La
Globalización es una nueva realidad económica que se impone dentro del
desarrollo del Capitalismo. Parecería que, por tanto, su análisis fundamental
estaría en ese campo estrictamente económico. Pero eso, precisamente,
significaría no haber entendido el proceso de globalización porque lo que
implica, como proceso global, es el fin de la fácil separación entre economía y
política. Por ello, debemos analizar también sus consecuencias en el ámbito
político. Y en este tiene al menos tres elementos claves: primero, el fin de la
izquierda tradicional; segundo, el nacimiento de una nueva autoproclamada
izquierda, pues otra cosa es que lo sea, donde prima el populismo y la política
de la diversidad o identidades; y, a lo que nos dedicaremos en este texto, el
auge del nacionalismo. Y resulta evidente que ha habido, en todos los países
desarrollados, un auge de movimientos nacionalistas, en Cataluña por poner un
ejemplo, que se deben relacionar con el proceso de la Globalización.
El
nacionalismo como tal tiene dos hechos que lo conforman del siglo XIX. El
primero de ellos es el surgimiento del mismo como una nueva ideología que se
genera a partir del Romanticismo, en respuesta a la Ilustración y criticando su
defensa de la Razón. El segundo, que tiene que ver con el surgimiento del Capitalismo
decimonónico, es la necesidad de crear un mercado nacional para conseguir el
desarrollo de ese mismo Capitalismo.
Efectivamente,
en el Antigua Régimen había una serie de mercados regionales escasamente
relacionados, autárquicos básicamente, aunque hubiera productos que rompieran excepcionalmente
la regla. La existencia de mercados mayores y que superaran el ámbito comarcal
o regional no era precisa pues tanto la propia producción, básicamente de subsistencia,
como el modelo productivo, básicamente el feudalismo, no precisaba mayor
extensión. El reino, en el mejor de los casos, era una unidad legislativa y
fiscal pero no necesitaba ser una unidad de mercado. Y esto se ve muy bien
plasmado en el problema de la diversidad de los sistemas de pesos y medidas,
que variaban ya no solo nacionalmente sino incluso de unas regiones a otras.
Sin
embargo, la fabricación industrial y el Capitalismo necesitan la ampliación del
mercado y con ello la creación de uno a nivel nacional tanto por para nuevas materias
primas, que de hecho posteriormente será lo primero que se globalizará, como para
mejorar la oferta y demanda mercantil de consumo. De esta forma, el Capitalismo
decimonónico desarrolla y expande el mercado regional característico de los
sistemas económicos anteriores. Y, por eso, se podría considerar que ese
proceso de creación de un mercado nacional es la globalización del siglo XIX.
Así,
lo que el desarrollo del Capitalismo industrial decimonónico genera es una
expansión mercantil que tiene su repercusión política en la formación y
desarrollo del estado nacional como uno de sus elementos principales. La política
responde así al desarrollo del Capitalismo con la formación del estado nacional.
Y de esta forma la expansión capitalista y la expansión política se
retroalimentan. Pero lo que nos interesa teóricamente aquí es ver cómo el Capitalismo
del XIX, en su expansión económica necesita la formación de mercados cada vez
más amplios y por ello recurre a lo que podríamos llamar la nacionalización,
presentada como la fase inferior de la actual globalización -nota: obsérvese el sutil y al tiempo irónico
homenaje al texto de Lenin que ni usted
ni yo nos hemos leído-.
Y aquí
entra el Nuevo Capitalismo y su globalización, una vez superada la fase del
proceso industrial en su expansión internacional a través del Capitalismo
anterior. Esto tiene cómo resultado qué el mercado deje de ser nacional y se
transforme en universal. Es muy importante aquí señalar además que no es sólo
que el mercado se haga internacional, es decir que distintas empresas se sitúen
en otros países o que las mercancías viajen de unos países a otros, sino que es
un elemento cualitativamente distinto. Consiste en que la propia realidad
económica se convierte en universal y que la economía conquista todos los
sectores de la existencia humana, y por ello lo que ocurra en cualquier
territorio o sector social afecta a cualquier otro en un plazo de tiempo muy
breve. Se trata en definitiva de una nueva expansión de lo que primero fue un
mercado nacional a un mercado universal y por ello de la vida nacional a la
vida internacional. Es decir, no es solo una globalización del mercado
estrictamente hablando sino una globalización de toda forma de existencia. Y
aquí está la clave del problema del nacionalismo.
