miércoles, septiembre 16, 2009

LIBROS DE TEXTO: EL ROBO QUE NO CESA

Comienza el nuevo curso escolar, que me lo digan a mí, y los padres corren a gastarse, o a gastárselo el estado a través de subvenciones, una vergonzosa cantidad de dinero en unos libros de texto que nunca volverán a ser releídos. Ante este hecho de asalto a las economías, tal vez robo a mano armada, cabe al menos un análisis sosegado, o sea que se aburrirán. Pero es un tema, creánlo, más serio de lo que parece.

La primera cuestión sobre los libros de texto debe ser sobre su utilidad o inutilidad educativa y su eficacia. ¿Son útiles los libros de texto para la educación? ¿Son útiles a ese escandaloso precio? La utilidad es un concepto confuso en abstracto, siempre debe pues trasladarse a lo concreto. Y para ello lo mejor es referirse a los componentes de eso que de forma cursi se denomina comunidad educativa.

Empecemos por los profesores. ¿Por qué los profesores mandan libros de texto? Parece claro que debería formar parte de la labor docente el generar materiales propios y personales para dar las clases. Ello es así porque se supone que es el profesor quien mejor conoce qué deben saber sus alumnos, la selección y forma del currículo oficial, y como adaptar esta selección. Así, la creación de un material curricular propio debería, pues se puede presuponer que el profesor sabe qué necesitan sus alumnos mejor que una editorial ajena, ser un hecho incluido en la tarea docente. Sin embargo, y a pesar de lo anterior, la inmensa mayoría del profesorado prefiere, y ha preferido, mandar un producto estándar de dudosa valía para el alumnado concreto.

En segundo lugar, estarían los alumnos: ¿necesitan un libro de texto? Normalmente se sule responder a esta cuestión con algo real: los alumnos necesitan un soporte ya establecido sobre el cual comenzar. Es, generalmente, cierto. Sin embargo, que los alumnos necesiten un soporte no implica que el origen de ese mismo soporte tenga que ser un libro de texto pues bien podría ser el propio material del profesor colgado, por ejemplo, en una página web. Así, el alumno tendría ese material, pero al tiempo lo tendría gratis y adaptado a sus condicones. ¿No sería más eficaz tanto en su cuestión pedagógica como económica?

En cuanto a los padres está claro. Si resulta mejor la adaptación del propio profesor en sus apunte propios y además es gratuita, ¿para qué libros de textos?

Pero, ¿por qué entonces los profesores mandan libros de texto?

La respuesta tiene varias variables. En primer lugar, por supuesto, está la vaguería pura y dura: es infinitamente más cómodo mandar un libro de texto que hacerlo. Pero esta vaguería bien podría ser a priori o sobrevenida. Por supuesto, hay un tanto por ciento de funcionarios que son unos golfos auténticos, como en cualquier otro trabajo. Pero para aquellos que han llegado a la comodidad sobrevenida se debe analizar sus causas. Y el problema es que las causas son estructurales.

Como primera condición estriba el hecho de que en la función pública en general, y la docente en particular, trabajar más o menos da lo mismo absolutamente. No existe ningún tipo de incentivo, ni económico ni profesional, que motive a un perfeccionamiento de la propia tarea. Hacer apuntes cuesta esfuerzo, incluso vacaciones de esos tres meses que disfrutan los profesores -o al menos el sector que no usa dos para trabajar-, y el hecho cierto es que es más cómodo no hacerlo. Si ese esfuerzo no recibe reconocimiento alguno lo que acabará resultando será que nadie lo haga. Además, si la editoriales comienzan a regalar ordenadores y otros aparatos informáticos como ya hacen a los profesores por mandar sus carísimos libros, un escándalo del que nadie habla, el que siga manteniendo sus apuntes es idiota integral.

Pero hay más. Como la movilidad es una característica típica de este trabajo, un año se está en un centro y otro en otro, y el nombramiento de dicho puesto se da a finales de julio, es imposible que el profesor sepa qué materias va a dar hasta, como mucho, una semana antes de empezar el curso en septiembre. Así, lógicamente, uno se puede haber preparado un curso en verano y encontrarse con otro en septiembre. ¿Solución? 30 euros para los padres.
¿Y en la privada? La presencia de libros de texto es un negocio a priori: o bien el colegio manda una única editorial, que a cambio les premia, o bien él mismo vende los libros sacando un porcentaje. El profesor, por tanto, es el último en la elección.

Es falso, por tanto y a pesar de las apariencias, pretender que la culpa máxima es de los profesores, aunque culpa tienen. La privada es empresa para todo, incluido para explotar a sus trabajadores, y es la propia administración la que ha generado, con su desastre de gestión, el problema en la pública. Al fin y al cabo, sin ningún incentivo para producir su propio material curricular, ni económico ni de promoción, con el hándicap añadido de no saber hasta una semana antes que cursos dará y con los apoyos materiales que las editoriales dan a los profesores, o sea los regalos, el profesor que tiene sus propios materiales o es un idiota o no tiene vida propia –mi caso es el segundo, aunque no descarto el primero-.

Pero, ahora viene la otra pregunta: ¿por qué la administración pública no va en contra de una medida que le cuesta millones de euros en becas o material gratuito al año y que se podía ahorrar con algo tan simple como apoyar el material propio de sus profesores? ¿Por qué las asociaciones de padres como CEAPA, la autoproclamada progre, y CONCAPA, la de la derecha de toda la vida, no claman al cielo ante este hecho y sólo piden más becas o material gratuito, es decir: gasto público a favor de empresas privadas prescindibles? Tal vez la causa esté en que la administración pública, tan fiel a sus lobbys según vista a la derecha o vista a la izquierda, no se atreva a actuar con un negocio tan floreciente que implica a una clientela cautiva aunque entre esa clientela esté ella misma. Efectivamente, si ustedes revisan los grandes grupos editoriales educativos -¿educativos?- en España notarán que no falta de nada: multinacionales –Anaya, por ejemplo-; autodenominados progresistas –Santillana del grupo PRISA, por ejemplo-; y, por supuesto, la mayor industria educativa -¿educativa?- de este país, la Iglesia Católica –con SM, por ejemplo-. Así, el espectro poítico con poder de decisión está dominado de forma clara: vista a la derecha o vista a la izquierda. Por supuesto el futuro, no crean, es que el estado pague también los libros de texto a través de algo así como una ley autodenominada progresista o de apoyo a la familia, depende si es del PSOE o del PP, que solo favorecerá a esos grupos de presión pero que sin duda será presentada como democrática, solidaria y toda esa ñoñería.

Acabo de llegar a un nuevo instituto porque me tuve que ir, ¿o me echaron?, de aquel en que estaba fijo. Los profesores anteriores, que no podían saber si iban o no a repetir en el centro, pusieron sin embargo libro de texto para el nuevo curso: eso que no falte. Yo, imagino que ya saben, tengo una página web gratuita
-pringado, que eres un pringado-
desde la cual mis alumnos se descargan los apuntes. Ya no podrá ser, porque ahora no puedo decirles a gente que se ha gastado 30 euros en un libro de texto
-pringados también-
que no vale para mis clases.

La educación siempre gana. Ya saben.

5 comentarios:

odradek dijo...

no es privativo de este país. El año pasado la BBC preparó una plataforma de gran alcance con materiales, programas y extras dirigida a toda clase de personas que querían enseñanza a distancia. Tuvieron que cerrarla en una semana por las presiones del sector editorial privado.
Sigo pensando que una de las cosas particulares del postcapitalismo -el posterior a las ideologías- se caracteriza entre otras cosas porque el poder político, tal como solía entenderse, no existe al tratar cuestiones económicas. Ni aquí ni en Londres. Todo se supedita al equilibrio de mercados.

doscontratres dijo...

Pues con su permiso, además de seguir su blog, algo que hago desde hace unos meses, pasaré por la página que tiene creada para sus alumnos, a ver si hay algo que me sirva para mis clases de Educación para la Ciudadanía. Perdóneme el atrevimiento, pero soy profesor de música, y a pesar de los vínculos innegables entre ambas materias, ando un poco perdido.
Un saludo y gracias anticipadas

Hilda dijo...

Ni una sola coma que quitar ni añadir,simplemente de acuerdo en todo.
Es una lástima que en la política educativa de éste país no podamos contar con personas tan válidas,coherentes,lógicas y comprometidas como el "querido profesor".
¿Será cierto que no se le pueden pedir peras al olmo?¿nos dan lo que nos merecemos?

Gracias por seguir y no dejarse arrastrar por una comodidad e intereses mal entendidos.

Un saludo muy cariñoso de la madre de un antiguo alumno del DUQUE DE RIVAS,dónde desempeñó una mágnifica labor.

Se le extraña a pesar del tiempo transcurrido.

Un Oyente de Federico dijo...

Cuando iba al colegio, los libros servían de un año para otro.
Cuando mis padres asumieron la imposibilidad de hacerme estudiar me dijeron que vendiera o tirara los libros para que no estorbaran en casa.
Daban poco por ellos, pero los vendí.

Nunca me habia interesado lo que ponía en ellos y sólo los había abierto por obligación las pocas veces que fuí a clase. Pero cuando el librero me los cogió de las manos para quedárselos me produjo una angustia tremenda, en ese instante me di cuenta que no iba a aprender nada más y ya no me iba a enterar nunca del conocimiento que sus autores habían puesto dentro.

Desde entonces empece a comprar libros, casi siempre usados, pero igual de mágicos o sagrados que los nuevos, sólo les falta el característico olor a tinta oleosa.

Mi hija cargaba con pocos libros, porque las monjas les permitian dejarlos en la clase y sólamente cargaba con los que tenía que trabajar en casa ese día, pero los niños de las publicas cargaban con todos, parecían sherpas del Himalaya.
Los libros de texto son de una extraordinaria e innecesaria calidad. Era indignante ver una doble página en papel couche de 120gr, sólo conteniendo una hiperenfocada foto de unos cachorros de gatitos y su correspondiente pié de foto.
Si hubiera justicia el Ministro de Educación y el dueño de la editorial (religiosa o laica) tedría que pagar por vida el tratamiento a las escoliosis que han generado.

Los apuntes están bien, son muy útiles, pero son humo si no están respaldados por un libro. El libro para un alumno no debe de ser sólo el continente de la información, es una herramienta que tienen que admirar y cuidar además de aprender a utilizar.
Es como antiguamente un oficial enseñaba el oficio a un aprendiz, no sólo le decía que con el destornillador se sacaba el tornillo, también le enseñaba a limpiarlo a cuidarlo y a colocarlo, a sentir como suya esa herramienta.

Me han contado que en la tan referida Francia, los libros los pone el Estado y el alumno tiene que utilizarlo y cuidarlo de tal manera que le sirva a otro alumno al curso siguiente.
No sólo es el ahorro (sostenibilidad que se dice ahora), tanto o más importante es el habito inculcado a cuidar y respetar esa herramienta, y que esté en buen uso para el siguiente.

Brianda González Regás dijo...

Qué curioso, revisito esta publicación que gracias a Google sigue saliendo 20 años después cuando uno busca "robo de libros de texto" y ¿qué ha ocurrido tantos años después, gobiernos PP y PSOE cambiándose las sillas y manoseando la educación? pues nada... que el título de este post es, era y será lapidario por mucho que nos quejemos.
La verdad que cualquier razonamiento que haga uno al respecto de este tema termina provocando la risa de lo absurdo que resulta ser que haya pasado tanto tiempo y el robo continúe en la misma forma y modo. Da igual lo importante que sea el tema de la educación, da igual, el dineral estratosférico tirado a la basura por este tema de años y años de complicidad entre editoriales y gobiernos de todos los colores y regiones. Da igual lo que digamos, lloremos y pataleemos los pagadores y lo sinvergüenzas que sean los cobradores, da igual porque al final el niño termina el curso y vuelta a empezar el mismo cabreo e indignación de cada año cuando llega la "lista de los libros a comprar".