lunes, mayo 06, 2013

PROYECTO DE PRECARIZACIÓN Y PARO


El paro hasta ahora había sido un problema prioritario en las economías nacionales. Esto se debía al cambio del modelo capitalista ocurrido especialmente a partir de la II guerra mundial. Dicho cambio se había realizado desde un capitalismo de producción, centrado en el elemento del trabajo y característico de la Revolución Industrial, a un nuevo capitalismo de explotación absoluta donde la producción de beneficio ya no se limitaba al trabajo sino que incluía el consumo: la vida humana como explotación –nota: perdón por autocitarme, pero en Capitalismo y explotación se explica esto más detalladamente. Pueden acceder en la columna de la derecha-

En el primer capitalismo, el contemporáneo a la Revolución Industrial y anterior a la última guerra mundial, el paro no resultaba problemático para el desarrollo productivo e incluso podía resultar beneficioso. Efectivamente, el nivel económico de la población no era una fuerza productiva y, por tanto, una población sin recursos no afectaba al desarrollo del capitalismo. Es más, la idea marxista del ejército industrial de reserva tenía un absoluto sentido. Era cierto que una masa desposeída y sin trabajo presionaba para que los salarios pudieran ser aún más bajos, al límite de la miseria, porque siempre habría gente dispuesta a trabajar por menos. Así, en el primer capitalismo no existía el paro como problema macroeconómico para el desarrollo capitalista sino, si acaso, como un problema individual que exigía medidas caritativas y, en el mejor de los casos, sociales. El paro, por tanto, no era un problema político o económico de magnitud.

Sin embargo, esto cambia con la llegada del nuevo capitalismo a partir, especialmente, de la II guerra mundial.  Efectivamente, este nuevo capitalismo tenía como elemento clave la demanda interna en el consumo que determinaba el beneficio de la producción de los bienes. Así, se añadía el consumo, y no solo el elemento trabajo, como una de  las claves del desarrollo económico –o sea, de la explotación capitalista-. En este contexto nuevo el paro era un extraordinario problema macroeconómico pues eliminaba del circuito de la explotación –tanto del trabajo como del consumo- a la población parada y reducía la demanda nacional. Y, por esto, el paro se convirtió en el problema a evitar en cualquier política económica. El paro fue llevado de la economía individual, ni siquiera de la microeconomía, a la macroeconomía no tanto por la lucha social, que sin duda contribuyó a aliviar la situación personal, como por las necesidades objetivas del nuevo capitalismo de un mercado de consumidores permanentes. Los parados no consumen tanto como los activos, así que, necesidad del sistema, había que hacer que siguieran cobrando, seguro de desempleo, e incluso cuando hubieran agotado su cotización, subsidio de desempleo, para beneficio del sistema. La explotación no era más humanitaria sino más total. Pero, al tiempo, su resultado individual era mejor para cada individuo.

Pero esto hay que entenderlo bien y para ello hay que explicarlo mejor. El auténtico hecho decisivo por el cual el paro resultaba un problema macroeconómico no era tanto el esquema del nuevo capitalismo, la conversión del consumo también en producción, sino el hecho de que la economía fuera básicamente nacional. Efectivamente, la economía se sustentaba de manera primordial en la demanda interna y por tanto el índice de paro se convertía en  un elemento altamente preocupante pues implicaba necesariamente una disminución de esa demanda interna y con ella un problema macroeconómico. Por eso una prioridad de cualquier política  económica en los países desarrollados, anterior al proceso actual de globalización, era la disminución del paro. Y esto se debía al carácter básicamente nacional de la economía.

Sin embargo, esto cambia con la nueva economía mundial. La conversión definitiva del globo terráqueo en un mercado internacional supera las estrechas expectativas del tenderete patrio. Y lo supera no solo en cuanto a la exportación de mercancías sino como algo más, como la idea de una política económica internacional.

Y ahora viene un rollo teórico -¡¡otro!!-. Cuando se habla de capitalismo hay que distinguir entre los intereses de la oligarquía y los intereses del sistema. Es un grave error identificar oligarquía con sistema capitalista  como frecuentemente hace la izquierda.  Y este problema es un ejemplo paradigmático -¡toma sílabas!- de cómo nos podría desenfocar ese error. Efectivamente para entender lo que sigue hay que diferenciar entre interés de la oligarquía y del sistema. El sistema tiene un interés de explotación que es lo que se consigue con la introducción del consumo: la explotación absoluta. La oligarquía, por su parte, tiene un interés de beneficio privado maximizado: busca conseguir el mayor beneficio posible en su campo económico concreto. Para la oligarquía esto (casi) siempre se traduce en la mayor precarización posible y en la reducción del beneficio de los grupos sociales inferiores.

