lunes, octubre 06, 2014

BOYHOOD: DRAMA Y POSMODERNIDAD

El drama es un género eminentemente moderno. Sí nos remitimos a la antigüedad veremos obras en las cuales la vida del protagonista, como en la tragedia o la epopeya, existe como hecho glorioso pero carece absolutamente, al menos en su generalidad, del aire cotidiano que se incorporará con el drama. Y el hecho de que el drama sea moderno implica a su vez un elemento fundamental de este género: un drama lo es no porque ocurran solamente cosas desgraciadas sino porque ocurren cosas desesperanzadoras. Y esta diferencia, aparentemente sólo nominativa, es sin embargo crucial.

Efectivamente, las desgracias son aquellas que sentimentalmente pueden producir dolor desde la pura empatía; sin embargo, para que algo sea desesperanzador se exige un nivel conceptual distinto y superior. Lo desesperanzador lo es porque existe una comparación imposible de cumplir entre el ideal, lo prometido como forma de vida buena, y lo que realmente está ocurriendo, la forma de vida real. Así, la clave de la desesperanza es la relación entre lo que debería ser y lo que realmente es. Y el drama se forjó desde esta comparación: un drama lo es porque el ideal no se cumple. Miren D. Quijote, miren Shakespeare.

Esta desesperanza, efectivamente, se presenta en el incumplimiento de algo que debería de ser, un ideal de vida, y que no se cumple y  que por ello implica a su vez la propia infelicidad del protagonista. Por supuesto, nadie debe entender aquí que el espectador, en el caso del cine clásico, o el lector de los dramas literarios, en novela o teatro, debía tener este conocimiento conceptualmente a priori sino que la propia trama presentaba ese ideal como incumplido. Es decir, el ideal de vida plena estaba presente explícitamente en la obra. Pongamos para explicarnos mejor algunos ejemplos en la literatura y en el cine.

Vayamos a dos obras fundadoras del drama moderno: Cervantes y Shakespeare. En el Quijote, el drama se inspira en la escisión que se produce entre el mundo de D. Quijote, la literatura caballeresca, y la realidad. En los dramas de Shakespeare, como por ejemplo Macbeth, en la diferencia entre lo prometido y lo realmente cumplido.

Miau es sin duda una de las grandes novelas de Galdós, lo que quiere decir una de las grandes novelas de la literatura mundial. En ella el sueño permanente de grandeza de la familia y la anhelada espera del cargo por parte de protagonista se ve enfrentada a una realidad absolutamente triste, donde ninguno de dichos sueños se verá cumplido. Este hecho, que se explica permanentemente en la novela, se presenta así como el ideal que conlleva el drama. Pongamos otro ejemplo novelístico. La Regenta se podría calificar como probablemente la mejor novela española de todos los tiempos, junto con la segunda parte del Quijote, y una de las mejores de toda la historia de la literatura -superior sin duda a Madame Bovary-.  Los personajes de La Regenta siempre se están enfrentando a su propio ideal no sólo de una forma implícita sino también explícita a través de múltiples escenas como por ejemplo la visión de Ana Ozores de la obra Don Juan Tenorio –sí, sí, copiada pero mejor- o el mundo calderoniano de su marido y la realidad cotidiana.  Así, lo que el lector comprende leyendo la obra, porque está en ella misma y no sólo porque sea una mera teoría estética, es que existe un ideal que no se alcanza y en ello aparece el drama: los protagonistas buscan un mundo que no se cumplirá.

Pongamos ahora un ejemplo cinematográfico. En esa extraordinaria película que es Desayuno con diamantes, la primera escena de la misma es la protagonista, Audrey Hepburn, vestida de traje largo y comiendo un curasán que saca de una bolsa de papel mientras ve extasiada las joyas que se exhiben en la joyería Tiffany de Nueva York. Esa diferencia entre una vida anclada en la bolsa de papel como desayuno y los diamantes como promesa de realización de una vida plena se sitúa así como el eje de todo el drama narrativo. Otro ejemplo.  En esa obra cumbre del cine mundial que es Ladrón de bicicletas, la idea es que el vehículo resulta la única posibilidad de salida del protagonista de su situación de miseria: es su dignidad. De ahí, hecho incomprensible si no, que el robo de dicha bicicleta resulte desencadenante de una tragedia no sólo anecdótica sino absolutamente existencial.

