Corren malos tiempos para la investigación científica. Son tiempos de mito, de ñoño ecologismo -hay uno verdadero- y de pijos verdes. Al fin y al cabo, es fácil concebir la naturaleza como una madre cuando se vive de la tecnología y se graba el mundo salvaje con el iphone.
Norman Borlaug era un científico. Y muy serio. Logró que más gente comiera en el mundo mejor y más abundante comida de la que nunca hubo sobre la tierra.
Hoy en día, cuando se discute en sí mismo el transgénico -otra cosa es discutirlo en sus condiciones de uso de mercado capitalista concretas- o se cierran plantas nucleares mientras se siguen abriendo aquellas basadas en petróleo y gas, es bueno recordar que la técnica es, también como el arte y la filosofía, esencialmente humana. Y que la ciencia, como el mismo arte y la filosofía, es el máximo ejemplo no sólo de la racionalidad sino de aquello que debe considerarse como emancipatorio.
Norman Borlaug ha muerto. Y para siempre –desterremos otro mito-. Pero deberíamos hacer algo para que la idea de que lo racional debe guiar nuestro pensamiento no muera, y para siempre, con él. Porque lo racional y lo emancipatorio van juntos. Y así, esto es solo un pequeño homenaje.
Nota: el vínculo al nombre del Sr. Borlaug ha sido cambiado por uno nuevo que creemos explica mejor su labor.
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