Marcos, 15, 34
Resultaría absurdo y falso, especialmente falso, no prestar atención a una figura que si se hiciera una lista de las más influyentes de la historia estaría, sin duda, entre las cinco primeras. Y más aún cuando la fama de dicha figura ha llegado por autoreferirse y ser referida nada más y nada menos por algo tan absurdo como ser hijo de Dios encarnado. Ya decía S. Pablo que en realidad la fe en Jesús era escándalo para los judíos, locura para los gentiles: tenía razón. Sin embargo, y fuera de cuestiones históricas que las hay sin duda, lo interesante es por qué se ha seguido manteniendo esa locura. Y sin duda, ya lo dijimos, en ello hay razones contextuales, como se ve en el actual decreciente número de cristianos, pero también hay algo más y debe haber algo más cuando esa figura ha perdurado dos mil años.
Resultaría improbable que en otras culturas no haya habido individuos tan bondadosos como Jesús–admitiendo siempre y a partir de ahora, cosa que a grandes rasgos no encontramos motivos para negar, que Jesús fuera tal y como ha sido descrito- . Resultaría igualmente improbable que estas figuras no hubieran tenido una importancia en su momento y lugar concreto. Incluso, admitámoslo, resultaría improbable que esas personas no hubieran tenido seguidores. Sin embargo, lo real es que ninguno de ellos ha tenido la repercusión de Jesús.
En Jesús hay algo distinto y hay algo más. Sin embargo, ese algo más no es algo espiritual, algo así como ese sentido religioso profundo de la naturaleza humana que defiende el pensamiento reaccionario, sino un anhelo que hay detrás de la cultura de occidente y que procede, también aunque no solo, del mismo cristianismo: un anhelo de justicia real. Efectivamente, Jesús es la figura de un dios que busca la justicia aquí y ahora y cuya fuerza discursiva se produce en la existencia del prójimo. La religión cristiana se construye así sobre algo absolutamente nuevo para la mentalidad judía (escándalo) o para la pagana (locura): la insuficiencia del mundo real que necesita de la acción externa para ser arreglada por alguien que no procede de ahí. El mundo es así insuficiente por sí mismo para lograr la justicia y, eso precisamente, es lo novedoso. Así, la injusticia de la realidad, que va desde la injusticia natural (el leproso) a la social (el rico Epulón) o la misma muerte (Lázaro) precisa de la intervención de un dios vivo y humano, de algo que está fuera pero al tiempo en lo concreto, que lo resuelva. Y de un dios, otra grandeza, fracasado. La cruz, la muerte ignominiosa, es su destino y aunque luego surja el final feliz de la resurrección, como podía haber llegado el príncipe y darle el primer beso de amor, la injusticia que permanece se vuelve aún más viva en el grito, único para ser de un presunto hijo de Dios, de Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado? En el abandono final y en el intento de proyecto a partir de ahí radica toda la potencia del cristianismo como una religión humana, demasiado humana. Por ello, S. Pablo hizo tanto hincapié en la resurrección del Cristo, pues si no resucitó, y apuesten que no lo hizo, esa misma anhelada justicia quedaba fracasada. Y por ello, también, los gnósticos intentaron negar la figura humana de Jesús: demasiado humana para la mística. Así, en el enfrentamiento que el propio cristianismo produjo entre su faceta religiosa y su lado humano, único ante cualquier otra religión, vino la necesidad no de hacer sólo un corpus dogmático sino algo a su vez nuevo: teología. Efectivamente, la búsqueda de esa justicia que mostraba la limitación de la propia realidad, a su vez y según el corpus cristiano creacionista producto de Dios, produjo el intento de unificar la razón, aquello humano, y la fe, lo divino. Al intentar explicar racionalmente el problema y unirse a la filosofía griega -algo que se inicia ya en los propios evangelios y en San Pablo- el propio cristianismo, el mensaje de el presunto salvador, escenificaba su limitación: improductivo por sí mismo. Sin embargo, y con ello, la reivindicación de justicia que tenía la figura de Jesús pasó a ser universal en un doble sentido: por un lado, en cuanto superó la mentalidad judía del pueblo elegido para ser también de los gentiles (no judíos); por otro, en cuanto superó el estrecho cerco religioso y decidió convertirse en teoría intelectual. Así, Jesús es patrimonio de todos, incluso de los que, como yo, somos ateos por el mismo desarrollo de la religión que fundó.
