domingo, septiembre 20, 2015

PROCESO, CATALUÑA Y CLASE SOCIAL (o El dieciocho brumario de Artur Mas)

Dice Marx en alguna parte que dice Hegel en alguna otra que los grandes hechos y personajes de la historia universal se repiten como si dijéramos dos veces. Pero, puntualiza Marx que Hegel se olvidó de añadir que lo hacían una vez como tragedia y, la otra, como farsa. Marx olvidó la tercera: como butifarra.

Resulta curioso observar cómo de forma casi unánime la autoproclamado izquierda ha gestionado  el debate sobre el tema de Cataluña  desde la perspectiva del pueblo catalán como una entidad esencial. Así, según esta ridícula y reaccionaria visión, existe un sujeto tal que es el pueblo de Cataluña cuya existencia implica que posee derechos como es la autodeterminación. Nosotros no somos  de esa autodenominada izquierda, somos sin duda menos rebeldes, y por ello nuestro análisis no puede ir en esa dirección. Pero como pretendemos hacer un análisis de izquierda, vamos a ver que tal nos sale realizándolo desde la perspectiva de la clase social: por probar que no quede. Es decir, vamos a intentar explicar, como ya hicimos aquí en cierta medida, eso que se llama rimbombante el proceso catalán desde una explicación de interés de clase.

Al hablar de clase social nos referimos básicamente a una forma de estratificación  social en diversos grupos que implica a su vez el reparto desigual del poder, el prestigio y la riqueza.  Por tanto ahora habrá que buscar dentro de los distintos grupos sociales de esa región –o país, o nación o universo todo, no enfademos a la gente- quiénes ganarían, o creen que ganarían, fundamentalmente con todo el proceso. Es decir, aquello que se denominaba interés de clase.

Lo primero será entonces preguntarse a quién beneficiaría el proceso. Analicemos.

Primero, la clase política catalana, al ejercer como tal,  tiene un techo de cristal en su aspiración de poder: no puede conquistar un poder más allá del meramente regional por su propio discurso. Efectivamente, la élite política de Cataluña no puede asumir el asalto a un poder estatal español y, como consecuencia, tampoco europeo. De esta forma existe una limitación en su ascenso social. Y esta  imposibilidad solo puede superarse cambiando no el contenido, entendiendo como tal el discurso esencialista y paleto pues eso implicaría la posible perdida de incluso el poder regional y perder su propia especificidad como catalana, sino que se debe cambiar el continente pasando de región a nación: de clase dirigente de provincias a clase nacional e incluso, en sus sueños más húmedos, continental. Para ello, lógicamente, Cataluña debe ser una nación: su puesto, su interés de clase, lo exige.

Segundo, la pequeña burguesía catalana –que incluye a los trabajadores de la administración pública, profesiones liberales y pequeños empresarios- . Secularmente la burguesía catalana ha sido proteccionista. Esta teoría comercial consiste en la defensa de aranceles comerciales que graven los productos de fuera protegiendo así a la oligarquía local. Pero el problema ahora surge con la globalización. Efectivamente, en un mundo globalizado resulta ingenuo hacer una política proteccionista a la  antigua usanza, con excesivos aranceles fronterizos,  así que hay que generar una novedosa estrategia para preservar como oligarquía. Y para ello nada mejor que copiar el proteccionismo hacia la competencia nacional que la propia administración pública catalana ha estado utilizando en los últimos treinta años.

¿Cual ha sido este? En un proyecto a largo plazo, la administración catalana decidió hacer una política de pureza de sangre. Como queda feo pedir análisis genéticos para ser funcionario, la solución estuvo cargada de ingenio: pedir para incluso poder opositar, y no luego, la otra pieza propia de la doctrina de la sangre y la tierra: la lengua. Efectivamente, para poder opositar en Cataluña se exigirá el catalán, no una vez sea usted funcionario y dándole un plazo razonable de tiempo para aprenderlo, sino a priori. Como lógicamente nadie de fuera va a aprender un idioma irrelevante internacionalmente, a pesar de que descubramos ahora que un catalán escribiera el Quijote y más cosas, el proteccionismo en la administración esta servido: la administración catalana será exclusivamente para los auténticos arios, …perdón, catalanes –a veces, me lío-.

Se trata así de un modelo exitoso que había que exportar a la producción económica. El español lo hablan unos quinientos millones de personas, el catalán unos seis. Si se genera un país con un idioma pequeño, se genera una economía pequeña pues el idioma es un  producto económico que va desde el etiquetado hasta la consecución de un puesto socialmente relevante de trabajo. Así, el mercado se achica y con el la burguesía provinciana gana  en un doble sentido. Primero, porque el comercio se reduce pues el negocio en catalán –el etiquetado o la acción física- habría que estudiarlo muy bien para ver si resulta rentable para una instalación foránea en un mercado tan reducido. Segundo, en el mercado laboral, pues la competencia se reduce al igual que ya se hizo con éxito en la administración: los obreros podrán ser sudamericanos, pero los capataces serán catalanes.  Por ello, del mismo modo que el tendero de la esquina sueña con cerrar El Corte Inglés no en aras de la lucha contra el capitalismo explotador sino por su negocio, la pequeña burguesía catalana sueña con un país que limite en los cuatro puntos cardinales con su propio interés de provincia. Porque ellos ya poseen las provincias.