De esta manera, y como es fácil de percibir, el drama se alimentaba de la diferencia establecida entre una forma de vida presentada como ideal, una vida prometida, frente una vida cotidiana que apenas alcanzaba a ser calificada como supervivencia. El drama, tenía así una faceta doble. Por un lado, una estructura donde lo conceptual y la necesidad del análisis, hacía falta entender esa diferencia, no estaban sin embargo reñidas con el puro desarrollos estético. Por otro, tenía un claro contenido moral en su desgracia, pues lo que se presentaba al final era la identificación de la propia vida del espectador no con el ideal sino precisamente con esa vida cotidiana de los protagonistas dramáticos que no alcanzaba a serlo: el drama no era solo un hecho  de ficción sino también la propia vida del espectador. Y así, se lloraba porque su vida no cumplía nunca los sueños.

Efectivamente, el espectador del drama no conseguía nunca la tan ansiada catarsis característica de la tragedia, es decir: nunca salía del cine satisfecho con su propia existencia frente al dolor de los otros. De ahí la imposición, fruto de la propia censura, del denominado final feliz: la historia necesariamente tenía que acabar bien pues sino descubriría de forma latente la inanidad de la vida cotidiana. Y lo más sorprendente de esto era que este proyecto artístico, tanto en la novela decimonónica como especialmente el cine americano clásico o neorrealista italiano, no se limitaba a la élite sino que se constituía, por primera vez seguramente desde la aparición del arte y tal vez como última, como arte popular en el mejor sentido de la palabra: mi madre aún llora con Ladrón de bicicletas o con Stella Dallas –obra maestra sublime-.

Y por fin llegamos a Boyhood. La posmodernidad es sin duda la versión llorona de la bohemia. Efectivamente, como su precedente decimonónico la posmodernidad está encantada de sufrir la desgracia, pues esto es para ella su símbolo de superioridad personal, pero, frente a la bohemia, lo que en absoluto está dispuesta es a vivir en una casa sin calefacción, agua caliente o incluso, por qué no, aire acondicionado. En este contexto, la posmodernidad ha eliminado todo ideal, tanto personal como social, desde una supuesta ironía que no es sino complacencia con el mundo. Así, la eliminación de los llamados "grandes relatos" impide la presencia de un ideal de vida porque eso es antiguo. Y así, y si se me permite la pedantería cinematográfica, Almodóvar nunca será Douglas Sirk no por un problema técnico, eso al español le sobra, sino ideológico.

Por ello, si analizamos Boyhood como película veremos que en ella no hay cabida para el ideal. Pongamos algunas pruebas.

Observemos en primer lugar el personaje, que es clave, de la madre. En su sucesión de parejas toda su historia está rodada igual, sin un solo cambio entre los tres. Sin embargo, se trata de tres situaciones radicalmente distintas: un irresponsable -hay que ver qué simpatía le tiene la rebelde posmodernidad a los irresponsables y qué poquita, por ejemplo, a los sindicalistas o a los padres ejemplares-; un maltratador; y, por último, un individuo normal pero ideológicamente incompatible. Sin embargo, los tres son tratados por igual pareciendo como meros episodios de la vida. Y esto se refuerza al comparar la escena en que el joven ha roto con la novia justo antes del baile de graduación –una ruptura que podríamos calificar como juvenil- frente a la escena en que la madre llora –un desenlace vital- porque él se va a la universidad: se ruedan igual el primer desengaño amoroso y la súbita comprension del fracaso de una vida  porque no hay ideal. Todo es mero acontecer.

Observemos otro elemento. En la película permanentemente se van abriendo un elevado número de historias que sin embargo carecen de desarrollo o conclusión. Esto resultaría incongruente para el cine clásico. Y la causa sería que este pretende llegar a un punto, a una meta. Solo así, se podrá comparar con el ideal y ver si se cumplió. Y para esa meta buscada todo hecho forma parte importante –imaginen el trineo cuyo lema es Rosebud en Ciudadano Kane-. Sin embargo, al desaparecer el objetivo vital los hechos dejan de ser parte de una trama, un hilado, y se convierten en anécdotas, meras puntadas. Pueden ser recordados u olvidados.