Pero, ¿no es lo mismo en Buda? ¿No es lo mismo en Mahoma? Efectivamente, se podría referir que hay cierto paralelismo con Buda mas existe una diferencia fundamental: mientras que el discurso de Buda, lo que la tradición ha legado, fue el abandono del mundo y del yo; lo que Jesús, la tradición, nos ha dejado fue una intervención mundana y la apoteosis del yo en la salvación del alma. Buda glorifica tanto la realidad que uno se puede perder en ella al descubrir su lado auténtico; Jesús exige la redención de esa misma realidad a través del yo y del prójimo: demasiado concreto para un santón. Y al tiempo, hay una diferencia con Mahoma: mientras que éste pretendió construir un edificio que garantizara el orden social, en definitiva, la construcción de un imperio; Jesús intentó modificar el mundo a través de la acción personal pues el mundo estaba limitado sin las obras propias. Mahoma pensó, como buen estratega, en el cambio de arriba a abajo pues el mundo ya era lugar de plenitud y sólo había que administrarlo sabiamente -tal y como ejercería el Corán-; sin embargo, en el discurso evangélico la acción personal debe superar la Ley porque el mundo es injusto e imperfecto y el asaltado espera la ayuda de, también, el despreciado samaritano quien al final es el bueno.
Hay un texto de Marx, en la Crítica de la Filosofía del Derecho de Hegel, que se cita hasta la saciedad: la religión es el opio del pueblo. Tiene razón, mucha razón. Pero unas líneas antes señala también, y eso no se cita tanto, que la religión es el sentimiento de un mundo sin corazón. Jesús fue esa expresión máxima del corazón: la petición de justicia a una realidad que no podía darla. Y su ejemplo fue el de desearla y exigirla. Hasta que la Modernidad, y con ella la Ilustración, no pudieron encontrar esa exigencia de algo más que escapaba a la propia realidad en el sujeto, el discurso de Jesús, exigirle más al mundo a través de la, falsa, trascendendia, resultó paradójicamente cierto y reivindicativo.
Ahora es falso. Pero ello no debe confundirnos. Porque cada vez que en las iglesias, sus monumentos funerarios como bien dijo Nietzsche, veamos una cruz sentiremos un sentimiento especial. Aquel que nos dice que hubo un tiempo en que el crucificado fue el símbolo de una Ilustración que aún no habia llegado realmente, aunque ya no lo sea. Y en honor a su pasado seguiremos siempre sintiendo con su visión la congoja de la esperanza de lo que pudo ser y, al tiempo ya por motivos actuales, de la más absoluta tristeza ante lo que ha sido.
Resultaría absurdo y falso, especialmente falso, no prestar atención a una figura que si se hiciera una lista de las más influyentes de la historia estaría, sin duda, entre las cinco primeras. Y más aún cuando la fama de dicha figura ha llegado por autoreferirse y ser referida nada más y nada menos por algo tan absurdo como ser hijo de Dios encarnado. Ya decía S. Pablo que en realidad la fe en Jesús era escándalo para los judíos, locura para los gentiles: tenía razón. Sin embargo, y fuera de cuestiones históricas que las hay sin duda, lo interesante es por qué se ha seguido manteniendo esa locura. Y sin duda, ya lo dijimos, en ello hay razones contextuales, como se ve en el actual decreciente número de cristianos, pero también hay algo más y debe haber algo más cuando esa figura ha perdurado dos mil años.
