Yo
no apoyo Madrid 2020. Podía sin duda quedarme ahí o, como mucho, presentar un
eslogan. Pero, soy un pesado y carezco de la riqueza de una vida tan plena que me
impida argumentar. Así que, aquí va el rollo.
La
vida en sociedad se basa en el interés. Desengañémonos, no es el afán de
compartir ni el deseo de solidaridad sino el interés de sus miembros lo que
mueve una sociedad. Y esto no es necesariamente malo: yo mismo también estoy
interesado. Porque el problema no es
este, que la sociedad se conforme por el interés, sino cómo se concibe y
desarrolla ese interés. Efectivamente, el interés social no es el mero interés
egoísta infantil que lo quiere todo y ya mismo, sino que necesariamente se
entra en un juego de relaciones interpersonales y ello obliga a la necesidad de
aplicar un cálculo determinado. El modo en que se cumpla dicho cálculo es la
clave.
La
diferencia fundamental entre una sociedad política y socialmente democrática y
cualquier otro tipo de sociedad surgido en la historia es precisamente la forma
en que se desarrolla ese interés social. En la sociedad democrática, se trata
de un interés compartido porque cada uno de los elementos que intervienen en el
mismo gana algo en la acción social determinada. Por supuesto, esto no acaba
con la explotación del capitalismo y ni tan siquiera necesariamente la reduce -pueden
confirmarlo en los artículos de este blog donde se analiza el capitalismo- pero
genera sin duda una estructura social que permite una constante mejora del
nivel de vida. Y con ella, lo que no es baladí, una sociedad que, cuando menos,
hará la vida personal más llevadera no solo para un individuo o grupo concreto
sino para todos.
Este
modelo de sociedad basado en el interés compartido era, hasta ahora, el modelo
en que se miraba como aspiración, y todo sea dicho también cierto logro había,
la sociedad europea continental. Existía claramente un cierto consenso sobre
ciertos puntos que, sin necesidad de beneficiar individualmente a cada uno de forma
inmediata sí lo hacía a la larga o de forma indirecta. Por supuesto, no hace
falta casi añadir –obsérvese la contradicción con lo posterior- que este
beneficio nunca era proporcionalmente igual para todos pues este sistema no garantizaba
ninguna igualdad social necesariamente. La sociedad democrática no tenía que
ser una sociedad de igualdad absoluta pero sí una sociedad donde el progreso
necesariamente era general. Así, lo que resultaba, sin duda, es que lograba una
mejora para los grupos sociales con menos poder económico y social y esto diferenciaba
este modelo de todos los sistemas anteriores –y de todos los coetáneos, pensemos
en las sociedades autoproclamadas comunistas o las autoproclamadas liberales, y
los actuales como ahora veremos-. De esta forma, existía la certidumbre de que
la prosperidad iba unida al transcurrir tiempo. Conforme pasaran los años la
esperanza racional era que iba a mejorar la situación social concreta. Por todo
ello, la expectativa realista era que el pacto social repercutiría en uno mismo
tarde o temprano.
Así
las cosas, de este interés social general podían surgir proyectos comunes
porque de acuerdo a lo anterior los integrantes de la sociedad podían tener la
expectativa perfectamente razonable de que algo sacarían ellos de este
proyecto. Es decir, el proyecto no era por el engaño patriótico –se acerca la diada, hay que decirlo- sino que se
asumía porque todos los integrantes sociales pensaban cabalmente lograr un trozo
del pastel. Por supuesto, conviene repetirlo, todos sabían que el pastel no se
iba a trocear a partes iguales, pero todos sabían también que llegarían a tomar
la nata y eso era impensable hacía apenas veinte años. Puede sonar a poco, pero
a quienes estudiamos con beca o a quienes tienen una enfermedad crónica les
suena a mucho. Y esta realidad tan simple, la existencia de un interés común
porque todos conseguiríamos algo, era la clave del estado del bienestar y del
modelo social europeo. Y era también la clave del modelo que se articulaba en el
artículo primero de la constitución española: estado
social y democrático de derecho.
¿Pero
a qué viene esto? Hay que rellenar, seguimos.
