Se puede hacer un análisis del seguimiento de la huelga desde distintas perspectivas. El nuestro va a ser, como nosotros, simple. Vamos a partir de una tesis, la llamamos así porque la consideramos ya demostrada: la huelga fue absolutamente justa y necesaria –como en la vieja oración-. Por tanto, no podremos achacar su fracaso a la injusticia de la convocatoria. Es más, el ambiente es, aunque el ambiente puede engañar, que la mayoría de la población estaba en contra de la reforma pero sin embargo no hizo huelga. Eliminamos así una variable, la gente no la hizo por estar de acuerdo con la reforma, y buscamos plantear el problema de la forma más correcta posible. ¿Por qué estando contra la reforma la gente no hizo huelga? Pero además hay otra pregunta: ¿por qué sí la hicieron quienes la hicieron?
En primer lugar, y no de forma desdeñable, hay que entender la función coactiva del empresariado para evitar la huelga. Mucho se ha hablado, y con razón, de los nefastos piquetes informativos, que por cierto deberían prohibirse. Pero indudablemente existe empresarialmente un piquete más simple y brutal: la idea de no poder arriesgarse a hacer huelga porque habría represalias directas y personales para el trabajador por parte de sus jefes. Por supuesto esto no hace falta explicitarlo en el puesto de trabajo e incluso no tiene por qué ser cierto para el caso concreto, pero basta la conciencia social de que podría ocurrir para que funcione como un factor de inhibición. Así pues, se podría decir que indudablemente y del mismo modo en que hubo gente a la que se le impidió su derecho al trabajo hubo otra a la que se le impidió el suyo a la huelga. Pero, ¿tantos?
Ahora surge un nuevo problema. Si pretendemos objetividad podríamos decir que, puesto que hay gente que no pudo hacer huelga porque se jugaban el trabajo, tenemos una dificultad en su cálculo. Efectivamente, ¿cuánta gente no hizo huelga por ese motivo? ¿Fue esta la causa de la escasa participación? Resulta imposible descubrirlo. Y aquí estaría un problema de las cifras. Pero tal vez a través de un grupo que no tuviera ese problema y que se haya significado anteriormente como un grupo que sí hace huelgas generales podamos resolver el conflicto. Este grupo, como cualquiera habrá pensado, es el grupo de funcionarios. En ellos efectivamente no existe el temor a la pérdida del puesto laboral, ni en los de carrera ni en los trabajadores interinos o contratados, por hacer la huelga y ha sido un sector históricamente participativo. Sin embargo, esta vez, apenas un 20%, en el mejor cálculo posible, ha hecho huelga. Es más, en la huelga convocada por sus problemas específicos, bajada de sueldo, apenas se movilizó a otro 20% -y volvemos a ser optimistas-. Así, los funcionarios, que libremente pueden actuar y son un grupo amplio que cubre todo el espectro social -desde escaso sueldo hasta altos ingresos y desde baja cualificación hasta la más alta posible- resultando además perjudicados directamente, parecen un buen grupo de estudio para medir la huelga. Y no la han secundado. Tampoco.
Por tanto, ahora, debemos preguntarnos por qué la gente no hizo huelga y desechar como causa principal, del mismo modo que lo hacemos para los que sí la hicimos, la coacción de un lado u otro. Porque indudablemente influyó, en ambos lados y más en el del piquete empresarial, pero no de la forma suficientemente significativa para ser la causa de la derrota.
En primer lugar, dentro del análisis, hay una razón estructural de momento económico para el fracaso de la huelga. Las huelgas anteriores se hicieron en una situación de crisis permanente en el empleo pero fundamentalmente en la faceta de creación de puestos de trabajo y no en la de destrucción de los mismos –el paro venía en realidad de la quiebra de la pésima estructura económica del franquismo que no pudo soportar la crisis del petróleo-. Así, la gente no temía tanto perder su empleo como no encontrar uno. La idea, pues, no era de crisis sino que esa era la situación cotidiana del país. Sin embargo, y tras los años de bonanza en la creación de empleo, la crisis actual es de destrucción de puestos de trabajo. Y surge la idea de que cualquier acción extraordinaria, y más un paro, que pudiera generar nuevas pérdidas a la empresa puede conllevar la pérdida del propio puesto. En frase castiza: no está el horno para bollos. No es que el empleado se solidarice con su empresario en aras de la unión social –el viejo sueño del fascismo- sino que busca preservar su puesto de trabajo, cosa muy lógica e inteligente, evitando acciones que le permitan a este alegar pérdidas. Y con ellas el despido. Se trata de un miedo, así, que no había en las anteriores huelgas. Y de un miedo que no responde solo a un estado de ánimo sino a una realidad social.
Una realidad social, y aquí empieza el problema, que comienza a tener que ver con el papel de los sindicatos hasta la fecha: la transformación del mercado laboral. Efectivamente, en 1987 había una tasa de temporalidad del 15% que llegó a un 35% y ahora está situada en torno al 25% -el paro ha funcionado en este aspecto-. Esto quiere decir dos cosas: en primer lugar que hay un sector del mercado laboral que no puede hacer huelga por el temor arriba anunciado, ya sea a represalias ya a pérdidas que impliquen su expulsión del mercado laboral, y que es no solo el de los temporales sino también el de aquellos que por fin han conseguido un puesto fijo hace poco y su despido es barato. Pero en segundo lugar algo importante: es gente que no siente que los sindicatos hayan hecho algo por ellos pues su situación es duradera y no creen que las organizaciones sindicales hayan actuado para paliarla –y tienen razón-. Y es aquí donde una realidad objetiva, la situación del mercado laboral, se transforma en un estado de ánimo social: el rechazo a los sindicatos.
Efectivamente, en España, se mire la encuesta que se mire, aquí una del BBVA y miren ustedes el barómetro del CIS porque la página web está caída ahora –nota: por cierto, ¿no es un escándalo echar a su directora porque al gobierno no le gustan las encuestas y el momento para hacerlas? - la credibilidad de los sindicatos es mínima. Nadie cree que los sindicatos actuales defiendan los derechos de los trabajadores convenientemente. Y curiosamente, donde la huelga sí triunfó, las grandes industrias, fue donde los trabajadores más les deben a los sindicatos porque más han trabajado por ellos. Devolución de favores, y por cierto en una decisión muy inteligente y respetable, y no conciencia de clase obrera.
Así, es cierto que hay una serie de causas estructurales objetivas que han impedido el triunfo de la huelga, y con ello de la retirada de la reforma laboral, pero la causa principal no ha sido esa sino precisamente que la sociedad no considera a los sindicatos como elementos sociales fiables. E incluso que hay un ambiente social contrario a los mismos. Luego entonces, lo que ha fracasado no es tanto la huelga, al fin y al cabo una acción concreta, como el agente que la propuso. O diciéndolo en otras palabras: el problema no era la convocatoria, que era justa, sino quién la convocaba. Y la pregunta que surge, si me pagaran por preguntas sería rico que es en realidad lo que quiero ser, es si la gente tiene razón. Pero contestando en un doble sentido: uno, y concreto, ¿han cumplido los sindicatos actuales el papel que debían en los últimos años?; dos, y en general pero no menos importante pues no es la misma pregunta, ¿debe seguir habiendo sindicatos y cuál debe ser su función?
En primer lugar, y no de forma desdeñable, hay que entender la función coactiva del empresariado para evitar la huelga. Mucho se ha hablado, y con razón, de los nefastos piquetes informativos, que por cierto deberían prohibirse. Pero indudablemente existe empresarialmente un piquete más simple y brutal: la idea de no poder arriesgarse a hacer huelga porque habría represalias directas y personales para el trabajador por parte de sus jefes. Por supuesto esto no hace falta explicitarlo en el puesto de trabajo e incluso no tiene por qué ser cierto para el caso concreto, pero basta la conciencia social de que podría ocurrir para que funcione como un factor de inhibición. Así pues, se podría decir que indudablemente y del mismo modo en que hubo gente a la que se le impidió su derecho al trabajo hubo otra a la que se le impidió el suyo a la huelga. Pero, ¿tantos?
Ahora surge un nuevo problema. Si pretendemos objetividad podríamos decir que, puesto que hay gente que no pudo hacer huelga porque se jugaban el trabajo, tenemos una dificultad en su cálculo. Efectivamente, ¿cuánta gente no hizo huelga por ese motivo? ¿Fue esta la causa de la escasa participación? Resulta imposible descubrirlo. Y aquí estaría un problema de las cifras. Pero tal vez a través de un grupo que no tuviera ese problema y que se haya significado anteriormente como un grupo que sí hace huelgas generales podamos resolver el conflicto. Este grupo, como cualquiera habrá pensado, es el grupo de funcionarios. En ellos efectivamente no existe el temor a la pérdida del puesto laboral, ni en los de carrera ni en los trabajadores interinos o contratados, por hacer la huelga y ha sido un sector históricamente participativo. Sin embargo, esta vez, apenas un 20%, en el mejor cálculo posible, ha hecho huelga. Es más, en la huelga convocada por sus problemas específicos, bajada de sueldo, apenas se movilizó a otro 20% -y volvemos a ser optimistas-. Así, los funcionarios, que libremente pueden actuar y son un grupo amplio que cubre todo el espectro social -desde escaso sueldo hasta altos ingresos y desde baja cualificación hasta la más alta posible- resultando además perjudicados directamente, parecen un buen grupo de estudio para medir la huelga. Y no la han secundado. Tampoco.
Por tanto, ahora, debemos preguntarnos por qué la gente no hizo huelga y desechar como causa principal, del mismo modo que lo hacemos para los que sí la hicimos, la coacción de un lado u otro. Porque indudablemente influyó, en ambos lados y más en el del piquete empresarial, pero no de la forma suficientemente significativa para ser la causa de la derrota.
En primer lugar, dentro del análisis, hay una razón estructural de momento económico para el fracaso de la huelga. Las huelgas anteriores se hicieron en una situación de crisis permanente en el empleo pero fundamentalmente en la faceta de creación de puestos de trabajo y no en la de destrucción de los mismos –el paro venía en realidad de la quiebra de la pésima estructura económica del franquismo que no pudo soportar la crisis del petróleo-. Así, la gente no temía tanto perder su empleo como no encontrar uno. La idea, pues, no era de crisis sino que esa era la situación cotidiana del país. Sin embargo, y tras los años de bonanza en la creación de empleo, la crisis actual es de destrucción de puestos de trabajo. Y surge la idea de que cualquier acción extraordinaria, y más un paro, que pudiera generar nuevas pérdidas a la empresa puede conllevar la pérdida del propio puesto. En frase castiza: no está el horno para bollos. No es que el empleado se solidarice con su empresario en aras de la unión social –el viejo sueño del fascismo- sino que busca preservar su puesto de trabajo, cosa muy lógica e inteligente, evitando acciones que le permitan a este alegar pérdidas. Y con ellas el despido. Se trata de un miedo, así, que no había en las anteriores huelgas. Y de un miedo que no responde solo a un estado de ánimo sino a una realidad social.
Una realidad social, y aquí empieza el problema, que comienza a tener que ver con el papel de los sindicatos hasta la fecha: la transformación del mercado laboral. Efectivamente, en 1987 había una tasa de temporalidad del 15% que llegó a un 35% y ahora está situada en torno al 25% -el paro ha funcionado en este aspecto-. Esto quiere decir dos cosas: en primer lugar que hay un sector del mercado laboral que no puede hacer huelga por el temor arriba anunciado, ya sea a represalias ya a pérdidas que impliquen su expulsión del mercado laboral, y que es no solo el de los temporales sino también el de aquellos que por fin han conseguido un puesto fijo hace poco y su despido es barato. Pero en segundo lugar algo importante: es gente que no siente que los sindicatos hayan hecho algo por ellos pues su situación es duradera y no creen que las organizaciones sindicales hayan actuado para paliarla –y tienen razón-. Y es aquí donde una realidad objetiva, la situación del mercado laboral, se transforma en un estado de ánimo social: el rechazo a los sindicatos.
Efectivamente, en España, se mire la encuesta que se mire, aquí una del BBVA y miren ustedes el barómetro del CIS porque la página web está caída ahora –nota: por cierto, ¿no es un escándalo echar a su directora porque al gobierno no le gustan las encuestas y el momento para hacerlas? - la credibilidad de los sindicatos es mínima. Nadie cree que los sindicatos actuales defiendan los derechos de los trabajadores convenientemente. Y curiosamente, donde la huelga sí triunfó, las grandes industrias, fue donde los trabajadores más les deben a los sindicatos porque más han trabajado por ellos. Devolución de favores, y por cierto en una decisión muy inteligente y respetable, y no conciencia de clase obrera.
Así, es cierto que hay una serie de causas estructurales objetivas que han impedido el triunfo de la huelga, y con ello de la retirada de la reforma laboral, pero la causa principal no ha sido esa sino precisamente que la sociedad no considera a los sindicatos como elementos sociales fiables. E incluso que hay un ambiente social contrario a los mismos. Luego entonces, lo que ha fracasado no es tanto la huelga, al fin y al cabo una acción concreta, como el agente que la propuso. O diciéndolo en otras palabras: el problema no era la convocatoria, que era justa, sino quién la convocaba. Y la pregunta que surge, si me pagaran por preguntas sería rico que es en realidad lo que quiero ser, es si la gente tiene razón. Pero contestando en un doble sentido: uno, y concreto, ¿han cumplido los sindicatos actuales el papel que debían en los últimos años?; dos, y en general pero no menos importante pues no es la misma pregunta, ¿debe seguir habiendo sindicatos y cuál debe ser su función?
Otro día.
6 comentarios:
¿No deberían los sindicatos negociar alguna simbólica mejora, para contrarrestar minimamente esta reforma?
Se me ocurre, por ejemplo: reducir la jornada de trabajo una hora semanalmente o aumentar el periodo vacacional un cuarto de día más por cada mes trabajado.
O a lo mejor es que esta huelga ha sido una infatil pataleta.
“¿Por qué estando contra la reforma la gente no hizo huelga?” Pregunta Ud.
¿Por qué se hacen las cosas? logicamente para obtener algo.
¿Que podía obtener un trabajador que hiciera huelga?
— Perder 100 euros
— Que saliera reforzada la aristocracia sindical inane, que ha consentido, pese —o por— recibir ingentes cantidades de dinero, la situación en que estamos los trabajadores españoles. Que con su pesebrismo han consentido que estemos incapacitados para negociar nada con los empresarios.
— Mala conciencia. Tanto si la hace como si no. Pues como Ud, dice era absolutamente justificada.
— Creerse que los intereses de los trabajadores son los mismos que los de los millonarios de la sección de coros y danzas que la promocionaron.
— Nada. Ya fuera un éxito o un fracaso.
He conocido los tiempos de Marcelino Camacho (el de la Perkins) y Marcelino Redondo (el de la Naval). No creo que nadie de las personas que Ud. reúne en su blog sea capaz de afirmar honestamente que aquellos sindicatos, son estos mismos que han convocado esta huelga (vaga, que dicen los valencianos. Me encanta).
Por eso cuando se habla de la necesidad del sindicalismo, no creo que nadie se refiera a los de “Vacaciones en el mar» o a los de la “Nouvelle cuisine”, herederos, en la forma forma, del sindicalismo revolucionario de Musolini que la Falange puso en práctica durante en el franquismo. Digo en la forma, porque siendo estos tan “amarillos” como los anteriores, con sus “enlaces sindicales” liberados, al menos los sindicatos fascistas si protegían al trabajador —los empresarios decían que no contrataban al trabajador, se casaban con el—.
Los sindicatos es como la república, siendo opciones absolutamente lógicas y razonables, en el caso de la república, sólo imaginar que Viviana Aido o cualquiera de los ministros (mejor dicho ministriles, por lo de cantamañanas) pudiera estar de Presidente de la III República Española, me abrazo a los pies del Juancar y le pido a Dios que no se nos muera nunca.
Con los sindicatos igual. Son absolutamente necesarios, pero si por sindicalismo se entiende esta pandilla de mafiosos saqueadores, mejor que no. Prefiero que cada gobierno tenga un departamento adscrito al Ministerio de Trabajo que haga la vez de “sindicato amarillo”.
Para sindicalismo el de la policía ecuatoriana que querían cargarse al presidente porque no les pagaban (si señor, con dos cohones).
En primer lugar, y como ya afirmé anteriormente yo no creo que la huelga haya sido un fracaso. Mis argumentos al respecto están en el artículo anterior (RADIOGRAFÍA.../1), concretamente en dos intervenciones que hago al respecto. No estamos de acuerdo en algo fundamental. Lo cual dificulta discutir sobre el artículo actual. En todo caso, mi opinión al respecto es que como usted mismo reconoce en su artículo, en la tercera frase, palabra 21, su análisis es, exageradamente diría yo, simple.
El recurso a recurrir a la repercusión de la convocatoria de huelga sobre un colectivo en concreto, los funcionarios que en esencia no son precisamente los más perjudicados en la Reforma Laboral, para justificar un bajo seguimiento de la misma es moralmente cuestionable.
Lo mismo pienso respecto a diferenciar solidaridad de clase de
utilidad. Los trabajadores son solidarios entre sí, porqué obviamente se benefician de esa solidaridad mutua. Es lógico y no es para nada criticable. En cambio, usted diferencia entre ambas cosas y parece punir esa utilidad, como si fuera un "pecado" que los trabajadores usaran a sus sindicatos para conseguir mejoras. Esa es la función de un sindicato mejorar las condiciones de vida de los trabajadores. Usted lo llama peyorativamente: "devolución de favores".
Pensar que la huelga ha podido fracasar por dos motivos tales como:
No está el horno para bollos.
El rechazo a los sindicatos.
Es excesivamente "simple" por no aceptar más que lo que nos interesa del contexto en que ocurre la huelga a la hora de realizar el "análisis". Tanto por la parte de la estructura económica, sociedad terciaria, como por la parte de minimizar, no minimizar sino ningunear en su análisis tanto la acción del gobierno como la del cuarto poder.
En resumen, su argumento sobre el supuesto fracaso de la jornada de huelga se basa en los mismos argumentos que han ido apareciendo estos días en los medios de comunicación.
Evidentemente, no voy a negar que estos años atrás los sindicatos han estado alejados de la base social que es su razón de ser, siguiendo tácticas que pienso que en cierta manera podrían perjudicarles a largo plazo, pero pienso que contrariamente a lo que dicen los medios de comunicación, en estos momentos son y están siendo casi los únicos que están defendiendo a los asalariados de este país.
Su articulo me parece coherente con lo que puedan opinar sobre los sindicatos en Libertad Digital, en la CEOE o en El Mundo. O con lo que opina al respecto El Oyente.
Pienso que deberíamos ser más comprensivos con la cada día más difícil función sindical. Ya que el hacer de vaselina para que los distintos gobiernos socialistas conchabados con la CEOE nos fuercen de un modo menos doloroso es una labor encomiable y llena de merito.
Además como dicen los entendidos:
"Relajate y Disfruta"
"El Que Lo Prueba Repite".
Eso si, no se olviden de ponerse vaselina.
1.- D. Bob Marley: pues es lo que faltaba. La clave de la reforma, intenté explicarlo en un artículo, es reducir el coste laboral. POr tanto, solo faltaba que ahora los sindicatos ofrecieran un día más de vacaciones.
2.- D. Oyente: es bueno distinguir, como usted hace, entre la institutción y la gente que la compone. Los sindicatos son muy necesarios. E históricamente es insostenible que los sindicatos fascistas defendieran al trabajador.
