Si según todo esto, creemos que el estado tiene derecho y deber de educar a sus ciudadanos en democracia, ¿por qué entonces estamos en contra de la materia de Educación para la Ciudadanía? En primer lugar, debemos analizar el origen de la materia pues en el origen de algo muchas veces está la intención de esa acción y, así, estudiando cómo surgió la propia materia tal vez veamos qué se esconde en ella. En segundo lugar, veremos su necesidad como tal materia, siquiera brevemente pues es este un campo experto de los currículos escolares que comprendemos no es lugar aquí para tratar en extensión. Y en tercer lugar pretenderemos analizar si la presencia de una materia concreta es instrumento de progreso o regresión.
En primer lugar, analicemos su origen. Allí ya encontramos parte de la culpa de la nueva materia. Efectivamente, la Educación para la Ciudadanía surgió sustituyendo a la Filosofía en el primer borrador de la LOE. Es decir, se pretendía dar una por otra. Pero, esto tiene una lectura, paradójicamente, filosófica porque implicaba la desaparición de la fundamentación. La filosofía es la búsqueda constante de la causa última, conseguida o no. Y al ser su propia realidad esa búsqueda, la filosofía se presenta como crítica permanente pues así es su indagar. El hecho de sustituir por tanto la filosofía por otra materia es de por sí algo cuando menos sospechoso pues implica, en sí mismo, eliminar la propia crítica fundamental de la educación. Y esa crítica fundamental es básica en la idea de ciudadano pues este es el que, como deber, critica la realidad, para estar a favor o en contra, frente al súbdito que la acepta sin remedio. Por eso, la filosofía y la democracia van juntas: la primera es condición de existencia de la segunda y, al tiempo, la segunda debiera permitir la universalización de la primera. Así, y ahí está el origen, el hecho de que el gobierno del PSOE eliminara la filosofía tiene algo sospechoso, mejor: algo claro. Y lo que estuvo en sus orígenes, pues ya vuelve la filosofía a ser obligatoria pero con la mezcla, está aún, como ahora veremos, en el presente.
Pero segundo, ¿era necesaria una nueva materia? Veamos sus contenidos: por un lado, contenidos de explicación del funcionamiento, necesarios por cierto, de las instituciones democráticas; por otro, contenidos de ser un buen ciudadano; por último, filosofía política. Para los primeros bastaba en Primaria la materia de Conocimiento del Medio (que se debería llamar así por algo más que por meter nociones paletas a los pobres alumnos sobre su pueblo, aldea o incluso, sí incluso, nación sin estado) y en la ESO, Secundaria, estaba Ética como materia específica, Historia en 4º o 3º, depende de la comunidad, y las tutorías; para lo tercero, la filosofía política, estando en la ESO Ética y Filosofía en Bachillerato. ¿Y lo segundo? Para lo segundo, generar una conciencia democrática, queriendo todavía ser buenos, es toda la educación, en su conjunto, la que debiera hacerlo. Y distinguiendo dos cosas: el porqué, la causa, y el hábito. Para el hábito carece de sentido una materia teórica que enseñe a la gente a ser buenos; para por qué, están las materias de corte filosóficos: Ética y Filosofía. Por lo tanto, no parece que crear una nueva materia fuera obligado. ¿Por qué se creó? Dos motivos: el primero un motivo publicitario, el segundo, uno de necesidades empresariales. El motivo publicitario fue lavar la cara a una ley que es igualita que la LOCE del PP en sus aspectos esenciales. El segundo, un motivo de empresa. Si vemos quienes fueron los máximos defensores de la materia observaremos a Peces Barba. Tras su exitoso paso por el alto comisionado de ayuda a las víctimas (esa lucha por la manipulación la ganó el PP a través de la AVT), D. Gregorio decidió promocionar en una serie de artículos en El País, el medio oficial del gobierno, no sólo la asignatura y su currículo, lo que hay que dar, sino también sobre quiénes debían darlo. Y, oh sorpresa, el perfil profesional era el de licenciados en derecho. Así el círculo se cierra. ¿Se podía haber cubierto los contenidos con las materias actuales? Sí. ¿Por qué una materia nueva? Por motivos publicitaros, permitimos la religión pero al tiempo tenemos materia progre -ahora el laicismo, purito positivismo del siglo XIX, es progre- y que iba a satisfacer a determinados grupos de presión. Y encima, ¿se imaginan esta materia en el País Vasco, en Cataluña o en cualquier otra región con gobierno paleto? Pues disfrutan de hasta el 45 % del currículo.
