Sin embargo, y hace poco tuvimos otro lamentable ejemplo, está surgiendo una
corriente negacionista. Esta negación está especialmente alentada desde la
derecha y la extrema derecha, cada vez menos diferentes, y argumenta
básicamente dos ideas.
La primera es que los
acontecimientos en Gaza están siendo manipulados informativamente por el grupo
terrorista Hamás y, por lo tanto, las noticias que recibimos son falsas: en
Gaza ni hay hambruna ni hay crímenes, sino un inmenso simulacro. La segunda es que quienes criticamos las
acciones de Israel y las calificamos de genocidio, lo que en realidad estamos
haciendo políticamente, incluso sin saberlo, es defender a Hamás, en la
consabida dualidad simple de o conmigo o contra mí.
Al analizar la primera idea, sorprende
la extraordinaria capacidad que se le concede a la organización creyente de Hamás,
capaz de fabricar un bulo a nivel mundial y en la cual se engaña tanto a los
principales medios occidentales como a todo tipo de instituciones
internacionales. De hecho, sólo escapan al engaño algún periódico digital cercano
a la extrema derecha y algún despierto individuo en redes sociales. Así, los
servicios de inteligencia de Hamás se asemejan en su astucia a la Spectra
de la serie Bond o, probablemente más a Kaos del Superagente86.
Son capaces de engañar y manipular a todas las instituciones internacionales oficiales,
varias ONGs de reconocido prestigio y la mayoría de medios de comunicación, pero,
recuerden, no a Vozpópuli, los medios israelíes o los perfiles de
extrema derecha en redes sociales. Si los Protocolos de los sabios de Sión,
aquel falso documento, presentaba a unos pocos judíos engañando y controlando a
la humanidad, los nuevos Protocolos de los Sabios de Gaza, tan racistas
y falsos como aquellos, nos presentan a unos cuantos palestinos engañando a
todo el mundo -ah, menos a usted que es de extrema derecha-. Se trataría, por
tanto, de una teoría conspiranoica: Hamás engaña y los niños famélicos son
actores, probablemente del método Stanislavski.
La segunda idea, sin embargo, es
más interesante políticamente. Si Israel ha sido víctima de un acto terrorista,
como la ha sido por cierto, tiene, nos dicen, derecho a defenderse. Y en este
derecho, no se ponen ni condiciones ni límites: la acción en Gaza es defensa
propia. Y aquí subyace un ideal de
extrema derecha que es la tesis principal del asunto: la defensa de que el
estado está por encima de la ley y más todavía si esta es internacional. Y esta
es una idea profundamente antidemocrática.
Efectivamente, para los
demócratas el estado, y todo, está limitado por la ley. Así, cuando el estado
actúa no puede hacerlo como lo haría un grupo terrorista. Hamás es una
organización terrorista de carácter totalitario y no pretende en absoluto ser
otra cosa: actúa como tal. Pero eso no debería poder decir que el estado de
Israel, que al menos formalmente, aunque cada vez menos, es una democracia, pueda
emular y realizar las mismas acciones indiscriminadas terroristas. Cuando un estado
actúa saltándose todas las normas jurídicas internacionales e incumpliendo las reglas
democráticas, deja de ser una democracia y se convierte en otra cosa. Y esta
otra cosa ya no un estado democrático, sino acaso, y este es el ideal de la
extrema derecha, en un grupo de gestión al servicio de los intereses de los
poderes de turno y las oligarquías. Así, la presencia de Israel saltándose las
leyes internacionales, o ahora en otro sentido de Trump, alimenta ese ideal del
fin real del estado democrático y su sustitución por un consejo ejecutivo, no
un poder ejecutivo, de la oligarquía.
¿Hay un genocidio en Gaza?
Indudablemente lo hay. Y lo hay porque lo que se está haciendo es o bien
asesinar a la población o bien obligarla a trasladarse donde el estado genocida
decida. Negar el genocidio de Gaza es, por eso, antidemocrático, pues lo que se
está negando es la existencia de las reglas internacionales que, si bien no
impiden la realización de este tipo de actos, sí al menos presentan una
posibilidad de pararlos y sancionarlos. Lo que en el fondo hace la extrema
derecha, y la derecha, cuando niega el genocidio de Gaza no es presentarlo como
falso, al fin y al cabo falso o verdadero le da igual el crimen masivo y esto es una cortina de humo, sino negar
precisamente la democracia como estructura política y jurídica y la función de
un estado democrático y de las leyes internacionales. Lo que la extrema derecha
quiere hacer, y este proceso negacionista es otro ejemplo, es negar a la propia
democracia como un sistema de normas y estructuras, tanto de carácter
internacional como nacional, y convertirla en un populismo de la opinión
mayoritaria previamente aleccionada o coaccionada.
Por lo tanto, la negación del
genocidio de Gaza no es un hecho puntual dentro de la estructura mental,
política e ideológica de la extrema derecha, sino un proceso característico y sintomático.
Su objetivo último es acabar con la democracia tal y como ésta se ha concebido
en el mundo occidental desde el fin de la segunda guerra mundial. Por supuesto,
en este proceso no está sola y tiene grandes aliados que aparentan ser su
opuesto en la autoproclamada izquierda. Pero eso, no nos engañemos, no le quita
responsabilidad alguna ni peligro a la extrema derecha y sus simpatizantes que
ven, impasible el ademán, la muerte de miles de personas con indiferencia o como
un acto de justicia mientras, fuera ya la modestia, en el mundo empieza a amanecer
merced al desarrollo del Nuevo Capitalismo.
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