Todo
este proceso social cambia a partir del proyecto
de precarización porque este pretende ser en beneficio exclusivo de la
oligarquía social. Es el proceso que se está dando en Europa, y puede que ya,
en el mundo (1
y 2).
En este proceso, que básicamente consiste en la depauperación social, política
y económica de la mayoría de la población frente a la oligarquía
socioeconómica, y que no es una necesidad del capitalismo, el interés social ya
no es común y lo deja de ser porque los beneficios sociales ya no son
repartidos. Efectivamente, el nuevo sistema social de la depauperación implica
que las clases medias ya no pueden buscar su medro social en la estructura
social y las clases bajas tampoco pueden garantizar allí su existencia material.
Además, a la vez, implica que esa misma estructura social que niega a la clase
media y baja sin embargo afirma la supremacía y el beneficio de la oligarquía: no
nos engañemos, no es una sociedad liberal sino una planificación social. Así,
se da un hecho curioso. El anterior sistema no aseguraba la igualdad pero el
nuevo sí asegura la desigualdad absoluta.
Como
consecuencia de esto, en este nuevo modelo social no cabe el proyecto común
porque resulta evidente que la expectativa no es ya el reparto, más o menos
justo, sino la idea, y con razón, de que unos van a cocinar y otros a comer –aunque
en el peor de los casos incluso unos pueden ser los cocinados para otros-. Y
quien va a sentarse en la mesa como comensal va a ser, precisamente, esa oligarquía. Por
tanto, ante esta expectativa perfectamente racional no hay ni puede haber
proyecto común –excepto el estúpidamente patriótico, volvemos a la diada- sino que este desaparece para dar
paso a negocios oligarcas.
Madrid
2020 empezó en Madrid 2012 y pasó por Madrid 2016. En las dos anteriores
convocatorias, dentro del hartazgo que siempre es una olimpiada, se podía
esperar que su celebración trajera beneficios a todos, por supuesto no por
igual pero sí en cuanto a un reparto general. Sin embargo, una vez se ha roto
este mínimo pacto social en España y la precarización es el proyecto de futuro solo
cabe esperar que un grupo de voluntarios –y de empleados mal pagados- haga el
pastel y la oligarquía se coma la tarta. Yo no apoyo eso.
Los
dioses griegos vivían, ya es muy caro, en el Olimpo y Homero es un autor que se
niega a envejecer. En su obra hay, sin duda, momentos de tedio clásico: en la época
de la fabricación en serie el escudo de Aquiles ya no resulta tan atrayente.
Pero hay otros que le impregnan de la tensión de la modernidad. Los dioses
miran desde el Olimpo las batallas de Troya y así pasan el rato como los niños
fastidiando en el hormiguero: no había Sálvame.
De ahí surgió el término mirada olímpica; aquella mirada que lanza alguien que
se cree superior hacia sus inferiores mezclando la conmiseración y el
desprecio. Las olimpiadas de Madrid ya no son un proyecto común. Desde la cima
social de su montaña la oligarquía mira hacia abajo donde ve a la gente
esperando celebrar su proclamación: con su esfuerzo alimentarán el negocio. Los
aros olímpicos son solo eslabones de cadena. Y los nuevos niños meten palos en
el hormiguero para ver como las hormigas obreras sufren.
3 comentarios:
Me ha aclarado las ideas su artículo. Sin duda todo esto estaba en mi cabeza pero aún no lo había pasado en blanco ni dedicado el tiempo suficiente.
Por cierto imagino que rondará por su cabeza pero agradecería unas palabras suyas sobre el conflicto Sirio y la presunta inminente invasión americana, si no es mucho pedir.
Gracias, Lucas.
Lúcido, como es habitual en usted, D. Enrique.
Gracias por esas reflexiones compartidas.
Salu2
Queda meridianamente claro para quienes quieran leer en profundidad y con análisis crítico. No entiendo que dopaje tan intenso se ha administrado a nuestro cerebro social para que seamos capaces de aplaudir esta candidatura -este es sólo un ejemplo del opio del pueblo-y no veamos con perspectiva real qué significa para nuestro país: más endeudamiento, sí o sí. Baste buscar en las hemerotecas los datos económicos de olimpiadas que preceden a ésta, la tan vitoreada 2020. Mi voto es un rotundo NO.
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