¿Es, en definitiva, un progreso o una regresión la nueva materia? ¿Qué entendemos por materias progresistas? Aquellas que reparan al alumno para su autonomía, pensar por sí mismo. ¿Se trataría, por tanto, educación para la ciudadanía de una materia progresista? Analicemos.
En primer lugar, el hecho de que fuera a sustituir a la propia filosofía desvela el interés del legislador: eliminar el problema crítico, el problema filosófico de la fundamentación, y sustituirlo por un problema de formación lineal: formar “buenos ciudadanos”. Así, el buen ciudadano es una realidad concreta, lejos de ser una realidad problemática, y se trata, en definitiva, del progre oficial: tolerante (o sea, relativista), multicultural y con talante.
En segundo lugar, surge el interesante problema de la estanca. Efectivamente, la idea de que haya una materia determinada para ser ciudadano, como la hay para ser fontanero, es un reflejo de la idea que de ese mismo ciudadano tiene la clase política. Así, igual que en democracia la política ha sido reducida a la actividad de los partidos, cuyo interés privado de élites se presenta como público, la idea de compartimentar la ciudadanía en una materia es la reproducción ideológica de la propia realidad social donde la política solo aparece, de forma explícita, en contadas ocasiones. De esta forma, con una materia específica para la política, se enseña al alumno, de forma implícita, que la política no sirve como realidad global sino parcial. Efectivamente, el alumno aprenderá que la emancipación no guarda relación con la ciencia, la literatura, el arte, en definitiva, el conocimiento, sino con las participación social reducida a lo que los profesionales de la propia política han decidido. Así, al tiempo en que se puede afirmar que los alumnos reciben una educación para la democracia específica, sin embargo la realidad es que reciben una instrucción concreta para el límite a la democracia. Precisamente eso es lo que pretende educación para la ciudadanía: limitar el espacio político, algo ya hecho socialmente, a lo meramente profesional.
¿Qué es por tanto Educación para la Ciudadanía? Un mero escaparate de mercado progre, algo plagado de baratijas. Una maría, como tantas, que no tendrá la menos importancia explícita en el alumnado pero que, puede ser, a ZP le dará unos votos de laicistas y demás reformistas decimonónicos. Algo, un nuevo reclamo, como lo es la religión, para discutir de tonterías en educación sin llegar nunca al auténtico problema: ¿cómo es posible que alumnos que se pasan en la escuela 10 años, como mínimo, salgan de la misma sin saber leer ni escribir? Pero, sobre todo, no nos engañamos, Educación para la Ciudadanía es algo más grave. Se trata de la definitiva asunción, y por parte de la autoproclamada izquierda, de que la política no es algo general sino profesional. Se trata, en definitiva, de que el último escollo para que la propia política fuera peligrosa se ha salvado: reducirla, como antes se hizo con el arte, la ciencia o la filosofía, a asignatura. O dicho de otro modo: presentarla intelectualmente como eliminada de lo cotidiano como se eliminó, hace tiempo, realmente de la vida.
