En los dos artículos anteriores de esta serie, hemos analizado la idea de ideología en Marx y si esta se podía o no aplicar a la sociedad actual. Llegábamos a la conclusión de que no y señalábamos al final que la ideología actual presentaba una forma absolutamente novedosa: la ideología era el yo. Precisamente, la necesidad de explicar esto nos obliga a este tercer artículo.
¿Qué era ideología? Ideología es falsa conciencia, es decir, pensar que algo es una cosa cuando en realidad es otra. Pero, no solo eso sino que a su vez dicho pensamiento equivocado provoque en los sujetos un estado de aceptación del estado social. Así, al enfrentarnos a la ideología hoy caben tres preguntas: la primera, ¿hay hoy ideología?; la segunda, ¿si la hay en qué consiste?; y, por último, ¿cómo funciona?
¿Hay hoy ideología? Señalábamos en el artículo anterior de esta serie que no en su sentido tradicional pero sí en un sentido nuevo: el yo es la ideología. Pero tal vez, recuperar un análisis sobre el actual capitalismo nos ayude a explicarlo.
¿Qué queremos decir cuando hablamos de que la ideología es el yo? Sin duda queremos decir que toda la vida humana es ideología. Muy listo, frase célebre, pero ¿que significa y, segunda pregunta, en qué consiste dicha ideología? Significa lo siguiente. La clave del actual capitalismo es la globalización de la vida como mercancía y, por tanto, como producción. Por ello, ocurre la eliminación de la distinción entre vida productiva, el trabajo propiamente dicho, y vida improductiva, el ocio o los momentos donde no se trabaja y que es entendida como vida interior ajena al proceso productivo. Frente a esta distinción, hoy toda la vida es mercancía en cuanto producción de beneficio económico. Y además, no es producción de economía concreta e individual donde prima la importancia de cada individuo como tal, como podría serlo en determinados procesos productivos ligados a la singularidad, sino en un sentido abstracto porque lo que importa no es quién gasta sino que gasta: produce valor. Así, la vida concreta e individual carece de valor real pues no importa la identidad como individuo sino la presencia pura como mercancía en que se ha transformado la vida: por eso en África se mueren de hambre. Efectivamente, cada vida individual es accesoria y solo vale como soporte de la mercancía.
Sin embargo, si algo se exalta socialmente -desde la publicidad hasta el discurso de la autoayuda, la espiritualidad o la protesta política como indignado- es precisamente la idea de yo: la gente está encantada de haberse conocido. De esta forma, la diferencia real y objetiva entre la importancia social y real de la individualidad concreta que es nula y el hecho de que sea, sin embargo, el gran referente del discurso social es ideología: a veces ángel, a veces demonio, pero siempre yo, clama una camiseta de éxito. El yo es la ideología actual porque realmente no existe pero se presenta como fundamental: la gente cree que está viviendo su vida -y por cierto, yo también-. Y con nuestra creencia producimos valor como mercancía. El individuo así cree, creemos, llevar una vida individual, propia e irrepetible, cuando en realidad solo interesa realmente como producto mercantil. Por supuesto, no se trata de que cada individuo esté determinado por el contexto social en cada acción, sino que la vida y la muerte de cada individuo está marcada por su carácter de mercancía. Si yo no muero de hambre es porque soy mercancía frente al individuo que tuvo la mala suerte de nacer en el África subsahariana y no serlo: ese se muere de hambre. Así, el enfrentamiento entre los que creemos ser y lo que en realidad somos es la ideología.
Aparece así, respondamos ya a la tercera pregunta de cómo funciona, una curiosa forma absolutamente nueva de alienación: la alienación negativa. De siempre la alienación como fenómeno ideológico objetivo fue poner en otro lo propiamente personal: perder la individualidad y con ella la autonomía. En ella, por ejemplo en la religiosa analizada por Feuerbach o Marx, el sujeto ponía su potencialidad en un ser imaginario como era Dios que, una vez así inventado, dirigía la vida de los individuos. Sin embargo, aquí y ahora ocurre algo novedoso. La alienación negativa implica que el individuo se siente absolutamente desligado de la sociedad que en realidad le da la forma como lo que realmente es, pura mercancía, y presenta ante los otros y en su conciencia su yo como absolutamente alejado de la esfera social: algo prístino. El yo vive, presuntamente, independientemente de la estructura social y se siente por encima de ella. Surge así la nueva alienación negativa: el sujeto gana su individualidad quitándole a la objetividad la verdad de su componente. Es una ensoñación que hace a cada individuo creerse irrepetible cuando en realidad está colocado en la estantería del supermercado real. Es negativa porque lo que resalta en la individualidad, frente a la anterior, pero es alienación porque el individuo realmente no supera la heteronomía de su existencia ganando su real autonomía: su única razón suficiente, jugando con el lenguaje filosófico y significando con ello la condición que le hace ser lo que es, es ser mercancía.
