Pues hoy estaba yo a eso de las tres de la tarde con mis queridos alumnos escuchando, con el fácil dominio de la pedagogía que se les supone, a una profesora de universidad contar las excelencias, indudable para quien la haya vivido, de la universidad española (y en concreto aquí de la Rey Juan Carlos).
Y al acabar le dejo paso a una pobre becaria, ah el viejo mundo de los becarios que buscan su lugar en el sol, quien, muy correctamente, nos explicó que iba a contar el punto de vista de los alumnos.
Y nos habló de que en la universidad no es obligatorio ir a clase.
Y que hay muchas fiestas.
Y muy buen rollo.
Y hay minis.
Y que los profesores son muy jóvenes (esta parte no entendí a qué venía hasta que vi que el eslogan de la propia universidad introducía la palabra “joven” -dentro de poco quizá también “cachas” o “buenorra”-)
Y que se hacen muchos amigos.
Y que, por supuesto, hay muchos gimnasios.
Y que las notas no se mandan a casa y los padres no tienen que enterarse.
Aunque no te presentes al examen.
O sea, como anticipó, que hay libertad.
Pero eso sí, añadió tras señalar la no obligación de estudiar ni aprender y la posibilidad de divertirse, hay que hacerse un currículo competitivo.
Y para ello hay que ser el mejor.
Y superar a los amigos en la competencia por el puesto de trabajo.
Bienvenidos a la libertad.
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