Resultaría improbable que en otras culturas no haya habido individuos tan bondadosos como Jesús–admitiendo siempre y a partir de ahora, cosa que a grandes rasgos no encontramos motivos para negar, que Jesús fuera tal y como ha sido descrito- . Resultaría igualmente improbable que estas figuras no hubieran tenido una importancia en su momento y lugar concreto. Incluso, admitámoslo, resultaría improbable que esas personas no hubieran tenido seguidores. Sin embargo, lo real es que ninguno de ellos ha tenido la repercusión de Jesús.
En Jesús hay algo distinto y hay algo más. Sin embargo, ese algo más no es algo espiritual, algo así como ese sentido religioso profundo de la naturaleza humana que defiende el pensamiento reaccionario, sino un anhelo que hay detrás de la cultura de occidente y que procede, también aunque no solo, del mismo cristianismo: un anhelo de justicia real. Efectivamente, Jesús es la figura de un dios que busca la justicia aquí y ahora y cuya fuerza discursiva se produce en la existencia del prójimo. La religión cristiana se construye así sobre algo absolutamente nuevo para la mentalidad judía (escándalo) o para la pagana (locura): la insuficiencia del mundo real que necesita de la acción externa para ser arreglada por alguien que no procede de ahí. El mundo es así insuficiente por sí mismo para lograr la justicia y, eso precisamente, es lo novedoso. Así, la injusticia de la realidad, que va desde la injusticia natural (el leproso) a la social (el rico Epulón) o la misma muerte (Lázaro) precisa de la intervención de un dios vivo y humano, de algo que está fuera pero al tiempo en lo concreto, que lo resuelva. Y de un dios, otra grandeza, fracasado. La cruz, la muerte ignominiosa, es su destino y aunque luego surja el final feliz de la resurrección, como podía haber llegado el príncipe y darle el primer beso de amor, la injusticia que permanece se vuelve aún más viva en el grito, único para ser de un presunto hijo de Dios, de Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado? En el abandono final y en el intento de proyecto a partir de ahí radica toda la potencia del cristianismo como una religión humana, demasiado humana. Por ello, S. Pablo hizo tanto hincapié en la resurrección del Cristo, pues si no resucitó, y apuesten que no lo hizo, esa misma anhelada justicia quedaba fracasada. Y por ello, también, los gnósticos intentaron negar la figura humana de Jesús: demasiado humana para la mística. Así, en el enfrentamiento que el propio cristianismo produjo entre su faceta religiosa y su lado humano, único ante cualquier otra religión, vino la necesidad no de hacer sólo un corpus dogmático sino algo a su vez nuevo: teología. Efectivamente, la búsqueda de esa justicia que mostraba la limitación de la propia realidad, a su vez y según el corpus cristiano creacionista producto de Dios, produjo el intento de unificar la razón, aquello humano, y la fe, lo divino. Al intentar explicar racionalmente el problema y unirse a la filosofía griega -algo que se inicia ya en los propios evangelios y en San Pablo- el propio cristianismo, el mensaje de el presunto salvador, escenificaba su limitación: improductivo por sí mismo. Sin embargo, y con ello, la reivindicación de justicia que tenía la figura de Jesús pasó a ser universal en un doble sentido: por un lado, en cuanto superó la mentalidad judía del pueblo elegido para ser también de los gentiles (no judíos); por otro, en cuanto superó el estrecho cerco religioso y decidió convertirse en teoría intelectual. Así, Jesús es patrimonio de todos, incluso de los que, como yo, somos ateos por el mismo desarrollo de la religión que fundó.