Situémonos ahora en el último ejemplo.  El final de Boyhood es el final de la apoteosis. No tanto porque el protagonista vea cumplida ninguna de sus esperanzas sino porque, precisamente es la demostración de que cualquier momento puede convertirse en esa misma esperanza: entodo momento puede haber plenitud y no solo en el final. De esta forma, la vida ya no es concebida como un trayecto sino como una mera sucesión de momentos que deben ser vividos cada uno de ellos plenamente. Así, el resultado final de la vida resulta solo ser, como nos señalan los libros de autoayuda, el resultado de eso que se llama ser positivo. Tomar una sustancia estupefaciente, irse a mitad del desierto y gritar lleno de contento es la forma en que la posmodernidad celebra su absoluta comunión con el mundo. Frente a ello, el final de Ladrón de bicicletas o el final de Stella Dallas resultaron cargados de tristeza y al tiempo de dignidad: la común unión con el mundo resulta imposible.

El comentario má extendido al salir de Boyhood es que la película es como la vida misma. Es algo  cierto. Boyhood resulta una reproducción absolutamente fiel, en su insignificancia y pobreza, con una vida insignificante y pobre que se ha convertido en hecho universal: para usted y para mí. El problema surge cuando la propia obra artística no le pide más a esa vida y cuando los espectadores de esa misma obra sienten regocijados que su vida ha sido perfectamente representada.
Tan pobre, tan insignificante.
Tan nuestra. 

2 comentarios:

Javier Castañeda dijo...

Muy buen post, Enrique. Me ha encantado y me has hecho darme cuenta de muchas cosas que se me escapaban. Ayer vi Boyhood y me acordaba que habías escrito algo sobre ella, por eso he venido. Estoy de acuerdo en todo lo que dices, sobre el drama y sobre Boyhood. Salvo en una una cosa, en que eso sea el reflejo de la vida.
Sí me adhiero a esa idea de que ya no existe los metarrelatos, por decirlo de forma pedante,y que no hay ideales ni ideas trascendentes y objetivas que guíen el acontecer. Pero eso no quiere decir que el sujeto no deba crearse estas ideas y que no se explique todo su pasado a través de un continuo, como si una película se tratase. Es más, el cerebro humano tiende a encontrar narración donde solo existe el caos (mira este curioso experimento: https://www.youtube.com/watch?v=n9TWwG4SFWQ

¿A donde me lleva esta reflexión? Que Boyhood refleja un tipo de vida, no la vida en general y si tuviese que ponerle una etiqueta, diría como Nietzsche que es una vida nihilista, de aquel que reniega a darle un significado a la existencia. Porque la vida en abstracto no existe y solo existen modos de existencia. Nietzsche, el mayor postmoderno, diría que es un nihilismo negativo que solo lleva a la pasividad, a que la vida es un cúmulo de episodios-acontecimientos sin mayor impartancia ni para el propio sujeto. Y eso no es la vida, por lo menos no la de todos. Todos tenemos sueños e ideales entorno a los que narramos lo que somos y salimos de la cotidaneidad.

En este sentido, el protagonista de Boyhood me recordaba mucho a Meursault del Extranjero de Camus, que pasa por la vida sin que nada le apasione. Por eso digo que es una forma de existencia, no la existencia misma. La mayoría nos apasionamos por cosas que son el eje entorno al que gira nuestro acontecer. Y no porque sea así de forma objetiva, sino porque nosotros nos damos a nosotros mismos ese significado.

