Las guardias en educación son una obligación de los profesores: si algún compañero tiene una ausencia, se cubre su clase vigilando -uy, he dicho vigilando y no conviviendo-.
Pues que un día, estaba yo de guardia y
un compañero faltó a bachillerato. Total, fui a la clase y les hice sentarse y
mantener el orden -que sí, el orden y no convivencia-. De pronto, una alumna,
que tenía su fama de autoproclamada progresista, levantó la mano y me preguntó que
por qué no podían irse. Y yo le dije que porque esa no era su hora de salida.
Entonces ella me dijo que no tenía sentido estar en un aula si el profesor no
estaba allí, a lo que yo le aduje que ese era un tema que en ese momento no
resultaba procedente, puesto que ahí yo no estaba como ciudadano particular,
que como tal podía tener mi opinión particular y entrar en debate, sino como
funcionario del Estado y por lo tanto mi obligación era cumplir las leyes.
Entonces, ella contestó, con buena argumentación, que yo estaba defendiendo
negar la libertad personal y, con ello, incumpliendo la norma fundamental de la
filosofía de pensar y actuar como una persona autónoma. Y yo entonces repliqué,
que había un peligro terrible en pedirle a los representantes del estado,
cuando actuaban como tales, que obraran de acuerdo a sus ideas personales,
puesto que entonces un policía podría detener a alguien por algo que no
estuviera en el código penal, pero que, sin embargo, a él le pareciera mal. Y
que eso incumpliría precisamente un principio fundamental de la democracia: el
imperio de la ley debe estar por encima del gobierno o de la conciencia particular
de los funcionarios públicos para evitar, precisamente, la dictadura.
El aborto es indudablemente un tema
moral controvertido y del que yo creo que resulta muy difícil tener una opinión
categórica y absoluta al respecto. De hecho, cuando tanto los favorables al
mismo como los detractores lo presentan como un tema fácil de dilucidar, con
lemas simplones, podemos considerar que están mostrando más que nada su
dogmatismo. Además, es cierto que en el tema del aborto hay un problema no
solamente moral sino también social. Por eso, es muy distinto ser partidario
del aborto de ser partidario de la legalización del aborto. Es decir, uno puede
estar en contra moralmente de algo, en este caso concreto el aborto, pero sin
embargo estar a favor de su legalización, como todo dentro de ciertos límites.
Esto, por ejemplo, se puede aplicar tanto al aborto como a la eutanasia o a la
prostitución. Uno puede distinguir entre la moral y la ley e incluso uno debe
hacerlo si lo que quiere es que la sociedad no sea el lugar idílico que uno
piensa, para lo cual sin duda habría que imponer una dictadura donde no
cupieran los que piensan diferente, sino un lugar de convivencia para el bien
común y donde haya, eso sí, unos mínimos garantizados de moralidad social
compartida.
Pero lo que debe quedar claro en
cualquier caso es que tanto los funcionarios públicos como los dirigentes
políticos con responsabilidad administrativa, como el presidente de una
comunidad autónoma, pueden tener ideas personales propias sobre cualquier tema,
incluso Díaz Ayuso ojalá llegara a ello, pero siempre deben estar obligados a
cumplir la ley. Si no, es decir, si se impone la voluntad personal del
dirigente político en la administración pública, lo que deberíamos decir es que
se trata de una actitud dictatorial y una negación de la democracia.
Hace algunos años, y no conviene
olvidarlo, los dirigentes catalanes decidieron incumplir la ley para favorecer
a su burguesía con sus políticas nacionalistas, es decir: de derechas.
Recientemente, Isabel Díaz Ayuso, presidenta de la Comunidad de Madrid y ex transcriptora
de las ocurrencias del perro de su antigua jefa, ha dicho públicamente en
relación al tema del aborto y en sede parlamentaria que ella no va a cumplir la
ley. La similitud es apoteósica e interesante. Pero aquí surge otro problema,
¿por qué estas dos formas políticas, aparentemente tan diferentes, sin embargo
coinciden en este aspecto? ¿Qué tienen ambas posturas en común? Ya acabamos.
Estamos en una época absolutamente
novedosa. Y su novedad no la determinan los hechos concretos que ocurren,
fácilmente intercambiables con los de otras épocas en su mera descripción, sino
la causa de los mismos: los hechos aparentemente semejantes ocurridos en el
pasado ya no son comparables con los actuales porque su causa y consecuencia,
en la nueva realidad, resultan radicalmente diferentes. Con el auge del Nuevo
Capitalismo, la presencia de los estatal disminuye y cada vez más surge con
fuerza otros actores impositivos, que van desde instituciones internacionales
sin representación democrática hasta corporaciones privadas que no responden a
ninguna soberanía popular. El fin último
de la política a favor del Nuevo Capitalismo, donde están conscientemente Ayuso
y la burguesía catalana e inconscientemente la autoproclamada izquierda, es
acabar con la democracia destruyendo sus instituciones políticas y el poder del
estado como representante de la soberanía popular. Se trata de destruir el
único elemento de control que podría detener el triunfo absoluto del
totalitarismo económico y del Mercado. Y que esto nadie lo entienda como
nacionalismo reaccionario: la lucha de izquierdas debe ser para que Europa sea un único estado y país.
La lucha entre el mercado y el estado
democrático, que es lo que verdaderamente se esconde bajo las concreciones
accidentales, es la clave de todo el problema.
Ayuso, quiere acabar con la sanidad pública, el aborto es otro ariete, y ganar
mercado para el grupo Quirón porque su enemigo, en el desarrollo neoliberal, es
el estado. Por eso, la rebeldía antisistema de la derecha esconde la sumisión.
Pero, igual que ella, actuó la burguesía catalana y también la autoproclamada izquierda
antisistema que grita en las calles contra las instituciones democráticas como
tales sin comprender, mucho pedir, que su destrucción es abrir la apoteosis del
Capitalismo y de la barbarie.
Y yo, mientras tanto, sigo dando clase y
haciendo guardias en una escuela pública que se hunde para abrir el paso a la
privatización. Esperando poder jubilarme si es que, nueva campaña contra la
democracia, la ola
reaccionaria de enfrentamiento entre generaciones no acaba, su fin último, con el sistema público
de pensiones. Pero eso es otra (y la misma) historia.
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