El tema de Dios se puede tratar de varias maneras: su importancia histórica, su papel social, su carácter filosófico… Todas ellas parecen interesantes. Pero creemos que al intentar responder a la pregunta planteada y dar nuestra respuesta ya estamos optando por un determinado aspecto. Nuestra pregunta no pretende responder al papel jugado por la creencia de Dios en la humanidad sino, ahí está lo fuerte de la apuesta, a la propia creencia: responder a la pregunta sobre si Dios existe.
El problema de Dios se puede desarrollar en dos frentes básicos que su vez, el primero de ellos, se dividirá en dos: por un lado, hay un problema, digamos metafísico, en el que Dios sería el fundamento último de la realidad (ontológico) o de la moralidad (ético); en un segundo plano, el personal, Dios representaría el deseo de trascendencia y la mística sería su lugar de encuentro. Así, en esta segunda parte, Dios seria el anhelo de totalidad.
La idea de Dios como fundamentación ontológica es, en realidad ajena a la religión y procede de la Filosofía, más concretamente, y para ser exactos, de Aristóteles. Podemos definir fundamento ontológico como aquella realidad en la cual se pararía la cadenas de preguntas sobre la realidad al dar una explicación última y presentarse ella misma como principio primero. Era, precisamente, lo que buscaba Aristóteles sobre el movimiento. Efectivamente, como según el aristotelismo lo natural era el reposo, tal y como manda el sentido común, entonces no se podía entender cómo había empezado el movimiento pues su origen no podía ser natural. Así, surge el concepto del fundamento último de la realidad en un doble sentido: por un lado, el fundamento último implica una realidad racional, es decir, se aplica por el problema de la causalidad y se niega un hecho mítico; por otro, y muy importante, el fundamento último es un retroceso en el tiempo, funciona hacia atrás, estando situado al principio. Este concepto es una clave de toda la historia de la filosofía y es la clave de, al menos en Filosofía, la idea de Dios. No se trata por tanto de una idea religiosa, un padre para criaturas, sino de una necesidad racional: una explicación última.
En su fundamento ético, Dios sería la respuesta ya no a la realidad sino a la moral: ¿por qué algo está bien o mal? Dios sería así quién respondiera a esta pregunta o bien porque sería la causa, él lo decide, o bien porque él lo descubre a la humanidad y su doctrina revelada sería la revelación del bien.
Por último, en el terreno personal, la fe y la trascendencia, Dios daría la garantía de la vida eterna. Así, el deseo de no morir, lógicamente emparejado con la conciencia de la muerte, sería respondido con la existencia de un ser superior que garantizaría la vida eterna. Dios sería la garantía de la vida eterna.
¿Creemos en Dios? No. Pero la función, si la hay, de esta serie no es por nuestra parte, pues está abierta como ya ha estado antes, mostrar una creencia sino demostrar un hecho: Dios no existe y si existiera, cosa improbable, no merece el más mínimo aprecio por nuestra parte. Y a ello nos ponemos desde ahora y analizando las partes descritas.
Ustedes son libres, como siempre, de seguirnos o no.
El problema de Dios se puede desarrollar en dos frentes básicos que su vez, el primero de ellos, se dividirá en dos: por un lado, hay un problema, digamos metafísico, en el que Dios sería el fundamento último de la realidad (ontológico) o de la moralidad (ético); en un segundo plano, el personal, Dios representaría el deseo de trascendencia y la mística sería su lugar de encuentro. Así, en esta segunda parte, Dios seria el anhelo de totalidad.
La idea de Dios como fundamentación ontológica es, en realidad ajena a la religión y procede de la Filosofía, más concretamente, y para ser exactos, de Aristóteles. Podemos definir fundamento ontológico como aquella realidad en la cual se pararía la cadenas de preguntas sobre la realidad al dar una explicación última y presentarse ella misma como principio primero. Era, precisamente, lo que buscaba Aristóteles sobre el movimiento. Efectivamente, como según el aristotelismo lo natural era el reposo, tal y como manda el sentido común, entonces no se podía entender cómo había empezado el movimiento pues su origen no podía ser natural. Así, surge el concepto del fundamento último de la realidad en un doble sentido: por un lado, el fundamento último implica una realidad racional, es decir, se aplica por el problema de la causalidad y se niega un hecho mítico; por otro, y muy importante, el fundamento último es un retroceso en el tiempo, funciona hacia atrás, estando situado al principio. Este concepto es una clave de toda la historia de la filosofía y es la clave de, al menos en Filosofía, la idea de Dios. No se trata por tanto de una idea religiosa, un padre para criaturas, sino de una necesidad racional: una explicación última.