¿Y la clase trabajadora? Del mismo modo que la pequeña burguesía, la clase trabajadora se hace nacionalista por considerar que esto limitará la competencia y, con ello, estará en condiciones de conseguir una mejora. Efectivamente, el discurso implica que una vez librados de los vagos españoles que les roban -y aunque esto no se diga todos piensan que además así se librarán de la inmigración hispanoamericana que no vendrá pudiendo quedarse en España cuyo idioma ya hablan-, Cataluña solo recibirá a suizos, luxemburgueses y estadounidenses, concretamente de Silicon Valley,  en busca de una vida mejor. Así, los trabajadores independentistas creen en el paraíso catalán en la tierra porque les permitirá medrar hasta el grupo de la pequeña burguesía de forma más sencilla que en un mercado más competitivo.  

De esta forma, la triple alianza entre los administradores regionales -los políticos-; la pequeña burguesía -funcionarial , profesionales y pequeña y mediana empresa-;  y, los trabajadores, explican el auge del independentismo desde una situación de clase. Cada uno de estos colectivos cree ganar algo con la gloriosa nación independiente en su medro social. Y esto también explica, conforme la ensoñación es más difícil de creer, que el apoyo sea mayor en la clase política y pequeña burguesía que entre la clase trabajadora, más determinada por su origen.

¿Y por qué la gran empresa no es independentista? Porque, dejándose llevar igual por sus intereses propios, sin embargo sabe más de economía. Y el mercado es el mercado y al mercado ellos le llaman España. No es que tengan otros intereses más nobles sino que son incompatibles, en este caso, con lo paleto.

La idea de la gloriosa Cataluña independiente podría ser seria si estuviéramos doscientos años atrás, pero ahora es sólo ridícula. Y lo es porque la globalización y no la nación es la clave de la nueva economía. Del mismo modo que una de las razones fundamentales del surgimiento del estado-nación fue la creación capitalista de un mercado único frente a las diferencias regionales de todo tipo habidas hasta entonces -desde los pesos y medidas hasta los tributos- una de las consecuencias del Nuevo Capitalismo es la creación de un mercado mundial. Así, y como sabe cualquiera que sepa leer, la expulsión inmediata de Cataluña de la Unión Europea implicaría su salida como sujeto de la globalización. Y esta salida implicaría a su vez el hundimiento de la economía  -salvo que se transformara en paraíso fiscal, que ahí alguno de sus históricos dirigentes podría dirigir sin duda semejante proces-.

Y si todo esto es tan claro, ¿por qué insistir en la independencia? ¿Son tan tontos?

No, la oligarquía nunca es tonta porque si no, no sería oligarquía. En realidad, la oligarquía provinciana de Cataluña –políticos y pequeña burguesía- no busca esa independencia sino el concierto vasco y navarro. En España hay dos regiones que no realizan ningún tipo de distribución de la riqueza con el resto: País Vasco y Navarra. Y ese es en realidad el sueño de todo pequeño burgués catalán, y todo independentista catalán no es más que un pequeño burgués gritando alto.

Efectivamente, la clase política catalana ganaría así gobernar la región sin  competencia real, pues nadie se atreverá, como pasa ahora en Navarra o el País Vasco, a cuestionar el privilegio.
A su vez, la pequeña burguesía vivirá un proteccionismo fiscal que les permitirá vivir mejor que el resto y que se representará, ideológicamente y como falsa conciencia, como merecido.
Y la gloriosa clase trabajadora podrá ver al Barça en la liga española. Y pensar que Messi habla catalán en la intimidad.

Como los malcriados adolescentes que quieren vivir en casa de los padres para tener plato puesto y servicio de lavandería pero se rebelan ante la hora de volver a casa, los independentistas catalanes, y los defensores del concierto vasco y navarro, quieren un hotel España que defienda su privilegiada situación económica, generada bajo la sombra de la oligarquía y el  caciquismo como formas del gobierno de España. No quieren, en definitiva, que la democracia dé los mismos derechos a las regiones pobres que esas formas de gobierno nacional, a las que deben su situación de riqueza, formaron.

Y en su ensoñación romántica dicen que los pobres son españoles y ellos son ricos y catalanes.
Pero, en realidad, solo dicen que son pobres.

Primero se independizó EEUU dando paso a la Época Contemporánea.
Luego, en la farsa, África fue entregada en un pacto entre las potencias coloniales y la oligarquía local.

Y la tercera vez que la historia se repite, ahí se olvidó Marx, es como butifarra. 

2 comentarios:

Anónimo dijo...

El proceso independentista catalán arrancó basado en la raza.
Desprestigiado el racialismo tras la derrota al nazismo, prescindieron de este argumento.

Despues han sido la lengua y las falacias históricas.
La falta de peso argumental de una y la demostración científica de las falsedades historicas, dejó inutilizables esos argumentos.

Luego, a falta ya de razonamientos potentes, tuvieron que echar mano del “porque nos da la gana” que, hasta ahora, es la más sólida de todas sus premisas.

Recientemente, a alguna lumbrera del PP se le ocurrió que teniendo en cuenta el tópico catalán de “la pela es la pela”, donde se podía hacer más daño al guión independentista es en lo económico.
En el PP no cayeron en lo que Ud. explica. ni en lo que la sabiduría popular dice de estos casos: “A río revuelto ganancia de pescadores”.
A la clase política le interesa la ruptura, ellos salen beneficiados económicamente en cualquier escenario, ya sea español o independiente, y judicialmente la independencia borraría sus cuentas con la justicia.
Los ciudadanos, obviamente, saldrían muy perjudicados por el proceso independentista, pero se lo han vendido envuelto en romanticismo y eso no obliga a nada y se justifica todo. También aquí la sabiduría popular tiene algo que decir: “Sarna con gusto no pica”

Un Oyente de Federico

Javier Castañeda dijo...

Muy buen artículo y fina ironía. Añádele que este "sentimiento" se ha exacerbado para ocultar las miserias de la política catalana y ya está todo cocinado. Y la autoproclamada izquierda haciéndoles el juego. Manda güevos