martes, diciembre 16, 2025

LA MODA DE LA MÍSTICA /1

La mística está de moda. Recientemente, Rosalía, publicitada en todos los medios de comunicación, incluyendo los telediarios de la televisión pública, ha presentado un disco que, al parecer, demuestra su querencia por la trascendencia y la búsqueda de Dios. Hace bien en buscar a Dios y muchas reproducciones en Spotify. Y, por supuesto, no cabe duda de que todo esto es hermoso, sobre todo para aquellos que crean en la superstición.

Pero, lo interesante aquí no es solamente desmontar la mística presentada como elaboración intelectual profunda, cuando en realidad es la negación del pensamiento. También debemos plantearnos por qué en el Nuevo Capitalismo, una sociedad absolutamente consumista y materialista en su sentido más grosero, se presenta una obra de linaje místico y trascendente (y repita conmigo: supersticioso) desde una artista apoyada por una gran corporación, y esto no debe entenderse como crítica sino sólo como descripción, e incluso se pone de moda esa misma mística.

Se trata, en definitiva, pues, de dos tareas. La primera, desenmascarar a la mística como lo que es: meramente una superstición y una basura intelectual. Y, la segunda, presentar por qué y cómo esa superstición gana patrocinio en la sociedad del Nuevo Capitalismo.

El fin de la mística sería el acceso a la trascendencia. Este acceso, para ser místico, no se realiza de cualquier forma, sino en una inmediatez, el éxtasis místico, que hace que el individuo llegue a ese estado de contacto y fusión con lo trascendente: un estado alterado de conciencia. No hay pues necesariamente mística, por ejemplo, en las religiones cuando señalan que al final de la vida nuestra alma, y la de casi todos, ascenderá al cielo. Esa mentira no es mística. Porque la mística lo que señala es que determinados individuos, y sólo determinados y además en determinadas ocasiones, lograrán un ascenso directo a la comunión con Dios, la común-unión que diría un cursi heideggeriano.

Y este ascenso directo no lo es tampoco por un proceso de argumentación o por un esfuerzo de investigación y compresión racional, y por tanto universalizable, como lo es la ciencia o la filosofía, que pueda ser seguida por otros individuos. Lejos de esa democratización del pensamiento, la mística defiende un determinado estado alternativo de conciencia alejado de cualquier racionalidad argumentativa y que más tiene que ver con una fusión individual y selectiva, incluso elitista, hacia esa misma trascendencia que con una realidad universal de la propia razón.

Así, la mística tiene dos elementos claves.

El primero, es la aceptación a priori de la existencia de una trascendencia a la cual debe rendirse el ser humano pues su finalidad es fundirse en ella. Y esta aceptación a priori implica una creencia, una presencia en plan cursi, que se siente, pero no se demuestra en la argumentación.

El segundo, es que el fin último del sujeto no es su autonomía ni su desarrollo sino su fusión en Lo Otro, así con mayúsculas cursis. Es decir, es la idea de que el auténtico valor y dignidad de las personas no reside en ellas mismos sino en esa trascendencia que les da sentido y que solo al fundirse en ella, y por eso perder su autonomía, adquieren su sentido. La heteronomía más pura.

Por todo ello, lógicamente, la mística puede ser defendida y continuada por teorías que no consideren que la razón universal sea un elemento constitutivo y fundamental de la experiencia humana, sino que consideren que esa misma fusión con la trascendencia marca el momento más humano posible: lo más humano no es la racionalidad universal, sino la capacidad selectiva del éxtasis y la rendición de la individualidad y el pensamiento racional.

Por lo tanto, aquellos que sentimos apego por la Ilustración y apego por una razón argumentada y universal, y cuando decimos universal queremos decir no solamente capaz de conocer la realidad sino también perteneciente a todos y cada uno de los seres humanos, no nos sentimos a gusto con la mística. Es más, consideramos que las ideas místicas, que parten necesariamente del supuesto de la existencia de una trascendencia y necesariamente también del supuesto de que esa trascendencia tiene que ser accesible sólo a determinados individuos bajo determinadas prácticas de fusión con ella, no esconden sino, en realidad, un espíritu absolutamente supersticioso. Y por eso, la despreciamos.

¿Pero por qué, y esta sería la pregunta fundamental, al parecer se ha vuelto a poner de moda la mística? Y, elemento importante, ¿la mística que se ha puesto de moda es la clásica o pertenece a otra condición?  Pues eso, otro día. Y no porque entre en éxtasis sino porque, materialista sin corazón, me voy a dormir.

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