Mucha culpa del empecinamiento en los debates lo tiene la confusión, premeditada o no, en el empleo y significado de las palabras. La filosofía analítica nos enseñó una pregunta fundamental en relación a esto: ¿qué quiere decir usted cuando dice tal palabra? Y era pregunta fundamental porque buscaba desde el principio conseguir que ya no se discutiera en el vacío sino desde la conciencia del significado de las palabras y con ello concretando el problema mismo.
El problema de las descargas en Internet es un problema muy interesante en este sentido. Efectivamente, en él, y fundamentalmente por parte de la SGAE, se está permanentemente utilizando un lenguaje falso que como Zanco Panco (Humpty Dumpty) busca organizarse de acuerdo al propio capricho. En primer lugar, por tanto, hay que puntualizar algunos temas.
Es falso, o sea: es mentira, que el problema de las descargas sea un problema de propiedad intelectual y de creación cultural. La propiedad intelectual de una obra guarda relación con la atribución de su autoría y respeto a la misma, cosa que nadie discute. Lo que plantea el auténtico problema aquí no es ese derecho sino la explotación comercial de la misma, es decir: lo que se discute no es sobre el carácter de autoría sino sobre la propiedad privaba de un medio de producción. O diciéndolo en otro lenguaje: no se habla del carácter cultural de la obra sino sobre su carácter como mercancía. Y este punto es básico para la discusión pues el fondo del problema no es estrictamente cultural, como quiere hacernos creer la SGAE, sino mercantil. Efectivamente, el problema de la descarga no es la cultura sino la industria de la cultura y las consecuencias en que a ella le afectan.
De hecho, el proceso cultural de la descarga es enriquecedor pues permite el más amplio acceso posible a una obra cultural –que realmente toda obra presentada en el mercado cultural sea cultural o no es otra cuestión- y un mayor conocimiento de las producciones del autor. Así, si un autor realiza su obra para ser conocida debería sentirse orgulloso de estar siendo bajado en P2P o en cualquier otro método de descarga pues ello implica una garantía de difusión. Sin embargo, si el autor califica prioritariamente su obra como trabajo, o sea: mercancía, cosa a la que en primera instancia podría tener derecho, la discusión ya no se realiza por su contenido, da igual vender salchichas que ideas, sino por su mercantilización.
Así, la prioridad del problema pasa del campo cultural, internet está llena de páginas gratuitas con contenido cultural -sea lo que sea eso-, al campo económico de la explotación de las mercancías. Pero además a un campo económico concreto: la propiedad de los medios de producción de una cierta industria. Efectivamente, las obras culturales con copyright son concebidas como medios de producción en la industria cultural. Así su verdadera función social no es la extensión cultural, pues en dicho caso, como ya hemos señalado, las descargas en la red serían obviamente la solución, sino el funcionar como mercancías independientemente de su valor cultural. Por ello, es falaz presentar el problema como una pérdida cultural pues el hecho cultural en cuanto tal no está ligado necesariamente a la industria de la cultura. De hecho, esta es algo reciente en la historia y, como otro elemento a analizar, va ligada, junto a otros factores sociológicos evidentes, al surgimiento del cine y la radio, a lo que luego se añadirá la televisión, como medios de masas en la sociedad estadounidense y luego mundial. Es precisamente esta realidad técnica, que implica la reproductibilidad innumerable de una obra, unida a la nueva capacidad económica de las clases emergentes, la que genera una realidad nueva de ocio que acaba siendo ocupada por una industria intermediaria, y al tiempo creadora de esas mismas necesidades, que lleva el producto a su consumo. Lo que ha ocurrido ahora es que la aparición de un nuevo desarrollo técnico, internet, ha vuelto inútil a esta industria intermediaria en la distribución de la mercancía. Y frente a ello, la industria, como lobby, lejos de adaptarse a la nueva realidad exige a papá estado que actúe, de forma similar a cualquier otra industria, con el proteccionismo. Ya lo tienen en el cine y ahora pretenden tenerlo en internet: un estado que proteja una industria obsoleta. Porque siempre se quiere economía de mercado para desproteger al otro pero proteccionismo para garantizar mis privilegios.
Pero alguien podría decir que precisamente la obra cultural no puede ser trataba como una mercancía más. Y es aquí donde empieza el discurso del privilegio. Si cada ser humano es tratado por el capitalismo desarrollado como mercancía no se entiende bien el discurso que pretende que la obra cultural, cuya presencia en el mercado como tal lo es por la existencia de una industria que busca el beneficio, sea algo más. Y si se empeñan en este algo más la solución es fácil: la descarga libre en internet que es la garantía de la difusión universal. No se trata pues, como pretende la SGAE, de una lucha por la cultura sino de una industria obsoleta que pretende mantener cautivo al consumidor cuando los medios técnicos deberían implicar su metamorfosis.
De esta forma, el auténtico problema social, y que es lo que auténticamente está en juego, no son las descargas sino la aparición de internet. El consumidor ya no está mediado por la dificultad o el precio y puede adquirir, de un modo u otro, la fuente originaria. En realidad, pues, la lucha es en relación a la forma de distribución de toda esa ingente información: o gratuita o de pago. Efectivamente, la realidad técnica de internet ha revolucionado económicamente la industria de la información y el problema radica en esa batalla. Si bien la televisión y la radio ya iniciaron un modelo de gratuidad en el acceso cultural, financiado por la publicidad, ninguna fue tan lejos como internet pues el control de la distribución y elaboración del producto seguía en manos de la propia industria a quien le daba igual el pago nominal, como la entraba de cine o el disco, o el pago financiado, con las anuncios. Sin embargo, la presencia de todo un canal gratuito de distribución y producción, como sería este mismo blog la página web de mis apuntes, es un solar convertido en parque público en mitad de una gran ciudad: algo que las empresas no pueden consentir. La lucha por el inmenso mercado que es internet es así la clave de todo el asunto. Se trata, por parte de la industria de la cultura y la industria de la información, de acabar con el internet gratuito, ya lo está haciendo con la televisión, y ganar terreno con el servicio de pago. Así, el internet casi todo gratis que hoy día conocemos se busca que acabe convertido en una reliquia del pasado y ello a través de dos grandes movimientos: por un lado la persecución penal de las descargas y el acceso gratuito a las obras; por otro, la generalización de la idea de que la calidad va unida al precio. El objetivo final no es pues acabar con las descargas, sino algo más: convertir la totalidad de internet en un mercado y los lugares gratuitos en minoría.
Nadie crea que esto es una lucha revolucionaria o cultural. Pero sí es, desde luego, una lucha importante. Contaba Burckhardt el lamento de los caballeros medievales ante la aparición de la pólvora pues esta permitía el acceso en el campo de batalla al populacho y la ruptura del privilegio guerrero (y por eso la cultura japonesa la prohibió). Del mismo modo una industria floreciente durante décadas y que surgió merced a una innovación técnica, conduciendo ella misma a la desaparición de una artesanía del ocio, quiere eliminar una técnica como su forma de supervivencia. Parece un asunto menor, pero que nadie olvide que sin pólvora nunca se hubiera tomado la Bastilla.
El problema de las descargas en Internet es un problema muy interesante en este sentido. Efectivamente, en él, y fundamentalmente por parte de la SGAE, se está permanentemente utilizando un lenguaje falso que como Zanco Panco (Humpty Dumpty) busca organizarse de acuerdo al propio capricho. En primer lugar, por tanto, hay que puntualizar algunos temas.
Es falso, o sea: es mentira, que el problema de las descargas sea un problema de propiedad intelectual y de creación cultural. La propiedad intelectual de una obra guarda relación con la atribución de su autoría y respeto a la misma, cosa que nadie discute. Lo que plantea el auténtico problema aquí no es ese derecho sino la explotación comercial de la misma, es decir: lo que se discute no es sobre el carácter de autoría sino sobre la propiedad privaba de un medio de producción. O diciéndolo en otro lenguaje: no se habla del carácter cultural de la obra sino sobre su carácter como mercancía. Y este punto es básico para la discusión pues el fondo del problema no es estrictamente cultural, como quiere hacernos creer la SGAE, sino mercantil. Efectivamente, el problema de la descarga no es la cultura sino la industria de la cultura y las consecuencias en que a ella le afectan.
De hecho, el proceso cultural de la descarga es enriquecedor pues permite el más amplio acceso posible a una obra cultural –que realmente toda obra presentada en el mercado cultural sea cultural o no es otra cuestión- y un mayor conocimiento de las producciones del autor. Así, si un autor realiza su obra para ser conocida debería sentirse orgulloso de estar siendo bajado en P2P o en cualquier otro método de descarga pues ello implica una garantía de difusión. Sin embargo, si el autor califica prioritariamente su obra como trabajo, o sea: mercancía, cosa a la que en primera instancia podría tener derecho, la discusión ya no se realiza por su contenido, da igual vender salchichas que ideas, sino por su mercantilización.
