Hubo un tiempo, entre los siglos XIX y XX, en el cual la educación convivió con un ideal y una condición real. Existía el ideal ilustrado, que buscaba la creación de sujetos autónomos y cultos que fueran capaces de convivir en una sociedad libre y emancipada. La realidad, sin embargo, era que la educación buscaba desarrollar la formación de los trabajadores en beneficio del capitalismo y del desarrollo de la sociedad burguesa.
Esta contradicción fue característica de todo el modelo educativo del capitalismo clásico, en el cual había una propuesta de la educación, un deber ser, como emancipación de los individuos y una realización real que determinaba a la educación como una forma de dominación para la explotación laboral. No cabe duda de que la segunda parte de este binomio fue el auténtico motivo de la extensión, por parte de los gobiernos burgueses nacionales, del sistema de educación universal. Pero también, de nuevo no cabe duda, que el modelo educativo característico del capitalismo clásico tenía en sí mismo un germen de negatividad y contradicción frente a ese mismo modelo de dominación: la extensión cultural para la creación de individuos libres y críticos. Sólo teniendo conocimientos era posible descubrir la doble falsedad de la libertad y de la felicidad en la sociedad capitalista.
Efectivamente, como ya hemos señalado en otros escritos, la cultura, y la cultura es siempre conocimiento, implica en sí misma la creencia en que el mundo pueda ser de otra manera. La cultura, entendida como conocimiento excelso y no mera antropología de las costumbres, muestra una búsqueda de la verdad que no se rige exclusivamente por criterios de dominación o un pragmatismo para la dominación, sino por el descubrimiento de que la realidad no tendría por qué ser lo que actualmente sea. La excelencia cultura desenmascara la pobreza de la existencial real. Y así, la transmisión educativa en el capitalismo clásico tenía esta doble característica de crítica y asunción social, que había que tener en cuenta para cualquier tipo de juicio sobre ella.
Un sistema totalitario es aquel que es capaz de integrar cada vida humana particular de forma absoluta en el propio sistema. Esto, según Hannah Arendt, solo ha sido posible hasta la fecha en el nazismo y en el estalinismo. Pero ambos, decimos nosotros, tuvieron una imperfección, pues necesitaron la violencia física. Por lo tanto, incluso como tales sistemas totalitarios, no eran suficientemente perfectos. Porque un sistema totalitario perfecto sería aquel en el cual cada persona se sienta plenamente integrado como un yo y asuma, no necesariamente de forma consciente, que el sistema le permite desarrollarse perfectamente en su individualidad. Por eso, un sistema totalitario perfecto necesita una subjetividad integrada. Esto, podríamos pensar equivocadamente que llevaría a una especie de individuo que estuviera de acuerdo con todo lo que ocurre, pero no es así. Porque la mejor forma de dominación es generar el presentismo como vaga idea general: sólo existe lo que ahora hay. Y este presentismo implica la propia ignorancia sobre cualquier otra cosa que no sea el ahora presente. De esta forma se entiende lo que un sistema totalitario debe hacer con su ideología.
En primer lugar, debe encerrar a cada individuo en su verdad personal y particular, en su propia y limitada subjetividad convertida en criterio de verdad. Es lo que aquí ya hemos llamado alienación negativa: el sujeto se cree absolutamente independiente en su verdad y realización personal frente a la totalidad social. Su yo es la verdad frente a todo lo demás.
En segundo lugar, y para garantizar esa misma alienación, debe buscar imposibilitar acumular conocimientos que negaran la realidad presente como verdadera: debe dificultar el acceso a la cultura, pues esta cuestionaría la propia verdad de esa individualidad exaltada.
¿Cómo construir esto en la actualidad desde un sistema totalitario? Pues esto se construye desde dos formas distintas.
Por un lado, a través de la falsa exaltación de la vida personal, vista como única vida auténtica, concretamente con el auge de las redes sociales. Con estas, se genera la idea de que el individuo es importante absolutamente y en su yo: el reino del autorretrato. Por supuesto, esto no debe entenderse como una crítica universal a internet y a todas las redes sociales, pues muchas de ellas podrían ser una herramienta que, utilizada de otra forma, podrían tener una utilidad extrema. Pero, del mismo modo que la Modernidad es impensable sin la imprenta, la sociedad posmoderna del Nuevo Capitalismo es inimaginable sin las redes sociales y un determinado desarrollo de las mismas.
En segundo lugar, el sistema educativo. El nuevo sistema educativo tiene que evitar cualquier idea que remita a otra realidad distinta a la presente y por ello eliminar todos los contenidos culturales para integrar al alumnado en la barbarie. Se trata de negar el conocimiento y exaltar el cuidado del alumnado, en realidad su dominio, presentando su condición presente -es decir: su ignorancia actual- como un modelo perfecto en el mundo de la opinión, negando cualquier transmisión cultural bajo el lema mercantil el cliente siempre tiene la razón.
Empieza un nuevo curso escolar y con él un nuevo proceso de totalitarismo por parte del Nuevo Capitalismo. Cada vez más los conocimientos son abandonados y cada vez más va surgiendo un proceso en el cual los títulos académicos reducen su exigencia hasta llegar a ser meramente anecdóticos o incluso regalados: la verdadera titulación diferenciadora se reserva a la privatización de los cursos de especialización. Cada vez que un profesor habla en contra de la memorización o en contra de los contenidos, lo que está haciendo es una apología, probablemente involuntaria, de ese nuevo sistema totalitario. Y cada vez que se presenta una educación que pretende evitar los contenidos, lo que se está haciendo es, en realidad, convertir a cada uno de esos alumnos en una mera maquinaria de producción capitalista perfectamente integrada en el sistema.
Feliz curso. Feliz final de la cultura. Feliz fin de la posibilidad de la emancipación.
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