martes, octubre 16, 2012

CAPITALISMO Y MALDAD/4: IDEA DE SUJETO (2)


En los artículos anteriores de esta serie, veíamos primero un resumen sobre qué es el nuevo capitalismo y sus características. Después, analizábamos cómo la crítica de Marx quedaba insuficiente ante esta nueva realidad. Por último, presentábamos la idea de sujeto moderno como la idea clave para contestar a nuestra pregunta sobre si el Capitalismo es malo o no. Pero comprendíamos que esta idea podía caer en la pura elucubración culturalista si no la dotábamos de realidad. Así, acabábamos nuestro último artículo sobre el tema con un plan de trabajo. Primero, explicar por qué el sujeto moderno es el único defendible desde una visión progresista. Segundo, demostrar que la defensa de cualquier otro modelo es un error. Y, tercero, analizar entonces este sujeto moderno como ideal frente al capitalismo como realidad y ver su posibilidad o imposibilidad práctica.

Y ahora nos ocurre algo como a Platón -no ha estado mal la comparación, ¿eh?-: si queremos hacer crítica social debemos sumergirnos en la filosofía. Por eso, esta serie a partir de ahora empleará un lenguaje filosóficamente más académico pero llevado por la necesidad de su objeto de estudio: y el texto verdaderamente filosófico es lo contrario del texto pedante. Y lo hará obligado: si queremos estar objetivamente contra el capitalismo no lo podremos estar desde otra cosa que no sea la filosofía. Pero hay algo más. Ese lenguaje no se usará como excusa para en realidad no decir nada, tal y como se hace ya en la mayoría de las ocasiones, sino con la pretensión contraria que es intentar explicarnos mejor.

¿Por qué el sujeto moderno es progresista y el único que puede ser tomado por tal? Para explicarlo vamos a volver a recordar sus características. El sujeto moderno era racional, autónomo, universal y buscaba transformar la realidad. Por tanto, si el sujeto moderno es progresista, lo será porque lo son estos hechos.

Y así conviene empezar por la característica más general y fundamento, ya lo veremos, de las otras. Nos planteamos por ello, ¿es la racionalidad progresista? Esta es una pregunta de eminente sentido filosófico y que por ello tiene una respuesta de eminente importancia práctica. Entendemos por racionalidad –en este contexto- no solo la capacidad de pensamiento abstracto, que sería propia de la especie biológica humana, sino una forma determinada de pensar. Esta forma, que es una más de las posibles y que aparece muy tarde en la humanidad, es aquella en la cual se reconoce una distinción absoluta entre pensamiento y realidad. Con ello, queremos decir que mientras que otras formas de pensamiento lo que buscan es una comunicación desde la realidad al sujeto para lograr una común unión –por ejemplo, a través de trances místicos y esas cosas raras- el pensamiento racional busca, como un detective ajeno a la escena del crimen, desentrañar el misterio del objeto. El pensamiento irracional entra en trance, el racional inicia una investigación.

Por ello, la racionalidad implica un extrañamiento ante el mundo. Frente a otras formas de pensamiento, el mito y con él la mística así como el irracionalismo filosófico y sus derivados, la racionalidad no pretende identificarse o rendirse ante lo existente sin más, en una intuición pura intelectual o una asunción de las fuerzas cósmicas para vivir sin sentido, sino desentrañarlo. Y esta palabra está usada en su sentido más directo: abrir sus entrañas para ver qué hay dentro y no para predecir mágicamente el futuro. El pensamiento racional no busca plegarse ante el mundo y ofrecerle culto, sino, al distinguirlo de su propia racionalidad, derrotarlo. Y ello tiene como consecuencia inmediata la primacía de lo humano sobre lo existente. Por eso, la declaración de independencia estadounidense se cimenta en los derechos inalienables del individuo y la constitución de Bolivia en ese ente que es la Pachamama -tan heideggeriano, por cierto-. Y por eso también toda la reacción filosófica a la racionalidad desde Rousseau, Santa Teresa, Schopenhauer, Nietzsche, Heidegger, Wittgenstein o la posmodernidad -los nombres me los sé- lo que discuten precisamente es este punto –y aquí se es injusto porque se mezcla demasiado: cosas de un blog-.

Pero ahora, ¿por qué esto es progresista? ¿Por qué la racionalidad, cuyos dos máximos exponentes serían la ciencia y la filosofía, es más progresistas que los irracionalismos o el pensamiento mítico?

La clave está en la forma de relación con lo real. El irracionalismo debe asumir, de manera general y obligatoria, una realidad que se impone sobre el individuo. Efectivamente, al defender la incapacidad de la razón para comprender la realidad, se concluye en la superioridad de esta: el mítico honra a los dioses; el schopenhaueriano a la voluntad. De ahí, la importancia de elementos ontológicos -desde los dioses a las fuerzas cósmicas, desde la voluntad al ser- que siendo ingobernables se imponen al individuo. Así, en metafísica el irracionalismo se obliga hacia al totalitarismo político. Y lo interesante es cómo da igual que este irracionalismo sea mítico, como en las sociedades primitivas, o sea filosófico: la defensa de la imposibilidad de explicar el mundo racionalmente con verdad, conduce -no así en el escepticismo por ejemplo- a la idea de una entidad superior -dioses, Dios, voluntad, ser- que se impone. Y esta es la diferencia frente al sujeto racional moderno que sí puede comprender racionalmente el mundo. Los personajes de Calderón se rinden ante el orden preestablecido, los de Shakespeare lo destruyen –y una nota: pronto un artículo sobre ambos-.