Por otro lado, la estructura de Boyhood es algo tramposa. Creo que utiliza muy bien las elipsis temporales (casi tanto como Closer)y pretende ser un retrato de la vida donde se han arrancado de cuajo los grandes acontecimientos, pero no se puede decir que es una mera acumulación de episodios. Además de la lógica e imprescindible narratividad de la vida (yo soy, porque me recuerdo como un continuo), hay escenas que conducen a otras escenas: en una vemos que el profesor es un borracho (cuando entra en una licorería a comprar bebida) y posteriormente esa escena se relaciona con todo el episodio del maltrato y posterior abandono (escenas bastante dramáticas desde el punto de vista de la tensión y la acción); en una escena vemos como conoce a una chica en una fiesta y habla con ella y después vemos que es su novia que va a la universidad. Pero tal vez la escena que mejor ejemplifica esta falsa apariencia es cuando un hispano le pone las tuberías. En la vida ese consejo de ir a estudiar que le da la madre no tendría ninguna repercusión real, pero en Boyhood sirve casi como una especie de justificación y redención de la madre cuando se encuentra a esa misma persona y es gerente de un restaurante y le dice que cambió su vida gracias a ella. Es decir, hay varias escenas que tienen su significado no en el presente, sino en lo que va a suceder en el futuro y por tanto se nota la mano de un guionista, dejan de ser meras anécdotas porque tienen un significado más allá de ellas (es verdad que hay muchas otras en las que no).

Cont...

Javier Castañeda dijo...

cont...

Es cierto que la película habla de insignificancias, de cierta pobreza vital, pero lo es desde nuestro punto de vista, cosa que no debería serlo para el protagonista. Para cada uno de nosotros nuestra vida es lo más importante, pero no carece de significado, todo lo contrario y está ahí para que nosotros se lo demos. Ya había otras películas donde el protagonista se limitaba a acontecer: "El hombre que nunca estuvo allí" o "American Splendor", pero precisamente estas dos no engañan sobre lo que presentan: un tipo de vida totalmente nihilista. Y su tono, a pesar de ser cómicas, es de tristeza. Esto está obviado también en Boyhood. Se presenta ese tipo de vida como si fuese la vida auténtica, no un tipo específico de existencia, y es más, para que no nos distanciemos de ella, como ocurre en las dos películas citadas, la presenta con un tono de alegría y cierta redención que para mí traiciona/engaña sobre lo que muestra.

Precisamente la escena final en la que él acaba de cortar con el que parece (o aparece en la película) como su primer amor, es rápidamente sustituído por la nueva chica con la que sabemos va a enrollarse y probablemente a constituir el paso a la adultez. No olvidemos que en el fondo nos narra la infancia, por lo que el final coincide casualmente (o así creo que está expresado para que se interprete) con el inicio de la etapa adulta, por lo que ni tan siquiera es un final tan abierto como podía ser el de "Aquí y ahora".

Muchas veces cuando oigo eso de "refleja la vida misma", me revuelvo porque captar la vida es como intentar captar el pensamiento en su discurrir o los sueños tal y como ocurren. En ambas ocasiones se traicionan, puesto que por mucho que Joyce lo llame monólogo interior, nadie piensa como Leopold Bloom; ni los sueños son como los recordamos, son simplemente falsificaciones reconstruidas. La vida en ese sentido tampoco se puede atrapar en una película por muy "realista" que sea, salvo que me presente a los personajes haciendo todo lo que hacemos cotidianamente y que es someramente aburrido: lavar los platos, dormir, ir al baño... En este sentido Boyhood también elige sus escenas con mayor o menor carga dramática, pero que en el fondo están mucho más guionizadas que casi cualquier película europea y por nombrar una que vi hace poco: Sueño de invierno, que por ese ritmo intrascendente te invita a dormir. En Boyhood, aunque hay algún momento que te pide algo más de discurrir, en el fondo ocurren los suficientes acontecimientos significativos para que no te aburras en ningún momento. En este sentido de narrar una cierta falta de acontecer y reflejar la cotidaneidad prefiero a Eric Rohmer, aunque la distancia es evidente (este revestía el acontecer de una cierta poesía que lógicamente Boyhood no tiene).

Y por no aburrirte más, solo añadir que a pesar de todo lo dicho, gracias a tu post he aprendido a comprender y apreciar mucho mejor Boyhood y tengo todavía pendiente de leer alguno de los clásicos que citas. Gracias por eso.

Nos leemos.