En su fundamento ético, Dios sería la respuesta ya no a la realidad sino a la moral: ¿por qué algo está bien o mal? Dios sería así quién respondiera a esta pregunta o bien porque sería la causa, él lo decide, o bien porque él lo descubre a la humanidad y su doctrina revelada sería la revelación del bien.
Por último, en el terreno personal, la fe y la trascendencia, Dios daría la garantía de la vida eterna. Así, el deseo de no morir, lógicamente emparejado con la conciencia de la muerte, sería respondido con la existencia de un ser superior que garantizaría la vida eterna. Dios sería la garantía de la vida eterna.
¿Creemos en Dios? No. Pero la función, si la hay, de esta serie no es por nuestra parte, pues está abierta como ya ha estado antes, mostrar una creencia sino demostrar un hecho: Dios no existe y si existiera, cosa improbable, no merece el más mínimo aprecio por nuestra parte. Y a ello nos ponemos desde ahora y analizando las partes descritas.
Ustedes son libres, como siempre, de seguirnos o no.
5 comentarios:
Disiento.
La pregunta es si la inteligencia y el razonamiento pueden abarcar la totalidad de lo existente. Yo creo que no pueden aprehenderlo. Así, el razonamiento lógico que finalize en la negación, queda en una situación de provisionalidad pues no vale para explicar la totalidad.
En un simil podríamos decir que no es posible explicar la transformación de la materia en energía desde una óptica newtoniana.
El que el razonamiento lógico concluya con la negación no significa la virtualidad de ésta. Quizá no valga para explicarlo. De hecho en la praxis científica, dónde Dios debe estar prohibido, no se averigüa respuesta a las preguntas esenciales. Y cuanto más avanza, las preguntas clave siguen intactas.
En mi opinión la negación es tan endeble como la afirmación ciega pues responde a criterios antagónicos a ésta, pero del mismo nivel, aunque con ropajes distintos.
En cuanto al fundamento ontológico, reconociendo mis limitaciones para tan alto debate, ¿no sería racional pensar en la no existencia de ese principio, motor inmóvil, etc., sino que todo fuera parte de un ciclo, de un movimiento circular, contínuo e infinito?. Es la conclusión a la que me han llevado mis pobres razonamientos de ateismo no ilustrado.
No comparto la opinión que Don Güevos tiene de la Ciencia. No es ninguna progresión de modelos contradictorios que van negando todos los anteriores.
La Ciencia avanza certeramente hacia una comprensión cada vez más profunda del Mundo. Y sí, sí que va dando respuestas últimas a preguntas fundamentales. Sólo que lo hace lentamente y sin pretensión de totalidad, para así poder asegurarse de la veracidad de sus afirmaciones.
Por ejemplo ¿tuvo el mundo un principio? La respuesta de la Ciencia es categórica: SÍ. Hoy en día podemos invocar esta y otras muchas afirmaciones sin necesidad de recurrir a intervención divina alguna.
La Ciencia ha ido acorralando a Dios hasta dejarlo confindo en su último bastión, la escala de Plank. Y no tenga dudas al respecto de que llegará el día en que finalmente también acabe por desalojado de allí. Habrá entonces el Todopoderoso de buscar otro universo más propicio a la mística donde poder morar.
Cuando no tenemos un dios
Nosotros lo creamos
Por inspiración divina.
La inteligencia y el razonamiento no pueden abarcar la totalidad, pero sí que alcanzan a debatir ideas fabricadas por ellas mismas (¿con qué otra cosa si no se ha fabricado la idea de dios?) y a determinar cuándo son incorrectas.
Ese es el caso del concepto de dios cristiano, esto es, de dios personal. Cuando decimos con total seguridad que no existe nos estamos ateniendo a la incongruencia básica inseparable de su definición: es un ser absoluto y a la vez dotado de una personalidad, unos sentimientos, capaz de decisiones y actos. Y eso simplemente no puede ser.
En cuanto al dios no personal, el aristotélico... es indiferente que exista o no, puesto que no es capaz de actos de comunicación o volición. ¿Un fundamento? Pues muy bien, déjenlo ahí en la mesita del recibidor.
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