miércoles, marzo 27, 2013

CAPITALISMO, RELIGIÓN Y SENTIDO


¿Sigue teniendo sentido la religión? Cuando uno hace una pregunta puede estar tendiendo una trampa. Efectivamente, y esto se ve en las encuestas, cualquier pregunta sobre algo nunca es inocente. Por eso, conviene siempre desarrollar un poco qué queremos decir con la cuestión planteada sobre la religión y su sentido.

Al preguntarnos por ello no queremos entablar un debate sobre las causas de la existencia de la religión, aunque necesariamente responderemos implícitamente a esto, sino qué planteamos cuál puede ser su futuro como hecho histórico y social. Es decir, intentaremos jugar a futurólogo, cual profeta iluminado por la deidad pero esperemos que con más éxito, y predecir si la religión seguirá siendo importante socialmente. Nos cuestionamos, para que vean que yo también a veces leo,  por el porvenir de una ilusión.

Hagamos primero una distinción entre religión y fe o creencia. Por la primera, religión, entendemos el corpus teórico y hecho social de creencias religiosas establecidas con influencia social actual, no histórica que es otro asunto, por esas mismas ideas o las instituciones que las representan. Por fe entendemos el hecho subjetivo de creer en seres y actos sobrenaturales. En ambos casos, y esto es importante de señalar, nos es indiferente si estas creencias se corresponden con una realidad o no.  Cuando aquí hablemos de religión nos referiremos al primer significado, es decir: el conjunto de creencias sobrenaturales en cuanto que influyen socialmente.

Los marxistas como nosotros somos gente sencilla. No creemos en la espiritualidad, los gnomos o los comandantes, por poner tres ejemplos, y consideramos que todo fenómeno social debe poder explicarse atendiendo a las circunstancias de la producción histórica concreta. Con esta declaración de principios, creemos ingenuo analizar hechos sociales sin contexto. Es erróneo creer que todo lo que haga un hombre no sea un hecho social. Así, al analizar la religión hay que hacerlo tal y como se analizaría el desarrollo de cualquier otro hecho social y relacionarlo con la realidad. Por eso, cuando se quiere estudiar la religión desde perspectivas subjetivistas y existenciales, como hace la fenomenología, se podrá intentar explicar, si acaso, la creencia subjetiva pero no la religión como hecho social y la importancia de esta. Y hay algo evidente: la religión ha sido un hecho fundamental en la historia. Y nuestra pregunta es si, como tal hecho social, lo seguirá siendo.

Observemos algo: toda religión es una forma de consolación. Esto llama la atención poderosamente. Efectivamente, independientemente de sus creencias concretas y particulares sobre si existe o no un dios o la inmortalidad, es cierto que en toda religión subyace un consuelo ante la realidad. Así, tanto en el hinduismo, budismo, judaísmo, islam, cristianismo o cualquier otra creencia en lo sobrenatural, la religión no solo da respuesta fácil a preguntas complejas –voluntad de los dioses y ya está- sino que implica un consuelo frente a un mundo sin él. El creyente se reconforta en su creencia porque ese es el papel social predominante de la religión. Así, para el budista que medita para anular su yo –y al que alimenta el campesinado-, el místico que anhela entrar en contacto con lo absoluto –y al que alimenta el campesinado- o el propio campesinado que espera una vida mejor –donde alguien les alimente a ellos-, toda religión es consuelo.

Con ello se infiere que lo que importa para explicar el éxito religioso es la recompensa que presenta. Y esta recompensa no debe entenderse solo como inmortalidad en el paraíso, pues ya implica una determinada mentalidad previa, sino otra cosa. La religión reconforta la desdicha inmanente con una explicación trascendente. Es decir, la capacidad de abstracción humana permite que la recompensa a lo actual se fije en un futuro y no en el presente inmediato, cosa imposible en el resto de los animales: mi perro no tiene fe. La religión, así, funciona socialmente como mero conductismo, pero con ínfulas de profundidad. La recompensa, que no es sino la dotación de sentido del propio sufrimiento y no tanto el futuro paraíso, consuela la vida humana.

Por todo ello, la religión, como queda históricamente demostrado, ha adquirido éxito y poder en las sociedades anteriores al nuevo capitalismo. En estas sociedades, y por su tipo de producción económica determinada, la satisfacción vital no existe socialmente o está muy limitada. Efectivamente, en economías anteriores al nuevo capitalismo -el desarrollado a partir de la II Guerra Mundial- la producción económica no se basa en el consumo sino en el trabajo y por ello la satisfacción de las necesidades, excepto las básicas, no es un elemento productivo fundamental. Las necesidades no son satisfechas y la religión cumple esa función de satisfacción.  La religión es la recompensa abstracta a la vida sin recompensa concreta y determinada. Por supuesto, no es que la religión surja promovida por malvados para engañar sino que la propia condición social de ausencia de recompensa hace que esta se presente como resuelta en la trascendencia. Da igual que sea cierto o no que Dios exista, el nirvana o el paraíso con huríes serviciales -aunque queda claro qué preferiríamos y para qué ahorramos-. Lo importante es que la existencia de la religión como recompensa implica su éxito social. Pero sólo hasta ahora.


