Dice Kant en alguna parte que el problema de la ética no es ser feliz sino ser digno de serlo. Efectivamente, cualquier cretino puede ser feliz, a montones los conocemos, pero pocos seres humanos merecen realmente serlo. George Bailey (James Stewart), sí. Su vida, si es que realmente es suya y no tiene razón Potter (Lionel Barrymore) al advertirle de que le pertenece a los otros y no a él, es puro sacrificio: nunca hacer lo que desearía, siempre hacer lo que se debe. Sacrificar sus viajes, sus aventuras, sus proyectos,... ¿para qué? George Bailey no es feliz, nunca lo fue, seguramente nunca lo será, pero ¿merece serlo? Ahí es dónde juega sus bazas Qué bello es vivir y ahí, y no en discursos entre Caritas y la socialdemocracia, es donde existe el compromiso en el cine. En escoger una respuesta ante el dilema, necesariamente todavía excluyente, entre la felicidad o su merecimiento.
¿Somos imprescindibles? ¿Cada uno es realmente único? ¿Se puede individualmente hacer algo? Potter lo tiene claro, ganar dinero, hacer suya la ciudad. Bailey actúa también, junto con Potter es quien lo hace en el film, con claridad: hacer de la tierra un lugar habitable. La izquierda que aún alaba el terrible verso de Brecht que enfrenta al individuo con su par de ojos frente al partido con cien (para espiarte, para delatarte, lo que no dice el autor ensalzado) piensa en Bailey como un enemigo: en eso ellos se parecen a Potter. Pero George Bailey sigue actuando, aún dentro de las amenazas y de las promesas, desde la compañía de empréstitos que no tuvo miedo, que aguantó, con el cuervo acechante, ante el terror. Sacrificándolo todo, incluso a sí mismo. Sin esperanzas, sin alegrías, sin reconocimiento. Pocas películas serán tan tristes como esta en esa idea de que el cumplimiento del deber no conduce a la felicidad y, ni tan siquiera, asegura un futuro mejor. Es una idea clásica de un viejo cine americano muerto hace tiempo. Y es la idea que se da en la película.
¿Y si George Bailey no hubiera nacido? El mundo no sería diferente. Seguiría habiendo guerra. Seguiría habiendo injusticia. Pero algo, poco quizás o tal vez mucho, sí sería diferente. Algunos, que ahora están vivos, ya hubieran muerto. Algunos, que ahora tienen la posibilidad de ser felices, ya hubieran perdido. Y la tranquila Bedfrod Falls sería la ciudad completa, total, de Potter. Es poco, casi nada. Pero George Bailey lo impidió. Qué bello es vivir despierta o la indignación de la izquierda que aún defiende dictaduras caribeñas (hablo de Fidel Castro, por cierto) o la sonrisa de superioridad de aquellos que aparentemente están de vuelta de todo menos del propio Potter que les mantiene en su situación. Sin embargo, toda en ella recuerda esa esperanza ilustrada, esa verdadera emancipación, que se da en la idea de aquel que no es imprescindible por haber entrado en la historia, por haber triunfado en la vida, sino por haber sido digno, sólo digno, de la propia felicidad. La tristeza que recorre las imágenes de una película que va mostrando el proceso de la pérdida de esperanza de George Bailey en su propia vida para ir ganando la esperanza de Bedford Falls debería poner al tanto a algunos de lo que es el verdadero progreso y la auténtica liberación. Los individuos, cada uno de ellos en cuanto tal, es la creencia clave de la película. Individuos tristes y, en ese hermoso final, unidos.
¿Es cursi Qué bello es vivir? Tanto como creer que el mundo podría ser de otra forma.
2 comentarios:
Magnífico Post. Viva la navidad y mueran las ideologías.
La navidad s tooooodaaaa mentira
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