En primer lugar, analicemos su origen. Allí ya encontramos parte de la culpa de la nueva materia. Efectivamente, la Educación para la Ciudadanía surgió sustituyendo a la Filosofía en el primer borrador de la LOE. Es decir, se pretendía dar una por otra. Pero, esto tiene una lectura, paradójicamente, filosófica porque implicaba la desaparición de la fundamentación. La filosofía es la búsqueda constante de la causa última, conseguida o no. Y al ser su propia realidad esa búsqueda, la filosofía se presenta como crítica permanente pues así es su indagar. El hecho de sustituir por tanto la filosofía por otra materia es de por sí algo cuando menos sospechoso pues implica, en sí mismo, eliminar la propia crítica fundamental de la educación. Y esa crítica fundamental es básica en la idea de ciudadano pues este es el que, como deber, critica la realidad, para estar a favor o en contra, frente al súbdito que la acepta sin remedio. Por eso, la filosofía y la democracia van juntas: la primera es condición de existencia de la segunda y, al tiempo, la segunda debiera permitir la universalización de la primera. Así, y ahí está el origen, el hecho de que el gobierno del PSOE eliminara la filosofía tiene algo sospechoso, mejor: algo claro. Y lo que estuvo en sus orígenes, pues ya vuelve la filosofía a ser obligatoria pero con la mezcla, está aún, como ahora veremos, en el presente.
Pero segundo, ¿era necesaria una nueva materia? Veamos sus contenidos: por un lado, contenidos de explicación del funcionamiento, necesarios por cierto, de las instituciones democráticas; por otro, contenidos de ser un buen ciudadano; por último, filosofía política. Para los primeros bastaba en Primaria la materia de Conocimiento del Medio (que se debería llamar así por algo más que por meter nociones paletas a los pobres alumnos sobre su pueblo, aldea o incluso, sí incluso, nación sin estado) y en la ESO, Secundaria, estaba Ética como materia específica, Historia en 4º o 3º, depende de la comunidad, y las tutorías; para lo tercero, la filosofía política, estando en la ESO Ética y Filosofía en Bachillerato. ¿Y lo segundo? Para lo segundo, generar una conciencia democrática, queriendo todavía ser buenos, es toda la educación, en su conjunto, la que debiera hacerlo. Y distinguiendo dos cosas: el porqué, la causa, y el hábito. Para el hábito carece de sentido una materia teórica que enseñe a la gente a ser buenos; para por qué, están las materias de corte filosóficos: Ética y Filosofía. Por lo tanto, no parece que crear una nueva materia fuera obligado. ¿Por qué se creó? Dos motivos: el primero un motivo publicitario, el segundo, uno de necesidades empresariales. El motivo publicitario fue lavar la cara a una ley que es igualita que la LOCE del PP en sus aspectos esenciales. El segundo, un motivo de empresa. Si vemos quienes fueron los máximos defensores de la materia observaremos a Peces Barba. Tras su exitoso paso por el alto comisionado de ayuda a las víctimas (esa lucha por la manipulación la ganó el PP a través de la AVT), D. Gregorio decidió promocionar en una serie de artículos en El País, el medio oficial del gobierno, no sólo la asignatura y su currículo, lo que hay que dar, sino también sobre quiénes debían darlo. Y, oh sorpresa, el perfil profesional era el de licenciados en derecho. Así el círculo se cierra. ¿Se podía haber cubierto los contenidos con las materias actuales? Sí. ¿Por qué una materia nueva? Por motivos publicitaros, permitimos la religión pero al tiempo tenemos materia progre -ahora el laicismo, purito positivismo del siglo XIX, es progre- y que iba a satisfacer a determinados grupos de presión. Y encima, ¿se imaginan esta materia en el País Vasco, en Cataluña o en cualquier otra región con gobierno paleto? Pues disfrutan de hasta el 45 % del currículo.
¿Es, en definitiva, un progreso o una regresión la nueva materia? ¿Qué entendemos por materias progresistas? Aquellas que reparan al alumno para su autonomía, pensar por sí mismo. ¿Se trataría, por tanto, educación para la ciudadanía de una materia progresista? Analicemos.
En primer lugar, el hecho de que fuera a sustituir a la propia filosofía desvela el interés del legislador: eliminar el problema crítico, el problema filosófico de la fundamentación, y sustituirlo por un problema de formación lineal: formar “buenos ciudadanos”. Así, el buen ciudadano es una realidad concreta, lejos de ser una realidad problemática, y se trata, en definitiva, del progre oficial: tolerante (o sea, relativista), multicultural y con talante.
