¿Conoce usted a alguien o por lo menos a alguno que conozca a otro o a uno al cual le haya dicho un tercero que hay alguna persona que siga los mandamientos de la iglesia católica en materia moral en general y sexual en particular? ¿Conoce usted a alguien, pongamos de menos de sesenta años, que cumpla los sacramentos de la iglesia? ¿Conoce usted a alguien, o incluso le han hablado de alguien que no sea trabajador de dicha empresa, en fin, que siga las enseñanzas, entre reaccionarias y ridículas, del colectivo eclesial católico?
No lo conoce, yo tampoco. La respuesta es simple: la iglesia católica está socialmente en el basurero de la historia. Su influencia es mínima y su valor en lo relativo a las costumbres y la vida personal absolutamente inexistente: nadie hace caso a sus enseñanzas. De dominar y controlar la vida individual la iglesia ha pasado a ser, sociológicamente, un aspecto folclórico de este país. Y todo ello en apenas 30 años. La gente puede declararse creyente y seguir bautizando a sus niños, pero es un rito social y no religioso. A lo que diga un cura en el altar nadie le presta atención.
Sin embargo, y esta es una paradoja, la iglesia católica sigue teniendo una presencia política y en los medios de comunicación prominente. No hay declaración que haga su directiva que no resulte publicada y contestada como si dijo algo socialmente relevante. Y no solo lo hace así la derecha para explayarse en la sabiduría de los pastores, los perros también pastorean hay que recordar, sino, lo que resulta más sorprendente, igualmente lo hace, y aún más, la izquierda. Precisamente, este artículo pretende analizar esa desproporción entre la importancia social de la iglesia, nula, y su importancia mediática y política, amplísima.
¿Por qué, por ejemplo, el último gran debate de la autoproclamada izquierda, llevado a cabo incluso como acto de protesta, ha sido el fascinante, relevante e importantísimo problema, clave sin duda en el desarrollo de la emancipación, de las capillas en la universidad? ¿Cuántos del casi millón y medio de estudiantes universitarios van a las capillas?¿Cuántos hacen caso, incluyendo a los que van, de lo que allí se dice? Sin embargo, ha sido la gran movilización universitaria e izquierdista. E incluso cuando el periódico de la referencia progre, Público, entrevista al nuevo y magnífico rector de la complutense es el tema más destacado ¿Por qué?
Para toda propaganda hay algo esencial: la existencia de un enemigo. El enemigo encauza las posibles desavenencias del grupo, lo uniforma y provoca la reacción unánime. Al tiempo, la simpleza del enemigo, real o ficticia, permite un ataque elemental, una unión emocional, que genera la identificación plena del colectivo. Y además, sirve para ocultar la propia inanidad -ideológica, política y social- de ese mismo colectivo solo crítico con aquello que no es relevante. La presencia del lobo feroz satisface, curiosamente, a los borregos. Así, en realidad, la autoproclamada izquierda vive feliz con sus dos enemigos satanizados: el malvado neoliberalismo –otro día analizamos ese mito- y la terrorífica iglesia. Que esta última no tenga la menor relevancia social es indiferente para su satanización: al papa le escucha más la izquierda que la sociedad. De hecho, la autoproclamada izquierda es la única que aún toma en serio las tonterías vaticanas. La autoproclamada izquierda ya solo sirve, sin discurso social o político fuera de la consigna, para pelear con lo inútil. Pero ello, a su vez, satisface las ansias de su club de fans. Si uno va a un concierto no quiere oír las nuevas canciones, conocedores de su escaso nivel, sino tatarear las viejas a ser posible con el mechero encendido –y, a veces, buscando escandalizar quedándose en sujetador hoy día en que cualquier niña de quince años va medio desnuda por la calle-.
Y esto, curiosamente, también le viene bien a la propia iglesia. La iglesia, afortunadamente, ya no tiene el control social, pero sin embargo sus negocios como holding no solo no han bajado sino que crecen. El holding empresarial de la iglesia se da fundamentalmente en educación, sanidad y, recientemente, con un desembarco en los medios de comunicación: sus piadosas órdenes son corporaciones empresariales. Y ese es el motivo,y no una mera afinidad ideológica, por el que la iglesia apoya a la derecha política: al fin y al cabo, su mayor cliente no es el libre mercado sino el estado a través de la gestión privatizada de los servicios públicos. Así, la iglesia admite en sus servicios divorciados, ateos o paganos politeístas no como una imposición del malvado estado laico sino como un gasto más para la factura y un beneficio en la cuenta de resultados. Pero hay más. Este holding empresarial es tratado con favoritismo por un estado al que se le presenta esa misma (falsa) relevancia como motivo de chantaje: la mayoría de España es católica, le dicen. Y todos sabemos que es falso, incluido el propio estado, pero a todos los cuerpos integrantes de la oligarquía política, de derechas para sacar pecho y de izquierdas para tener un enemigo, le interesa mantener el mito. Imaginen que alguien gritará que el emperador está desnudo y que nadie, tal vez algunas monjas, le hacen caso.
