Una característica de la sociedad actual es su infinita cursilería. Desde la extrema derecha, con la cursilada, aquí permanente, de la tradición cristiana y de España, o de cualquier otro cubículo geográfico, hasta la autoproclamada izquierda, con, entre otras, la cursilada de los cuidados y las masculinidades deconstruidas, lo cursi va ganando terreno en el discurso –o, como diría a su vez un cursi, en el relato-. No se trata, sin embargo, tanto de que haya una mayor sensibilización social, una mayor preocupación por nuestros semejantes, como de que haya una determinada puesta en escena sentimentalmente grandilocuente y falsa. Porque lo importante en lo cursi no es generar una serie de sentimientos o de proyectos para el bien común, sino perpetuar la falsa conciencia, propia del Nuevo Capitalismo, de la superioridad moral del individuo particular ante la realidad social que le rodea. Y esto se ve muy bien en las muestras emotivas, curiosamente o no siempre en público, de reír, abrazar, gritar o llorar, acompañadas por una grabación que permite luego su repetición incansable en redes sociales. Al fin y al cabo, el exhibicionismo de los buenos sentimientos es parte fundamental de lo cursi.
Pero la pregunta sobre por qué está ocurriendo esto recibiría una falsa respuesta si nos centráramos en la subjetividad absoluta. No es importante aquí este tema personal cuando, en el Nuevo Capitalismo, los individuos ya sólo tienen un carácter de mercancía, sino que lo fundamental es la relación entre lo cursi y el modelo de dominación social. Efectivamente, la pregunta ante lo cursi no es sobre el individuo que cree actuar desde la presunta nobleza de sus sentimientos, sino, si queremos realmente analizarlo objetivamente y no desde la propia cursilería de lo subjetivo, por qué la sociedad se ha convertido en una muestra de cursilería suprema mientras al tiempo, y en la realidad, resulta absolutamente inhabitable por su falta de sentimiento y compasión.
Lo hemos dicho varias veces. El desarrollo del Nuevo Capitalismo implica la globalización de la explotación económica: tanto en el trabajo como, y esta es la novedad, en el consumo cada individuo produce beneficio capitalista. De esta manera, ya no se explota sólo el trabajo humano, una parte de la vida, sino la vida en su totalidad: cualquier momento de nuestra existencia produce valor capitalista. Es, de esta manera, la conversión del ser humano, y no sólo de su trabajo, como una mercancía total. Por ello, todo este proceso económico construye, a su vez, un nuevo modelo de personalidad adaptativa a dicha explotación y a la nueva sociedad totalitaria. Como consecuencia, ya no sirve el ideal de sujeto de la Modernidad, cuya idea establecida era la de un individuo racional que buscaba enfrentarse al mundo y transformarlo. Eso hoy en día, paradójicamente y aunque la autoproclamada izquierda nunca pueda llegar a comprenderlo, se ha transformado precisamente en revolucionario. Y por eso, hay que acabar con ello. Y, por eso, también, hay que crear una nueva subjetividad donde lo cursi, ¡ay los sentimientos a flor de piel!, tenga su papel.
Así, esta necesidad de una nueva subjetividad para la dominación desarrolla una característica fundamental en este tema. La real inanidad del individuo, convertido ya en pura mercancía, se ideologiza como falsificación en una exhibición pública del propio yo como algo real y fundamental, pero convertido, realmente, en inofensivo espectáculo apologeta de esta misma sociedad capitalista. Así, el individuo, cuyo único sentido es ya producir beneficio capitalista con su propia vida, oculta su realidad exclusivamente mercantil con la exhibición pública de sus profundos sentimientos, que le permiten autoengañarse en la creencia de que existe en una vida plena.
Lo cursi es ideología y, como tal, exaltación del propio Capitalismo. En lo cursi, el individuo realiza un sinnúmero de acciones para demostrarnos su extraordinaria sensibilidad frente al mundo que le rodea: busca mostrar su yo como único cuando en realidad está repetido como pura mercancía hasta el hartazgo. Esta sensibilidad le permite reír en público o mostrar sus lágrimas y cara más triste, tal vez previamente ensayada, ante los acontecimientos desgraciados acaecidos y que en realidad son consecuencia de la propia realidad social a la que, en el fondo, está apoyando. Lo cursi, así, es ideología en cuanto a falsa conciencia sobre la realidad: soy cursi, exhibo mis profundos sentimientos -muy, pero que muy personales-, luego existo plenamente. Pero, en realidad, sólo existo como mercancía.
Concluyamos. Lo cursi es la exaltación del propio yo tal y como está constituido en su faceta de mercancía, y que oculta que su existencia sólo tiene sentido en la nueva sociedad totalitaria como tal mercancía. Y para afirmarse, en vez de acudir a reclamar sus derechos al mercado económico, que realmente es su único lugar real de existencia, acude al mercado de la ideología sentimental para falsamente reivindicarse. Efectivamente, lo cursi es una exaltación de que el yo ya está constituido como debe ser, ya es como debería ser una buena persona, y, por lo tanto, la subjetividad completada debe exhibirse completamente: mírame lo buena persona que soy. Lo cursi se encierra en cada selfie o en cada mensaje lanzado públicamente y contándonos lo mucho que sufre el individuo ante las injusticias. Pero, no lo olvidemos, lo falso aquí no es la acción del individuo, que sin duda alguna y en su permanente inconsciencia e insignificancia tiene buena fe, sino en que objetivamente dichas acciones no son más que la ideología que exalta una realidad como tan bondadosa que incluso permite la existencia de seres de luz. Aunque, en realidad, sólo permita la existencia de mercancías.
Cada mañana, el sol vuelve a brillar.
Cada mañana, una sonrisa y una mirada.
Cada mañana, el Nuevo Capitalismo vuelve a producir beneficio económico.
Cada mañana, ustedes y yo somos mercancías.
Y cada mañana, lo cursi se extiende ocultando lo real y terrible de nuestra existencia.
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