En el artículo anterior analizábamos lo que el pacto del euro significaba en el aspecto económico. Según nuestra conclusión, este pacto llevaba adelante una clara división socioeconómica de Europa en dos grupos: por un lado, aquellos países que iban a competir en el mercado mundial a través de una economía productivamente alta y de competencia tecnológica; por otro, los llamados países periféricos y la Europa del este, que lo harían sobre la base del dumping social: bajas condiciones laborales y sociales para producir barato. Sin embargo, nos queda una segunda parte para analizar completamente el pacto del euro. Y una parte que va más allá de la económica y se enmarca en el proyecto del futuro político de Europa. ¿Qué significa el pacto del euro en materia política?
La Unión Europea, desde los tiempos del Benelux y luego de la CEE, fue un espacio económico, pero solo económico. Es decir, su interés fundamental era eliminar trabas al comercio europeo. De hecho, cuando llegó el euro, tampoco se convirtió en un espacio político específico ni lo pretendía. Sin embargo, ahora la UE ha ido más allá del mero acuerdo mercantil para fijar todas y cada una de las políticas económicas posibles en sus estados miembros, y con ello las sociales.
El pacto del euro, y todas las políticas económicas precedentes de la UE en los últimos tiempos, a lo que tienden es a negar la soberanía nacional en materia económica. Los gobiernos dejan de tener el control, como vimos en nuestro anterior artículo, de su política financiera, industrial o fiscal y esta pasa a los dictados de la UE. Las opciones políticas nacionales no son ya existentes en economía. España o Francia ya no pueden tener una política económica propia. El concepto gobierno de la nación, y con él el concepto soberanía nacional, han desaparecido de la política económica. Pero esto no sería grave, excepto si uno es tonto o nacionalista, si la base sobre la cual se construye en democracia la soberanía nacional, los ciudadanos, se trasladaran como base de esa soberanía supranacional europea. Y aquí está el punto central de la cuestión.
Toda la política económica europea, que es la clave de la política, se está realizando a espaldas de cualquier mecanismo de intervención o control democrático. Es cierto que hay un parlamento europeo pero su único papel destacable es ser un centro de retiro para políticos otrora (algo) relevantes. De esta forma, la pérdida de la soberanía nacional es la pérdida de la participación democrática de los ciudadanos, y eso sí es lo grave. Lo que se ha logrado en la UE es eliminar la democracia del orden fundamental y constituyente europeo y convertir a la llamada Europa unida en una congregación corporativa de intereses industriales y financieros. Efectivamente, las principales decisiones tomadas en la UE y que van a marcar el futuro de Europa, han sido tomadas al margen de cualquier sistema democrático representativo y presentadas como medidas de facto, alejadas de cualquier discusión pública. El ejemplo de España, donde un presidente inútil cambia de la noche a la mañana después de unas llamadas telefónicas su política económica totalmente, no es una anécdota sino una categoría. Europa se está gobernando desde instancias sin contacto alguno con la democracia y las decisiones que afectan al futuro del continente son tomadas por comisiones ajenas a la voluntad general y sancionadas por gobiernos que nunca llevaron tales cosas en sus programas electorales. Es, en definitiva, un fraude a la democracia.
Por ello, y efectivamente, la soberanía nacional no es el problema., la soberanía ciudadana, sí. Queremos decir que lo fundamental de una democracia no es la nación sino la ciudadanía. De hecho pueden existir naciones sin democracia, pero no puede haber democracia sin ciudadanos. Sin embargo, la UE se está construyendo como nación sin ciudadanos. Se dice mucho que no hay un proyecto político común europeo: es erróneo. Hay un proyecto claro y meridiano: China como modelo.
La llegada de China como potencia emergente es un asunto de primer orden. Y lo es porque China y su desarrollo es la negación absoluta de la democracia, como lo era el antiguo bloque soviético, pero con un desarrollo económico extraordinariamente exitoso. La ausencia de libertad elimina la conflictividad social y al tiempo la altísima población garantiza algo sorprendente: con que solo una cuarta parte de la población china llegue al bienestar económico existiría un mercado interno de unos 350 millones de habitantes y un dumping social productivo de más de mil millones. A esto se añadiría el mercado exterior donde se compite merced a ese dumping social. Ante esto, el estado nación característico europeo no tiene, realmente, sentido. Y caben dos opciones: o copiar el modelo chino, que es lo que está detrás de toda la política de la UE en los últimos años, o crear un nuevo modelo.
