lunes, marzo 22, 2010

CAPITALISMO Y EXPLOTACIÓN/2

En el anterior artículo, presentábamos la idea de que la forma de explotación capitalista era una novedad frente a todos los sistemas anteriores. Efectivamente, decíamos que todas las sociedades anteriores habían mantenido como hecho fundamental la explotación del trabajo humano, como fuerza exclusivamente productiva, pero que eso cambiaba en el Capitalismo. Y añadíamos al final del mismo, como hipótesis, que la novedad histórica residía en que el capitalismo lo que buscaba, y conseguía, era la explotación de la vida personal más allá del tiempo laboral. Pero, ¿qué queremos decir con eso?

Primero hagamos una diferenciacion que en parte es un resumen. Las sociedades tradicionales, entendiendo esto como no capitalistas, explotaban el trabajo físico de sus individuos: la producción dependía de ello. Sin embargo, la vida fuera del trabajo, la vida del ocio para explicarnos, no generaba beneficio económico alguno entre otras razones porque era un tiempo libre sin actividad económica. Esto no quiere decir, por supuesto, que fuera un tiempo ajeno a lo social ya que la ideología lo dominaba pero sí significa que existía una clara división entre producción y trabajo, que se identificaban, y vida fuera del trabajo, y por tanto fuera de la producción –aunque no de la determinación social- por muy miserable que fuera esta. De hecho, solo existía una minoría social, la denominada clase ociosa que no vivía de su trabajo productivo directo, en la que el ocio, entendido siempre como el tiempo transcurrido fuera del proceso de trabajo y producción, generaba con el consumo una realidad económica. Pero, al ser una élite pequeña en número no tenía gran peso en la producción. Así, en las sociedades tradicionales, la idea de explotación era intelectualmente sencilla: la inmensa mayoría de la población era explotada pues su trabajo no servía para mejorar sus condiciones de vida sino para mantener a un grupo social dominante que además le subyugaba. De esta forma, la explotación del trabajo es un hecho esencial pues la propia estructura social como tal vive precisamente de él. Si desapareciera esta explotación sería por tanto imposible que la sociedad se mantuviera. Un campesino medieval, pongamos por caso, producía más de lo que él disfrutaba socialmente y en eso tan simple consiste su explotación. Además, abocado al nivel de subsistencia, su gasto en consumo era irrelevante pues estaba costreñido a productos de supervivencia. Era solo considerado como una fuerza productiva para explotar en el trabajo pero solo y estrictamente en lo laboral. Por supuesto, ya lo hemos señalado, la ideología dominante le socializaba, es decir: su vida no productiva no era libre ideológicamente, pero tampoco esta vida fuera del trabajo era motivo de explotación económica por ser irrelevante, a su vez, socialmente.

Fue Henry Ford, sin pretender convertir la anécdota en categoría, el primero que comprendió de forma práctica la diferencia radical entre la producción capitalista y toda producción anterior. Al aplicar de forma exhaustiva y racional la producción en serie y la cadena de montaje multiplicó su producción y al hacerlo temió encontrarse sin clientes. La idea de Ford entonces fue genial: subir el sueldo a sus empleados. Esto hizo que sus propios trabajadores compraran aquello que ellos mismos habían producido doblando así su producción individual: una vez como trabajador y otra como consumidor. Así el Ford T entró en la historia y con él algo más. El Capitalismo surgió como una nueva realidad economica: la productividad económica ya no se producía solo en el trabajo, como había sido hasta entonces en cualquier otro sistema económico, sino que se extendía al tiempo que no era laboral. Efectivamente, el individuo participa ahora del modelo productivo en sentido estricto tanto en su puesto de trabajo como fuera de él. Los actos desarrollados por los sujetos fuera de su trabajo implican, a través del consumo fundamentalmente, generación de riqueza productiva y desarrollo económico. El consumo se ha convertido en producción de riqueza. El individuo produce incluso cuando no está en su puesto laboral a través del consumo. Así, la faceta económica pasa a ser determinante en la vida de los seres humanos dentro de la estructura capitalista como hasta entonces nunca lo ha sido. Los seres humanos producen riqueza económica más allá de su puesto laboral, en cada momento de su vida. Su vida como totalidad es producción y ya no solo su trabajo.

Cuando se escribe se suele seguir el hilo de un pensamiento dogmático que conduce al punto que al autor quiere. Así, yo ahora debería acabar este artículo e irme feliz. Pero sería falso. Porque ahora, y de acuerdo a la lógica del discurso, correspondería plantearse si realmente en el capitalismo hay explotación pues lo único que sí hemos demostrado es que la vida toda es producción en él. Y para empezar sería interesante definir “explotación”.

Como hemos visto, la explotación económica ha sido una constante de todas las sociedades y en ella intervenía el factor trabajo. Su cálculo económico era sencillo: el individuo trabajaba y ese trabajo servía fundamentalmente para mantener a una clase social que no realizaba ningún trabajo productivo. Así, la mayoría de la población en el intercambio de productos, trabajo por bienestar, salía perdiendo de una forma clara. Sin embargo, en el capitalismo esto no está tan claro: el bienestar ha aumentado de una forma exponencial en relación al trabajo que, igualmente, se ha reducido. Por supuesto, la razón económica de ello ha sido el aumento de la productiva en el trabajo y, sobre todo, la posibilidad de llevar la producción económica más allá de la faceta laboral, lo que ha permitido una actividad económica incesante y con ella un acrecentamiento del resultado productivo final. Pero con ello también se ha generado un problema en torno al concepto de explotación pues el individuo ya no recibe menos de lo que produce.

Por supuesto, no es que la explotación laboral se haya acabado sino que esta se ha convertido en rapiña y no en algo estructural y necesario del sistema. Sigue habiendo, eso es claro, empresarios explotadores, en el sentido anteriormente citado del término, que se aprovechan de las circunstancias pero la clave del análisis del sistema radica en ver como esto no es una necesidad esencial del mismo sistema productivo sino, incluso, una rémora. Efectivamente, los modelos productivos basados en la rapiña -como en un alto grado el español por ejemplo, con un sector de la clase empresarial buscando siempre el interés inmediato y primando la contratación abusiva o directamente la economía sumergida- no son esenciales al sistema como se observa en este momento cuando son los que más sufren con la crisis. La explotación económica de bajos salarios en las economías desarrolladas ya no es una posibilidad económica pues implicaría la pérdida de consumo y el colapso económico. Y si esta condición de competir con bajos salarios la señala, por ejemplo, un alto dirigente de la CEOE esto tiene más que ver con el perfil medio intelectual y cultural del empresariado español, solo hay que ver a su presidente, que con la realidad capitalista. Así, la lucha por los derechos sociales no es ya esencialmente anticapitalista -como sí lo había hasta, al menos, el siglo XX- sino reformista. Y aún, por cierto y que nadie lo olvide, necesaria.

Efectivamente, parece claro que en los anteriores sistemas productivos el trabajo del individuo no revertía en beneficio propio ni generaba una sociedad que le permitiera vivir mejor: la explotación resultaba evidente. Sin embargo, a partir de la segunda mitad del siglo XX, primero en los países ocidentales y luego extendiéndose al resto del planeta, está surgiendo una nueva realidad social, la clase media mayoritaria, cuyos miembros viven económicamente más allá de la subsistencia e incluso de una forma desahogada. Así, el desarrollo del capitalismo implica no una mayor explotación cuantitativa de los individuos sino una mejora evidente y cierta de sus condiciones de vida. Con el capitalismo la humanidad vive mejor que nunca y cabe por tanto la pregunta ¿dónde queda la explotación?

Recapitulemos. La producción económica del capitalismo se diferencia de cualquier otra en que los individuos son objetos de producción no solo en su trabajo sino también fuera de él: la vida así se convierte en hecho productivo. La explotación del trabajo en las sociedades anteriores al capitalismo consistía en que la producción del mismo no revertía en la mejora de la vida de los trabajadores sino en el mantenimiento de una élite social dominante pero con el capitalismo se ha dado un espectacular aumento del nivel de vida de los propios trabajadores. Por ello, el concepto de explotación en el capitalismo se vuelve problemático y cabe la pregunta: ¿hay explotación en el capitalismo? Y cabe adelantar la respuesta: sí, y la más brutal de todas. Y ya solo queda un artículo. Al menos eso creo.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Estoy a favor

-_- dijo...

Esta serie de metafísica del capitalismo, junto con algún escrito anterior sobre el mismo tema, es apasionante, de veras.

Un saludo,

odradek dijo...

Entonces si la explotación del capitalismo es la más brutal de todas, le preguntaría a usted si no puede ser preferible perder un poco de libertad política en términos de expresión (porque de acción política fuera de los cauces atados y bien atados aquí tampoco tenemos, no se engañe) y dinero -como en la vilipendiada Cuba- a cambio de:

- no tener países enteros, como en África, dominados por gobiernos títeres de los paises capitalistas, con guerras internas subvencionadas por los mismos, con la gente muerta de hambre y la mitad de la población infectada de sida mientras aún hay irresponsables que les dicen que los condones no sirven para preservarse.

- no tener a tus hijos esclavizados de sol a sol, sea poniendo los genitales para turistas perversos, sea fabricando mercancías para los libérrimos pero insolidarios niños del primer mundo y sus padres explotadores como en el sudeste asiático.

- eliminar el analfabetismo en un contexto donde en casi todos los países alcanza cotas desmesuradas, como en el Caribe.

- cargarte la biodiversidad para que hagan dinero rápido las grandes compañías y la oligarquía local.

- no tener narcoestados como Colombia o Panamá que surten al primer mundo de sus caramelitos preferidos con el baboso aplauso ideológico de genocidas como el glorioso Aznar (jaleador de golpistas), gracias a cuyo milagro económico y social, continuado cínicamente por los sociatas, hay gente en Madrid aceptando sueldos de 4 euros la hora -2'5 cobraban los sinpapeles hace menos de 10 años cuando nuestro glorioso empresariado los recogía en la calle Atocha con las rancheras- porque es eso o no comer y miles de miembros de la llamada clase media que incluso con trabajo fijo y no del todo mal remunerado no pueden comprarse una casa porque la especulación de los potentados -en términos de venta y alquiler- está por encima de la constitución y el derecho a la vivienda, como todo el mundo sabe.

De la tríada de la modernidad unos piensan que la libertad está por encima de todo (otra cosa es a qué llaman libertad y quién disfruta de ella...) y otros pensamos que sin igualdad no puede haber libertad.

A veces las cosas están muy claras, o estás a favor de la libertad -en términos de derechos e isonomía- o estás a favor de la opresión -llamando libertad a tus intereses y derechos a tus privilegios-, sea ésta ideológica, económica, antropológica o militar.
O directamente totalitaria.

A veces es muy sencillo: o uno es coherente desde un pensamiento global o uno se contradice.

Esperaremos con intriga el tercer y definitivo episodio de esta saga abstracta sobre el capitalismo.
Aunque me temo que acaba como la vida de Heidegger: venga a teorizar sobre la libertad y su metafísica para luego ponerse de lado de los nazis y dejar con el culo al aire a todos sus maestros, amigos y amantes judíos.
Porque Marx dijo que uno es más lo que dice que lo que piensa y más lo que hace que lo que dice.

Y llevo una temporada ya viendo a marxistas de su generación y oficio desdiciéndose y haciéndose cada día más liberales, católicos y a cambio de alimentar un poco ese gusanito llamado vanidad, obviamente en términos prácticos y de sentido común, esto es convertido en dinero, poder, prestigio, posición... y esto me llama mucho la atención.