3.- D. Pocholo: sin duda, yo no me explico bien.
a) usted no cree que la huelga que la huelga fuera un fracaso. Bueno, esperamos entonces a las nóminas de octuibre para ver cuántos asalariados la hicieron (dato más objetivo no se me ocurre).
b) Lo de los funcionarios me sorprende viniendo de usted. Yo señalo en el artículo que hay una violencia empresarial contra la huelga que impide a los trabajadores ejercer su derecho (imagino, puesto que esa parte se la salta para luego argumentar alegremente que este artículo lo podía haber leído en Libertad Digital, que ahí sí estará usted de acuerdo) y por tanto resultaría imposible saber quiénes hicieron la huelga libremente. Por eso se presenta el grupo de funcionarios como uno al que esta variable no afecta y por tanto puede ser un buen ejemplo social. Digo: "Resulta imposible descubrirlo. Y aquí estaría un problema de las cifras. Pero tal vez a través de un grupo que no tuviera ese problema y que se haya significado anteriormente como un grupo que sí hace huelgas generales podamos resolver el conflicto. Este grupo, como cualquiera habrá pensado, es el grupo de funcionarios.". No es pues un recurso, sino un grupo de control dentro de una investigación que a lo mejor sí, y a lo mejor no, puede servir para conocer el alcance de la huelga. POr tanto el tema de que sea "moralmente cuestionable" no lo entiendo. Y sí, yo soy muy simple y por eso quizás no entiendo aquelo que cualquier individuo que viva ser de izquierdas debería entender intuitivamente.
b) Lo de diferenciar conciencia de clase y utilidad usted también lo critica. Bueno. La conciencia de clase, en términos clásicos, es lo contrario del gremialismo. Es decir, quien tiene conciencia de clase no solo lucha por sus intereses sino también por aquellos intereses de la clase a la que pertenevce. Es más: si un interés particular de su colectivo va en contra de un interés general de la clase a la que cree pertenecer quien tiene conciencia de clase debe escoger el interés de clase. Por tanto sí hay una contradicción entre una cosa y otra. Pero además, una vez resuleta la teoría, usted falsea el argumento por que yo señalo que los trabajadores de las grandes empresas hacen bien en defender a los sindicatos. Y por supuesto, nos afiliamos para ello.
y c) verá que el análisis no ha acabado. Antes de sacar conclusiones precipitadas, por cierto como es usted lector habitual de este blog me sorprende el final sobre mis afinidades con algunos grupos de derecha, espere a que acabe.
En mi opinión, su análisis previo para apoyar la huelga, no acierta por dos motivos, a saber, que la reforma no es tal, y por obviar el entorno mundial.
Uno.- Aunque la reforma laboral, se supone, iba dirigida a reducir el coste laboral, o mejor dicho, adecuar el coste a la productividad individualizando ésta, las modificaciones legales introducidas no cambian el fondo, pues para que ello pasare deberían modificarse determinados preceptos legales en un sentido que no se hace por temor a la respuesta social y a la pérdida política. Se queda en un aparataje propagándistico, de cara a los mercados de deuda, pero sin contenido real, al dejar la última palabra a los tribunales cuya trayectoria jurisprudencial es conocida e invariable, porque viene amparada por resoluciones superiores de tribunales europeos. En realidad, y si busca artículos técnicos lo entenderá, no ha existido ninguna reforma. Y una huelga contra algo que no existe, no tiene sentido.
Dos.- La adecuación de coste/productividad, no es una maldad neoliberal impuesta por burócratas gordos y con chistera, sino es una necesidad impuesta por la pérdida de competitividad en un mercado global, derivado de la pertenencia de España a la zona euro, que nos impide, por un lado realizar devaluaciones competitivas que supusieran ingresos vía abaratamiento de las exportaciones, salida clásica que buscan denodadamente todas las economías dejando caer sus monedas reduciendo sus tipos (Japón último país que lo ha hecho), y por otro nos somete al corsé de una moneda fuerte.
Dentro de esa zona, y como su abandono no es ni deseable ni posible, salvo que los excedentes alemanes acaben per secula seculorum en el resto de países deficitarios, no existe más solución para obtener ingresos vía exportación/turismo que esa adecuación de productividad, que no es más que una devaluación clásica pero sin inflación.
En su análisis no se menciona nada de ésto.
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