1.- Para comprender el problema del estatuto catalán hay que ir primero a lo fundamental y que es el auténtico motivo de su proclamación: un problema específico de la oligarquía financiera y política de Cataluña. Y es un problema distinto para una y otra.
2.- La oligarquía política, es decir: los políticos de alto nivel y con pretensiones de serlo, tienen un problema en Cataluña pues esta región –uy, lo que he dicho- es su techo de poder. Efectivamente, los políticos catalanes sitúan su cuota profesional máxima en la zona provincial. Y esta ausencia de proyección geográfica debe ser sustituida por una mayor profundidad de su poder territorial. Es decir, como un político catalán sabe que le resultará imposible acceder al gobierno de España entonces pretende que al menos tenga algo equivalente en su territorio. Y ese algo equivalente explica el deseo, que está detrás de todo el estatuto, de bilateralidad. El máximo poder posible dentro de su zona de influencia.
3.- Igualmente, la oligarquía financiera catalana tiene otro problema: la competencia nacional e internacional. Acostumbrada a ser un poder nacional protegido, históricamente el nacionalismo catalán no era más que la exigencia de la burguesía catalana, ha ido viendo, sin embargo, como esta influencia mayúscula iba cediendo primero con la emergencia económica de otros puntos de España, Madrid fundamentalmentalmente, en el plano nacional y luego con la apertura de los mercados internacionales. De pronto, la burguesía catalana dejo de sentirse única y, por ello, imprescindible. Y entonces exigió lo que ya tenía, injustamente también, la oligarquía vasca y navarra: un trato fiscal diferencial. Incapaces de responder a la competencia decidieron, ellos tan liberales, recurrir a la política fiscal del privilegio. Era el viejo ideal del proteccionismo, típico del catalanismo tradicional, pero ahora con tintes progresistas.
4.- Así, los intereses de la oligarquía política y la oligarquía financiera se unieron y lógicamente, como muy bien señala el marxismo, surgió el interés de Cataluña –nota: a este respecto ver como los intereses de estas élites se identifican en el muy progresista Público con los intereses de Catalunya- -Y otra nota: observar como en el muy progresista Público Estados Unidos no es United States-.
5.- Pero había algo más en la política nacional. Surgió la figura de Zapatero. Y Zapatero apoyó el estatuto desde sus orígenes. ¿Por qué? Es ingenuo pensar que los partidos políticos deben juzgarse por su ideología: cada temporada es una. Mejor es juzgarles, como modelo de estudio, por las dependencias e intereses de sus élites. La llegada de Zapatero a la secretaría general del PSOE hubiera sido imposible sin la acción de los socialistas catalanes. Son estos lo que apoyan definitivamente la candidatura que hasta entonces no tenía posibilidades y mantienen de forma absoluta al futuro presidente de gobierno. Y cuando este llega al poder cambia al aparato clásico del PSOE, al que luego volverá a recurrir cuando todo se tuerza –nota: ahí está Rubalcaba-, y se lanza a hacer justicia. O sea: devolver favores. El estatuto no es más que esa devolución. Las élites pactan, con fuerzas igualadas, su no agresión.
6.- Pero el PP no lo apoyó. ¿Por fin alguien idealista? Desengáñense. Antes hemos citado el caso vasco. Resulta que esa comunidad autónoma, y Navarra por cierto que siempre se va de rositas, tienen una fiscalidad especial. Esta fiscalidad especial, que implica una injusticia frente al resto de los españoles, no ha sido nunca sin embargo criticada políticamente por el PP. ¿Por qué? Porque el PP sí gobierna, o gobernó, con otras siglas en Navarra y tiene ambiciones en la región vasca. Sin embargo, en Cataluña el PP sabe que no va a gobernar nunca, o al menos en mucho tiempo, porque su espectro político y social está tomado por CiU, o sea: su cuota de mercado. Así las cosas, y en vistas al mercado exterior, el PP bramó indignado contra la injusticia –injusticia real pero no mayor que la vasca o navarra- que implicaba el nuevo estatuto catalán. Y en hábil jugada comprendió lo que hasta el más tonto –lo digo yo- sabía: ¡es inconstitucional!
7.- ¿Inconstitucional? Aquí entra lo más divertido de la historia. Al principio se defendía la plena constitucionalidad del estatuto catalán frente a aquellos que creíamos no solo que representaba exclusivamente los intereses de la oligarquía catalana, es decir: iba en contra de los que no eran tal en Cataluña y en el resto de España, sino también que era claramente inconstitucional. Efectivamente, se nos decía que el estatuto era perfectamente constitucional y más tras los recortes del parlamento nacional. Sin embargo, el útlimo intento de sentencia del Constitucional –intento que era lo que prefería el gobierno- ya señalaba algo claro: el estatuto es inconstitucional y lo que ahora se discute es en cuantos artículos. Así, la sola idea de que la oligarquía política, primero de Cataluña y luego de España, haya aprobado una ley en que al menos catorce artículos eran, en la mejor sentencia posible de los suyos, inconstitucionales demuestra el nivel de conocimientos y la competencia de nuestros diputados. Y diputadas. Aunque de idiomas andan sobrados.
2.- La oligarquía política, es decir: los políticos de alto nivel y con pretensiones de serlo, tienen un problema en Cataluña pues esta región –uy, lo que he dicho- es su techo de poder. Efectivamente, los políticos catalanes sitúan su cuota profesional máxima en la zona provincial. Y esta ausencia de proyección geográfica debe ser sustituida por una mayor profundidad de su poder territorial. Es decir, como un político catalán sabe que le resultará imposible acceder al gobierno de España entonces pretende que al menos tenga algo equivalente en su territorio. Y ese algo equivalente explica el deseo, que está detrás de todo el estatuto, de bilateralidad. El máximo poder posible dentro de su zona de influencia.
3.- Igualmente, la oligarquía financiera catalana tiene otro problema: la competencia nacional e internacional. Acostumbrada a ser un poder nacional protegido, históricamente el nacionalismo catalán no era más que la exigencia de la burguesía catalana, ha ido viendo, sin embargo, como esta influencia mayúscula iba cediendo primero con la emergencia económica de otros puntos de España, Madrid fundamentalmentalmente, en el plano nacional y luego con la apertura de los mercados internacionales. De pronto, la burguesía catalana dejo de sentirse única y, por ello, imprescindible. Y entonces exigió lo que ya tenía, injustamente también, la oligarquía vasca y navarra: un trato fiscal diferencial. Incapaces de responder a la competencia decidieron, ellos tan liberales, recurrir a la política fiscal del privilegio. Era el viejo ideal del proteccionismo, típico del catalanismo tradicional, pero ahora con tintes progresistas.
4.- Así, los intereses de la oligarquía política y la oligarquía financiera se unieron y lógicamente, como muy bien señala el marxismo, surgió el interés de Cataluña –nota: a este respecto ver como los intereses de estas élites se identifican en el muy progresista Público con los intereses de Catalunya- -Y otra nota: observar como en el muy progresista Público Estados Unidos no es United States-.
5.- Pero había algo más en la política nacional. Surgió la figura de Zapatero. Y Zapatero apoyó el estatuto desde sus orígenes. ¿Por qué? Es ingenuo pensar que los partidos políticos deben juzgarse por su ideología: cada temporada es una. Mejor es juzgarles, como modelo de estudio, por las dependencias e intereses de sus élites. La llegada de Zapatero a la secretaría general del PSOE hubiera sido imposible sin la acción de los socialistas catalanes. Son estos lo que apoyan definitivamente la candidatura que hasta entonces no tenía posibilidades y mantienen de forma absoluta al futuro presidente de gobierno. Y cuando este llega al poder cambia al aparato clásico del PSOE, al que luego volverá a recurrir cuando todo se tuerza –nota: ahí está Rubalcaba-, y se lanza a hacer justicia. O sea: devolver favores. El estatuto no es más que esa devolución. Las élites pactan, con fuerzas igualadas, su no agresión.
6.- Pero el PP no lo apoyó. ¿Por fin alguien idealista? Desengáñense. Antes hemos citado el caso vasco. Resulta que esa comunidad autónoma, y Navarra por cierto que siempre se va de rositas, tienen una fiscalidad especial. Esta fiscalidad especial, que implica una injusticia frente al resto de los españoles, no ha sido nunca sin embargo criticada políticamente por el PP. ¿Por qué? Porque el PP sí gobierna, o gobernó, con otras siglas en Navarra y tiene ambiciones en la región vasca. Sin embargo, en Cataluña el PP sabe que no va a gobernar nunca, o al menos en mucho tiempo, porque su espectro político y social está tomado por CiU, o sea: su cuota de mercado. Así las cosas, y en vistas al mercado exterior, el PP bramó indignado contra la injusticia –injusticia real pero no mayor que la vasca o navarra- que implicaba el nuevo estatuto catalán. Y en hábil jugada comprendió lo que hasta el más tonto –lo digo yo- sabía: ¡es inconstitucional!
7.- ¿Inconstitucional? Aquí entra lo más divertido de la historia. Al principio se defendía la plena constitucionalidad del estatuto catalán frente a aquellos que creíamos no solo que representaba exclusivamente los intereses de la oligarquía catalana, es decir: iba en contra de los que no eran tal en Cataluña y en el resto de España, sino también que era claramente inconstitucional. Efectivamente, se nos decía que el estatuto era perfectamente constitucional y más tras los recortes del parlamento nacional. Sin embargo, el útlimo intento de sentencia del Constitucional –intento que era lo que prefería el gobierno- ya señalaba algo claro: el estatuto es inconstitucional y lo que ahora se discute es en cuantos artículos. Así, la sola idea de que la oligarquía política, primero de Cataluña y luego de España, haya aprobado una ley en que al menos catorce artículos eran, en la mejor sentencia posible de los suyos, inconstitucionales demuestra el nivel de conocimientos y la competencia de nuestros diputados. Y diputadas. Aunque de idiomas andan sobrados.
8.- Y hay algo más sobre ese amago de sentencia del autodenominado bloque progresista. Lo más interesante de ella es que la parte fundamentalmente inconstitucional era la referida a lo judicial. Lo traduzco: los jueces autodenominados progresistas estaban dispuestos a admitir todo exceso de la oligarquía provincial con respecto a los temas de financiación y de justicia distributiva, de idioma y de nacionalidad, tema educativo o social pero no, por supuesto, a que el poder nacional de la élite judicial, que son también ellos, les fuera recortado por los jueces de la periferia. La oligarquía judicial nacional, nunca mejor dicho, podía admitir la injusta distribución de la renta pero no que ellos cedieran poder en sus competencias. La élite siempre defiende sus interés y no siempre a través de un pacto si tiene más poder que la otra parte.
9.- ¿Es entonces por fin el sector conservador del tribunal constitucional el héroe de esta historia? Pues tampoco. El tribunal constitucional, que incluso ha llegado a trabajar algún viernes tras cuatro años sin sentencia, no es sino un espectáulo lamentable de inútiles. Desde una presidenta que se mantiene por gracia del gobierno con prorróga en la ley y bronca pública de la señora vicepresidenta del gobierno, pasando por jueces recusados o que ya deberían haber concluido su mandato el tribunal no es sino un espejo de la clase política y judicial. O mejor aún, un fiel exponente del nivel del debate. En realidad, lo triste es que el tribunal está a la altura de todos los demás estamentos inmersos en este gran problema nacional: baja, muy baja.
10.- ¿Y ahora qué? ¿Y si la sentencia declara inconstitucional, como debería ser, aspectos fundamentales del estatuto? Vaticinio: nada. Las elecciones catalanas están cercanas así que los partidos catalanes tienen que dar una imagen de ferozmente críticos con el sistema –¡uy, qué miedo!-. Se trata de ser más catalán, es decir: de defender más a la oligarquía, y ponerse una barretina más alta –si fuéramos freudianos haríamos un chiste: se libraron-. Sin embargo, nadie se quiere suicidar. La oligarquía catalana, y especialmente la financiera, necesita pertenecer a España. Y luego de la votación y la distribución de cargos harán un esfuerzo institucional –nota: ¿saben aquel que diu: yo hablo catalán en la intimidad?- por el bien de la nación catalana. Los coches caros, las masías, el ir al Liceo e incluso ver los partidos del Barça en palco –nota: ¿habla Messi catalán?- son cosas demasiado importantes como para perderlas. Son, en definitiva, Cataluña.
9.- ¿Es entonces por fin el sector conservador del tribunal constitucional el héroe de esta historia? Pues tampoco. El tribunal constitucional, que incluso ha llegado a trabajar algún viernes tras cuatro años sin sentencia, no es sino un espectáulo lamentable de inútiles. Desde una presidenta que se mantiene por gracia del gobierno con prorróga en la ley y bronca pública de la señora vicepresidenta del gobierno, pasando por jueces recusados o que ya deberían haber concluido su mandato el tribunal no es sino un espejo de la clase política y judicial. O mejor aún, un fiel exponente del nivel del debate. En realidad, lo triste es que el tribunal está a la altura de todos los demás estamentos inmersos en este gran problema nacional: baja, muy baja.
10.- ¿Y ahora qué? ¿Y si la sentencia declara inconstitucional, como debería ser, aspectos fundamentales del estatuto? Vaticinio: nada. Las elecciones catalanas están cercanas así que los partidos catalanes tienen que dar una imagen de ferozmente críticos con el sistema –¡uy, qué miedo!-. Se trata de ser más catalán, es decir: de defender más a la oligarquía, y ponerse una barretina más alta –si fuéramos freudianos haríamos un chiste: se libraron-. Sin embargo, nadie se quiere suicidar. La oligarquía catalana, y especialmente la financiera, necesita pertenecer a España. Y luego de la votación y la distribución de cargos harán un esfuerzo institucional –nota: ¿saben aquel que diu: yo hablo catalán en la intimidad?- por el bien de la nación catalana. Los coches caros, las masías, el ir al Liceo e incluso ver los partidos del Barça en palco –nota: ¿habla Messi catalán?- son cosas demasiado importantes como para perderlas. Son, en definitiva, Cataluña.
2 comentarios:
Cataluña no es españa
señor anónimo, la cuestión es administrativa, no identitaria.
de todos modos yo estoy en contra de Mesa cuando argumenta que el nacionalismo catalán es asunto exclusivo de la élite. Creo que esa visión es un tópico marxista de la generación que frisa los 50 años. Lo que me parece extraño y sospechoso es que los marxistas retóricos desempolvan sus tics de la lucha de clases para criticar a sus enemigos metafísicos.
con la que está cayendo.
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