Pero alguien podría decir, ¿y entonces no sería lo revolucionario huir de la estructura social y hacerse mendigo, por ejemplo? La mentalidad ñoña es libre de serlo pero precisamente eso es el máximo triunfo de la realidad totalitaria. Efectivamente, toda la ñoñería de perdedores posmodernos y bohemias romanticonas no es sino el máximo triunfo del ideal de aquel que se siente por encima de la realidad social aunque luego, como buen mercader, exija, por ejemplo, sus derechos de autor en los versos protesta. Así, el ideal del pensamiento totalitario, que durante toda la anterior historia fue el movimiento de masas, ha pasado a la disolución posmoderna: individuos que se sienten al margen del sistema cuando sobreviven, como usted y yo, por él (aunque no gracias a él).
El yo es la clave del hecho ideológico porque la vida es solo mercancía. Cada individuo en el nuevo capitalismo debe sentirse especial y diferente y vivir intensamente la vida porque eso le lleva, necesariamente, a consumir. Y al hacerlo, produce beneficio que es, realmente, su finalidad. Por supuesto, que nadie quiera ver en esto un canto a la vida ignorante y basura de las sociedades preindustriales o salvajes, la vida simple que nunca tuvo mejor nombre, o a las entidades colectivas que niegan la individualidad -como pueblos, patrias o partidos-. El yo es irrenunciable porque idealmente implica, y esa es ahora su única verdad, que cada individuo es irrepetible. Pero, a la vez y esa es su paradoja, es falso porque en la realidad dada no lo es. Precisamente trabajar desde esa paradoja es la tarea de una filosofía que pretenda ser emancipatoria.
¿Qué era ideología? Ideología es falsa conciencia, es decir, pensar que algo es una cosa cuando en realidad es otra. Pero, no solo eso sino que a su vez dicho pensamiento equivocado provoque en los sujetos un estado de aceptación del estado social. Así, al enfrentarnos a la ideología hoy caben tres preguntas: la primera, ¿hay hoy ideología?; la segunda, ¿si la hay en qué consiste?; y, por último, ¿cómo funciona?
¿Hay hoy ideología? Señalábamos en el artículo anterior de esta serie que no en su sentido tradicional pero sí en un sentido nuevo: el yo es la ideología. Pero tal vez, recuperar un análisis sobre el actual capitalismo nos ayude a explicarlo.
¿Qué queremos decir cuando hablamos de que la ideología es el yo? Sin duda queremos decir que toda la vida humana es ideología. Muy listo, frase célebre, pero ¿que significa y, segunda pregunta, en qué consiste dicha ideología? Significa lo siguiente. La clave del actual capitalismo es la globalización de la vida como mercancía y, por tanto, como producción. Por ello, ocurre la eliminación de la distinción entre vida productiva, el trabajo propiamente dicho, y vida improductiva, el ocio o los momentos donde no se trabaja y que es entendida como vida interior ajena al proceso productivo. Frente a esta distinción, hoy toda la vida es mercancía en cuanto producción de beneficio económico. Y además, no es producción de economía concreta e individual donde prima la importancia de cada individuo como tal, como podría serlo en determinados procesos productivos ligados a la singularidad, sino en un sentido abstracto porque lo que importa no es quién gasta sino que gasta: produce valor. Así, la vida concreta e individual carece de valor real pues no importa la identidad como individuo sino la presencia pura como mercancía en que se ha transformado la vida: por eso en África se mueren de hambre. Efectivamente, cada vida individual es accesoria y solo vale como soporte de la mercancía.