Pero también es importante la forma de hacerlo. El sujeto racional de la filosofía clásica y medieval también era capaz de explicar el mundo, pero lo hacía porque formaba parte como criatura de ese mundo participando de una racionalidad superior –el logos griego o el dios cristiano-. Sin embargo, el sujeto moderno lo desentraña, otra vez en el sentido literal de esa expresión, imponiendo una racionalidad, la suya, que es ajena al mundo exterior. De ahí también la diferencia en el uso de la tecnología que en el mundo antiguo era una prolongación natural frente al moderno donde es una realidad absolutamente nueva -cosa que también vio perfectamente el reaccionario, y tan inteligente, Heidegger-.

Con esto, se plantea una diferencia fundamental en la racionalidad. Esta, hasta la Modernidad, es una aceptación del mundo -si bien no exenta de dificultades como es el caso del problema del mal en el cristianismo-. Sin embargo, la racionalidad moderna es una conquista de la realidad por el sujeto. La racionalidad moderna tiene así su base en la distinción ser/deber ser, donde subyace siempre el ideal de que la realidad, el ser, no es aún lo que debería y podría ser, la racionalidad humana cumplida en un mundo nuevo. Así, la racionalidad moderna es una reivindicación del sujeto frente al objeto mientras que las formas anteriores, y posteriores, son una sumisión del sujeto frente al objeto.

De hecho, el propio Capitalismo es una invención de ese mismo sujeto moderno como modelo de dominación de la realidad -como se ve bien en la teoría liberal, aunque esta carezca de idea de sujeto-. Y de hecho, el propio capitalismo fue progreso frente a lo anterior, al emancipar a las fuerzas productivas de la naturaleza. Pero, entonces, y si el malvadísimo capitalismo fue un invento de este sujeto, ¿dónde está el progresismo? ¿No sería mejor defender otra racionalidad ajena al mismo?

Volvemos al capitalismo. Este, defendemos en nuestro análisis, es totalitario. Su desarrollo ha consistido en la conversión de todo en mercancía y, fundamentalmente, en la conversión del sujeto humano en tal figura. Así, la situación actual es la del dominio del objeto, el capitalismo, sobre el sujeto, el ser humano -si bien la alienación negativa nos señala ideológicamente lo contrario-. Y es ahí donde la racionalidad moderna vuelve a ser fundamental.

Una racionalidad no moderna, ya lo sabemos, es una racionalidad sumisa ante lo real. Solo una racionalidad fuerte, como ya hemos explicado una racionalidad que reclame al sujeto, puede estar enfrentada al desarrollo del sistema capitalista porque es la única que exigirá su presencia frente a la forma mercancía. Pero además hay algo más. Y este algo más es que esta racionalidad mantiene la idea de verdad no por correspondencia y la preeminencia del concepto.

La idea de verdad como correspondencia o adecuación defiende que el pensamiento refleja la realidad tal cual es. Sin embargo, el criterio de verdad en la modernidad es diferente. No existe esa identificación pura sino que hay siempre una escisión entre el pensamiento y la realidad. La racionalidad humana así necesita crear representaciones ideales de esa realidad que exijan más a lo existente: no queremos este perro, sino al perro. De hecho, ahí está el germen, luego traicionado, del pensamiento de Platón: la exigencia de racionalidad a un mundo que mató a Sócrates. Y por eso, también, tiene razón Nietzsche al calificar esta filosofía de obra de los resentidos: efectivamente son aquellos que, como en la tragedia shakesperiana de  Ricardo III, no están hechos para el baile festivo en una ñoña realidad. El concepto así no busca la identificación con lo real sino, precisamente, su superación: lo real debe llegar a ser el concepto –y esto, por supuesto, puede llegar a ser muy problemático-.

Así, la racionalidad moderna está enfrentada al capitalismo porque es la única capaz de presentar aún en su propia constitución esa distinción entre el ser y el deber ser, la realidad y el ideal. Mientras otras formas de pensamiento solo pueden asumir lo real o enfrentarse a ello desde supersticiosas espiritualidades, la racionalidad se enfrenta desde dos perspectivas. Primera, desde la idea de un sujeto que debería ser el dominante y no, como ahora con el desarrollo del Capitalismo, el dominado. Segunda, desde una petición a la realidad de llegar a ser, por la propia existencia del concepto, lo que debe ser y con ello mantener esa escisión entre realidad y posibilidad.

John Ford es el mayor artista del siglo XX y, seguramente, entre los mayores artistas de la historia. Tiene una, otra, película inolvidable: El hombre que mató a Liberty Valance –la mejor película política de la historia y, seguramente, la mejor película de la historia-. En ella, cuenta la llegada de la civilización al lejano oeste americano a manos de un abogado idealista de este. Y en la escena final, una vez conseguidos presuntamente sus objetivos, alguien le pregunta: ¿No estás orgulloso? Y él no contesta mientras el tren atraviesa el desierto. El sujeto moderno nació de la escisión entre lo existente y el anhelo de algo más, la diferencia entre lo que había y lo que debería haber. Con esa diferencia aún no cumplida sigue vivo al menos como promesa de lo que debería haber sido. Por eso, es la única esperanza.

No hay comentarios: