El fin de la eduación no es, al menos no debería ser, el adoctrinamiento. Uno supone que cuando se entra en clase lo que se busca no es que los alumnos piensen como uno mismo, por más que crea que uno tiene siempre razón, sino que piensen por sí mismos: al fin y al cabo esa es su profesión y es, tal vez, la más hermosa e importante. Uno tiene puesto en el aula, justo encima de la pizarra y en medio de la serie de fotos de los filósofos que se tratan en los diversos temarios y no de aquellos que están más próximos a sus ideas, no un crucifijo, no al Che Guevara, no a un autor concreto, ni tan siquiere una estampa de niños pobres, sino una frase: Sapere aude (ten el valor de servirte de tu propio entendimiento). Es una vieja frase de Kant que no dice que haya que ser kantianos ni que haya que estar de acuerdo con él sino sólo exige -¿solo exige?- que hay que pensar: ese es el lema, decía aquel filósofo, de la Ilustración. Y uno cree, tal vez sólo porque aún le gusta creer cosas así, que da clase para eso. Que se da clase para eso.
Tratar con respeto a los niños es, precisamente, tratarles como a niños no para que sigan siéndolo eternamente sino para que un día lleguen a ser adultos. No se trata pues de tratarles solo infantilmente, pues entonces se les negaría su desarrollo posterior al no exigirles nada más que aquello que en la actualidad pueden dar y acomodarles exclusivamente al tiempo presente, ni tratarles ya como adultos, pues entonces se negaría el hecho actual de que son solo niños y no pueden asumir las responsabilidades de los adultos. Se trata, en definitiva, de tratarles como un proyecto. Y por eso, el respeto a los niños implica su no utilización en cosas de adultos -todavía no lo son- pero al tiempo en prepararles para poder intervenir en ellas. Es difícil sin duda esta tarea pero cada día miles de profesores y millones de padres, esos mismos individuos a los que por cierto tanto profesor mira por encima del hombro, la realizan con bastante eficacia: no resulta, pues, imposible. No debe, por tanto, socializar a los niños en el dogmatismo o en determinadas creencias -por más que se considere, con razón o sin ella, que dichas creencias son las verdaderas-. Ni tan siquiera, observen, se debe socializar a los niños en mis creencias o en las suyas, estimado lector. Habrá que, por supuesto, educar a los niños de acuerdo a ciertas pautas de comportamiento social, y que en la escuela se limitarían a los valores del respeto a las personas, la libre exposición de las ideas y la racionalización de las mismas y el gobierno democrático de la sociedad junto con tal vez alguna más de contenido igualmente general, pero no dar a estos valores un contenido concreto y exacto frente a otros: no se trata de que el alumno aprenda que estas ideas concretas sean mejor que estas otras, que esta filosofía determinada sea la verdadera, que esta política sea la acertada . Eso, qué idea concreta es mejor, deben elegirlo ellos cuando tengan, por su madurez, dicha posibilidad. Y mientras tanto la labor de los profesores, que asisten a clase como profesionales y no solo como individuos concretos con determinadas ideologías o incluso ideas, es la de enseñar a los alumnos a pensar por sí mismos. Y, por supuesto, para ello les enseñan, les intentamos enseñar, ciertas cosas y ciertas teorías, ciertas ideas y ciertas obras, ciertos pensamientos, pero no como creencias concretas que deben aceptar sino como instrumentos que deben utilizar para llegar a generar una conciencia crítica. Pues lo que sí debemos enseñar es que hay que argumentar las ideas y meditarlas y que, por ello, no todas las ideas son iguales. Y pensarlas será su tarea lejos de nuestro adoctrinamiento.
Hace poco escribí aquí un artículo en contra de la presencia de los crucifijos en las aulas. Señalaba igualmente el sapere aude kantiano como el referente educativo. Lo mismo dicho allí prácticamente, y lo que añado ahora, me lleva a estar a contra de organizar caceloradas en el recreo en contra de los asesinatos llevados a cabo por el ejército israelí en Gaza. No importa la ideología que se defienda detrás de la sucia acción de sacar a niños como comparsas tanto como que la educación no es adoctrinamiento. Los niños no son, al menos no deben ser, objeto de manipulación por más que se señale una presunta voluntariedad de los mismos que resulta a todas luces absurda a esas edades. Sencillamente lo que convocó -y algunos profesores -¿profesores?- han apoyado- el Consejo Municipal de Educación de Rivas Vaciamadrid (Madrid) es una muestra de ese fondo reaccionario que perdura en la autoproclamada izquierda y que sigue buscando, como en sus mejores momentos, la creencia, el dogmatismo y la barbaríe sobre la Ilustración. Sacar a niños al recreo –lo repito: a niños- para protestar por hechos políticos es algo tan moralmente repugnante que solo cabe ya en la cabeza de quien se siente en tal posesión de la verdad que incluso niega que los futuros ciudadanos puedan llegar a pensar distinto que él. Es, en el fondo y en la forma, lo mismo que mantener el crucifijo en clase pero cambiando la imagen del cristo por la de otra campaña publicitaria. Pues en realidad hablamos de campaña publicitaria, de lemas y consignas, cuando el público al que se dirige la acción está imposibilitado, por su edad, a entender y refelexionar sobre aquello con lo que se le bombardea. Es, en fin, pura y sucia manipulación.
Las ideologías totalitarias tienden a buscar la pura identificación y para ello niegan la conciencia individual porque consideran que nadie puede pensar distinto a ellas. En el caso de los niños, aún sin una capacidad racional plenamente formada, el trabajo es aún más sencillo: el adoctrinamiento busca eliminar ya de raíz incluso la posibilidad del surgir de la alternativa. Por eso, hay quienes defienden la religión en la escuela y por eso hay quienes defienden las caceroladas en los recreos. Se trata de uniformar, de adoctrinar, de aborregar. No se trata, en definitiva, de educar. Al fin y al cabo, como en el final de Rebelión en la Granja, los cerdos presuntamente revolucionariosy los presuntamente humanos opresores resultaron ser los mismos.
Tratar con respeto a los niños es, precisamente, tratarles como a niños no para que sigan siéndolo eternamente sino para que un día lleguen a ser adultos. No se trata pues de tratarles solo infantilmente, pues entonces se les negaría su desarrollo posterior al no exigirles nada más que aquello que en la actualidad pueden dar y acomodarles exclusivamente al tiempo presente, ni tratarles ya como adultos, pues entonces se negaría el hecho actual de que son solo niños y no pueden asumir las responsabilidades de los adultos. Se trata, en definitiva, de tratarles como un proyecto. Y por eso, el respeto a los niños implica su no utilización en cosas de adultos -todavía no lo son- pero al tiempo en prepararles para poder intervenir en ellas. Es difícil sin duda esta tarea pero cada día miles de profesores y millones de padres, esos mismos individuos a los que por cierto tanto profesor mira por encima del hombro, la realizan con bastante eficacia: no resulta, pues, imposible. No debe, por tanto, socializar a los niños en el dogmatismo o en determinadas creencias -por más que se considere, con razón o sin ella, que dichas creencias son las verdaderas-. Ni tan siquiera, observen, se debe socializar a los niños en mis creencias o en las suyas, estimado lector. Habrá que, por supuesto, educar a los niños de acuerdo a ciertas pautas de comportamiento social, y que en la escuela se limitarían a los valores del respeto a las personas, la libre exposición de las ideas y la racionalización de las mismas y el gobierno democrático de la sociedad junto con tal vez alguna más de contenido igualmente general, pero no dar a estos valores un contenido concreto y exacto frente a otros: no se trata de que el alumno aprenda que estas ideas concretas sean mejor que estas otras, que esta filosofía determinada sea la verdadera, que esta política sea la acertada . Eso, qué idea concreta es mejor, deben elegirlo ellos cuando tengan, por su madurez, dicha posibilidad. Y mientras tanto la labor de los profesores, que asisten a clase como profesionales y no solo como individuos concretos con determinadas ideologías o incluso ideas, es la de enseñar a los alumnos a pensar por sí mismos. Y, por supuesto, para ello les enseñan, les intentamos enseñar, ciertas cosas y ciertas teorías, ciertas ideas y ciertas obras, ciertos pensamientos, pero no como creencias concretas que deben aceptar sino como instrumentos que deben utilizar para llegar a generar una conciencia crítica. Pues lo que sí debemos enseñar es que hay que argumentar las ideas y meditarlas y que, por ello, no todas las ideas son iguales. Y pensarlas será su tarea lejos de nuestro adoctrinamiento.
Hace poco escribí aquí un artículo en contra de la presencia de los crucifijos en las aulas. Señalaba igualmente el sapere aude kantiano como el referente educativo. Lo mismo dicho allí prácticamente, y lo que añado ahora, me lleva a estar a contra de organizar caceloradas en el recreo en contra de los asesinatos llevados a cabo por el ejército israelí en Gaza. No importa la ideología que se defienda detrás de la sucia acción de sacar a niños como comparsas tanto como que la educación no es adoctrinamiento. Los niños no son, al menos no deben ser, objeto de manipulación por más que se señale una presunta voluntariedad de los mismos que resulta a todas luces absurda a esas edades. Sencillamente lo que convocó -y algunos profesores -¿profesores?- han apoyado- el Consejo Municipal de Educación de Rivas Vaciamadrid (Madrid) es una muestra de ese fondo reaccionario que perdura en la autoproclamada izquierda y que sigue buscando, como en sus mejores momentos, la creencia, el dogmatismo y la barbaríe sobre la Ilustración. Sacar a niños al recreo –lo repito: a niños- para protestar por hechos políticos es algo tan moralmente repugnante que solo cabe ya en la cabeza de quien se siente en tal posesión de la verdad que incluso niega que los futuros ciudadanos puedan llegar a pensar distinto que él. Es, en el fondo y en la forma, lo mismo que mantener el crucifijo en clase pero cambiando la imagen del cristo por la de otra campaña publicitaria. Pues en realidad hablamos de campaña publicitaria, de lemas y consignas, cuando el público al que se dirige la acción está imposibilitado, por su edad, a entender y refelexionar sobre aquello con lo que se le bombardea. Es, en fin, pura y sucia manipulación.
Las ideologías totalitarias tienden a buscar la pura identificación y para ello niegan la conciencia individual porque consideran que nadie puede pensar distinto a ellas. En el caso de los niños, aún sin una capacidad racional plenamente formada, el trabajo es aún más sencillo: el adoctrinamiento busca eliminar ya de raíz incluso la posibilidad del surgir de la alternativa. Por eso, hay quienes defienden la religión en la escuela y por eso hay quienes defienden las caceroladas en los recreos. Se trata de uniformar, de adoctrinar, de aborregar. No se trata, en definitiva, de educar. Al fin y al cabo, como en el final de Rebelión en la Granja, los cerdos presuntamente revolucionariosy los presuntamente humanos opresores resultaron ser los mismos.
12 comentarios:
No digo que no tenga usted razón en este artículo, porque la tiene. Sólo en éste, de los últimos que he leído, y con matices, aunque es cierto que desde la política actuamos frecuentemente mal. En otros artículos que ha escrito antes, en cambio, no tiene razón. Sin embargo, con razón o sin ella, don EP, su pensamiento es siempre paralizante y lleva a la inacción.
pero no se escribe "sapere AUDI", que significa algo así como aprenderás a tener un audi"?
Como en el caso de la educación y los maestros, cuando se mete Ud a Fondo en un tema, no deja resquicio razonable para no estar de acuerdo con Ud.
Cualquier padre cristiano, busca a la hora de elegir colegio para sus hijos, justamente lo que Ud. plantea y que hasta ahora solo está garantizado en los colegios católicos.
Pero si el laicismo público, fuera como Ud. propone, a mi me hubiera dado igual, público que concertado. En ese aspecto, porque en cuanto a esfuerzo, rendimiento, dinámica de trabajo, los públicos siguen estando a años luz de los católicos.
En su planteamiento me queda un hueco, que me genera inseguridad: “Habrá que, por supuesto, educar a los niños de acuerdo a ciertas pautas de comportamiento social”.
¿Cuales son esas pautas? Bueno, confio en su buen criterio.
Cuando busqué colegio para mi hija, lo principal era mantenerla alejada, del dogmatigmo calimochero de la izquierda. Y lo conseguí en parte.
No hubiera aguantado el enterarme de que los profesores la utilizaran, como en Rivas, para apoyar a una secta religiosa que utiliza simbolos nazis, para matar judios y homosexuales.
O como en el 2003, para salir con la pegatina en el baby de “no a la guerra” y hacer de comparsa para los que bombardearon Irak en 1991.
D.Ricardo usted se equivoca al juzgar el pensamiento de D.Enrique como paralizante. Don EP en su bitácora simplemente está criticando cosas que no le gustan de la realidad, en ningún momento está diciendo que no debamos hacer nada contra la barbarie. Fíjese bien, en este artículo don EP dice que es vergonzoso manipular a los niños con fines políticos y usted, que le da la razón, afirma implícitamente que el fin justifica los medios con el argumento siguiente: "su pensamiento es siempre paralizante y lleva a la inacción". O sea, nosotros nos hemos equivocado al manipular a los niños, ya que eso es feo, pero nosotros al menos hacemos algo para cambiar las cosas mientras que si le hiciéramos caso a usted nunca haríamos nada.
Me imagino que Don EP le contestaría con un "Sapere aude" de los suyos. Es decir, nadie dice que no se deba hacer nada ante la barbarie, ni don EP, simplemente deben ustedes ser más críticos con la realidad y actuar de manera más inteligente. Don EP no es un político profesional es un profesor de secundaria y él ya hace cosas para cambiar la realidad, entre otras este blog o su web. Mírese por un momento a si mismo. Usted es un "bloguero" muy prolífico. Escribe casi cada día ¿De donde saca el tiempo? Me imagino que tiene una profesión que le permite dedicar tiempo a Internet, tanto a escribir como a contestar a sus lectores de manera casi instantánea o, que le permite dedicar tiempo a promocionar su blog escribiendo en otros foros y blogs y dándose a conocer por la red. Tiene usted mucha suerte. Pero tal vez, si en vez de dedicar tanto tiempo a Internet se parara usted a pensar un poco, sólo un poco, podría usted razonar más profundamente y proponer cosas más inteligentes sobre como actuar frente al conflicto arabe-israelí que empezó probablemente en 1928 y modificar su posición política al respecto que está anclada en un profundo maniqueísmo (Los palestinos son los buenos y los israelís son los malos) Decía un líder árabe criticando a la UE que esta debería pagar los platos rotos por su inacción en el conflicto reconstruyendo de nuevo las infraestructuras de Gaza, como si eso fuera una obligación de los europeos, una deuda moral. Supongo que muchas empresas occidentales esperan aprovechar los suculentos contratos de reconstrucción de la franja para llevarse una buena pasta. Mi pasta, mi dinero, mi puto dinero. Mientras que si yo tengo un accidente laboral y estoy policontusionado me echan de la camilla y me ponen en una silla de ruedas porqué no tienen más camas libres y traumatología está colapsada. O bien, hace dos años por una Afasia que tuve en el puesto de trabajo me estoy desde las 9 de la mañana esperando en los pasillos de Urgencias de la Vall de Hebrón hasta la 1 de la madrugada para que me atiendan, saliendo a las 02:00 del hospital. Dicho de otra manera, ustedes le hacen el juego a Hamas contra Israel pero yo pago el pato, pero además literalmente.
Deberían ustedes pensar un poco más antes de actuar y a lo mejor les votaría más gente, lo digo por si fuese ese el objetivo final de su acción política.
Yo recuerdo que en la época de colegio o instituto (ya no me acuerdo) me sacaban de clase para guardar un minuto de silencio cuando había un atentado de ETA...
Oiga, D. Pocholo, es que me ha dejado usted sin nada que decir.
Por partes:
Sr. Oyente, "Pero si el laicismo público, fuera como Ud. propone, a mi me hubiera dado igual, público que concertado." creo que usted no entiende nada. De público o concertado. Digo.
Sr. Mesa, se le ha visto mucho el plumero. Demasiada identificación casual con Pocholo. Pero buen juego de espejos. Eso sí, le ha quedado algo aburrido. Dejé de leer al segundo párrafo. La hora, quizá.
El Sanfe.
D. El Sanfe:
Sr. Mesa, se le ha visto mucho el plumero. Demasiada identificación casual con Pocholo. Pero buen juego de espejos.
De verdad que no sé qué quiere decir usted.¿Se podría explicar un poco más, por favor?
