domingo, noviembre 02, 2008

VIDA INTERIOR/14: MUERTOS

¿Quién de nosotros no tiene una vida interior muy grande? ¿Y qué poeta no nos la cuenta una y otra vez? En esta sección mi alma se desnudará.Incluso he comprado una nueva para tenerla más grande. Porque, en el fondo, yo también quiero ser feliz.



DÍA DE DIFUNTOS

Una sepultura en el cementerio de la Almudena

y DÍA DE LAS ÁNIMAS


Otras sepulturas, en el mismo cementerio


El rumor es éste: Bartleby había sido un empleado subalterno en la Oficina de Cartas Muertas de Washington, del que fue bruscamente despedido por un cambio en la administración. Cuando pienso en este rumor, apenas puedo expresar la emoción que me embargó. ¡Cartas muertas!, ¿no se parece a hombres muertos? Concebid un hombre por naturaleza y por desdicha propenso a una pálida desesperanza. ¿Qué ejercicio puede aumentar esa desesperanza como el de manejar continuamente esas cartas muertas y clasificarlas para las llamas? Pues a carradas las queman todos los años. A veces, el pálido funcionario saca de los dobleces del papel un anillo -el dedo que iba destinado tal vez ya se corrompe en la tumba-; un billete de banco remitido en urgente caridad a quien ya no come, ni puede ya sentir hambre; perdón para quienes murieron desesperados; esperanza para los que murieron sin esperanza, buenas noticias para quienes murieron sofocados por insoportables calamidades. Con mensajes de vida, estas cartas se apresuran hacia la muerte.


¡Oh Bartleby! ¡Oh humanidad!



Herman Melville, Bartleby, el escribiente.

2 comentarios:

Eloy Garavís dijo...

Mire usted qué post más bonito le ha salido, con sus sepulturas y todo.

Un Oyente de Federico dijo...

Abert Boadella cuenta en sus memorias que, al ir a visitar junto con su compañía “Els Joglars” la tumba de Josep Pla, se encontraron desazonados, ante la imposibilidad de expresar los sentimientos que les embargaban, cosa, que señaló, particularmente grave cuando les sucede a unos profesionales de la escena.
«Nuestras militancias agnósticas parecían impedir el acto sensato de la oración, que, paradójicamente, tampoco sabíamos cómo sustituir.»
A falta de mejor solución, se limitaron a tocar la tumba con la mano y a dar una vuelta a su alrededor.
De tal forma, cuenta, «con aquel signo primario acabábamos de retroceder al menos doscientos siglos; habíamos saltado a un ciclo en que el hombre aún era incapaz de formular la expresión de sus sentimientos de manera más compleja».
Y concluye: «El rudimentarismo de la progresía, con su rechazo compulsivo de la tradición, nos había hecho retroceder hasta las épocas remotas de la humanidad, tal como las artes plásticas lo venían acreditando».