Recientemente Hawking provocó una de esas polémicas en la prensa que, una vez empezada la liga de fútbol, ya no tiene gancho. Asegura al parecer en su último libro, que no he leído y por tanto no puedo decir que lo asegure con toda certeza, que Dios resulta innecesario para explicar el surgimiento del universo. En realidad, es algo que en ciencia ya hace mucho que se defiende. No en vano, y permítanme que luzca mis conocimientos fruto de una ausencia de vida interior, ya Laplace, astrónomo frances de finales del XVIII y principios del XIX, contestó a Napoleón cuando este le requirió a propósito de la ausencia de Dios en su sistema cosmológico con un irónico, y genial: señor, no me ha hecho falta contemplar esa hipótesis. Por tanto, que ahora Hawking haga lo mismo, como lo hicieron cientos antes, solo puede escandalizar a un político tal vez de Valencia, dicho sea sin ánimo peyorativo para el resto de habitantes de esta región, o bien a alguien ignorante en ciencia.
Ignacio Carrasco de Paula trabaja en la Iglesia Católica con el cargo de obispo y como presidente de la Pontificia Academia para la Vida. No es, por consiguiente y hay que descartar esa hipótesis, político valenciano. Y ha criticado con contundentes argumentos, al menos los que yo conozco, que se le conceda el premio Nobel a Robert G. Edwards, conocido mundialmente por ser el investigador principal en el denominado bebé probeta y alguien que ha permitido que personas que no podían tener hijos ahora puedan tenerlos. Pero este científico ha conseguido algo más: vencer la naturaleza. En el concepto del obispo –nota: ¿si fuera un iman mahometano no estaríamos todos indignados?- ha vencido a la creación divina: no debe ser bueno, piensa por tanto el señor Carrasco.
Cuando Hawking dijo eso de Dios, algunos artículos hablaron sobre la vieja polémica entre la religión y la ciencia. Y muchos defendieron que no había incompatibilidad. Sin embargo, se equivocan. Porque hay una clara incompatibilidad entre una y otra. O diciéndolo de modo simple –nota: a veces la verdad es simple, pero no siempre, en realidad casi nunca y tampoco ahora-: o se está con la ciencia o se está con la religión – y otra nota: antes de criticar mi intransigencia esperen: primero, déjenme escribir el artículo; segundo, lean Lc 11,23 y veran que sigo una tradición-.
Pero todo esto otro día. Y después de acabar lo de la huelga y lo del arte. Era solo aprovechar la coyuntura de los fundamentalistas -pues sus ideas carecen de argumentos racionales-. Y de todas formas reconocer que el tema, la compatibilidad entre ciencia y religión, es fundamental –nota: eso también espero desarrollarlo en el artículo-.
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