Hay que tener cuidado con la demagogia. Ésta suele surgir en los momentos de especial ansiedad y dolor para asegurarse el triunfo. Pero, ¿qué es demagogia? Demagogia es negar el argumento racional e ir a eso, tan totalitario, de las emociones –falsamente- puras. Demagogia es dejar de pensar racionalmente, conceptual y argumentativamente, y llevar a volcarse en la consigna y el lema preestablecido. Demagogia es interpretar la realidad desde la perspectiva del que se sitúa por encima y desprecia que la propia realidad sea demasiado compleja e incluso que pueda ir contra sus deseos. Demagogia es, en definitiva, y por poner un ejemplo, la bandera o la camiseta del Che Guevara como identidad: básica y rotunda al tiempo. Lo que busca así el fantasma de la demagogia es la pura identificación con algo alejando de ello la racionalidad y, de esta forma, el acercarse al estado animal donde la inmediatez surge ante lo real y la respuesta es simple. Y, como consecuencia de ello, la acción de la demagogia es el linchamiento, la pancarta y el estribillo cantando por el coro: el ritual religioso, la canción de combate, el mitin político.
Ha muerto Antonio Puerta, el jugador del Sevilla. Recuerdo que en el último partido que jugó aquí el Sevilla comenté en el Bernabéu que ese futbolista era bueno, que prometía, aunque tenía esa tendencia tan actual a dispersarse, a desaparecer de los partidos. Siento, como no podía ser menos, su muerte intelectualmente pues en lo emocional no me unía nada a él. Por supuesto no hubiera ido ni a su velatorio, aunque a la gente notoria tiene capilla ardiente, ni a su entierro. Pero al parecer miles de aficionados, no se sabe si a los ritos funerarios o a otra cosa, han ido. Incluso alguno cuajado de especiales sentimientos ha llorado en público sin, ni tan siquiera, conocer a la persona. Que haya gente buena es siempre hermoso y que la gente se deje llevar de sus sentimientos más profundos debería llevarnos a una situación emocional extraordinaria de concordia: sin embargo, nos da miedo. Hay algo repugnante en ese llanto, algo no subjetivamente mentiroso, seguro que lo siente, pero objetivamente falso.
Durante estos mismo días ha muerto en Madrid, podía haber sido en cualquier otro lugar de España donde los accidentes laborales se suceden sin fin y nadie se escandaliza, un obrero aplastado por un ascensor –y mientras corrijo el artículo acabo de enterarme de que ha muerto otro en Barcelona-. Sus condiciones, y las de sus compañeros, resultaban alarmantes. Ahora es cuando la demagogia saltaría y yo debería comenzar a señalar la injusticia y sinrazón de que unos muertos valgan tanto y otros tan poco. Y debería, de acuerdo a las reglas de la demagogia tan estrictas paradójicamente en su aparente emotivismo, hacer la implacable comparación entre uno y otro caso. Y acabar resaltando dos cosas: por un lado, que el autor del escrito es un tipo plagado de sentimientos y que incluso alguna noche la pasó en blanco pensando en los niños que se mueren de hambre; y, la segunda, que el mundo está muy mal y es muy, pero que muy, injusto. Y usted, hipócrita lector, sentiría una identificación inmediata. Usted y yo, por encima del mundo. Tan buenos.
Sin embargo, pensemos objetivamente. El valor de la muerte depende del valor de la vida y este, a su vez, del valor de la producción de mercancías. Puerta producía más mercancía, más ganancia, que el obrero rumano -¿tendría nombre? ni me preocupé en buscarlo- y de ahí que su muerte sea más importante. Y demagógico sería saltarse la realidad, en cuanto a condiciones objetivas, y decir que ambas muerte son iguales pues ambos eran seres humanos. De acuerdo a la realidad, o sea: al capitalismo desarrollado, la vida es mercancía y su valor es el del desarrollo de dicha mercantilización. A mayor producción, más importancia tiene la vida. Siempre se podrá aducir esa tontería de la autodenominada vida interior pero su propio autorreferencia a la interioridad demuestra su falsedad: la complicidad de un yo ya incompatible con el desarrollo de lo real que pretende, sin embargo, complacerse en su propia y pequeña miseria inventando espíritus, almas, religiones, souvenirs orientales y otras supersticiones. Del mismo modo que los niños ante el terror se inventan un mundo de luz, el sujeto ante la nadería de su propia existencia se inventa un terreno ajeno a lo real, el interior, que fue siempre la primera conquista de los sistemas sociales de dominio y que aquí no crea una excepción.
Demagogia es, así, no comprender las relaciones sociales como relaciones objetivas y pretender subsumirlas en estados de conciencia y acciones voluntarias. Por supuesto, el estado de conciencia existe y no es inocente sino cómplice, cuando menos, de la situación. ¿Cuántos de esos miles de sevillanos, o de cualquier otro lugar, hubieran pasado la noche en vela para discutir sobre filosofía, por ejemplo? Pero, la realidad no es la consecuencia de ese estado de conciencia, de ese engaño, sino que es la causa del mismo. La conciencia examina con un criterio de adecuación entre la mente y la realidad pero, previamente, la mente ya ha sido aleccionada por la realidad lo que debe buscar en ella.