Así, mientras la izquierda interrumpe la eucaristía ideológica, parte menos importante por ser el discurso que nadie sigue, deja impoluta la eucaristía económica. La iglesia como holding empresarial genera con su discurso moral una auténtica cortina de humo, voluntaria o involuntariamente eso no es importante, que la autoproclamada izquierda -sin discurso político, económico o social- utiliza a su vez como salvaguarda. Puede ser que el hombre de falda larga y que se hace llamar obispo crea en lo que dice y puede ser que la señorita en pantalones al quedarse en sujetador lo haga siguiendo los dictados de su conciencia. Pero, eso socialmente no importa. Lo que interesa es que la relevancia social de ambos hechos es menor que la jornada de liga. Y lo que importa es que aquello socialmente relevante, la iglesia como holding empresarial, queda apartado de la radical protesta izquierdista. La definición de iglesia es un holding empresarial que de vez en cuando recuerda a la población que debe copular para engendrar: como hacen los animales. Y entonces la izquierda respira aliviada para criticar y montar actos de protesta. Mientras tanto, y a todo esto, la coyunda continúa.
Sin embargo, y esta es una paradoja, la iglesia católica sigue teniendo una presencia política y en los medios de comunicación prominente. No hay declaración que haga su directiva que no resulte publicada y contestada como si dijo algo socialmente relevante. Y no solo lo hace así la derecha para explayarse en la sabiduría de los pastores, los perros también pastorean hay que recordar, sino, lo que resulta más sorprendente, igualmente lo hace, y aún más, la izquierda. Precisamente, este artículo pretende analizar esa desproporción entre la importancia social de la iglesia, nula, y su importancia mediática y política, amplísima.
¿Por qué, por ejemplo, el último gran debate de la autoproclamada izquierda, llevado a cabo incluso como acto de protesta, ha sido el fascinante, relevante e importantísimo problema, clave sin duda en el desarrollo de la emancipación, de las capillas en la universidad? ¿Cuántos del casi millón y medio de estudiantes universitarios van a las capillas?¿Cuántos hacen caso, incluyendo a los que van, de lo que allí se dice? Sin embargo, ha sido la gran movilización universitaria e izquierdista. E incluso cuando el periódico de la referencia progre, Público, entrevista al nuevo y magnífico rector de la complutense es el tema más destacado ¿Por qué?
Para toda propaganda hay algo esencial: la existencia de un enemigo. El enemigo encauza las posibles desavenencias del grupo, lo uniforma y provoca la reacción unánime. Al tiempo, la simpleza del enemigo, real o ficticia, permite un ataque elemental, una unión emocional, que genera la identificación plena del colectivo. Y además, sirve para ocultar la propia inanidad -ideológica, política y social- de ese mismo colectivo solo crítico con aquello que no es relevante. La presencia del lobo feroz satisface, curiosamente, a los borregos. Así, en realidad, la autoproclamada izquierda vive feliz con sus dos enemigos satanizados: el malvado neoliberalismo –otro día analizamos ese mito- y la terrorífica iglesia. Que esta última no tenga la menor relevancia social es indiferente para su satanización: al papa le escucha más la izquierda que la sociedad. De hecho, la autoproclamada izquierda es la única que aún toma en serio las tonterías vaticanas. La autoproclamada izquierda ya solo sirve, sin discurso social o político fuera de la consigna, para pelear con lo inútil. Pero ello, a su vez, satisface las ansias de su club de fans. Si uno va a un concierto no quiere oír las nuevas canciones, conocedores de su escaso nivel, sino tatarear las viejas a ser posible con el mechero encendido –y, a veces, buscando escandalizar quedándose en sujetador hoy día en que cualquier niña de quince años va medio desnuda por la calle-.
