Odiaba con todas mis fuerzas, a finales de los setenta del pasado siglo, lo que se llamaba el DOMUND, Domingo Mundial Misionero. En él se nos daba a cada niño una huchita con la cual teníamos que ir por las calles recogiendo dinero para los bondadosos misioneros católicos que en los diversos continentes del mundo daban alimento a los pobres. Frente a esta manera de enfrentarse a la pobreza, había una crítica general de la izquierda señalando que la pobreza mundial no era un problema de caridad pública o de labor subjetiva y personal, sino un problema sistemático y estructural que, desde luego, las huchitas del DOMUND no iban a arreglar.
Israel es un estado genocida. No cabe duda de que ya no sólo lo es su gobierno, sino que lo es también su estado como administración, puesto que ninguna de sus instituciones ha logrado ni intentado paralizar dicho proceso. Ya hemos defendido aquí que lo que está haciendo Israel en Gaza es un genocidio. Por lo tanto, la crítica a la Flotilla de Gaza no vamos a hacerla negando este genocidio.
Y sin embargo, la Flotilla de Gaza es un fracaso de la izquierda.
Hacia el mes de agosto, y con gran alharaca, salió una flotilla de diversos barcos privados que pretendían romper el bloqueo y llevar alimentos a la zona. Nosotros no vamos a entrar en ningún momento sobre si el interés de esta flotilla era auténtico o no ni, tampoco, vamos a poner en cuestión la condición moral de cada uno de sus integrantes. Igual que no nos importa si los misioneros, entre rezos a seres inexistententes, creen en el evangelio y sus cosas, tampoco nos importa si los tripulantes de la flotilla, entre selfies y promoción personal, creen hacer algo progresista. Lo que nos interesa aquí, de hecho, no es juzgar la moral individual de cada integrante de esa flotilla, que al igual que con los misioneros habrá de todo como en botica,sino preguntarnos en qué momento la izquierda decidió que lo que hasta entonces había criticado con razón, esa subjetivización de lucha política, en la época del selfie y las redes sociales se convierte, sin embargo, en un proceso que hay que apoyar con vehemencia.
Efectivamente, la izquierda ilustrada ha mantenido siempre que las condiciones sociales no son ni el producto de la voluntad de determinados individuos ni su solución pasa por ello. Los procesos históricos y sus consecuencias no pueden ser juzgados en términos de buena o mala voluntad individual y moral, como si la acción individual de los individuos fuera el criterio fundamental para juzgar dichas acciones. De hecho, el análisis sociológico de la izquierda siempre se distinguió por la idea de hablar del sistema e ir un poco más lejos del simple análisis de los héroes, con hábito o con pañuelo palestino, que caracterizó a toda una etapa anterior en la historiografía. Por supuesto, resulta importante la lucha social y política, pero incluso esta tenía que tener ciertas condiciones para no resultar inane -y de hecho, la lucha intelectual entre anarquismo y marxismo sabe también de esto-.
La flotilla de Gaza ha sido la típica intervención de una serie de misioneros, en este caso autoproclamados de izquierdas. Por supuesto, todos sabíamos desde el principio, y ellos también pues no debemos dudar de su nivel intelectual, que dicha acción resultaba imposible de realizar. Sin embargo, se ha realizado, además con gran publicidad y emoción, y la pregunta es por qué.
Una excusa para iniciarla era la idea de que esto iba a generar un reconocimiento popular sobre el conflicto. El problema es que esta propaganda ya resultaba inútil cuando sin duda alguna el genocidio de Gaza está permanentemente en la actualidad y no hace falta realizar acciones, ni esta ni de ningún otro tipo, para presentarlo a la opinión pública, que lo ve diariamente en todas las formas de comunicación actualmente vigentes. Así, si la acción hubiera sido ir a otra zona de conflictos, que las hay a patadas, tal vez hubiera sido aceptable como motivo, pero desde luego en este genocidio parece inútil.
Otra excusa sería como crítica al genocidio y lograr involucrar a Israel en otra acción ilegal. Pero, ante la muerte y expulsión de miles de personas, suena cuando menos ridículo, por no decir insultante, que la detención de Ada Colau y el resto pudiera resultar determinante en cualquier proceso legal internacional posterior.
Entonces, ¿por qué realmente hacer una flotilla a Gaza?
Una nueva izquierda, terrible y que se sitúa lejos de cualquier ideal emancipador, está surgiendo y derrotando a la izquierda ilustrada. Es la izquierda que bascula entre el ideal emotivo, esa gente que tanto llora en público para mostrar su autenticidad, y la opinión radical publicitada en consignas de impacto y sin sentido. Si la exaltación del YO, vacío en realidad por el desarrollo del propio Nuevo Capitalismo, es la clave del nuevo proceso de integración social, la autoproclamada izquierda cumple esta exaltación con devoción religiosa, como los antiguos misioneros soñando con la palma del martirio. La exaltación de ese yo en los selfies, lloros y demás actuaciones personales, además de la permanente llamada de atención sobre uno mismo, queda lejos de la argumentación sobre las causas sociales complejas.
Ahora, los integrantes de la flotilla están volviendo a casa exigiendo de nuevo su tiempo de fama, al menos unos minutos. Y resulta curioso y honorable, justo es reconocerlo, que sólo Greta Thunberg, quien está lejos de ser santo de nuestra devoción, haya sido capaz de decir que lo fundamental es el genocidio y no cómo la trataron en su detención. Siempre queda cierta esperanza.
Les cuento por último. Cuando acababa el Domingo Mundial Misionero, llevábamos las huchas a nuestro colegio católico y algún profesor exaltaba a aquellos que más dinero habían recaudado, sin haber leído el mejor texto de la Biblia, y la pobreza quedaba para el año siguiente. Las puertas del cielo, y de la relevancia de la autoproclamada izquierda aunque sea por unos minitullos en Instagram, también tienen un precio.
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