La zurda de diamante ya es leyenda, titulaba hoy un periódico.
Ha muerto un futbolista, ha nacido un mito, decía otro.
Y Del Nido, presidente del Sevilla, concluía: desde ahora el Sevilla jugará con doce, sin añadir cuál será la cláusula de rescisión de ese duodécimo jugador.
Dentro de una temporada la mercancía será sustituida por otra y la zurda de diamante será otra joven promesa que, al cabo de unos años como tal vez le hubiera pasado al mismo Puerta, estará jugando en un equipo de segunda fila. Dentro de dos años ya nadie se acordará del jugador sevillista (aunque ahora le lleven en el corazón y todas esas cosas) y la mercancía, como en las estanterías de los grandes almacenes, será sustituida por otra ante la nueva temporada.
Bienvenidos al mundo real y objetivo. Y ese mundo, precisamente por sus características, solo lo puede explicar la Filosofía. Pero, eso es otra historia.
Ha muerto Antonio Puerta, el jugador del Sevilla. Recuerdo que en el último partido que jugó aquí el Sevilla comenté en el Bernabéu que ese futbolista era bueno, que prometía, aunque tenía esa tendencia tan actual a dispersarse, a desaparecer de los partidos. Siento, como no podía ser menos, su muerte intelectualmente pues en lo emocional no me unía nada a él. Por supuesto no hubiera ido ni a su velatorio, aunque a la gente notoria tiene capilla ardiente, ni a su entierro. Pero al parecer miles de aficionados, no se sabe si a los ritos funerarios o a otra cosa, han ido. Incluso alguno cuajado de especiales sentimientos ha llorado en público sin, ni tan siquiera, conocer a la persona. Que haya gente buena es siempre hermoso y que la gente se deje llevar de sus sentimientos más profundos debería llevarnos a una situación emocional extraordinaria de concordia: sin embargo, nos da miedo. Hay algo repugnante en ese llanto, algo no subjetivamente mentiroso, seguro que lo siente, pero objetivamente falso.
Durante estos mismo días ha muerto en Madrid, podía haber sido en cualquier otro lugar de España donde los accidentes laborales se suceden sin fin y nadie se escandaliza, un obrero aplastado por un ascensor –y mientras corrijo el artículo acabo de enterarme de que ha muerto otro en Barcelona-. Sus condiciones, y las de sus compañeros, resultaban alarmantes. Ahora es cuando la demagogia saltaría y yo debería comenzar a señalar la injusticia y sinrazón de que unos muertos valgan tanto y otros tan poco. Y debería, de acuerdo a las reglas de la demagogia tan estrictas paradójicamente en su aparente emotivismo, hacer la implacable comparación entre uno y otro caso. Y acabar resaltando dos cosas: por un lado, que el autor del escrito es un tipo plagado de sentimientos y que incluso alguna noche la pasó en blanco pensando en los niños que se mueren de hambre; y, la segunda, que el mundo está muy mal y es muy, pero que muy, injusto. Y usted, hipócrita lector, sentiría una identificación inmediata. Usted y yo, por encima del mundo. Tan buenos.
Sin embargo, pensemos objetivamente. El valor de la muerte depende del valor de la vida y este, a su vez, del valor de la producción de mercancías. Puerta producía más mercancía, más ganancia, que el obrero rumano -¿tendría nombre? ni me preocupé en buscarlo- y de ahí que su muerte sea más importante. Y demagógico sería saltarse la realidad, en cuanto a condiciones objetivas, y decir que ambas muerte son iguales pues ambos eran seres humanos. De acuerdo a la realidad, o sea: al capitalismo desarrollado, la vida es mercancía y su valor es el del desarrollo de dicha mercantilización. A mayor producción, más importancia tiene la vida. Siempre se podrá aducir esa tontería de la autodenominada vida interior pero su propio autorreferencia a la interioridad demuestra su falsedad: la complicidad de un yo ya incompatible con el desarrollo de lo real que pretende, sin embargo, complacerse en su propia y pequeña miseria inventando espíritus, almas, religiones, souvenirs orientales y otras supersticiones. Del mismo modo que los niños ante el terror se inventan un mundo de luz, el sujeto ante la nadería de su propia existencia se inventa un terreno ajeno a lo real, el interior, que fue siempre la primera conquista de los sistemas sociales de dominio y que aquí no crea una excepción.
Demagogia es, así, no comprender las relaciones sociales como relaciones objetivas y pretender subsumirlas en estados de conciencia y acciones voluntarias. Por supuesto, el estado de conciencia existe y no es inocente sino cómplice, cuando menos, de la situación. ¿Cuántos de esos miles de sevillanos, o de cualquier otro lugar, hubieran pasado la noche en vela para discutir sobre filosofía, por ejemplo? Pero, la realidad no es la consecuencia de ese estado de conciencia, de ese engaño, sino que es la causa del mismo. La conciencia examina con un criterio de adecuación entre la mente y la realidad pero, previamente, la mente ya ha sido aleccionada por la realidad lo que debe buscar en ella.