El
proceso de globalización capitalista implica la pérdida de sentido de la
política nacional. Ésta se convierte en subsidiaria de todo el proceso
económico, se pierde la rimbombante soberanía nacional, y surge una nueva
realidad política internacional alejada de los focos de poder tradicionales. Y
eta internacionalización, en realidad globalización pues el poder político se
diluye frente a una realidad económica sin fronteras, genera necesariamente una
pérdida de poder, presente y especialmente futura, de las oligarquías
nacionales. Estas oligarquías nacionales habían adquirido poder con la expansión
del mercado nacional y lo mantenían con su constreñimiento pues no entraban en
competencia necesaria con oligarquía de otros países. Sin embargo, la Globalización
necesariamente les trae una competencia feroz a sus fronteras. No es, evidentemente, que la globalización
democratizara el proceso económico, sino que se gestiona sin necesidad de las
oligarquías nacionales y estas quedan en el mejor de los casos aparcadas en un
espacio protegido hasta que se extingan o, en el peor para ellas, precarizadas
en la selva del mismo proceso.
Y es
aquí donde surge la respuesta nacionalista como una respuesta primero
conservadora y luego reaccionaria frente a la globalización. Es respuesta
porque el actual auge del nacionalismo es producto de esta misma globalización
y consiste en intentar frenarla por parte de la oligarquía que ve peligrar sus
privilegios. Es conservadora porque la idea no es enfrentarla con un orden
nuevo de cosas, algo que se presente como una realidad futurible nunca
alcanzada, como lo era el estado
nacional de los ciudadanos en la Revolución Francesa o el estado socialista en
la Revolución Rusa, sino algo que ya existe y que se considera debe perseverar
como es el estado nacional capitalista. Y es reaccionaria porque este perseverar
frente a la fuerza de la marea económica supone una vuelta real atrás tanto a
nivel ideológico, los conceptos decimonónicos de pueblo, lengua y patria, como
a nivel social y político, al situar a la estructura social como subalterna del
concepto de patria y bandera y defender el concepto “pueblo” ya no como
conjunto de ciudadanos sino como etnia. El nacionalismo no surge como defensa
de los trabajadores, en su sentido económico, o de los ciudadanos, en su
sentido democrático, sino como defensa de los patriotas, en su sentido de
comunidad nacional.
La
oligarquía hasta hace poco dominante, nacional o regional, teme así que el
proceso imparable que primero les llevó a ellos a ser oligarquía ahora les
arrase desapareciendo su statu quo. Y ante ello, como se ve reflejado perfectamente
en el tema de Cataluña donde son las rentas altas las que copan la los sentimientos nacionalistas,
actúan al unísono como un solo hombre y mujer, seamos ahora inclusivos pues la
defensa del privilegio no tiene sexo ni género. El nacionalismo es la respuesta
de una oligarquía limitada a sus propias fronteras nacionales o regionales, que
incapaz de adaptarse a la nueva realidad económica, pues no puede, pretende
pararla con cuestionamientos políticos del siglo XIX.
Pero,
alguien podría decir que qué ocurre entonces con la autoproclamada izquierda y
su cariño a la determinación de los pueblos y ñoñerías semejantes. Y aquí el
caso es distinto porque lo que está detrás de esto es otra cosa diferente, pero
fruto a su vez de la Globalización, como es el Populismo. Y de esto ya
hablaremos más adelante en otro escrito –nota: ¿suena a amenaza, eh?-. La nueva
izquierda, o sea: la del entorno de Podemos y cosas así, no es nacionalista
sino populista.