¿Modelo chino para Europa? Efectivamente, eso es el pacto del euro y lo que está detrás de todas las políticas de la UE en los últimos años. Por un lado, una economía dual basada en dos zonas donde una disfruta de condiciones sociolaborales óptimas y alto nivel de vida y otra compite a través del dumping social. Por otro lado, y políticamente, la desaparición de los mecanismos democráticos no en cuanto a derechos ciudadanos, a diferencia de la dictadura china, sino de control efectivo democrático de los organismos de gobierno. La conversión, para decirlo en lema, de los derechos políticos en derechos solo individuales y de consumo pero no del ciudadano. Una Europa unida que sería socialmente dual, una próspera y otra menos, y sin control democrático de las medidas socioeconómicas: una china –obsérvese lo ingenioso- en el continente de la Ilustración.
¿Hay algo que hacer? Por supuesto. Hay una crítica a este blog tal vez cierta: nunca se plantean soluciones. Hacer crítica es sin duda importante, pero al tiempo es básico buscar qué hacer. Estamos en ello. Y vamos a empezar, suponemos que ya al principio del otoño, una nueva serie: un programa político de izquierdas.
La Unión Europea, desde los tiempos del Benelux y luego de la CEE, fue un espacio económico, pero solo económico. Es decir, su interés fundamental era eliminar trabas al comercio europeo. De hecho, cuando llegó el euro, tampoco se convirtió en un espacio político específico ni lo pretendía. Sin embargo, ahora la UE ha ido más allá del mero acuerdo mercantil para fijar todas y cada una de las políticas económicas posibles en sus estados miembros, y con ello las sociales.
El pacto del euro, y todas las políticas económicas precedentes de la UE en los últimos tiempos, a lo que tienden es a negar la soberanía nacional en materia económica. Los gobiernos dejan de tener el control, como vimos en nuestro anterior artículo, de su política financiera, industrial o fiscal y esta pasa a los dictados de la UE. Las opciones políticas nacionales no son ya existentes en economía. España o Francia ya no pueden tener una política económica propia. El concepto gobierno de la nación, y con él el concepto soberanía nacional, han desaparecido de la política económica. Pero esto no sería grave, excepto si uno es tonto o nacionalista, si la base sobre la cual se construye en democracia la soberanía nacional, los ciudadanos, se trasladaran como base de esa soberanía supranacional europea. Y aquí está el punto central de la cuestión.
Toda la política económica europea, que es la clave de la política, se está realizando a espaldas de cualquier mecanismo de intervención o control democrático. Es cierto que hay un parlamento europeo pero su único papel destacable es ser un centro de retiro para políticos otrora (algo) relevantes. De esta forma, la pérdida de la soberanía nacional es la pérdida de la participación democrática de los ciudadanos, y eso sí es lo grave. Lo que se ha logrado en la UE es eliminar la democracia del orden fundamental y constituyente europeo y convertir a la llamada Europa unida en una congregación corporativa de intereses industriales y financieros. Efectivamente, las principales decisiones tomadas en la UE y que van a marcar el futuro de Europa, han sido tomadas al margen de cualquier sistema democrático representativo y presentadas como medidas de facto, alejadas de cualquier discusión pública. El ejemplo de España, donde un presidente inútil cambia de la noche a la mañana después de unas llamadas telefónicas su política económica totalmente, no es una anécdota sino una categoría. Europa se está gobernando desde instancias sin contacto alguno con la democracia y las decisiones que afectan al futuro del continente son tomadas por comisiones ajenas a la voluntad general y sancionadas por gobiernos que nunca llevaron tales cosas en sus programas electorales. Es, en definitiva, un fraude a la democracia.
Por ello, y efectivamente, la soberanía nacional no es el problema., la soberanía ciudadana, sí. Queremos decir que lo fundamental de una democracia no es la nación sino la ciudadanía. De hecho pueden existir naciones sin democracia, pero no puede haber democracia sin ciudadanos. Sin embargo, la UE se está construyendo como nación sin ciudadanos. Se dice mucho que no hay un proyecto político común europeo: es erróneo. Hay un proyecto claro y meridiano: China como modelo.
La llegada de China como potencia emergente es un asunto de primer orden. Y lo es porque China y su desarrollo es la negación absoluta de la democracia, como lo era el antiguo bloque soviético, pero con un desarrollo económico extraordinariamente exitoso. La ausencia de libertad elimina la conflictividad social y al tiempo la altísima población garantiza algo sorprendente: con que solo una cuarta parte de la población china llegue al bienestar económico existiría un mercado interno de unos 350 millones de habitantes y un dumping social productivo de más de mil millones. A esto se añadiría el mercado exterior donde se compite merced a ese dumping social. Ante esto, el estado nación característico europeo no tiene, realmente, sentido. Y caben dos opciones: o copiar el modelo chino, que es lo que está detrás de toda la política de la UE en los últimos años, o crear un nuevo modelo.
¿Modelo chino para Europa? Efectivamente, eso es el pacto del euro y lo que está detrás de todas las políticas de la UE en los últimos años. Por un lado, una economía dual basada en dos zonas donde una disfruta de condiciones sociolaborales óptimas y alto nivel de vida y otra compite a través del dumping social. Por otro lado, y políticamente, la desaparición de los mecanismos democráticos no en cuanto a derechos ciudadanos, a diferencia de la dictadura china, sino de control efectivo democrático de los organismos de gobierno. La conversión, para decirlo en lema, de los derechos políticos en derechos solo individuales y de consumo pero no del ciudadano. Una Europa unida que sería socialmente dual, una próspera y otra menos, y sin control democrático de las medidas socioeconómicas: una china –obsérvese lo ingenioso- en el continente de la Ilustración.
¿Hay algo que hacer? Por supuesto. Hay una crítica a este blog tal vez cierta: nunca se plantean soluciones. Hacer crítica es sin duda importante, pero al tiempo es básico buscar qué hacer. Estamos en ello. Y vamos a empezar, suponemos que ya al principio del otoño, una nueva serie: un programa político de izquierdas.
2 comentarios:
A parte de disentir del relato, pues si bien es cierto que la unión económica se hizo pensando en una posterior e inevitable unión política, sin prever que sería a partir de un crisis, la dualidad económica que menciona se da en cualquier entidad política. España, USA, Francia, Rusia, cualquier país tiene zonas ricas y zonas pobres, muchas veces con más distancias que las existentes entre países considerados como zonas únicas.
Olvida también los procesos históricos. No es lo mismo Asia que Europa. No se puede pretender que la democracia liberal se implante de un día para otro en lugares que requieren de un previo proceso de mejora económica para sostener procesos democráticos. Si lo que se pretende es la asimilación de la cultura democrática, entonces, habrá que tener paciencia histórica.
Las fotos fijas son siempre un error. Lo que hay que ver es la secuencia. Y en esa secuencia, como usted ha dicho en muchas ocasiones, la mejora del nivel de vida de muchos países, otrora, atrasados, es evidente. Esa es la base y desde ahí vendrá la instauración de derechos.
La discrepancia, y de ahí mi convencimiento de que no lo comprende, radica en las alternativas.
No las hay. Es más, ese es el quid de la cuestión.
Lo veremos en Otoño.
Pues si se comienza la labor de propuesta en positivo (interesante sería también la discusión de los posibles caminos de ello), re-comenzaré a prestar la atención que se corresponde con semejante labor intelectual. Y que conte que partimos de un acuerdo mutuo. Sin el análisis de las condiciones objetivas de existencia, sin la crítica racional de las condiciones de posibilidad de lo existente, es imposible proponer en positivo.
El Sanfe.
P.D.: ya le comente algunas de mis lecturas veraniegas. Me gustaría comentarlas con usted en algún momento. Al termino de la lectura de cierta tesis doctoral, por supuesto.
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