La zurda de diamante ya es leyenda, titulaba hoy un periódico.
Ha muerto un futbolista, ha nacido un mito, decía otro.
Y Del Nido, presidente del Sevilla, concluía: desde ahora el Sevilla jugará con doce, sin añadir cuál será la cláusula de rescisión de ese duodécimo jugador.
Dentro de una temporada la mercancía será sustituida por otra y la zurda de diamante será otra joven promesa que, al cabo de unos años como tal vez le hubiera pasado al mismo Puerta, estará jugando en un equipo de segunda fila. Dentro de dos años ya nadie se acordará del jugador sevillista (aunque ahora le lleven en el corazón y todas esas cosas) y la mercancía, como en las estanterías de los grandes almacenes, será sustituida por otra ante la nueva temporada.
Bienvenidos al mundo real y objetivo. Y ese mundo, precisamente por sus características, solo lo puede explicar la Filosofía. Pero, eso es otra historia.
4 comentarios:
Don Enrique Mesa, vuelva al Duque de Rivas, no es lo mismo sin usted.
De acuerdo en que la Filosofía puede ayudar a explicar la realidad.
De acuerdo en que el futbolista tiene un valor mercantil superior a los dos obreros muertos. Eso objetivamente es así. Pero la omnipresencia de Puertas, Umbral y la hermana del Cachuli en los medios también puede explicarse por la procedencia social de los gerentes de esas empresas y por el viejo panem et circenses. El tema de esos peones no vende, no interesa por muchas razones. Y por otra parte, el vulgo tiene que estar entretenido al menos hasta las elecciones y especialmente ahora: crack inmobiliario (Las inmobiliarias cierran, las obras se paran), problemas en la economía (Crack americano de las subprime, ventas de oro del Banco de España,inyecciones de dinero de la reserva federal y del BCE), altos precios del crudo, altos precios de los cereales por la demanda de los bio combustibles (Subida precios del pollo), tsunami de productos chinos, etc. La cosa está muy chunga y con puertas al menos tienen tema para tres días. Luego volveremos a la crisis de la gira venezolana de la Pantoja y a por Marisol...
La cosa promete.
Oiga Mesa, me sabe mal pero he de reconocer que al final este gobierno de ZP está resultando más casposo que el de Aznar I emperador de las Españas.
Compiten a cual peor.
Cualquier sociedad, necesita mitos, necesita héroes y enemigos que les sirvan de aglutinante social.
No importa que el contenido del mito sea inventado o falso, lo que importa es su utilidad publicitaria como referente.
El “buenrollista” de la camiseta de El Che, desconoce la crueldad y homofobia extema de este individuo que ejecutó a niños y homosexuales. Para el “buenrollista“ El Che es un referente de generosidad y sacrificio por el bien de toda la humanidad, porque así interesaba que lo vieran.
Abentofail hablaba de la “doble verdad” la moral y la filosófica.
La moral sería: Se sacrificado y generoso con el prójimo como lo fue El Che.
Y la filosófica podía ser: Aunque El Che fuera un criminal cruel, es bueno ser generoso y sacrificarse por los demás.
Lo terrible en este caso sería, el que a sabiendas de la verdadera realidad de El Che, alguien llevara una camiseta con la famosa y libre de derechos, foto de Corda.
Me alegro mucho por el hijo póstumo del futbolista, con los textos e imágenes que se estan produciendo estos días sobre su padre, podrá sentirse el hijo/a de un dios toda la vida. Aunque no sea una verdad científica. Pero, eso es otra historia.
Alfredo Relaño:
"El que se va es un futbolista, y como tal es de todos. Un héroe del estadio, un muchacho que ha cautivado nuestra imaginación, que ha puesto su talento y su dedicación al servicio de un espectáculo hermoso y arrebatador, que llena nuestras horas, nuestro calendario, las pantallas de nuestros televisores, el sonido de nuestras radios, las páginas de nuestros periódicos.
Ser futbolista es una cosa importante. Parece tonto decirlo, pero eso así. Les queremos. Os queremos. Aunque a veces haya gritos, repulsas, críticas, malos titulares, palabras injustas. De los futbolistas se espera mucho porque secuestran nuestros anhelos, porque proyectamos en ellos nuestras ansias tribales, porque equipan nuestros ejércitos desarmados. Pero todo consiste en una guerra incruenta en la que aceptamos de antemano que la confrontación es figurada, que nadie quiere destruir a nadie. Por eso cuando hay una baja real nos aturdimos y nos sentimos desolados. Como ahora."
Por esto se llora mas la muerte de Puerta.
Pienso que aqui la racionalidad no vale. Simplemente, nos gusta el fútbol, y como tal, sufrimos con los futbolistas. No hay que buscar un por qué. Por qué hay gente del Atleti? explíquemelo racionalmente por favor
P.D: grandisimo Relaño...
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