Así, la prioridad del problema pasa del campo cultural, internet está llena de páginas gratuitas con contenido cultural -sea lo que sea eso-, al campo económico de la explotación de las mercancías. Pero además a un campo económico concreto: la propiedad de los medios de producción de una cierta industria. Efectivamente, las obras culturales con copyright son concebidas como medios de producción en la industria cultural. Así su verdadera función social no es la extensión cultural, pues en dicho caso, como ya hemos señalado, las descargas en la red serían obviamente la solución, sino el funcionar como mercancías independientemente de su valor cultural. Por ello, es falaz presentar el problema como una pérdida cultural pues el hecho cultural en cuanto tal no está ligado necesariamente a la industria de la cultura. De hecho, esta es algo reciente en la historia y, como otro elemento a analizar, va ligada, junto a otros factores sociológicos evidentes, al surgimiento del cine y la radio, a lo que luego se añadirá la televisión, como medios de masas en la sociedad estadounidense y luego mundial. Es precisamente esta realidad técnica, que implica la reproductibilidad innumerable de una obra, unida a la nueva capacidad económica de las clases emergentes, la que genera una realidad nueva de ocio que acaba siendo ocupada por una industria intermediaria, y al tiempo creadora de esas mismas necesidades, que lleva el producto a su consumo. Lo que ha ocurrido ahora es que la aparición de un nuevo desarrollo técnico, internet, ha vuelto inútil a esta industria intermediaria en la distribución de la mercancía. Y frente a ello, la industria, como lobby, lejos de adaptarse a la nueva realidad exige a papá estado que actúe, de forma similar a cualquier otra industria, con el proteccionismo. Ya lo tienen en el cine y ahora pretenden tenerlo en internet: un estado que proteja una industria obsoleta. Porque siempre se quiere economía de mercado para desproteger al otro pero proteccionismo para garantizar mis privilegios.
Pero alguien podría decir que precisamente la obra cultural no puede ser trataba como una mercancía más. Y es aquí donde empieza el discurso del privilegio. Si cada ser humano es tratado por el capitalismo desarrollado como mercancía no se entiende bien el discurso que pretende que la obra cultural, cuya presencia en el mercado como tal lo es por la existencia de una industria que busca el beneficio, sea algo más. Y si se empeñan en este algo más la solución es fácil: la descarga libre en internet que es la garantía de la difusión universal. No se trata pues, como pretende la SGAE, de una lucha por la cultura sino de una industria obsoleta que pretende mantener cautivo al consumidor cuando los medios técnicos deberían implicar su metamorfosis.
De esta forma, el auténtico problema social, y que es lo que auténticamente está en juego, no son las descargas sino la aparición de internet. El consumidor ya no está mediado por la dificultad o el precio y puede adquirir, de un modo u otro, la fuente originaria. En realidad, pues, la lucha es en relación a la forma de distribución de toda esa ingente información: o gratuita o de pago. Efectivamente, la realidad técnica de internet ha revolucionado económicamente la industria de la información y el problema radica en esa batalla. Si bien la televisión y la radio ya iniciaron un modelo de gratuidad en el acceso cultural, financiado por la publicidad, ninguna fue tan lejos como internet pues el control de la distribución y elaboración del producto seguía en manos de la propia industria a quien le daba igual el pago nominal, como la entraba de cine o el disco, o el pago financiado, con las anuncios. Sin embargo, la presencia de todo un canal gratuito de distribución y producción, como sería este mismo blog la página web de mis apuntes, es un solar convertido en parque público en mitad de una gran ciudad: algo que las empresas no pueden consentir. La lucha por el inmenso mercado que es internet es así la clave de todo el asunto. Se trata, por parte de la industria de la cultura y la industria de la información, de acabar con el internet gratuito, ya lo está haciendo con la televisión, y ganar terreno con el servicio de pago. Así, el internet casi todo gratis que hoy día conocemos se busca que acabe convertido en una reliquia del pasado y ello a través de dos grandes movimientos: por un lado la persecución penal de las descargas y el acceso gratuito a las obras; por otro, la generalización de la idea de que la calidad va unida al precio. El objetivo final no es pues acabar con las descargas, sino algo más: convertir la totalidad de internet en un mercado y los lugares gratuitos en minoría.