Realmente Don Sanfe, tiene Ud. razón “no entiendo nada”.
Por localización a mi hija y a los otros crios del barrio, le correspondían dos posibles colegios públicos el “Calderón de la Barca” o el “Perú”
Ambas opciones, absolutamente descartadas. No había más que mirar la prensa, sobre todo en lo referente al “Calderón de la Barca”.
Optamos, por elegir otro barrio, Lavapiés, un concertado católico dirigido por monjas “Hermanas de la caridad”, el San Alfonso, con cuatro veces más inmigrantes que los que entonces podían tener los otros colegios del barrio, senegaleses, marroquís, filipinos (los únicos católicos), chinos, además de gitanos evangélicos.
Allí todo funcionaba como un reloj, no pasaba nada que las monjas no quisieran que pasara. Y ademas mantenían y mantienen un comedor gratuito para todo el que quiera ir, con papeles o sin papeles. Con menos fondos que un colegio público.
Era la época de la “banda del pegamento”, cuando cortaron el cuello a un colaborador de Esteban Ibarra (Jovenes Contra la Intolerancia) que tienen allí la sede.
La época dorada del costo marroquí (Pre-11M). Los camellos se acercaban al colegió, durante los recreos y a la salida. Desde el momento que se tuvo noticia de ello, las monjas salían a la calle a montar guardia y controlar las entradas y salidas de los crios.
Daba igual que el crío fuera negro, amarillo o verde, las monjas no estaban para esas sandeces.
Incomparable, tanto la preparación, como la educación o lo organizado que los criós tenían los trabajos, limpios, buena letra con la que salían del concertado.
Y realente como Ud dice, nunca entederé, porqué uno público no puede funcionar igual de bien, teniendo todavía más recursos que el concertado.
Dentro de las instalaciones del Colegio Público “Perú”, estaba el conservatorio musical “Ángel Arias”. Mi hija estuvo yendo por las tardes, hasta que en una protesta de los profesores por un problema de horarios con el Ministerio, se pusieron a dar clase a los niños en los retretes.
La amoralidad de los profesores, que les permite instrumentalizar a los crios, sólo se da con la impunidad que da lo público (lo que no es de nadie, que diría Carmen Calvo). En un colegio concertado ni se les ocurre.
Ahí se acabó la carrera “oficial” de música de mi hija.
Insisto en que sus palabras que entrecomillé me decían que no entiende nada de lo que es "público" y de lo que es "concertado".
Pero si el juego es que usted tiene que tener razón, pues ya está, la tiene y punto. Me empieza a hablar usted de otra cosa y entonces obviamente no puede usted dejar de tener razón. Pero claro, la conversación era otra.
En cuanto a su segunda conversación, que no tiene nada que ver con qué es "público" y qué es "privado", nada que decir. Los casos personales elevados a categoría suelen darme pereza. No entro en ellos.
El Sanfe.
Don Sanfe, creí que Ud se refería a que es con dinero público con lo que se financian tanto el público como el concertado y ambos se ajustan al plan que la administración correspondiente indique. Con la salvedad de que la gestión del concertado, es privada.
Y esta gestión privada es la que yo resaltaba en mi comentario.
Efectivamente, si no era esto a lo que Ud se refería, no tiene mucho sentido lo que yo le he contestado.
Disculpe mi desconocimiento.
La segunda conversación, tenía relación con el enunciado de Don Enrique "MANIPULAR NIÑOS". Es una experiencia propia.
D. Oyente, las palabras que entrecomillé empezaban con la referencia al laicismo. En su texto primero, las palabras parecían identificar laicismo con público y religión (imagino que católica) con privado. Era eso a lo que yo aludía. Ciertamente sin ser explícito del todo. Ese no ser explícito reconozco que es quizá descortesía dialogante.
En cuanto a cómo lo plantea usted en su tercer escrito, claro, ya es totalmente diferente. Y seguro que vamos a estar de acuerdo en casi todo. A pesar de todo, los casos particulares me sigue dando pereza elevarlos a representatividad. Siempre pienso que hay que tener cuidado en sacarlos de su sitio, el de casoso particulares. A mí mismo en lo que suelo escribir a veces me cuesta mucho para cumplir esto.
El sanfe.
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