Teoría pobre, pensará alguien más profundo: no tener en cuenta el anhelo de trascendencia. Bueno, recordemos dos cosas. La primera, que aquí hablamos de religión como hecho social -ya hablaremos de ese anhelo de trascendencia en otro momento-; la segunda, es que una teoría no es pobre o profunda sino verdadera o falsa. Y una prueba para decidir esto es su conexión con la realidad. Una teoría debe ser coherente, también las propias. Esto implica que si la religión se explica de acuerdo a la variable social -la sociedad y en concreto el proceso productivo-, el cambio de esta variable implicará necesariamente un cambio en la influencia religiosa en la sociedad. Y resulta que la religión se abandona, hecho fácilmente constatable, en las sociedades del nuevo capitalismo. ¿Por qué?

La clave productiva del nuevo capitalismo es la introducción del consumo –en la columna de la derecha de este blog hay varios artículos donde se explica este nuevo modelo productivo-. Gracias a este consumo, la vida humana se transforma en absoluta producción ya no limitada al tiempo de trabajo. Así, los sujetos al consumir producen beneficio económico: la producción es trabajar y consumir. Por ello, igual que el trabajo en las sociedades anteriores, la garantía de una producción incesante de mercancías es el consumo a su vez incesante. Y este aspecto se consigue convirtiendo a este proceso productivo en recompensa personal. El consumo recompensa a los individuos no ya en la trascendencia sino en la inmanencia absoluta del día a día: en la vida. Y lo hace tan bien para sus intereses que no les recompensa con un objeto concreto sino con la propia actividad de vivir: la vida convertida en producción. Así, la religión, con su burdo discurso de recompensa trascendente, nada puede hacer ante la tarjeta de crédito y la venta a plazos. La clave que hizo a la religión fuerza social, la necesidad de trasladar la recompensa a lo trascendente, es ahora su verdugo. La recompensa inmanente es el fundamento individual de todo el proceso productivo actual y la religión sobra.

El nuevo capitalismo ha hecho inútil la religión y la religión desaparecerá de la realidad social, ya lo está haciendo y si no vayan ustedes a una iglesia por estas fechas y luego a un local de ocio, por su propia inutilidad. No seremos nosotros desde luego quienes lamentemos que un pensamiento irracional, cuya clave es la levedad de la propia vida humana y la indiferencia ante su sufrimiento real, desaparezca en el basurero de la historia. Pero al tiempo tampoco seremos quienes consideremos esto un triunfo de la racionalidad y el progreso humano. La religión desaparece por lo mismo por lo que apareció: la ausencia de un mundo humano. 

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Inicia muy bien su comentario: “¿Sigue teniendo sentido la religión?”.
Creo que eso es justamente lo que se debería de dilucidar.

La religión, cualquier religión, no sólo es un grupo de ritos y creencias, es sobre todo un sistema moral.
Podría dar lo mismo que el dios fuera Alá, Ra, Osiris, Baal o el Gran Arquitecto. Lo fundamental es el sistema moral que conlleva y no la entidad sobrenatural que estimula o impone el cumplimiento de esas normas.
Tan sobrenatural como Dios, puede ser la Patria, la Bandera, la Humanidad, el Proletariado, la Razón (la diosa de Robespierre y Marat como mesias, y la otra), o cualquier otra entelequia que se presente como necesaria para impedir que mate a mi amigo para quitarle su camiseta de Los Ramones.

El exito de las normas morales de una religión se mide en la prosperidad de la sociedad que las ha utilizado.
¿Cree Ud. que es una casualidad que sólo en el ámbito del cristianismo se haya desarrollado la democracia?

Con el apoyo mutuo, conseguimos sobrevivir como especie, pero sólo sobrevivir. Las religiones (sus normas morales) nos hicieron prosperar.

Ahora en el Siglo XXI, es procedente que Zerolo, Barden o Willy Toledo, como intelectuales autoproclamados responsables de la cultura, debatan si podemos ya soltarnos de la mano de Dios y empezar a andar sólos.

Mientras lo deciden me voy a poner, otra vez, la peli “Idiocracia”.

Un Oyente de Federico

Anónimo dijo...

Entiendo que en países como España no cabe esperar un retroceso de la religión; cabe esperar que haya menos recompensas en la vida de las personas de Spain, al menos si se cumple lo que se dice en este artículo: http://epmesa.blogspot.com.es/2012/07/recortes-y-precarizacion-europea.html