Nadie crea que esto es una lucha revolucionaria o cultural. Pero sí es, desde luego, una lucha importante. Contaba Burckhardt el lamento de los caballeros medievales ante la aparición de la pólvora pues esta permitía el acceso en el campo de batalla al populacho y la ruptura del privilegio guerrero (y por eso la cultura japonesa la prohibió). Del mismo modo una industria floreciente durante décadas y que surgió merced a una innovación técnica, conduciendo ella misma a la desaparición de una artesanía del ocio, quiere eliminar una técnica como su forma de supervivencia. Parece un asunto menor, pero que nadie olvide que sin pólvora nunca se hubiera tomado la Bastilla.
7 comentarios:
Primero señalar que estoy absolutamente de acuerdo en que no es una lucha menor. Que otros le pongan el calificativo que quieran... revolucionaria, cultural, libertaria,... Lo importante es pensar que en ella nos va la posibilidad de un campo abierto. Sin eso ser positivo o feliz por sí mismo, si es al menos un posibilidad de realidades no dadas aún o posibilidad de posibilidades o posibilidades de ser... aún no controlada exhaustivamente. Lo cual genera una plaza pública sin ocupar aún y que según se ocupa, así mismo se desocupa para iniciar el proceso. No sé si me explico bien.
Quiero decir que sin internet tal y como ahora lo conocemos hubieran sido imposibles los movimientos más interesantes actualmente de propuestas de otras realidades posibles. Y que el tema de las descargas y la propiedad intelectual de las descargas es no más que un enmascaramiento del problema básico y último, es decir, fundamental: el control de lo que hasta ahora no logran controlar del todo. La red de redes. Internet.
Por lo claro y didáctico de su exposición pido permiso Sr. Mesa para difundir su texto en otros foros, correos electrónicos y similares (siempre explicito la autoría y prosedencia, respeto filológico obliga) pues yo nunca soy capaz de explicarlo con tanta elegancia, sabiduría y licidez.
El Sanfe.
Usted se equivoca Mesa a la hora de entender que hace la industria cultural. Usted apunta: "la industria, como lobby, lejos de adaptarse a la nueva realidad exige a papá estado que actúe, de forma similar a cualquier otra industria, con el proteccionismo."
Eso es incorrecto, la SGAE no ha parado de aumentar sus beneficios desde la aparición de Internet. No olvidemos los royalties que pagan los Media tradicionales, los bares, las compañías de IT, etc. Internet ha supuesto la aparición del canon y de nuevas formas de comerciar con la cultura.
¿Cuantos videoclubs habrán cerrado? ¿Y a quien le importa eso? Sólo cambia el soporte. Ellos se han adaptado perfectamente al nuevo formato. Están ganando dinero a "espuertas", usted se equivoca: de obsoletos no tienen nada pues están imponiendo a los consumidores sus demandas. ¿Y cual es su fin?¿Qué persiguen? Ahí, ha acertado buscan que Internet sea totalmente de pago, y usted no se equivoque, Internet no es gratuito. Internet, cuesta una buena pasta mensual y no veas cuando suban la tarifa eléctrica lo que va a costar. Internet es caro, es un capricho y ellos lo que buscan es ganar dinero en ese mundo virtual. Como usted dice: "El objetivo final no es pues acabar con las descargas, sino algo más: convertir la totalidad de internet en un mercado y los lugares gratuitos en minoría."
Y lo van a conseguir.
Tiene Ud. Razon, una cosa es el trabajo del “autor” y otra la fabricación, distribución y venta de rosquillas (CD, DVD).
Ninguna de las dos cosas, tiene obligatoriamente que incluirse como actividad relacionada con la cultura. O si, dependiendo de si al hablar de cultura incluimos por ejemplo el “Obladi Oblada” de los Beatles, el “No me molestes mosquito” de Iggy Pop, películas como “El fontanero su mujer y otras cosas de meter” o una novela de Almudena Grandes.
Tenga razón o no la SGAE. de si vamos a acabar con la cultura, o cuando nos compare con narcotraficantes, a los que descargamos de internet. Donde tiene indiscutiblemente razón es en la actividad que declara: Sociedad para la gestión de los derechos de los autores.
SGAE es la sociedad para recaudar el rendimiento del TRABAJO de los autores. para que estos, con el fruto de su trabajo, igual que un maestro o un conductor de autobús, pueda pagar la hipoteca de su casa, las gambas del domingo y recargar la tarjeta del móvil.
Un autor, pierde la propiedad de su obra, pero no los derechos sobre esta. Si edita su obra, la propiedad pasa a ser de la editora y esta puede venderla a otra editorial, sin contar con el autor. El beneficio del trabajo del autor, no está la venta de discos o de libros. Y tampoco está en los conciertos, obviamente hay autores que no cantan ni tocan. No todos son Metallica ni Jager & Richard.