Y esto, curiosamente, también le viene bien a la propia iglesia. La iglesia, afortunadamente, ya no tiene el control social, pero sin embargo sus negocios como holding no solo no han bajado sino que crecen. El holding empresarial de la iglesia se da fundamentalmente en educación, sanidad y, recientemente, con un desembarco en los medios de comunicación: sus piadosas órdenes son corporaciones empresariales. Y ese es el motivo,y no una mera afinidad ideológica, por el que la iglesia apoya a la derecha política: al fin y al cabo, su mayor cliente no es el libre mercado sino el estado a través de la gestión privatizada de los servicios públicos. Así, la iglesia admite en sus servicios divorciados, ateos o paganos politeístas no como una imposición del malvado estado laico sino como un gasto más para la factura y un beneficio en la cuenta de resultados. Pero hay más. Este holding empresarial es tratado con favoritismo por un estado al que se le presenta esa misma (falsa) relevancia como motivo de chantaje: la mayoría de España es católica, le dicen. Y todos sabemos que es falso, incluido el propio estado, pero a todos los cuerpos integrantes de la oligarquía política, de derechas para sacar pecho y de izquierdas para tener un enemigo, le interesa mantener el mito. Imaginen que alguien gritará que el emperador está desnudo y que nadie, tal vez algunas monjas, le hacen caso.
Así, mientras la izquierda interrumpe la eucaristía ideológica, parte menos importante por ser el discurso que nadie sigue, deja impoluta la eucaristía económica. La iglesia como holding empresarial genera con su discurso moral una auténtica cortina de humo, voluntaria o involuntariamente eso no es importante, que la autoproclamada izquierda -sin discurso político, económico o social- utiliza a su vez como salvaguarda. Puede ser que el hombre de falda larga y que se hace llamar obispo crea en lo que dice y puede ser que la señorita en pantalones al quedarse en sujetador lo haga siguiendo los dictados de su conciencia. Pero, eso socialmente no importa. Lo que interesa es que la relevancia social de ambos hechos es menor que la jornada de liga. Y lo que importa es que aquello socialmente relevante, la iglesia como holding empresarial, queda apartado de la radical protesta izquierdista. La definición de iglesia es un holding empresarial que de vez en cuando recuerda a la población que debe copular para engendrar: como hacen los animales. Y entonces la izquierda respira aliviada para criticar y montar actos de protesta. Mientras tanto, y a todo esto, la coyunda continúa.
4 comentarios:
Buen artículo para los directivos de La Sexta.
Me llamo José Antonio Hernanz Moral. Vivo en Jalapa, México. Usted me conoce; cada vez que voy a España solemos quedar para tomarnos una cerveza o para cenar; de hecho, somos amigos. Usted sabe perfectamente que soy católico, mi vida moral se rige por los principios de la Iglesia Católica, sus sacramentos sn centrales en mi cotidianeidad. Así, lo que retóricamente afirma en sus dos primeros párrafos es mentira. Además, todo lo que predica a continuación es seguramente su deseo, pero no es cierto. Estimado Enrique, no me parece bien que quiera confundir a un (probable) público intelectualmente naïf con un discurso argumentativamente sólido, pero -a mi modo de ver- deliberadamente falaz, por la vía de presentar juicios de valor como hechos objetivos y contrastados.
A José Antonio, probablemente desde el punto de vista de Enrique la ignorancia deba ser castigada. Si son tontos se merecen ser engañados.
D. José Antonio: efectivamente una cosa son los deseos y tras las realidades. En primer lugar, socialmente hablando, ¿defendería usted que la iglesia tiene hoy gran relevancia y su moral domina? Es cierto que existe una minoría que permanece fiel a sus mandamientos, pero eso no le otorga relevancia social ninguna, que es la clave del artículo. MIre usted, según el CIS en el barómetro de marzo de 2011, un 74% se declaran católicos, pero sólo un 13% (de esos declarantes) va a misa los domingos y un 55'5% de los mismos confesos dice no ir nunca o casi nunca. No soy yo quien confunde deseo y realidad.
Algo más. Me perturba la etiqueta "público intelectualmente naif". No sé qué quiere decir.
D. Anónimo2: le rogaría que no contestara usted en mi nombre. Nunca diré la terrible frase de que la ignorancia debe ser castigada por dos motivos: primereo, porque tiene un tonillo elitista que no me gusta; segundo, porque no me gusta que me castiguen sino que me ilustre quien sabe más que yo.
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