Según la Constitución, España es un estado social y democrático de
derecho. Esta definición es básica para todo el desarrollo de este artículo.
Por eso, parece conveniente analizarlo.
La Constitución es hija del modelo de transición
español. Durante el periodo de su producción, tras la dictadura militar de Franco,
se buscaba la democracia. Pero no solo la democracia como abstracción sino un
tipo determinado de tal democracia. Efectivamente, y para entendernos, se podía
hablar en aquella época de una democracia tipo estadounidense o bien de una
democracia tipo europeo. La diferencia fundamental entre una u otra no era
tanto en el terreno político, las dos respondían básicamente a las mismas
características, como en el socioeconómico. Políticamente ambos modelos se basaban
en elecciones libres y libertad política, pero sin embargo socialmente había
una diferencia fundamental. En el modelo europeo existía una intervención
directa del estado en las políticas sociales, creando así lo que se ha dado en
llamar estado del bienestar. De esta forma, en las democracias europeas
continentales se unificaban los derechos políticos con los sociales, formando
ambos una suerte de derechos democráticos únicos.
Ese modelo de democracia política y social fue el
escogido por la transición española. Es decir, en la Constitución, fruto de la
transición española, se decidió no hacer solo un perfil de democracia política sino
que existiera una vinculación entre los derechos políticos y los derechos
sociales. Además esto se produjo en una coyuntura económicamente peor que la
actual y cuando comenzaba a emerger la luego llamada revolución neoconservadora
con Friedman dando consejos en Chile, a los neoliberales siempre les gustó la
democracia, y Thatcher preparándose para conquistar el poder en el Reino Unido.
La democracia social, por tanto, fue una opción determinada y la base del
consenso constitucional.
Con este pacto constitucional, se instauraba, mal
que bien pues todo hay que decirlo, un estado del bienestar que si bien era rácano
comparado con el europeo resultaba algo sin precedentes en la historia de
España. Y, también por primera vez en su historia, España se convertía en una
democracia realmente homologable con el resto de los países europeos. Este era
el triunfo, sin duda alguna, de la Transición española. Así, ese artículo
primero de la Constitución española ampliaba el modelo de democracia y lo hacía
en un sentido determinado. Y ese era, según la propia Constitución, el
fundamento de España. No era la bandera ni la monarquía ni la república de
trabajadores ni el destino en lo universal sino algo, tal vez, más simple: un estado social y democrático de
derecho.
Y ahora viene la traición.
Ya hemos hablado aquí varias veces del proceso de
precarización europeo. Consiste, aquí
un resumen, en una depauperación de las condiciones sociales, económicas y
políticas de ciertas regiones europeas, fundamentalmente el sur y el este, una
vez que el consumo de sus habitantes, base para el actual capitalismo, puede ser sustituido por una baja proporción
de la población de los países emergentes. Precisamente, este proceso es la clave
para entender lo que ocurre ahora en España y en el resto, no lo olvidemos, de
las regiones europeas citadas. Efectivamente, el nuevo proceso de depauperación
implica una pérdida de derechos sociales y de bienestar económico de toda esa
población europea pues su consumo, a diferencia de lo que ocurría en las economías nacionales que
dieron pie al estado bienestar, ya no es necesario para el sostenimiento de la
estructura económica. Y esto añade algo: no creemos que el estado del bienestar
fuera un feroz triunfo revolucionario sino un aprovechamiento de política
social sobre la base de ese mismo capitalismo.
De esta forma, el proyecto nacional de España,
reflejado en su Constitución aún retóricamente, ha sido suplantado por un
proyecto alejado de la soberanía nacional, tal y como demuestra por ejemplo la
propia reforma constitucional sobre el déficit urdida a escondidas entre
Zapatero -¿recuerdan que era muy de izquierdas y yo un malvado fascista cuando
le criticaba?- y el PP –aquí no hubo dudas-. Así, lo que ha ocurrido ha sido, ni más ni
menos, una traición a España. Por supuesto nadie tiene esto que ver con un repentino
fervor patriótico o una queja nacionalista sino algo mucho más importante: frente
a los paletos nos da igual perder la boina, o la barretina, pero no nos da
igual perder la democracia. Es decir, no nos da lo mismo dejar de ser un estado
social y democrático de derecho porque ese era el pacto de la nueva sociedad. Y
ese pacto era la soberanía nacional de la España democrática: la mejor forma de
vida que este país ha tenido nunca.
Se da así, además, un hecho curioso: la derecha que
siempre se ha presentado como amante de España ha traicionado a su país
convirtiéndolo en una colonia de Alemania
-tal vez, el viejo sueño de Serrano Suñer cumplido-. Y también una
paradoja más. De pronto el sector político progresista se
convierte en el defensor de la soberanía nacional. Y es aquí donde no hay que
equivocarse. La soberanía nacional no es el objetivo de la lucha, sino la
democracia política y social. El proyecto de precarización en que el gobierno
de la derecha nos introduce con gusto, y ya inició Zapatero, es una traición a
España -¿por qué tener tanto miedo a esta palabra?- porque busca acabar con la
democracia. Por eso, quienes estamos en contra defendemos España no como
destino en lo universal o como lugar de los pueblos, y los paletos, sino como
democracia. Y por eso, defendemos que la auténtica solución es que Europa
sea un solo país. Pero, mientras eso llega, que debe ser el objetivo a
corto plazo de la izquierda, tenemos que defender España como democracia.
Hay gente muy profunda que señala que todo es lo
mismo. Que da lo mismo defender la democracia social de nuestra constitución que
la precarización porque todo es igual. La culpa, dicen, es del sistema. Son, ya
digo, sutiles y radicales. Seguramente fueron a la universidad con una beca o
cuando las tasas eran más baratas. Nosotros, que fuimos a la universidad por
una beca, no somos tan sutiles y distinguimos entre lo necesario del capitalismo,
la explotación de la vida humana, y lo innecesario del capitalismo, el proyecto
de precarización. Y curiosamente sabemos que la única condición de posibilidad
de superar ese mismo capitalismo ya no es la precariedad que levantará al
pueblo –nota: ¿cuándo la pobreza ha levantado a alguien?- sino que haya unas
condiciones sociales determinadas que generen la posibilidad del pensamiento.
Pero además, no tenemos esa visión escatológica que nos permite ir dejando
cadáveres en la cuneta mientras miramos extasiados esa tierra de libertad que
nos promete y que realmente no es sino el reflejo de nuestro ombligo. Cada
alumno que no puede ir a la universidad porque le han subido las tasas,
cada parado que debe coger un trabajo
precario y mal pagado, cada enfermo al que se le reduce su asistencia o cada
calle que no se limpia -así, tan vulgares- es para nosotros también un problema
filosófico. Es ingenuo pensar que España era un paraíso antes de este proyecto
para convertirlo en una nueva China, pero desde luego era algo mejor que ahora.
Y a veces defender algo es más que soñar con todo.
2 comentarios:
Me ha gustado mucho EP. Tengo mis discrepancias en otros temas con usted, pero el párrafo final lo suscribo de cabo a rabo con una pregunta ¿califica de "necesaria" la explotación del ser humano?
D. Anónimo: en el capitalismo la explotación del ser humano es necesaria. Creo que me explico en la serie "Capitalismo y Explotación". Lo que no es necesario es el proceso de precarización que aquí se explica, eso depende de la oligarquía que no es el capitalismo.
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