Sin embargo, si algo se exalta socialmente -desde la publicidad hasta el discurso de la autoayuda, la espiritualidad o la protesta política como indignado- es precisamente la idea de yo: la gente está encantada de haberse conocido. De esta forma, la diferencia real y objetiva entre la importancia social y real de la individualidad concreta que es nula y el hecho de que sea, sin embargo, el gran referente del discurso social es ideología: a veces ángel, a veces demonio, pero siempre yo, clama una camiseta de éxito. El yo es la ideología actual porque realmente no existe pero se presenta como fundamental: la gente cree que está viviendo su vida -y por cierto, yo también-. Y con nuestra creencia producimos valor como mercancía. El individuo así cree, creemos, llevar una vida individual, propia e irrepetible, cuando en realidad solo interesa realmente como producto mercantil. Por supuesto, no se trata de que cada individuo esté determinado por el contexto social en cada acción, sino que la vida y la muerte de cada individuo está marcada por su carácter de mercancía. Si yo no muero de hambre es porque soy mercancía frente al individuo que tuvo la mala suerte de nacer en el África subsahariana y no serlo: ese se muere de hambre. Así, el enfrentamiento entre los que creemos ser y lo que en realidad somos es la ideología.
Aparece así, respondamos ya a la tercera pregunta de cómo funciona, una curiosa forma absolutamente nueva de alienación: la alienación negativa. De siempre la alienación como fenómeno ideológico objetivo fue poner en otro lo propiamente personal: perder la individualidad y con ella la autonomía. En ella, por ejemplo en la religiosa analizada por Feuerbach o Marx, el sujeto ponía su potencialidad en un ser imaginario como era Dios que, una vez así inventado, dirigía la vida de los individuos. Sin embargo, aquí y ahora ocurre algo novedoso. La alienación negativa implica que el individuo se siente absolutamente desligado de la sociedad que en realidad le da la forma como lo que realmente es, pura mercancía, y presenta ante los otros y en su conciencia su yo como absolutamente alejado de la esfera social: algo prístino. El yo vive, presuntamente, independientemente de la estructura social y se siente por encima de ella. Surge así la nueva alienación negativa: el sujeto gana su individualidad quitándole a la objetividad la verdad de su componente. Es una ensoñación que hace a cada individuo creerse irrepetible cuando en realidad está colocado en la estantería del supermercado real. Es negativa porque lo que resalta en la individualidad, frente a la anterior, pero es alienación porque el individuo realmente no supera la heteronomía de su existencia ganando su real autonomía: su única razón suficiente, jugando con el lenguaje filosófico y significando con ello la condición que le hace ser lo que es, es ser mercancía.
Pero alguien podría decir, ¿y entonces no sería lo revolucionario huir de la estructura social y hacerse mendigo, por ejemplo? La mentalidad ñoña es libre de serlo pero precisamente eso es el máximo triunfo de la realidad totalitaria. Efectivamente, toda la ñoñería de perdedores posmodernos y bohemias romanticonas no es sino el máximo triunfo del ideal de aquel que se siente por encima de la realidad social aunque luego, como buen mercader, exija, por ejemplo, sus derechos de autor en los versos protesta. Así, el ideal del pensamiento totalitario, que durante toda la anterior historia fue el movimiento de masas, ha pasado a la disolución posmoderna: individuos que se sienten al margen del sistema cuando sobreviven, como usted y yo, por él (aunque no gracias a él).
El yo es la clave del hecho ideológico porque la vida es solo mercancía. Cada individuo en el nuevo capitalismo debe sentirse especial y diferente y vivir intensamente la vida porque eso le lleva, necesariamente, a consumir. Y al hacerlo, produce beneficio que es, realmente, su finalidad. Por supuesto, que nadie quiera ver en esto un canto a la vida ignorante y basura de las sociedades preindustriales o salvajes, la vida simple que nunca tuvo mejor nombre, o a las entidades colectivas que niegan la individualidad -como pueblos, patrias o partidos-. El yo es irrenunciable porque idealmente implica, y esa es ahora su única verdad, que cada individuo es irrepetible. Pero, a la vez y esa es su paradoja, es falso porque en la realidad dada no lo es. Precisamente trabajar desde esa paradoja es la tarea de una filosofía que pretenda ser emancipatoria.
1 comentario:
Una consecuencia estremecedora:
Llega el momento en que el individuo descubre el abismo entre lo que cree ser (una existencia libre, plena y suficiente) y lo que es (un artículo más en el supermercado, o acaso un número en la cola del paro).
Pero es demasiado tarde. El individuo cree que es solamente él el culpable de su propia desgracia, por causa de la insuficiencia de su inteligencia o de sus esfuerzos. La ideología ya ha puesto la semilla: la esencia de la realidad es el Yo, por tanto sólo cabe culparle a él.
Así, el individuo, en lugar de rebelarse contra el sistema, se desanima, lo que genera un estado depresivo, con la consiguiente inhibición de la acción. Así se explica la tibieza de las respuestas a las últimas decisiones políticas en Europa.
Tiene usted razón, sñr Mesa, es el máximo triunfo del sistema totalitario.
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