Pero, ¿no es lo mismo en Buda? ¿No es lo mismo en Mahoma? Efectivamente, se podría referir que hay cierto paralelismo con Buda mas existe una diferencia fundamental: mientras que el discurso de Buda, lo que la tradición ha legado, fue el abandono del mundo y del yo; lo que Jesús, la tradición, nos ha dejado fue una intervención mundana y la apoteosis del yo en la salvación del alma. Buda glorifica tanto la realidad que uno se puede perder en ella al descubrir su lado auténtico; Jesús exige la redención de esa misma realidad a través del yo y del prójimo: demasiado concreto para un santón. Y al tiempo, hay una diferencia con Mahoma: mientras que éste pretendió construir un edificio que garantizara el orden social, en definitiva, la construcción de un imperio; Jesús intentó modificar el mundo a través de la acción personal pues el mundo estaba limitado sin las obras propias. Mahoma pensó, como buen estratega, en el cambio de arriba a abajo pues el mundo ya era lugar de plenitud y sólo había que administrarlo sabiamente -tal y como ejercería el Corán-; sin embargo, en el discurso evangélico la acción personal debe superar la Ley porque el mundo es injusto e imperfecto y el asaltado espera la ayuda de, también, el despreciado samaritano quien al final es el bueno.
Hay un texto de Marx, en la Crítica de la Filosofía del Derecho de Hegel, que se cita hasta la saciedad: la religión es el opio del pueblo. Tiene razón, mucha razón. Pero unas líneas antes señala también, y eso no se cita tanto, que la religión es el sentimiento de un mundo sin corazón. Jesús fue esa expresión máxima del corazón: la petición de justicia a una realidad que no podía darla. Y su ejemplo fue el de desearla y exigirla. Hasta que la Modernidad, y con ella la Ilustración, no pudieron encontrar esa exigencia de algo más que escapaba a la propia realidad en el sujeto, el discurso de Jesús, exigirle más al mundo a través de la, falsa, trascendendia, resultó paradójicamente cierto y reivindicativo.
Ahora es falso. Pero ello no debe confundirnos. Porque cada vez que en las iglesias, sus monumentos funerarios como bien dijo Nietzsche, veamos una cruz sentiremos un sentimiento especial. Aquel que nos dice que hubo un tiempo en que el crucificado fue el símbolo de una Ilustración que aún no habia llegado realmente, aunque ya no lo sea. Y en honor a su pasado seguiremos siempre sintiendo con su visión la congoja de la esperanza de lo que pudo ser y, al tiempo ya por motivos actuales, de la más absoluta tristeza ante lo que ha sido.
3 comentarios:
El creador del mito crístico fue Marcos., alrededor del año 70. Marcos era compañero de Pablo de Tarso y naturalmente, no conoció a Jesús. Impregnado del ambiente propio de esa época, Marcos redacta el evangelio para convertir, y de ahí el carácter claramente propagandístico del texto y la alusión continua a hechos maravillosos. Para Marcos, Jesús es el emblema de todos los judios que rechazaban el ejército de ocupación romano y que como única arma disponían de la fe en un Dios que podía hacer milagros y liberarlos de la injusta opresión extranjera. Pablo se adueñó del personaje de Jesús, y lo dotó de ideas que reflejan su personalidad integrista y neurótica: el Jesús primitivo no estaba por el ideal ascético, ni odiaba a las mujeres, ni renegaba de lo corporal,....
Esta manipulación del concepto de Cristo sigue vigente en nuestros días.
Ha puesto Ud. palabras a un sentimiento. Al menos en mi caso, justifica el hecho de encontrarme ideológicamente acomodado en El Cristianismo, siendo ateo e incluso escéptico con la existencia de Jesús.
Creo que El Cristianismo ha sido y es la única cadena de transmisión de el conocimiento, la ética y el progreso que ha funcionado con éxito.
¿y cómo analiza usted, Don Epé, a los sevillanos, reserva occidental de la izquierda zepatera, con un 68% de votos, llora que te llora y reza que te reza por que escampara la lluvia para sacar a la de Triana?
Creo usted que confunde usted Religión y Filosofía con Folclore y Costumbrismo.
Sabiopelotas numbertwo
Publicar un comentario