Estoy hablando de rendimiento del trabajo y no de cultura. Con la aparición de Internet, el rendimiento del trabajo de los autores, se lo han apropiado las empresas de comunicación que venden ADSL y alta velocidad en transmisión de datos y como consecuencia, los otros beneficiados, son los fabricantes de reproductores de los datos trasmitidos.
Acertaría plenamente si dijera que el 100% de ADSL casero está destinado a la descarga de música y películas. Y también acertaría si dijera, que si se aplicara una ley justa donde los autores cobraran por la utilización de su creación, desaparecería el ADSL de alta velocidad de los hogares. Nadie necesita 3Mb, para leer noticias y revisar el correo en internet, con 500K sobra.
Con el “Canon” se consigue algo justo, que los autores no pierdan su parte del pastel; pero de manera injusta.
Esto es como el PER (subsidio agrario que ahora se llama de otra forma, pero se cobra igual), se hizo como medida transitoria, mientras se preparaba la Reforma Agraria. Pero 30 años después, desapareció todo tipo de industria agraria, los trabajadores siguen cobrando por no trabajar y los terratenientes por no cultivar. Y de la Reforma ni se habla.
Y En este caso, nosotros descargamos legalmente, los autores reciben rendimientos ajenos a su trabajo y desaparece la industria discográfica.
Quien ha demostrado su efectividad sin lugar a dudas es la SGAE.
Ójala yo tuviera un sindicato que me defendiera así.
1.- Permiso concedido, D. El Sanfe para ello. Y desde ahora tenga siempre por cierto que este autor tiene como finalidad ser leído.
2.- D. Pocholo: es quee so es precisamente recurrir a "papá estado": generar unas leyes que me permiten sobrevivir sin necesidad de transformarme. Y eso es lo que ha heco la SGAE.
3.- D. Oyente: que no y me sorprende. Usted como buen liberal que creo es no puede defender que un autor debe ser recompensado al margen del mercado. Y el mercado es este de internet. Lo que no se puede pedir es economía de mercado para los albañiles, sube el paro en mayo, y proteccionismo para los "creadores".
Mesa, usted se equivoca. La SGAE no es una industria que gracias a su influencia política ha conseguido mantener sus ingresos explotando un negocio obsoleto. No señor, la SGAE es una entidad que gracias a Internet ha visto aumentar "astronómicamente" sus ingresos. Es decir, la SGAE ha crecido gracias a Internet. Es cuestión de matices, yo opino que han sabido ganar en los despachos lo que han sido incapaces de ganar en la vida real.
Es decir, un lobby ha conseguido que el Estado asuma por completo sus demandas y se está forrando desmesuradamente a costa de los demás ciudadanos.
Repito, yo pienso que la SGAE ha aumentado sus ingresos gracias a Internet. Antes, sus ingresos eran muy inferiores.
Es decir:
MANTENER NO ES IGUAL A INCREMENTAR.
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O sea la SGAE ,se ha transformado para conseguir que el gobierno legisle a su favor.
En ningún momento he negado su tesis principal. Lo que pasa es que yo no me creo lo del libre mercado. Pienso que es una teoría para bobos.
Vamos que no soy un liberal.
Don E.P. Mesa, bastaría con que los autores pudieran cobrar su trabajo, como Ud. y como yo.
Y no tuvieran que esparar a que Luis Candelas, reparta el botín, para poder pagar el recibo de la luz.
Y luego, después de cobrar su trabajo, si quieren se adaptan, o no, a los nuevos tiempos que Ud quiera, o se apuntan a una ETT de esas que nos han traido los nuevos sindicatos, adaptados a los nuevos tiempos.
Jajajaja, tengo por cierto, y muy cierto, que el propósito de todo texto, y por tanto su autor, es el de ser leídos. Pero una cosa es que esa sea la intención y otra que se pueda disponer de cualquier manera de las palabras ajenas. Un mínimo respeto a la autoría y procedencia es obligado. Y en ese respeto entiendo el pedir permiso para la disponibilidad de difusión fuera de este su blog del artículo. Agradecido. sinceramente por dicho permiso.
Es curioso, de mis textos y palabras (orales y escritas) siempre digo y casi exijo que para mal o para bien se les de libre y fecunda difusión. Y para hacer lo mismo con las ajenas soy un puritano de collons. (Y se me perdone el catalanismo, pero me parece siempre más sonoro y delicado un collons que un cojones). Fijate tú.
El Sanfe.
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