlo. Resulta difícil, por comodidad, pasar del nosotros al ellos. Pero también, y hay que tener cuidado, uno puede pensar que ya solo queda él y que el plural no existe. Sigue existiendo, pero en otra parte o tal vez solo como ideal.
2 comentarios:
Pienso que, como todo aquello que se institucionaliza, el apoltronamiento es consecuente y se defienden privilegios de las instituciones antes que derechos de sus "adheridos". En los dos sindicatos "mimetizados" en verticales se están produciendo lo que pasó en los originales; en sus filas se están nucleando sindicatos de gente joven para crecer y excindirse. A los "verticalizados" siempre les queda el recurso de llamarlos sindicatos amarillos. Habrá que estar atento a esos brotes de actividad que pueden dejar a "los tradicionales" en lo que fue la O.N.S. (un muerto que llevan entre cuatro vivos"
Pues mucho ánimo.
Cuando se tiene claro qué cosa es un objetivo y qué cosa es un instrumento, tomar estas decisiones cuando el instrumento que se usaba ha terminado por volverse inútil, o menos eficaz (o cosas peores), es más fácil.
Podrán forjarse y usarse nuevos instrumentos —a lo mejor ya están operativos a la espera de ser usados— que sirvan a los objetivos que se persiguen, en este caso, la defensa de los intereses laborales.
Cordialmente,
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