Hay
una película de Paco Martínez Soria, por cierto: un extraordinario actor, que
se titula La ciudad no es para mí. En
ella un entrañable pueblerino lega a la gran urbe y se asusta ante la
desvergüenza de sus habitantes enfrentada a la aparente pureza de las costumbres
aldeanas. Lo que la película oculta, lógicamente, es que esas costumbres
aldeanas y sencillas eran tan sencillas que nunca produjeron nada más allá que
la cosecha y una mentalidad de terruño. Hoy, el nacionalismo pretende
presentarse como una solución ante el avance capitalista cuando no es más que
el egoísmo de una oligarquía que siempre pensó que la bandera era un tapiz de
su salón y el territorio nacional su jardín.
1 comentario:
Después de su visita a Alcampo en Moscú nos dejó Ud muy preocupados.
En esos países que estaban tras el telón de acero, los campos, solían ser de trabajos forzados o de exterminio y parece ser, que allí, el telón no se ha echado del todo.
Sobre su publicación sobre los nacionalismos en el siglo XX, quiero comentarle que reseña Ud. como conformadores, de esa patología social, el romanticismo y los intereses capitalistas de la burguesia.
A mi juicio, ni lo uno ni lo otro tiene capacidad suficiente para enardecer a toda la tribu. En su texto faltaba el principal catalizador de los nacionalismos a los que Ud se refiere: el racismo cintífico, racialismo.
Cataluña puede ser la prueba del 9 de lo que le comento.
Mientras que el el nacionalismo catalan era “romántico”, el de Cambó y poquitos más, no tenía interés para nadie. Cuando iban por los pueblos con su prédica, los payeses les daban, poco menos que, por locos.
A la burguesía les iba bien, eran los dueños de fábricas y plantaciones en las provincias de Cuba y Filipinas. Podían competir con los precios de los productos USA a costa de que el estado español les hipersubvencionara. También se les había concedido 10 años más de poder ejercer la esclavitud, ya abolida en el resto de Europa, incluida España desde 1870. No les interesaba nada que oliera a secesión.
Fue con la independencia de las provincias de ultramar y la pérdida de sus negocios, cuando se percataron de que “eran un bote amarrado a un barco que se hunde”. Consecuencia de ello a partir de 1898, el pequeño grupito nacionalista de Cambó aumentó insospechadamente.
La burguesía a la que no le importaba ni la bandera, ni la patria, ni historias, pues el dinero ya concentra y sintetiza todo eso ¿como podría convencer a los campesinos, obreros, intelectuales,... y demás catalanes para que le siguieran? Ellos, no sólo, no verán un duro y, además, es posible que en el proceso lo pierdan todo, incluida la vida. La solución era clara, como se hizo siempre, donde no llega la razón llega el sentimiento (Romanticismo contra Ilustración), inventando el “SENTIMIENTO CATALÁN”
Ese sentimiento hay que fundamentarlo en algo. El racialismo, el determinismo genetico, el supremacismo eran doctrinas de moda en aquel final de siglo y material perfecto para dar relleno a tal sentimiento. La raza aria era el paradigma de perfección de la que todos nacionalista que se preciaba se declaraba descendiente suyos. Por tanto, como no podía ser de otra manera, los catalanes (como los vascos y los gallegos) eran arios y muy superiores a los habitantes de tierras más allá de sus lindes tribales:
POMPEU GENER
4/1/1900 en la presentación de la Semana Catalanista. Manifiesto de los Supernacionales, decía:
“Creemos que nuestro pueblo es de una raza superior a la de la mayoría que forman España. Sabemos por la ciencia que somos arios. (...) También tenderemos a expulsar todo aquello que nos fue importado de los semitas del otro lado del Ebro: costumbres de moros fatalistas”.
Sin raza aria, Cataluña, seguiría siendo, hoy día, la región más españolista de España. la que más voluntarios mandó a la guerra de Marruecos y de la que más se alistaron al bando sublevado en la Guerra Civil.
Un saludo.
Un Oyente de Federico
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