En segundo lugar, surge el interesante problema de la estanca. Efectivamente, la idea de que haya una materia determinada para ser ciudadano, como la hay para ser fontanero, es un reflejo de la idea que de ese mismo ciudadano tiene la clase política. Así, igual que en democracia la política ha sido reducida a la actividad de los partidos, cuyo interés privado de élites se presenta como público, la idea de compartimentar la ciudadanía en una materia es la reproducción ideológica de la propia realidad social donde la política solo aparece, de forma explícita, en contadas ocasiones. De esta forma, con una materia específica para la política, se enseña al alumno, de forma implícita, que la política no sirve como realidad global sino parcial. Efectivamente, el alumno aprenderá que la emancipación no guarda relación con la ciencia, la literatura, el arte, en definitiva, el conocimiento, sino con las participación social reducida a lo que los profesionales de la propia política han decidido. Así, al tiempo en que se puede afirmar que los alumnos reciben una educación para la democracia específica, sin embargo la realidad es que reciben una instrucción concreta para el límite a la democracia. Precisamente eso es lo que pretende educación para la ciudadanía: limitar el espacio político, algo ya hecho socialmente, a lo meramente profesional.
¿Qué es por tanto Educación para la Ciudadanía? Un mero escaparate de mercado progre, algo plagado de baratijas. Una maría, como tantas, que no tendrá la menos importancia explícita en el alumnado pero que, puede ser, a ZP le dará unos votos de laicistas y demás reformistas decimonónicos. Algo, un nuevo reclamo, como lo es la religión, para discutir de tonterías en educación sin llegar nunca al auténtico problema: ¿cómo es posible que alumnos que se pasan en la escuela 10 años, como mínimo, salgan de la misma sin saber leer ni escribir? Pero, sobre todo, no nos engañamos, Educación para la Ciudadanía es algo más grave. Se trata de la definitiva asunción, y por parte de la autoproclamada izquierda, de que la política no es algo general sino profesional. Se trata, en definitiva, de que el último escollo para que la propia política fuera peligrosa se ha salvado: reducirla, como antes se hizo con el arte, la ciencia o la filosofía, a asignatura. O dicho de otro modo: presentarla intelectualmente como eliminada de lo cotidiano como se eliminó, hace tiempo, realmente de la vida.
5 comentarios:
k toston, anda k no es largo el texto
Gran artículo, sobre todo el párrafo final.
He leído ahora, a raíz de que los haya vuelto a enlazar en su último escrito, estos dos artículos, los cuales no leí antes.
Más allá de sobre la controvertida asignatura, que es el asunto central de los textos, encuentro valiosas las reflexiones acerca de las ideas de progreso, democracia, educación, filosofía, fundamentación crítica, autonomía del sujeto... y cómo conectan las unas con las otras.
Me ha quedado una duda. Es sobre el Laicismo. Se dice que no es progresista, que es propio del siglo XIX.
Siendo el Laicismo la corriente que defiende la separación efectiva de iglesias y Estado, el respeto estatal a las creencias de cada cual, la no promoción de una determinada creencia, no acabo de ver por qué sería conservador.
Sólo se me ocurre que un Laicismo entendido en un sentido restrictivo pueda acercarse demasiado a un relativismo, de respeto para todo por igual, de no injerencia y equidistancia, de no promoción ni siquiera de los valores democráticos.
Pero entendido en un sentido más amplio, con el Estado Democrático actual, con la Carta Internacional de los Derechos Humanos concebida, redactada y aprobada, creo que el Laicismo ya no podría degenerar en un relativismo por no poder desligarse fácilmente de esos otros elementos dichos en este párrafo. Quedaría, pues, en la corriente que defiende que no haya iglesias ni religiones estatales, que no las haya beneficiadas, marginadas ni prohibidas a priori por el Estado.
Cordialmente,
D. SrM, es que tiene usted razón. Y eso es política del XIX. Es decir, que igual hay que hacerla, y se debe hacer en España, pero no centrar ahí el discurso. No sé si me explico.
Creo que entiendo. Por un lado, puede que por estos lares llevemos casi 3 siglos de atraso sociopolítico en algunas cosas. Y por el otro, apuntaría vd. a que el mascarón de proa del progreso hoy no debería ser ése del Laicismo.
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