viernes, enero 27, 2006

OFICIO DE PALMEROS

Todos ustedes lo habrán visto en los medios de comunicación: la extraordinaria afición del Cádiz. Efectivamente, ante el comportamiento de unas 6.000 personas que recorrieron aproximadamente 1.200 kilómetros -ida y vuelta, incluso algunos en 24 horas- para ver un partido de fútbol que encima televisaban y que se pasaron el partido gritando, cantando y animando a su equipo -la mayoría uniformados, lo cual no es asunto baladí, del color oficial de la camiseta gaditana- la prensa ha sido unánime: extraordinario.
Pero, nosotros, como siempre, pretendemos analizar un poco más allá: ¿por qué extraordinario? ¿Qué cualidades tuvo el comportamiento de los aficionados gaditanos para poder ser considerado como algo más allá de lo bueno? Y la respuesta aparece clara: mostrar su apoyo al equipo sin desfallecer. Es decir: eliminar su carácter crítico, en cuanto a liquidar cualquier conato de juicio sobre la situación, y convertirse en fanáticos de la causa. O dicho en lenguaje futbolístico: dejar de ser aficionados y convertirse en hinchas. Y se vio perfectamente reflejado cuando esa extraordinaria afición no aplaudió en ningún momento al Madrid ni siquiera cuando realizó buenas jugadas. Pero, resulta, que una prensa, unánimemente además, de un país democrático resalta este hecho de la eliminación del sentido crítico como algo “extraordinario”.
Están hartos de verlo por televisión. Un público, un regidor y una orden. Unas veces, aplaudir; otras, reír. A veces, abuchear. Y los programas con público pero sin espectadores libres van inundando poco a poco las pantallas.
Y vas al teatro. Y la vieja clac ya no hace falta. El espectador, so pena de ser insultado en cualquier medio de comunicación, especialmente si el abucheado es un cantante de ópera o un director de escena cotizado, debe aplaudir al final y mostrar su conformidad con todo.
El espectador debe pues eliminar su juicio sobre el hecho. O diciéndolo en su presencia en las formas artísticas: el espectador está para aplaudir y no dar nunca un juicio crítico. Así, desaparece la figura del ilustrado, en cuanto a aquel que piensa, equivocada o acertadamente, por sí mismo y se sustituye por la del palmero: que en el espectáculo sirve para jalear al actor principal.
Pues hoy me viene a la mente este tema cuando oigo que Artur Mas ha reprochado a los intelectuales (¿quiénes serán?) su falta de apoyo al Estatuto. Y me acuerdo de que quizás en el fondo tenga razón porque yo también he echado en falta a los grandes gerifaltes culturales según la División Social del Trabajo (lo que Artur Mas llama los intelectuales) su opinión sobre el tema. Pero quizás, aprendida la lección tras el descalabro de una Unión Soviética que tanto celebraron o disculparon o de un terrorismo reaccionario en Iraq que aún hoy amparan o una dictadura cubana con la que simpatizan, hayan preferido guardar silencio. Al fin y al cabo lo han hecho durante años en el festival de cine de San Sebastián (sólo Borau habló de ETA) y lo harán este año en el Goya. O en cualquier otro acto.
Son palmeros. Porque ser palmero es un oficio. Y hay que estar muy preparado para asumirlo. Y poco a poco va conquistando posiciones. Y la lástima no es que aquellos que deben su nombre a los grandes grupos de comunicación obedezcan a sus amos, sino que la mancha se extiende incluso entre aquellos que no tienen nada que ganar y sí todo que perder. Entre intelectuales orgánicos y entre gente que recorre 1200 kilómetros para ver un partido de fútbol. Ejerciendo, ya sólo, de palmeros.
Comportamiento excepcional: comentario unánime.
Veremos, por ejemplo, el 1 de mayo cuántos hay. Pero es fiesta. Y este año, lunes. No se pueden pedir heroicidades.

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