En la economía nacional anterior a la globalización, estos dos intereses, el del sistema y el de la oligarquía, llegaron a ser contradictorios y se acabó imponiendo el interés del sistema: mayor nivel de vida para mayor explotación, aunque ello implicara menor ganancia de la oligarquía. Pero el proceso de globalización ha cambiado esto. Efectivamente, el nuevo mercado mundial implica que el consumidor, como antaño el proletario o con posterioridad la mercancía, no tenga patria. Una parte mínima de la población de los países emergentes consumiendo, pongan un diez o un veinte por ciento, genera mayor demanda que toda la población europea. Ahora el interés del sistema, la explotación total de la vida humana como trabajo y consumo, se puede armonizar con el interés de la oligarquía nacional, la máxima precarización social posible. El paro nacional, merced a ese nuevo mercado mundial, ya no resulta problemático como demanda interna. Deja de ser un problema macroeconómico y se transforma, de nuevo, en un drama humano: se pueden aprovechar de él. Soraya Sáenz de Santamaría puede decir tranquilamente que cuando acabe la legislatura habrá más parados. Incluso ante ello poner  cara de dolorosa pero no dimitir porque cumple, como dijo Rajoy, con su –de ellos- deber.

Pero ademas hay algo más. Estos millones de parados ahora sí pueden volver a interesar como tales parados a la oligarquía en un sentido doble. Primero porque, vuelta al ejército industrial de reserva, permiten empeorar las condiciones de trabajo y precarizar  las condiciones laborales de manera casi automática con el mayor beneficio de la oligarquía. Así, los parados actúan como una fuerza social para la precarización al permitir bajar las condiciones laborales con la excusa de su incorporación al mercado laboral. Se puede decir en una tertulia televisiva: mejor 300 euros que nada. Es decir, esta chusma cobra demasiado por algo que en la India –¡ah la India, tanta espiritualidad!- lo hacen por una décima parte. O en Blangadesh, por menos incluso.

Pero, el segundo motivo es aún más importante. El paro implica lógicamente el déficit público. Primero, como contribuyentes directos por la pérdida de una nómina y con ella la contribución al sistema social de asistencia. Segundo, porque ahora son beneficiarios de ese mismo sistema de asistencia social y, por lo tanto, gastadores netos. Con ello, y no por la pirámide de población, el sistema de protección social entre en crisis pues es inviable. Y con esta crisis del llamado estado de bienestar se abre una nueva oportuna para la oligarquía: la privatización de los servicios públicos para su mejor gestión -traducido: para beneficio de ellos mismos-. Una inmensa clientela cautiva, piensen solo en sanidad y educación,  se presenta ante las empresas de esa misma oligarquía con el visto bueno de un estado convertido en gestor de sus intereses. El negocio es doble: primero, los impuestos se convierten en beneficio económico  de esa misma oligarquía y no en carga impositiva con beneficio social;  segundo, el estado como mediador social desaparece y con él el interés oligarca se hace dominante. El fin del estado social es el triunfo de la oligarquía y su causa fundamental no es la mala gestión –que la hay-, el abuso del funcionariado –que lo hay- o el problema demográfico –que no lo hay-. Su enterrador es el paro. Y por eso la oligarquía, su máxima beneficiada, grita: viva el paro. Y la menos educada, todavía hay clases, vocifera: ¡que se jodan!

Resumamos, que seguro que llevados por la emoción se han saltado párrafos buscando el final. El interés del Capitalismo como sistema es la presencia  masiva de consumidores para una explotación total de la vida humana. En una economía nacional, esto implica que el paro sea un problema macroeconómico pues rebaja la demanda interna. Sin embargo, en una economía mundial los consumidores traspasan las fronteras y la demanda nacional pierde importancia y por eso, por ejemplo, la alegría de los tertulianos con el aumento de la exportación española. Los consumidores no tienen patria y la explotación tampoco. Por eso, el paro nacional, seis millones de parados no es ni el 0’5% de la población sólo de China, ya no es problema. Por eso, no afecta a la explotación. Por eso, el interés de la oligarquía de la máxima precarización posible es ahora compatible, por el momento, con el interés del sistema.

¿Y cómo solucionarlo? Solo hay una solución real, hay muchas irreales. Pero, eso otro día que me voy a ver prensa deportiva. ¿Fichará Ancelotti por el Madrid? ¿El Barcelona saca a once jugadores para que le den conversación a Messi? ¿Me pongo otro pacharán?
Lo sé, me falta épica.

1 comentario:

Dany Ríos dijo...

Perfectamente explicado, y pinta usted una situación terrible como sin duda existe. Sin embargo, la duda que me queda (y ya me ha ocurrido con otros de sus artículos) es ¿por qué habla del capitalismo como un ente autónomo cuando es un sistema implantado por personas?. Si me lo pudiera explicar seguro que me ayudaba a entender con mayor profundidad.

Y una vez más, le felicito. Ya quisieramos otros escribir la mitad de claro.